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La perversa seducción de la propaganda

Bien con la oratoria, la fuerza, el soborno o la seducción, el poder ha tratado de influir en la comunidad y fue perfeccionando sus estrategias en lo que conocemos como propaganda, desde las más primitivas y embrionarias (las de los emperadores indios) hasta las más siniestras, como las del régimen nazi. 

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18
diciembre
2025

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Propaganda. Pocos términos están tan cargados de poder y deseo. Poder religioso, político o económico que trata de influir (deseo) en la voluntad de una comunidad determinada sobre algún aspecto concreto. Es persuasiva (su atuendo es convincente), dirigida (a un sector de la población), masiva y simplificada (funciona reduciendo al máximo el mensaje y haciéndolo comprensible).

Y se sustenta en el sustrato emocional o irracional porque «el ser humano, a pesar de lo que siempre nos han contado desde pequeños sobre nuestra racionalidad frente al mundo animal, es un ser que se mueve por sentimientos, por pasiones, y la carga emocional es determinante en su toma de decisiones», explica Armando Recio, profesor de Historia de la Comunicación Social, Historia de la Propaganda y de Comunicación Política y Propaganda de la Universidad Complutense. Por ello, habitualmente, «el mensaje propagandístico lógico o racional es mucho menos efectivo, lo cual no supone que no haya que entreverar los mensajes propagandísticos de algún elemento racional dentro del marasmo emocional para darle mayor consistencia».

Se distingue de la publicidad en que esta promueve el consumo o las ventas de bienes y servicios, mientras que la propaganda actúa en los ámbitos ideológico, político o religioso.

Descendiente del verbo latino propagare, acotado al ámbito de la agricultura, significa «propagar, extender, multiplicar». Su sentido actual data de 1622, cuando la Iglesia Católica, por mandato de Gregorio XV, creó la Sacra Congregatio de Propaganda Fide (Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, rebautizada como Congregación para la Evangelización de los Pueblos), primera organización creada y dedicada a hacer propaganda de manera sistemática. Su propósito: combatir la reforma protestante, cooptar a las iglesias cristianas orientales y expandir el catolicismo a las llamadas tierras de misión: América, África y, en parte, Asia.

Con la Sacra Congregatio de Propaganda Fide, de 1622, la Iglesia Católica combatió la reforma protestante

Campañas propagandísticas encontramos desde el siglo III a.C., en los treinta y tres Edictos de Ashoka, que llevan el nombre del emperador que los dictó y que se inscribieron en cuevas, pilares, muros y rocas de su dominio (gran parte del subcontinente indio, desde el actual Afganistán hasta el actual Bangladesh). Se trataba de preceptos morales, religiosos y sociales. Como arma de guerra, se empleó ya en la guerra entre Esparta y Atenas, en los siglos VI y V a.C., por ejemplo, extendiendo rumores que dañaban la reputación de Pericles.

Bolívar, a la altura de Napoleón

Algunas campañas propagandísticas resultaron muy exitosas. Las de las Cruzadas. O las desarrolladas en el marco de la Revolución Francesa. O los procesos de independencia y revolución en toda América. «Bolívar, por ejemplo, fue un propagandista tan efectivo como Julio César o Napoleón», apunta Pablo Sapag, profesor de Historia de la Propaganda de la Universidad Complutense.

Pero hay acuerdo en situar el apogeo de la propaganda en el siglo XX. Su despegue se produce en la Primera Guerra Mundial, «cuando se comienza a teorizar sobre sus efectos y el papel de los medios de comunicación de masas tras su actuación y la de los países implicados en la Gran Guerra. Fue a partir de ese conflicto cuando los gobiernos de las democracias liberales obviaron la utilización del término propaganda para emplear eufemismos con los que referirse a las mismas actividades que fueron perfeccionando durante el periodo de entreguerras, mientras los totalitarismos continuaban utilizando el término sin mayor problema», ahonda Recio.

Décadas después, los nazis alcanzaron un perverso perfeccionamiento de la misma, asentando las bases de la propaganda moderna. Basta recordar las escenas de El triunfo de la voluntad, dirigida por Riefenstahl, o analizar los once principios propagandísticos establecidos por Goebbels: simplificación, contagio, trasposición (acusar al otro de nuestros errores), exageración y desfiguración, vulgarización, orquestación, renovación (en las acusaciones), verosimilitud, silenciación (de los rasgos o actuaciones positivas del enemigo), transfusión (utilización de mitos y leyendas patrias que exacerben el sentimiento nacional frente al distinto) y unanimidad.

Goebbels estableció once principios propagandísticos

La Guerra Civil Española fue otro gran banco de pruebas, «no solo para las armas –especialmente la aviación–, sino también para la propaganda y, sobre todo, para la radio, que hasta el momento no había sido utilizada de manera tan evidente en ningún otro conflicto. Posteriormente, la Guerra Fría incorporará otro medio clave, la televisión, pero aplicando los modelos y reglas ya planteadas, aunque es un periodo en el que la propaganda lo inunda prácticamente todo», prosigue Recio.

Otro enorme éxito propagandístico, en el decir de Sapag, al margen de lo que está ocurriendo desde hace dos años, fueron las «campañas de propaganda que llevaron primero a la creación y luego a la normalización en Occidente de una construcción tan europea como el Estado de Israel, establecido en un territorio ajeno al lugar en el que nació y se desarrolló la ideología sionista en la que en parte se basa».

Ajena a la calificación moral

Con la irrupción de las redes sociales, la propaganda no ha hecho más que intensificarse, tanto por la rapidez en su transmisión como por su repercusión. «Además, cuentan con la ventaja de ser formatos audiovisuales, lo que facilita el alcance de la propaganda por la permeabilidad del ser humano a este tipo de mensajes, debido a su mayor capacidad para conmovernos», detalla Recio. «Su popularización ha obligado a los emisores de propaganda a idear estrategias narrativas que atraviesen todos los medios a su disposición, y a profundizar aún más en la segmentación de públicos y en la adaptación de los mensajes».

Ajena a cualquier calificación moral, en palabras de Sapag, ya que «todo ejercicio deliberado de influir en las opiniones y acciones de otros individuos o grupos supone violentar la voluntad de los mismos», solo puede medirse técnicamente: habrá sido efectiva si ha logrado sus objetivos. Y pese al imaginario común, no toda la propaganda se sostiene en mentiras o desinformaciones. En ocasiones, la mejor forma de persuadir es encaramándose a la verdad, por muy áspera que sea. «Por ejemplo, durante la Guerra Civil española, el bando del Gobierno del Frente Popular no ocultó la desunión, disparidad de objetivos y descoordinación entre los partidos, sindicatos y gobiernos autonómicos que lo apoyaban. Se trató de evidenciar esa realidad para lograr una reacción y corregir esos errores que estaban anulando las ventajas políticas y materiales iniciales frente al bando golpista», concluye Sapag.

De algo similar se sirvió Churchill para movilizar a los británicos apelando al célebre «sangre, sudor y lágrimas» como única receta posible para resistir e imponerse a los alemanes que bombardeaban sus ciudades. Un eslogan tan efectivo –pero mucho menos maquiavélico– como el que empleara años después su compatriota Margaret Thatcher, there is not alternative. Pero eso… es otra historia.

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