Sociedad

Filosofía del cuidado

Boris Groys disecciona en ‘Filosofía del cuidado’ (Caja Negra) el papel de los cuidados en las formas de vivir (y sobrevivir) en sociedad.

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09
junio
2022

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En las sociedades contemporáneas, la forma de trabajo más extendida es el cuidado. Nuestra civilización considera la protección de las vidas humanas como su objetivo primordial. Foucault tenía razón cuando caracterizaba los Estados modernos como biopolíticos. Su función principal es velar por el bienestar físico de sus poblaciones. En este sentido, la medicina ha ocupado el lugar de la religión y el hospital ha reemplazado a la Iglesia. El cuerpo antes que el alma es el objeto privilegiado de los cuidados médicos: «La salud sustituye a la salvación». Los médicos asumieron el papel de sacerdotes porque se supone que ellos conocen nuestros cuerpos mejor que nosotros mismos –de la misma manera en que los sacerdotes afirmaban conocer nuestras almas mejor que nosotros mismos–. Sin embargo, el cuidado de los cuerpos humanos va mucho más allá de la medicina en el sentido estricto del término. Las instituciones estatales no solo cuidan de nuestros cuerpos en cuanto tales, sino también de la vivienda, la comida y otros aspectos que resultan importantes para mantener sanos nuestros cuerpos. Por ejemplo, los sistemas de transporte público y privado cuidan de los cuerpos de los pasajeros para que estos lleguen ilesos a sus destinos, mientras que la industria ecológica cuida del medioambiente a fin de hacerlo más apto para la salud humana.

La religión cuidaba no solo de la vida del alma en este mundo, sino también de su destino luego de que ella hubiera abandonado su respectivo cuerpo. Lo mismo puede decirse de las instituciones del cuidado contemporáneas y secularizadas. Nuestra cultura está permanentemente fabricando extensiones de nuestros cuerpos materiales: fotografías, documentos, videos, copias de nuestras cartas y correos electrónicos, entre otros artefactos. Y nosotros participamos de este proceso fabricando libros, obras de arte, películas, sitios web y cuentas de Instagram. Todos estos objetos y documentos son conservados durante un tiempo luego de nuestra muerte. Eso significa que, en lugar de asegurar una supervivencia para nuestras almas, nuestras instituciones del cuidado están garantizando la supervivencia material de nuestros cuerpos.

Cuidamos de los cementerios, los museos, las librerías, los archivos históricos, los monumentos públicos y los lugares de importancia histórica. Preservamos la identidad cultural, la memoria histórica y los espacios urbanos, así como los modos de vida tradicionales. Todo individuo está incluido en este sistema del cuidado ampliado. Nuestros cuerpos ampliados pueden ser denominados «cuerpos simbólicos». Son simbólicos no porque sean de alguna manera inmateriales, sino porque nos permiten inscribir nuestros cuerpos físicos en el sistema del cuidado. En un sentido similar, la Iglesia no podía cuidar de un alma individual antes de que su cuerpo fuera bautizado y recibiera un nombre.

El cuidado de los cuerpos humanos va mucho más allá de la medicina en el sentido estricto del término

La protección de nuestros cuerpos vivos está mediada, en efecto, por nuestros cuerpos simbólicos. Así, cuando vamos al médico tenemos que presentar un pasaporte u otros documentos de identidad. Estos documentos trazan el perfil de nuestros cuerpos y su historia: hombre o mujer, lugar y fecha de nacimiento, color de cabello y ojos, fotografías biométricas. Además, debemos indicar nuestro domicilio postal, número de teléfono y dirección de correo electrónico. También debemos presentar nuestra credencial de seguro médico, o bien pagar la consulta de manera privada. Esto presupone que podemos probar que poseemos una cuenta bancaria, una profesión y un lugar de trabajo, o al menos una pensión o algún otro beneficio social pertinente. No es casual que, cuando vamos al médico, este empiece por solicitarnos que llenemos una enorme cantidad de distintos formularios, incluyendo una historia de nuestras enfermedades previas, y que firmemos nuestro consentimiento en cuanto a la eventual divulgación de nuestros datos privados y a la exención de responsabilidades del médico por todas las consecuencias de nuestro tratamiento. El médico examina toda esta documentación antes de examinar nuestro cuerpo. En muchos casos, ni siquiera examinan nuestros cuerpos físicos –el examen de los documentos parece ser suficiente–. Ello demuestra que el cuidado y la salud de nuestros cuerpos físicos están integrados en un sistema mucho más grande de vigilancia y cuidado que controla nuestros cuerpos simbólicos. Y uno sospecha que este sistema está menos interesado en nuestra salud y subsistencia individual que en la fluidez de su propio funcionamiento. De hecho, la muerte de un individuo no cambia mucho en su cuerpo simbólico –solo da paso a la emisión del correspondiente certificado de defunción y otros documentos relativos a los trámites del funeral, el lugar donde será colocada la tumba, el diseño del ataúd o la urna y otras gestiones de ese tipo–. Se necesitan solo unos ligeros cambios en nuestros cuerpos simbólicos para que estos se transformen en cadáveres simbólicos.

Parece que el sistema del cuidado nos cosifica como pacientes, nos convierte en cadáveres vivientes y nos trata como animales enfermos y no como seres humanos autónomos. Sin embargo, afortunada o desafortunadamente, esta impresión se halla lejos de la verdad. De hecho, el sistema médico no nos cosifica, sino que más bien nos subjetiviza. En primer lugar, este sistema empieza a preocuparse por un cuerpo individual solo si el paciente recurre a este sistema porque él o ella se siente mal, indispuesto, enfermo. La primera pregunta que a uno le hacen cuando va al médico es: «¿Qué puedo hacer por usted?». En otras palabras, la medicina se concibe a sí misma como un servicio y trata al paciente como a un cliente. Los pacientes tienen que decidir no solo si están enfermos o no, sino también qué partes de su cuerpo están enfermas, dado que la medicina está altamente especializada y es el paciente quien tiene que tomar la decisión inicial en cuanto a la institución médica y el tipo de doctor adecuados. Los pacientes son los cuidadores primarios de sus cuerpos. El sistema médico del cuidado es secundario. El cuidado de sí antecede al cuidado.

La elección de un tratamiento médico en particular por parte del paciente supone un acto de fe irracional

Buscamos una salvación en la medicina solo cuando nos sentimos enfermos, pero no cuando nos sentimos bien. Y si no tenemos ningún conocimiento médico específico, entonces tenemos apenas una comprensión vaga de cómo funciona nuestro cuerpo. En efecto, no tenemos ninguna capacidad innata para establecer internamente, por medio de la autocontemplación, la diferencia entre estar sano y estar enfermo. Podemos sentirnos mal cuando en realidad estamos bastante bien, y podemos sentirnos bien a pesar de estar terminalmente enfermos. El conocimiento acerca de nuestros cuerpos proviene de afuera. Nuestras enfermedades también provienen de afuera –en cuanto predeterminadas genéticamente o causadas por infecciones, alimentos en mal estado o el clima–. Todas las recomendaciones acerca de cómo mejorar el funcionamiento de nuestros cuerpos y volverlos más saludables también provienen de afuera (ya sea el deporte o cualquiera de las formas posibles de terapia alternativa o dieta). En otras palabras, cuidar de nuestro propio cuerpo físico significa, para nosotros, cuidar de algo acerca de lo cual no sabemos casi nada.

Como sucede con todo en nuestro mundo, el sistema médico no es en verdad un sistema, sino un ámbito de competencia. Cuando uno se pone al tanto del tratamiento médico que es bueno para su salud, descubre rápidamente que las autoridades médicas se contradicen unas a otras en todas las cuestiones fundamentales. Las recomendaciones médicas que uno recibe son la mayoría de las veces contradictorias. Al mismo tiempo, todas estas recomendaciones parecen muy profesionales, de manera que es difícil elegir un tratamiento sin poseer ningún conocimiento médico específico y la correspondiente formación profesional. Sin embargo, la obligación del paciente de dar su consentimiento a un tratamiento determinado –tomando en consideración y aceptando todas las eventuales consecuencias negativas de este tratamiento, incluso la muerte– pone de manifiesto la seriedad de la elección. Esto implica que, si bien la medicina se presenta a sí misma como una ciencia, la elección de un tratamiento médico en particular por parte del paciente supone un acto de fe irracional. Este acto de fe es irracional en la medida en que la base del conocimiento médico es el estudio de los cadáveres. Uno no puede realmente investigar la estructura interna y los mecanismos del cuerpo vivo. Para que verdaderamente se lo conozca, el cuerpo debe morir. O al menos se lo debería anestesiar. Por lo tanto, yo no puedo conocer mi cuerpo, ya que no puedo estudiarme a mí mismo como un cadáver. Y no puedo al mismo tiempo anestesiarme y operarme a mí mismo.


Esto es un fragmento del libro ‘Filosofía del cuidado‘ (Caja Negra), por Boris Groys.

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