Objetivo democracia
El periodista Juan Fernández-Miranda compone el relato de los diecinueve meses que cambiaron la historia de España, los que transcurren entre el 20 de noviembre de 1975 y el 15 de junio de 1977.
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Franco ha muerto. España toma aliento. El mundo observa. A lo lejos, el futuro, un punto de luz al que hay que llegar arrastrando el peso de un pasado demasiadas veces fratricida. En el medio, aquí y ahora, una persona y una frase en el ambiente. La persona es don Juan Carlos de Borbón, treinta y ocho años. La frase es del dictador, cuyo cuerpo yace en la cama de un hospital público de Madrid que él mismo fundó: «Todo está atado y bien atado».
Lo demás son incógnitas. ¿Qué está atado? ¿El sistema político que ha regido en España durante los últimos treinta y seis años? Y en tal caso, ¿quién anuda ese lazo?, ¿cómo mantenerlo con el dictador muerto? Y, sobre todo, ¿para qué? Surgen las dudas, los temores. Pero hay algo más: esperanza. Una esperanza tupida por el aroma paralizante del miedo al pasado y a algo peor: a nosotros mismos. ¿Realmente estamos los españoles condenados a enfrentarnos? ¿Es el duelo a garrotazos de Goya una verdad esculpida en el mármol de la historia? ¿Es cierto, como escribió Machado, que una de las dos Españas ha de helarte el corazón? La realidad es que no: nada está escrito. Nada está decidido. Después de siglos de decadencia, y ochenta años después de que el Imperio español implosionara devolviéndonos a nuestra dimensión natural y de que nuestra intelectualidad le pusiera nombre —el Desastre del 98—, España tiene una oportunidad para ponerse a la altura de su entorno y a la altura de la historia: la libertad, los derechos humanos, Occidente. Es 20 de noviembre de 1975.
Don Juanito, el niño
Juan Carlos de Borbón y Borbón está casado y tiene tres hijos. Es el príncipe de España, un título creado para él. Nacido en Roma, hasta los once años vivió con sus padres en la capital de Italia —donde murió su abuelo, Alfonso XIII, último rey de España—, en Suiza y finalmente en Estoril (Portugal), a escasos doscientos kilómetros de la frontera con España. En contra de lo que puede parecer, su vida no ha sido fácil. No ha sido económica ni emocionalmente fácil. A esa temprana edad, su padre decidió enviarlo a España y poner su educación en manos de su mayor adversario: Francisco Franco. Esta decisión personal estaba cargada de sentido político: un padre que empieza a asumir en el exilio que la vuelta de la monarquía a España es más viable en la figura de su tercer hijo, primero varón, que en la suya.
La negociación entre el general que había ganado la guerra y el aspirante a recuperar el trono de España fue, primero, por correspondencia
Desde el final de la Guerra Civil (1936-1939), don Juan se ha enfrentado demasiado frontalmente a Franco para reclamarle la Jefatura del Estado, dar por finalizada la división entre españoles e instaurar una monarquía parlamentaria inspirada en el modelo británico. La negociación entre el general que había ganado la guerra y el aspirante a recuperar el trono de España fue, primero, por correspondencia y, después, a través de manifiestos públicos y entrevistas en la prensa. Era un diálogo sordo, porque Franco ponía como condición a don Juan que se identificara con el bando ganador de la Guerra Civil. El dictador se lo dejó claro en una carta fechada en 1942, tres años después del final de una contienda que había enfrentado a compatriotas por cuarta vez en cien años. La oferta envenenada estaba llena de sorna y de ese lenguaje diplomático a mitad de camino entre la elegancia y el cinismo:
«Es mi ilusión —escribió Franco— poder ofreceros con la jefatura total del pueblo y sus ejércitos el entronque con aquella monarquía totalitaria que vio dilatarse sus pueblos y sus mares. Y me permito rogaros meditéis estas palabras, os identifiquéis con la Falange Española Tradicionalista y de las JONS».
El pulso entre el jefe del Estado y el aspirante a serlo duró cuatro años y concluyó con don Juan cavando su propia tumba política al negarse a aceptar una monarquía azul y falangista: «Mi suprema ambición es ser rey de una España en la cual todos los españoles, definitivamente reconciliados, podrán vivir en común».
Fue en ese momento, en ese preciso instante, al renunciar don Juan de Borbón y Battenberg a una restauración monárquica de parte y totalitaria, cuando se puso la primera piedra para establecer un vínculo entre monarquía y democracia, un vínculo que buscaba resarcir el craso error cometido por Alfonso XIII cuando dos décadas atrás, en 1923, decidió saltarse la Constitución y entregar el poder a un militar. Ahí empezó el descrédito de la monarquía entre los monárquicos, que poco a poco empezaron a darle la espalda hasta que un 14 de abril de 1931 alguien proclamó la Segunda República desde un balcón de la Puerta del Sol tras unas elecciones municipales. Y nadie lo puso en duda. En el siglo XX europeo, la monarquía será democrática o no será, y don Juan lo sabía. Su modelo era el británico, la evolución, y no francés, la revolución. Monarquía y democracia.
Este texto es un fragmento de ‘Objetivo democracia’ (Espasa, 2024), de Juan Fernández-Miranda.
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