Cultura

‘Trampa 22’, la guerra como principio y final

‘Catch-22’ (por su título en inglés) se publicó en un momento clave para la sociedad estadounidense, a medio camino entre el victorioso recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y la escabrosa Guerra de Vietnam.

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20
diciembre
2024

Una de las novelas antibelicistas que mayor huella dejó en su momento fue Catch-22 (Trampa 22, en castellano), el debut en el mundo de la literatura del escritor estadounidense Joseph Heller. Al inicio de los años 60, la huella patriótica de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial comenzaba a difuminarse. A la masacre de la guerra mundial, le siguieron la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam. La sociedad civil comenzó a resentirse por el casi continuo estado de guerra.

Sobre este hastío y en una defensa a ultranza del valor de la vida, aparece Trampa 22, con una trama ubicada en el frente europeo. Es fácil imaginar al lector norteamericano sentirse interpelado por un relato sobre un conflicto del que ya se conoce de antemano su final: los estadounidenses y sus aliados se alzaron victoriosos sobre las fuerzas del Eje. Pero la novela, protagonizada por el ficticio capitán John Yossarian, comienza a desviarse de cualquier atisbo patriótico.

El joven piloto, destinado a la pequeña isla italiana de Pianosa, comienza enfermo. En realidad, en su mente tiene muy clara una premisa: en la guerra, él y su avión son la presa, no el cazador. Así que Yossarian adquiere desde el principio una conciencia que va alzándose como una verdad absoluta según avanzan los capítulos de la novela: la misión del buen soldado es sobrevivir. Al principio, Yossarian intenta eludir su responsabilidad; sin embargo, debe soportar el mismo signo de la fortuna que Odiseo, el héroe homérico: su negativa a realizar misiones de vuelo fue considerada un signo de cordura, no de alteración de las facultades mentales.

«La trampa 22 ordenaba que todas las cartas censuradas llevaran el nombre del oficial censor. Yossarian no leía la mayoría. En las que no leía firmaba con su nombre. En las que leía firmaba como “Washington Irving”. Cuando comenzó a resultarle monótono adoptó el nombre de “Irving Washington”», sucede en los primeros compases de la novela.

«La trampa 22 ordenaba que todas las cartas censuradas llevaran el nombre del oficial censor»

Y es que Yossarian representa a un superviviente, un hombre que debe reprimir sus sentimientos de amor, vergüenza, odio y tristeza para intentar arribar al destino final: llegar sano y salvo a casa. Durante los seis fragmentos en los que se divide Trampa 22, Heller introduce las vicisitudes de la vida militar con suma ironía y sarcasmo, con un estilo compuesto por frases cortas y escenarios con poca descripción. Al mismo tiempo en que la novela se va nutriendo de personajes y la psicología, gestos luminosos y situaciones oscuras se prodigan, la violencia sin censura comienza a mostrarse al lector.

De alguna manera, la censura inicial de la correspondencia militar que los oficiales ejercían sobre los rangos inferiores constituye la estructura de la trama en sí misma. Durante los últimos capítulos, los personajes mueren de forma espantosa en batalla; el Ejército, como institución, encubre la desaparición de sus propios hombres, y la mentira y el sufrimiento se adueñan de la obra. Los propios soldados temen a sus oficiales: muchos de ellos están enajenados y no respetan a sus propios hombres.

«El enemigo es cualquiera que quiera matarte, esté en el lado que esté (…). Y más vale que no se te olvide, porque cuanto más tiempo lo recuerdes, más tiempo vivirás», afirma Yossarian en un momento de la novela, en la que invoca directamente al lector, introduciéndolo en la narración como un personaje más. Uno que sobrevive, aunque en su lectura tampoco saldrá indemne de la experiencia bélica.

Trampa 22 ha llegado a vender más de diez millones de ejemplares desde el comienzo de su andadura. Tuvo su adaptación cinematográfica y una secuela, Closing Time, publicada en 1994, cinco años antes de la muerte del autor. Con sus analepsis y sus regresos al tiempo presente de la narración, la exitosa obra de Heller sigue recordándonos una verdad que, quizás en nuestro hipnotismo de redes sociales y en la creencia de que nuestro modo actual de vida en sociedad será eterno bajo una suerte de ley natural inventada, hemos olvidado de forma ominosa. No deberíamos olvidar que cada uno de nosotros podemos convertirnos en un Yossarian, en un terrible Cathcart o en un trágico Snowden si mañana la desgracia de la guerra, con sus reclutamientos forzosos y su iniquidad, vuelve a cernirse sobre la deseada paz europea.

 

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