Sociedad

Margarita Landi, la reportera de pipa y revólver

Pocas periodistas se han hecho tan famosas como Margarita Landi. Rozando la categoría de mito, sus más de cuarenta años dedicados al periodismo de sucesos, y su salto posterior a la televisión, unido a su estética cinematográfica y un carácter vivaz e irónico, hicieron de ella un personaje a la altura de los detectives de novelas más reputados.

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20
diciembre
2024

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«Todo el mundo puede matar, con o sin motivo; el ser humano puede cometer las mayores atrocidades y me interesa saber el porqué, el cómo, el cuándo, el dónde y el con quién, porque esto es muy variado, no hay dos historias iguales», escribió Margarita Landi en sus Memorias. Ahora, veinte años después de su muerte, una biografía, La rubia del velo y la pistola (Alianza), vuelve a situarla de actualidad.

En realidad, el apellido de origen italiano Landi es el tercero de nuestra protagonista, Encarnación Margarita Isabel Verdugo Díez (Madrid, 1918-Albandi, Asturias, 2004). El paterno, Verdugo, hubiera sido mucho más propicio para su vocación, pero las desavenencias con el padre, primero, y el tipo de artículos que escribió durante sus primeros años, después, le llevaron a descartarlo. Landi resultaba mucho más evocador y elegante.

De los 17 hermanos que tuvo, solo sobrevivieron tres, siendo ella la menor. Su padre se fugó con la criada, abandonando a la familia. Con ocho años, Margarita queda huérfana de madre, lo que la obliga a trasladarse con su padre y su madrastra, con la que compartió un detestarse mutuo y correcto. Finalmente, un tío suyo, periodista, la matricula en un colegio de monjas francesas, para que estudie enfermería.

Cuando estalla la Guerra Civil, es declarada sospechosa por la alta educación que recibía, y termina en una checa, de la que se libra a cambio de asistir a heridos y enfermos en el hotel Ritz, a la sazón convertido en un improvisado hospital de campaña durante los bombardeos a Madrid. Un poco antes, cuentan en su biografía que atendió al líder anarquista Buenaventura Durruti, después de haber recibido el fatídico disparo en la Ciudad Universitaria. A quien sí pudo salvarle la vida fue a su madrastra, que quedó presa entre escombros durante uno de los bombardeos de Madrid.

En ese tiempo conoció a Ángel Torres Tortajada, un soldado republicano con el que se casó por lo civil. Vuelven a hacerlo por la iglesia, una vez que termina la guerra, para mantener la unión y cierta tranquilidad, pero la Ley de responsabilidades políticas, aprobada en 1969, le depara a ella la suspensión de su título de enfermera y la inhabilitación durante quince años.

En apenas una década tiene un hijo, pierde otro y su marido muere de tuberculosis. Margarita se queda viuda y con un niño de cuatro años. Ella tiene 28. Vuelve a pedir ayuda a su tío, quien le escribe varias cartas de recomendación, que le permiten entrar a trabajar en Gran Mundo, escribiendo crucigramas. Es en este momento cuando decide cambiarse el apellido. No tardó en pasar a Ventanal y Moda de España, donde comienza a escribir crónicas de sociedad: fiestas, cumpleaños de alta alcurnia, cacerías, puestas de largo… Landi se hace su hueco entre la aristocracia, el rancio abolengo y la siempre advenediza burguesía.

Viuda a los 28 años, Landi se hace su hueco entre la aristocracia, el rancio abolengo y la burguesía

Un robo, el que sufre la marquesa de Manzanero, será crucial en su vida profesional. Aún no lo sabe. Acude como reportera a hablar con la Brigada de Investigación Criminal (entonces ubicada en la madrileña calle del Correo, 2). Allí consigue entrevistarse con el comisario jefe, Eugenio Benito Poveda, con quien traba una camaradería inmediata. Gracias a los detalles que le comparte, Landi «resuelve el caso» con un estilo incisivo, crítico. Tuvo tanto eco que, poco tiempo después, Eugenio Suárez, fundador de El caso, le ofrece un contrato. La cabecera llevaba apenas un año en los quioscos, y ya había recibido el apodo de «el diario de las porteras», porque nadie afirmaba en público comprarlo, mucho menos, leerlo, pese a su tirada inicial, de once mil ejemplares y medio, que después sobrepasaría los doscientos mil. Costaba dos pesetas.

Landi acepta con la condición de que se le permita seguir escribiendo en La moda en España, así que durante dos años firma tan pronto crónicas de partidos de polo como trifulcas de prostitutas, estafadores y trúhanes. Las jornadas casi se solapan, así que no es inusual verla llegar a comisaria vestida de tiros largos.

Finalmente, Landi se decanta por los bajos fondos. Confesó que la alta alcurnia le aburría, «las tramas siempre son las mismas», aseguró. El crimen es mucho más trepidante. Para entonces ya es todo un personaje. Dispone de un alias, «subinspector Pedrito» (que con el tiempo ascendería a inspector), la avisan de inmediato cuando hay detenciones suculentas, incluso van a buscarla a su domicilio (por lo que tiene que dar alguna explicación al sereno, mosca de tanto ir y venir de la policía). Fuma en pipa (también puros), usa velo para asistir a los funerales y enterramientos y pegar la hebra o afinar el oído, y guarda en su bolso un pequeño revólver, regalo de Poveda, junto a una cámara de fotos. Viste pantalón o vestidos de diseño, y conduce un flamante coche, que no es, como asegura la leyenda, ni rojo ni descapotable, sino un bellísimo Volkswagen Karmann Ghia, gris, con el que recorría alrededor de setenta mil kilómetros anuales en busca de las crónicas macabras, truculentas e infames con las que se hizo famoso El caso. Por cierto, según ella misma contó, el revólver solo lo uso en una ocasión, para intimidar a un tipo que trató de sobrepasarse.

Fuma en pipa, usa velo para asistir a los funerales y enterramientos y guarda en su bolso un pequeño revólver junto a una cámara de fotos

Mientras se dedicaba a esclarecer las miserias humanas, se diplomó en criminología. Estuvo 27 años en una de las cabeceras más longevas de España, también una de las más secuestradas y censuradas, pese a que el director era falangista.

En 1987 la ficha Interviú. Allí escribe las crónicas del crimen de Puerto Urraco, cuyo recuerdo sigue estremeciendo a día de hoy, pero pronto pasa a la televisión, donde se hace colaboradora habitual de programas como La palmera, Código uno o Así son las cosas. Tuvo su propio espacio, en Telemadrid, Mis crímenes favoritos. Se retiró definitivamente en 2002, aquejada por problemas de demencias, a Gijón, junto a su hijo, donde falleció en 2004.

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