Las redes sociales han revolucionado la manera en que nos comunicamos, tanto en el ámbito personal como en el institucional o político. En el caso de los jóvenes, son el entorno en el que se informan y forman sus creencias. Esto tiene un lado negativo, pues al ser sus principales canales de información pueden promover la radicalización de posturas políticas y la propagación de estereotipos de género, ideas homófobas y racistas, como revelan algunos estudios demoscópicos realizados en los últimos años que analizamos a continuación.
La desconfianza en los medios tradicionales y las nuevas formas de socialización vinculadas a internet han construido una dependencia creciente de estas plataformas. Hoy son la influencia principal de adolescentes y jóvenes, y a ellos se dirigen muchos de los discursos emotivos y extremistas que llenan la red con hechos alternativos.
Cambio en las fuentes de información
En 2023, el 50% de los jóvenes españoles de entre 18 y 24 años decía desconfiar de las noticias de medios de comunicación. Esta creciente desconfianza les ha llevado a buscar información en otras fuentes, especialmente en las redes sociales.
También sabemos que, en España, el 60% de los adolescentes mayores de 14 años prefieren informarse a través de redes sociales, y el 72% lo hace mediante amigos o familiares. Nada de medios. Ni siquiera para seguirlos en redes: los periodistas y medios son el grupo de interés menos seguido por los usuarios en las redes sociales, con apenas un 15,6%, muy por debajo de familiares y amigos (47,8%), actores o comediantes (29,4%) e incluso influencers (22,6%).
Los algoritmos privilegian los contenidos polémicos y fáciles de viralizar
El cambio en las fuentes de información tiene implicaciones significativas. Las redes sociales, a diferencia de los medios tradicionales, no cuentan con mecanismos efectivos para verificar la veracidad de la información que se comparte. Además, como demostró la minuciosa investigación realizada por Jeff Horwitz, periodista de The Wall Street Journal, sus algoritmos privilegian el contenido no por su calidad, sino por su potencial de viralización, con lo cual la polémica, el grito y la emoción (lo que alimenta los hechos alternativos) ganan la partida a la construcción informativa que los medios intentan, de forma regulada, realizar.
Depender de ellas exclusivamente como fuente principal de información ha facilitado la propagación de ideologías extremistas y actitudes discriminatorias entre los jóvenes. Plataformas como X, YouTube, TikTok e Instagram permiten que influenciadores difundan mensajes que pueden cuestionar valores democráticos y promover estereotipos de género, homofobia y racismo. Los jóvenes de 18 a 29 años confían por igual en youtubers que en medios de comunicación tradicionales.
Efectos en el discurso colectivo
La propagación de estereotipos de género provenientes de las redes sociales quedó demostrada con la primera encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre percepciones de igualdad y estereotipos de género. Publicada en enero de 2024, reveló que el 44,1% de los hombres cree que la promoción de la igualdad ha llegado tan lejos que ahora se les discrimina a ellos. Este sentimiento es más pronunciado entre los jóvenes de 16 a 24 años, alcanzando el 51,8%.
Otras encuestas recientes apuntan a que la difusión de mensajes de odio, machismo y ultracapitalismo calan entre los adolescentes: solo el 35,1 % de los hombres de la generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) se consideraba feminista en 2024.
¿Por qué es preocupante?
La influencia de las redes sociales en la formación de creencias y actitudes entre los jóvenes tiene profundas implicaciones para la cohesión social y la salud democrática.
Las redes sociales no solo han transformado el acceso a la información, sino que moldean de manera profunda, como en el caso de los imaginarios machistas, las creencias políticas y sociales de los jóvenes.
Por ejemplo, que una cuarta parte de los menores de 35 años en España considere que un gobierno autoritario puede ser preferible a la democracia no es un dato menor ni una simple anécdota generacional: es la evidencia de que el modelo de conversación pública en el que se forman sus opiniones puede erosionar los principios democráticos desde su base. Las dinámicas descontroladas de difusión de desinformación y la deslegitimación sistemática de las instituciones que abunda en las redes sociales han creado un entorno en el que la democracia ya no es un valor incuestionable, sino una opción más entre otras.
Aun así, las grandes plataformas tecnológicas operan sin regulación efectiva y los medios han perdido la capacidad de interpelar a una generación que ya no confía en ellos.
¿Dónde está la salida?
El futuro democrático solo puede ser sostenible si la ciudadanía (jóvenes incluidos) se informa en lugares seguros y generados por profesionales de la información. Lugares saneados de la desinformación que campea libre en las redes sociales bajo la falsa idea de libertad de expresión. ¿Es posible convencer a los jóvenes de que les interesa incluir en su «dieta informativa» el trabajo de profesionales del periodismo?
Intentar luchar contra la desinformación en el mismo campo de batalla, es decir en las propias redes sociales, no está funcionando, y tampoco es un modelo rentable para los medios de comunicación tradicionales. La otra opción sería abandonar las redes y crear y fortalecer otras vías de acceso.
No es tan difícil. Cuando en 2020 Australia decidió que las redes sociales deberían pagar a los medios por su contenido, los medios australianos sufrieron algo así como el apagón algorítmico de Facebook, y no dejaron de existir. Al contrario, encontraron alternativas y descubrieron que hay vida más allá de las redes sociales.
Sistemas de suscripción a la calidad informativa, similares a los de Netflix o HBO, que los jóvenes sí conocen, podrían ser la alternativa. Pero para ello, hay que convencer a las generaciones que creen que están informados a cambio de nada, de que ni están informados, ni es a cambio de nada.
Santiago Giraldo Luque es profesor de Periodismo. Universidad Autónoma de Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona y Cristina Fernández Rovira es coordinadora del grado en Global Studies, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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