Natalia Ginzburg, la memoria y la fantasía
La escritora Natalia Ginzburg afirmó que «cuando somos felices, nuestra fantasía tiene más fuerza. Cuando somos infelices actúa más vivaz nuestra memoria». Sin embargo, gozo y dolor son inevitables en la vida humana, por lo que puede que el ser humano necesite tanto de los recuerdos como de los sueños para habitar la existencia.
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Hay un peso asociado a los recuerdos que tiende a convertir el pasado en una mochila que se lleva a cuestas y que lastra el paso, que nos vuelve más lentos. Sin embargo, el caminante alegre no suele volver la vista atrás, sino que tiene la mirada puesta en el destino que aún no conoce. «Cuando somos felices, nuestra fantasía tiene más fuerza. Cuando somos infelices actúa más vivaz nuestra memoria», escribe Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes.
A primera vista, parece que, por su asociación con la felicidad, habría una primacía de la fantasía sobre la memoria. Al fin y al cabo, el propio Spinoza aseguraba que tanto la alegría como la tristeza eran pasiones fundamentales, pero la alegría impulsaba el alma hacia una perfección mayor, mientras que la tristeza la disminuía.
En esa línea prosigue Ginzburg: «El sufrimiento hace que la fantasía se vuelva débil y perezosa; funciona, pero con desgana y languidez, con los movimientos débiles de los enfermos, con el cansancio y la cautela de los miembros doloridos y febriles; nos cuesta apartar la vista de nuestra vida y de nuestra alma, de la sed y de la inquietud que nos embarga».
Es la imposibilidad de despegar la mirada de la propia vida lo que ata la imaginación y la fantasía en una camisa de fuerza que le impiden ejercer su función: explorar lo alternativo; lo que no es, pero podría ser.
Es cierto que el sufrimiento tiene que ver, en parte, con la incapacidad, con el no ser, con el problema de nombrar la realidad y la experiencia acontecida.
La literatura del duelo refleja ese fenómeno que hace que el sufrimiento se convierta en un anulador de la propia persona, empezando por su capacidad para verbalizar el dolor y, por supuesto, para imaginar nada fuera de la propia perdida.
«Aprendes lo mucho que tiene que ver la pena con el lenguaje, con la incapacidad del lenguaje y con la necesidad del lenguaje», señala Chimamanda Ngozi Adichie en Sobre el duelo, el libro que escribió tras la muerte de su padre.
«El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra», describe también Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte.
Y no hay nada que haga más patente cómo el sufrimiento pone en marcha la memoria que el duelo. Los recuerdos del ser querido que se ha perdido inundan la experiencia del día a día y la fantasía solo es un aguijón indeseado que introduce en la imaginación la vida que pudo haber sido y no fue.
No hay nada que haga más patente cómo el sufrimiento pone en marcha la memoria que el duelo
Sin embargo, no todo es negativo en la experiencia de sufrimiento, ni es realmente cierto que la memoria anule toda capacidad del hombre. Al fin y al cabo, Dostoievski le atribuía al dolor la capacidad de aclarar el entendimiento: «El sufrimiento es la única causa de la conciencia».
Si tanto felicidad como sufrimiento son inevitables y necesarios en la vida humana, entonces quizá es que fantasía y memoria son también dos herramientas necesarias: una para saber quién se es y la otra para proyectar quién se podría ser.
«Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta», describía el psiquiatra Carl Gustav Jung. Por supuesto que la pena y la memoria inducida por la pena tiene trampas. En su Una pena en observación, un C.S. Lewis de luto por el fallecimiento de su mujer advierte: «La pena se presenta como novedad, pero falsa, es un bucle eterno».
Por eso, dice el autor, «si no dejo de escribir esta historia no habría razón para dejar de hacerlo nunca». En algún momento hay que salir del sufrimiento, orientarse a la acción y volver a abrir la puerta a la imaginación que permite moldear el futuro.
Sin embargo, la fantasía también puede enredar al soñador, tentarle con las mieles de un mundo que no existe hasta que pierde la conexión con el que sí existe y debe habitar. Si el bucle es la cara oscura de la memoria, la evasión es la de la fantasía.
El propio personaje de Peter Pan de J.M. Barry puede leerse como una encantadora evocación de la pureza y la inocencia de la infancia, pero es también una encarnación ambigua de la fantasía como huida.
El personaje de Peter Pan es una encarnación ambigua de la fantasía como huida
De hecho, a ligereza de la vida de Peter Pan lleva al olvido, a la perdida de los recuerdos, condena a la bruma los rostros una vez conocidos y desaprende el camino de vuelta a casa. No hay sufrimiento porque se ha preferido no recordar antes que pasar el duelo, volar alto antes que vincularse. Vive en una eterna repetición alegre, pero hueca.
Y ahí es donde entra en juego el papel de la memoria. El escritor de fantasía Michael Ende defendió siempre el género como una manera de acercarse a la realidad, no de evadirse de ella. Y como bien subraya en La historia interminable: «sin memoria, ¿cómo vas a encontrar el regreso al lugar de donde viniste?».
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