Siglo XXI

Algoritmos, ¿el fin del libre albedrío?

Este conjunto de normas matemáticas es de lo que depende la visibilización de unos u otros contenidos en internet. No obstante, su eficacia es peligrosa: puede que terminen por erosionar nuestra propia capacidad de elección.

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Tyler Hewitt
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14
julio
2023

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Tyler Hewitt

Aunque en nuestra infancia asociábamos la palabra a unas enrevesadas operaciones matemáticas que nos traían de cabeza, en la actualidad se han convertido en el eje del funcionamiento de redes sociales y buscadores. Los algoritmos se configuran como un elemento básico para los negocios en la era de internet, puesto que de su elaboración y manejo dependen la visibilización de unos u otros contenidos. Su definición no deja lugar a dudas: se trata de un conjunto de normas de programación que permite que una publicación tenga más notoriedad en una red social o que, por el contrario, no se le muestre a nadie. Incluso configuran a qué personas les aparece ese contenido y en qué momento. Hace un tiempo, un mayor número de «me gustas» e interacciones presuponía un mayor alcance –es decir, cuanta más interacción tuviera una información, más alcance continuaba generando–, pero el proceso ahora se ha complejizado y la ecuación no resulta tan sencilla.

Según el portal especializado en redes sociales y tecnología TreceBits, el objetivo de los algoritmos y de las inteligencias artificiales es replicar los procesos de decisión del cerebro humano. Es decir, el algoritmo realiza todo el proceso de búsqueda, imitando la forma en la que lo haría un ser humano, y muestra el resultado.  Se trataría de un grupo de acciones que se realizan de forma muy rápida dentro de un ordenador. A partir de una pregunta, tomará diferentes decisiones en base a la respuesta dada. Si, por ejemplo, buscamos «tiendas de ropa en Cáceres», Google tomará una serie de decisiones automáticas antes de ofrecer una respuesta. Dichos parámetros para mostrar una u otra opción vendrán determinados por toda la información que el buscador tiene sobre la persona, como la edad, los gustos, la geo-localización o su historial de búsqueda. ¿Útil y rápido? Desde luego. ¿Perverso para nuestra toma de decisiones? Parece que también. 

Y es que algo que antes podía parecernos ciencia ficción se ha vuelto una realidad cotidiana: el control a través de los dispositivos móviles. Hace algunos años, la empresa de vehículos con conducción (VTC) Uber se vio envuelta en una importante polémica al detectarse que su algoritmo cambiaba el precio del viaje dependiendo del nivel de batería de la persona usuaria. Si teléfono móvil disponía de menos energía, más caro aparecía el importe del desplazamiento. En su declaración de privacidad, la empresa explica que recopila ciertos tipos de datos de los dispositivos de sus usuarios y usuarias, lo que incluye el modelo de hardware, el sistema operativo, la información de la red móvil o información sobre la batería. ¿Se trata de algo que solo ocurre con esta empresa? Por supuesto que no. Cada vez que aceptamos los términos y condiciones en una web o app –generalmente sin leerlos– estamos consintiendo que se recaben datos personales y puedan ser utilizados para fines comerciales.

El derecho humano al libre acceso a la información y al conocimiento no es tal si unas operaciones matemáticas encaminadas al lucro toman las decisiones en nuestro lugar

A través de algoritmos y políticas de datos se establecen los patrones de consumo de los que grandes empresas y multinacionales cibernéticas salen beneficiadas. Llegados a este punto, cabe hacerse una pregunta: ¿nos estamos dejando nuestra capacidad para elegir? En el momento en que una operación está determinada lo que la red nos va a mostrar, solo podremos elegir entre unas cuantas opciones «elaboradas a la carta»; por el camino, en cambio, nos perderemos otras cuantas que podrían atraernos más pero que ni siquiera vamos a tener la oportunidad de conocer. El derecho humano al libre acceso a la información y al conocimiento no es tal si unas operaciones matemáticas encaminadas al lucro están tomando las decisiones en nuestro lugar.

Y es que el océano de información en internet resulta tan abrumador que no tenemos tiempo de detenernos en decidir de una manera racional y optamos por una vía más impulsiva y emocional. Vídeos, memes, banners o gifs son elementos muy provechosos para las organizaciones, ya que a través de ellos es más sencillo influir en las emociones de la gente y provocar una decisión direccionada, tanto en el consumo como en el voto. La figura de influencer ha tomado relevancia precisamente por este motivo: no apela a una argumentación respaldada en pruebas y evidencias –el entorno virtual no contempla tiempos extensos– sino que apela a una narrativa centrada en una figura de relevancia y en la afectividad. 

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