Cultura

La memoria de los libros

Como escribió Adolfo Bioy Casares, «el recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el libro en sí». La huella que nos deja la lectura a veces va mucho más allá de la trama, y se enlaza con nuestras experiencias vitales.

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26
enero
2024

Leer no significa solamente entender el contenido del libro: es una experiencia, un oasis en el que la vida se detiene por un instante y el tiempo se estira. Y es que, aunque leer no es un milagro ni el lector un ser superior de por sí,  la lectura amplía las dimensiones de la vida. No por los conocimientos o la cultura, sino por la memoria que acabamos conservando sobre nosotros mismos. Es probable que la mayoría recordemos ese libro que nos acompañó en los momentos duros de la pandemia, o el que íbamos leyendo en el bus cuando recibimos un mensaje importante.

Asociamos a determinadas personas de nuestra vida con personajes o con libros enteros y, años después, volvemos a encontrarnos con su recuerdo en la novela más inesperada, así sea solamente en una frase o en una subtrama. La literatura tiene el poder extraordinario y raro de la permanencia, no por las palabras que emplea, en ocasiones ni siquiera por sus historias: los libros permanecen en nosotros por un color concreto, por la descripción de una escena o por una sensación que nos dejaron en determinado instante. Pasan los años y pasan las lecturas, pero al oír un título el cuerpo recuerda un sentimiento, una frase, aun cuando hayamos olvidado por completo la trama. Como dijo el escritor argentino Adolfo Bioy Casares: «El recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el libro en sí».

La teoría de la literatura llamó a ese filtro particular que cada lector aplica a su lectura «estética de la recepción». Esta afirma que el texto literario solo encuentra su sentido cuando es leído, como si, de algún modo, algo se activara en él. El lector participa en la lectura y se pone casi al nivel del autor: somos lo que leemos y leemos como somos, por lo que los matices de la historia se vuelven casi infinitos con base en el bagaje (cultural, personal, emocional) que cada uno lleva consigo cuando emprende la lectura. En la experiencia lectora, no importan tanto el contexto o los propósitos iniciales del autor como las impresiones que se llevan los lectores al acceder al libro.

La teoría de la literatura llama «estética de la recepción» al filtro particular que cada lector aplica a su lectura

La estética de la recepción explica por qué un mismo libro puede llevar siglos teniendo admiradores y detractores sin que se llegue nunca a un acuerdo o, poniendo un ejemplo más cercano, por qué el libro que un amigo fue incapaz de terminar a nosotros nos parece que nos ha cambiado la vida. De ahí también el que un libro escrito con determinada intención por parte del autor acabe transformándose en otra cosa completamente diferente: por ejemplo, el caso de Lolita de Vladimir Nabokov, convertida en mito erótico cuando en la visión original del escritor la nínfula no era más que una víctima.

La muerte del autor, otra de las teorías literarias más famosas y que fue desarrollada, entre otros, por Roland Barthes, dice algo similar a la de la estética de la recepción: el texto, una vez que sale de las manos del autor, deja de pertenecerle y se entrega a los lectores. El libro (ya sea novela, poesía, cuento o ensayo) pasa a ser propiedad de cada uno de sus lectores, que le dará una u otra interpretación y lo sentirá de una u otra manera según sus experiencias vitales o el momento en el que decida leerlo. La memoria que nos deja la historia dependerá también de estas circunstancias, y quizás incluso se dé la circunstancia de que un libro que recordamos fantástico nos resulte pésimo en una relectura. ¿No es también una experiencia universal del lector eso de que un libro, según a la edad que se lea, puede parecernos completamente diferente?

En cualquier caso, y más allá de disquisiciones teóricas, habría que valorar la lectura de un libro mucho más allá del texto en sí y desde luego mucho más allá de las intenciones iniciales del autor al escribirlo. El sentarse a leer, ya sea en el metro, en el sofá o en la playa, es un hecho por sí mismo que va mucho más allá del volumen que tengamos entre las manos, que nos forma como personas y amplía la cámara de resonancia que es nuestra vida. Frente a la figura de los superlectores y los speed readers, que leen cientos de libros al año como si se tratase de una competencia, cabe preguntarnos si no es mejor leer menos pero sentirlo más.

 

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