Sociedad

¿Por qué nos fascinan los documentales de crímenes?

Todo crimen es fascinante por varias razones, y la principal (y más importante) es que cualquier ser humano cuenta con rincones oscuros y es intencionalmente criminal.

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28
diciembre
2021
Fotograma de ‘Los hijos de Sam’. Fuente: Netflix.

El crimen parece ejercer una especial fascinación entre el público, tanto español como de otros países. Pero esto no es nada nuevo, viene de tiempos muy antiguos. Un vetusto ejemplo de este interés es el semanario El Caso, publicado de 1952 a 1997 con mucho éxito. Fue el principal semanario de sucesos de la España de posguerra que alcanzó una tirada de hasta 100.000 ejemplares. Su gran difusión la demuestra el hecho de que fuera conocido informalmente como el «periódico de las porteras». El crimen de Jarabo, perpetrado en 1958, en el que se asesinaron a cuatro personas en una vivienda del madrileño barrio de Ibiza y en una casa de empeños, tuvo una enorme exposición mediática que sirvió para impulsar las ventas del semanario. 

Por otra parte, una novela española que trató el crimen y la brutalidad de modo exquisito –literariamente hablando– y gozó de gran éxito de crítica y ventas fue La familia de Pascual Duarte (1942), obra que sirvió para fundar el llamado tremendismo literario. Este entronca con la tradición de la picaresca, en la que sujetos marginales y pobres protagonizan relatos que encandilan al público. En el caso del cine, la picaresca sirvió también de base al realismo social y al célebre cine quinqui, que todavía hoy cuenta con multitud de adeptos, al tiempo que parece reverdecer gracias al surgimiento de una literatura, cine y música que podríamos etiquetar como neoquinqui. Hablamos de toda una serie estilos y géneros que dan especial preponderancia al realismo, muchos de tales productos culturales contando con un valor documental más que estético en muchos casos.

Tratar de entender un acto criminal nos sirve a modo de espectáculo que nos sintoniza con nuestros deseos más prohibidos

Todo crimen es fascinante por varias razones, y la principal y más importante es que todo ser humano cuenta con rincones oscuros y es intencionalmente criminal —ya sea a nivel consciente o subconsciente—, lo que significa que todos estamos conformados por pulsiones agresivas, egoístas y crueles que la mayoría reprime dadas las consecuencias y sanciones a afrontar, tanto externas (imperio de la ley), como internas (aprensión, remordimientos, culpa).

El hecho de observar o tratar de entender un acto criminal nos sirve a modo de espectáculo que nos sintoniza con nuestros propios deseos más íntimos y prohibidos, al tiempo que sirve de catarsis, al purificar dichos deseos por vía de la contemplación, del mismo modo que el espectador de teatro de la Antigüedad griega purificaba sus sentimientos observando los hechos trágicos de héroes como Edipo o Antígona. La contemplación del delito sería, de este modo, una manera de acercarnos a aquello que desearíamos íntimamente pero que no nos atrevemos a materializar. 

El crimen llamativo es parte de la historia, por quebrar la cotidianidad y aportar hitos que muestran el recorrido colectivo

En el caso español, el interés por lo criminal perdió cierto fuelle en el periodo intersecular y degeneró en sensacionalismo a manos de la primera telerrealidad nacional de la mano de los crímenes de Alcàsser y programas como Quién sabe dónde. En el caso de Estados Unidos, en cambio, el llamado True Crime tuvo una gran difusión por vía de libros y documentales. Dada la nueva globalización en la que importamos muchas de las estéticas y gustos anglosajones, y con la difusión de plataformas como Netflix o HBO, que se asientan no solo en España sino en muchos otros países, estos productos están recobrando gran relevancia social otra vez en el marco de un modelo de producción audiovisual mucho más cuidado: la serie documental adecuadamente financiada.

Otra de las razones que nos impulsan a interesarnos por el mal, habríamos de decir, es la pura curiosidad, ya sea esta intelectual o una mera «curiosidad de portera». Esta última estaría más cercana al chismorreo, siendo este, por su parte, fruto generalizado del aburrimiento. A su vez, las conductas criminales, al distinguirse por su carácter transgresor, resultan escandalosas y crean «sensación» al contravenir las normas sociales. Esta excepcionalidad del crimen lo singulariza y distingue de otros eventos cotidianos.

De este modo, el flagrante delito tiene afinidad con el milagro. Si el milagro destruye el orden natural, el delito hace lo suyo con el devenir cultural; un devenir que confundimos a menudo con la ley natural, esa normalidad artificialmente instaurada por el ser humano. De este modo, el crimen, de alguna manera, representa la interrupción de un orden considerado natural, en una disrupción que no puede sino llamar la atención del público. Del mismo modo que una pandemia como la provocada por la covid ha supuesto una total disrupción del discurso o relato cotidiano que nos veníamos contando como sociedad, el crimen ejerce una fascinación similar al resquebrajar el discurso programado que nos autoimponemos a nivel comunitario con la intención de dotar de sentido a nuestras vidas. El crimen llamativo es parte de la historia con mayúsculas, por quebrar la cotidianidad y aportar hitos que por vía de lo anómalo operan a modo de registros o peldaños que muestran el recorrido de nuestro camino colectivo.

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