Cultura

«En Francia, la II Guerra Mundial está todavía muy presente y queremos saber qué pasó»

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20
octubre
2023

Todo empezó con una postal anónima. Llegó de forma inocua en el reparto del correo al buzón de la madre de Anne Berest (Francia, 1979), pero su contenido era poderosamente inquietante. Una foto de la Ópera Garnier y una lista con los nombres de los familiares muertos en los campos de concentración nazis. La postal se fue al fondo de un cajón, sin que se resolviese qué quería decir aquel macabro recordatorio. Berest se volvió a acordar de ella cuando su hija vivió un episodio de antisemitismo en la escuela. Decidió descubrir quién la había enviado y por qué. Su investigación –también un viaje personal para entender la propia herencia familiar– se ha convertido en una novela, La postal (Lumen, 2022). Conversamos con la autora que, al otro lado de la pantalla, nos explicó la génesis de una historia que está siendo uno de los grandes éxitos literarios recientes en Francia, con más de 150.000 ejemplares vendidos.


Imagino que enfrentarte a la historia de tu abuela y tu madre es un proceso complicado. ¿Cómo abordaste la investigación?

Fue difícil hacerla porque esta postal había sido enviada quince años antes. Fue complicado porque tenía muy pocos elementos. Así, tuve la idea de ver a un detective privado, que me ayudó en la investigación. Después, la persona que más me ha ayudado ha sido mi madre y por eso quería que fuese la heroína del libro, porque sin ella no hubiese podido escribirlo. Es ella quien ha hecho durante 25 años todas las búsquedas que me han permitido comprender esta historia.

¿Y por qué escoger la forma de una novela? Al ser una historia real, ¿da más libertad para escribir?

Yo soy novelista. La postal es mi sexta novela. Me gusta escribir novelas porque me gusta construir personajes, darles vida, piel, huesos, emociones, sentimientos. En un ensayo, hay menos apego a hacer vivir a los personajes. Entonces, quería escribir una novela, pero a menudo digo que es «un roman-vrai» [una novela verdadera], es decir, está escrito con el estilo de una novela, pero todos los hechos son reales y me he valido de la obra de historiadores y de archivos. He trabajado como una historiadora, aunque no lo soy.

Y en todo el tiempo de lectura la gente se entrega al juego de preguntarse qué es verdad y qué no…

Lo que he cambiado es el tiempo. En el libro, mi investigación dura cuatro meses. En la vida real, duró cuatro años. Pero si hubiese contado los cuatro años de investigación, hubiese sido muy aburrido para el lector. Por ejemplo, en un momento dado voy con mi madre a la aldea donde mi familia fue arrestada. Esta escena pasa en una única jornada y me encuentro a todo el vecindario. En la vida real, me encontré con toda esa gente, pero en múltiples reuniones en años diferentes. Cambio la relación con el tiempo para que el libro tenga suspense. Y te doy otro ejemplo: en el libro doy los nombres reales de las personas que se comportaron bien durante la guerra, todas esas personas que fueron héroes a su manera, pero, por el contrario, como no soy historiadora y no es un ensayo, me he dado el derecho a cambiar los de quienes se comportaron mal. No estoy ahí para juzgar quiénes han sido.

¿No te generó dudas éticas?

Fue mi ética, la de decir hoy que estas personas están muertas –por ejemplo, el alcalde que denunció a mi familia– y por sus nietos no tengo ganas de recordar al mundo que esa gente se comportó mal. Solo quería poner el foco sobre quienes fueron heroicos. Lo puedo hacer porque es una novela. En todo lo histórico tuve mucho cuidado. Trabajé con historiadores en todas las escenas históricas, las fechas o los hechos; han sido muy trabajados.

Siendo una novela, ¿es más fácil para ti el hecho de escribir sobre tu propio proceso de descubrimiento personal?

Me gusta escribir sobre mi familia, porque tengo la sensación de que cuando escribo sobre ella es como si estuviese en conexión con mis personajes, como si estuviese ligada a ellos. Cuando escribo sobre mi familia, siento que están conmigo, que me dicen cosas, como presencias o espíritus. Pero es necesario entender que para mí la idea no es solo escribir mi historia, la de mi familia. Es una manera de escribir sobre la gran historia. Contar un momento de la historia de Francia, y de Europa. Ir de lo singular a lo universal.

La historia es una parte importante de la novela, que nos recuerda lo que pasó en Europa hace menos de un siglo. Es un libro también para el presente, porque la conclusión al terminar la lectura es que el antisemitismo es una cosa del pasado, pero también una de actualidad.

En Francia, existe todavía mucho antisemitismo. Tenemos el deber de continuar transmitiendo la historia de la Shoah, porque si no va a ser olvidada. Hoy en día, en los institutos, hay jóvenes que no la conocen. Para nuestra generación, nuestro deber es seguir diciendo: «Esto es lo que fue». Los testigos víctimas de la Shoah, quienes volvieron de los campos de concentración, son hoy ancianos. Esa generación está desapareciendo y pronto no quedará nadie más que pueda decir «yo estuve allí». Nadie más podrá contar lo que vio. Por eso es importante que nuestra generación siga contando esta historia y ser los transmisores de los testimonios.

¿Piensas que el crecimiento de los partidos de extrema derecha en Europa hace todavía más necesario este trabajo de contarlo?

Sí, existe hoy en toda Europa un crecimiento de la extrema derecha, un crecimiento que en el fondo habla del miedo al otro, el miedo al que es diferente. Es necesario seguir combatiendo esos miedos. Pienso que los medios artísticos que tenemos –la literatura, el cine, el teatro– son maneras. A nuestro modo, los artistas podemos luchar contra el antisemitismo, el oscurantismo o el racismo, si tenemos éxito creando obras que toquen a la juventud y de las que las generaciones futuras aprenderán la historia empatizando con sus personajes.

«Los artistas podemos luchar contra el racismo, si tenemos éxito creando obras que toquen a la juventud y de las que aprenderán la Historia empatizando con sus personajes»

¿Qué podemos aprender de la recepción de esta novela en Francia, pero también en Europa? Porque está siendo muy popular.

En Francia, el éxito ha sido inesperado. Jamás habría imaginado que el libro iba a tener tanto éxito. Lo que he comprendido es que, para nosotros, en Francia, la cuestión de la II Guerra Mundial está todavía muy presente. Tenemos mucha curiosidad todavía sobre qué pasó durante la guerra. Queremos continuar comprendiéndola. Cada persona quiere saber con más detalle qué hacían sus padres, qué hacían sus abuelos; sea que la familia fuese judía o no, que se venga de una familia de resistentes o de colaboradores, o de una familia que simplemente hacía lo que podía para sobrevivir y alimentar a sus hijos. En el fondo, todos los franceses estamos conectados con la historia de la guerra. Lo que me ha impactado es hasta qué punto esta guerra está muy próxima a nosotros, hasta qué punto interesa todavía. Eso ha sido realmente una sorpresa.

En España, se habla todavía mucho de memoria histórica porque no se habló de una manera abierta durante mucho tiempo del tema. ¿Crees que ha habido un problema también en Francia? En Alemania se ha hablado mucho de qué se hizo, pero los franceses también hicieron cosas…

La guerra se termina en el 45. Hubo que esperar hasta 1995 –50 años más tarde– para que un presidente de la República dijese que el Estado francés había sido responsable de la deportación de los judíos de Francia. Para que hubiese un reconocimiento oficial por el Estado [fue Jacques Chirac, sobre la redada del Vélo d’Hiver].

Porque la deportación era también el sistema francés

El sistema francés, pero fueron necesarios 50 años para que un presidente francés lo reconociese. Y a pesar de todo, en las últimas elecciones presidenciales, en Francia, uno de los candidatos dijo que era falso, que los gendarmes franceses no habían arrestado judíos. Son todavía cuestiones debatidas hoy, con gente que sigue diciendo que no se es responsable, etc. Después de la guerra, hubo un silencio general. Nadie quería hablar de la guerra. Ese silencio de toda una generación que no quería ver qué había pasado, que quería mirar hacia adelante. Había que reconstruir el país y para hacerlo era necesario que la gente trabajase junta. Para trabajar juntos, era necesario no hablar de las cosas que enfadaban. Hubo todo un período de silencio y son las generaciones siguientes quienes pudieron empezar a decir «debemos hablar de lo que ha pasado». Pero eso lleva su tiempo.

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