ENTREVISTAS

«En España no hay conciencia de la necesidad de la cultura»

Ángeles González-Sinde, ex ministra de Cultura, guionista, novelista y directora de cine, nos recibe en una cafetería de la estación de Atocha, 30 minutos antes de que salga su tren.

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03
noviembre
2015

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Es guionista, novelista y directora de cine. Fue presidenta de la Academia de Cine y ministra de Cultura.  Ángeles Gónzalez-Sinde nos recibe apenas 30 minutos antes de tomar un tren, pero parecen más. Controla el tiempo y el escenario -que en este caso no es más que una cafetería en la estación de Atocha-. Para empezar, ofrece cambiarse de sitio para que la fotógrafa no tenga problemas de contraluz, se pone unos collares largos y con parsimonia responde sin problemas a cada una de las preguntas. Habla reposado, con un tono de voz bajo, sopesando sus respuestas. Solo interrumpe la charla una vez para protestar, muy discretamente, por lo elevada voz del vecino de mesa. 

¿Quién es hoy Ángeles Gónzalez-Sinde?

Uf, esa es una de las preguntas más difíciles para una persona. A veces, no quiero ser pedante, uno se pasa toda la vida no ya intentado descubrirlo, pero sí acertar. En este tipo de cuestiones creo que lo mejor es dejarse llevar por intuición y dejar que fluya tu inconsciente. A mí, lo primero que me viene a la cabeza es la parte de madre, la definición de la circunstancia familiar. Es algo que me define mucho. Y sí, soy una persona que es madre y que le gusta escribir. En la parte profesional estoy escribiendo novelas, cuentos infantiles y también guiones. Ahora estoy con uno con Daniela Ferjerman. Es una historia sobre madres e hijas, sobre las cosas que pasan cuando las madres envejecen y las hijas entran en la crisis de los 40.

Hablando de mujeres, en un artículo reciente decías que las mujeres tenemos ahora un lío con nuestra identidad.

Es verdad y creo que la situación ha empeorado en las últimas décadas. Por un lado, se ha avanzado desde que se van asumiendo los movimientos feministas y avanza la igualdad y las políticas de género. Pero al tiempo, cada vez aparecen otras formas de sumisión en las que noto una involución, como en la maternidad o en la apariencia física. Digamos que la feminidad se ha estereotipado mucho más, los comportamientos amorosos, sexuales, las expectativas… Lo ves en las generaciones de las niñas que vienen. Ves cómo sienten la presión por la delgadez, por acomodarse a un aspecto físico, el consumo de ropa, la importancia de la imagen para los hombres, según unos cánones muy acotados. Son cosas que han existido siempre, pero ahora diría que sufren esa presión desde una edad más temprana.

Sí, pero al tiempo, esas generaciones también hablan de valores como el ecologismo, transparencia, se impregnaron del 15M…

Sí, pero ahí entramos en las contradicciones. Tú puedes ser una profesional solvente, una economista brillante y con mucha responsabilidad, pero cuando sales de ese ámbito estás muy preocupada por la flacidez o por si funciona un tratamiento contra las arrugas. Complacer a los demás sigue siendo prioritario. A veces cuesta distinguir si hay cosas que haces porque lo deseas o por ajustarte a un canon. A pesar de lo mucho que hemos avanzado, creo que nuestras madres estaban sometidas a menos presión. Por ejemplo, podían envejecer. Ahora es obligatorio parecer joven siempre.

¿Y cómo estarías tú en coherencia?

‘Regulín’. Porque todas las mañanas ante el armario surge el dilema y cómo vestirse se convierte casi en algo moral y político: qué apariencia debo dar, debo ir cómoda o acomodarme a las convenciones… Es algo de lo que antes pasaba. Sólo tomé conciencia de que la indumentaria es un lenguaje cuando empecé a ocupar cargos públicos. En ese sentido, antes era una persona bastante más libre.

Te confiesas de izquierdas y dices que uno de los rasgos de la izquierda es la autocrítica. Autocritícate.

Bueno, yo es que creo que esto de la autocrítica se nos pide siempre a los mismos: a las mujeres, a la gente del cine, a los que somos del Psoe o de izquierdas. Y sí, está bien la autocrítica, pero si es generalizada. Porque una cosa es ser autocrítica y otra es eso tan español de pedirle a alguien que se inmole, se humille y se rebaje. Y ocurre mucho en política, donde no se permite la fragilidad y parece que siempre tienes que hacer una exhibición de fuerza, de capacidad, una actitud totalmente contraria a la de escuchar. Se pide al otro que se critique, pero no para crecer y pensar juntos en cómo mejorar, sino para machacar, y a mí ya me lo han hecho bastante. A ese tipo de autocrítica no le veo ninguna utilidad: no lo voy a servir en bandeja. También es importante protegerse.

¿Cómo está de salud la izquierda?

La izquierda está muy viva, muy activa, con mucho debate e interés por parte de los ciudadanos. Creo que está en un momento buenísimo. Aunque haya divisiones, escisiones y preguntas sobre qué va a hacer IU, Podemos, el Psoe… Si lo que más conviene son las alianzas entre ellos, si irán juntos… Hace décadas que no vivíamos un momento tan bueno.

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¿Ha cambiado la percepción de la política con personajes como Ada Colau o Manuela Carmena?

Quisiera creer que sí, quisiera que se haya comprendido que la política es de todos, que es un derecho ciudadano, pero también un deber. Me gustaría pensar que eso ha ocurrido y que ha servido para que los ciudadanos quieran tomar la iniciativa y participar en política, que sepan que las instituciones son de todos. Es importante que se vaya deshaciendo esa creencia tan atávica española que considera que el poder es solo de unos pocos. ¡Los políticos no vienen de Marte! Nacen aquí, en nuestros mismos barrios, van a los mismos colegios, luego empiezan a militar y quizás con el tiempo dejan un empleo para dedicarse por completo a la política, pero no son distintos al resto.

Tú fuiste política. Y dices que serlo te transformó la forma de ser persona.

Sí. Eso me lo advirtió Beatriz Corredor [ministra de Vivienda en 2008] en el primer Consejo de ministros. Me dijo que me preparase, que me metía en una experiencia muy intensa y no comparable a ninguna otra responsabilidad que uno haya podido tener en su vida personal o profesional. Y sí, las situaciones, la dedicación, la estructura jerárquica, cómo se transforma la mirada de los otros sobre ti desde que eres nombrado ministro, todo, todo lo que conlleva el cargo te cambia. Aprendes de diversidad de personas, de situaciones, de historias, de tu propio país. Y eso te transforma la idea que tienes de la política, de la realidad y sobre todo de ti mismo. Porque como persona tienes que desarrollar fortalezas y enfrentarte a tus límites y debilidades de una manera pública; estás siempre expuesto, pero al tiempo hay que hacerlo de una forma muy reservada; porque en política estás muy solo.

¿Volverías?

No. La política es apasionante; es precioso tener esa posibilidad de incidir, de transformar, de participar, de trabajar con otros, que era algo que siempre me gustó; ten en cuenta que yo venía de ser escritora, guionista, un trabajo muy solitario en el que pasas horas y horas con la única compañía de tu ordenador. Trabajar en algo colectivo para tus conciudadanos te llena de energía. Y eso es lo que hace que la política se haga adictiva. Ves a algunos políticos veteranos y te preguntas: ¿pero por qué no se retira, si le han derrotado tantas veces? Y sigue y sigue. Yo lo entiendo porque es muy apasionante. Te mantiene muy vivo. La política es presente. Todo es hoy, y es natural, pero también eso es un handicap, porque se tiende al cortoplacismo. Yo no soy una persona que pueda contentarse con dedicarse solo a la política, aunque la política me haya interesado desde pequeña, por educación, desde mi casa. Creo que todos tenemos la responsabilidad de contribuir: la sociedad es de todos y juntos la podemos modificar. Lo tengo muy claro. Pero así y todo, no me es suficiente para repetir. Mi lado creativo prima.

¿Qué es la cultura?

La cultura es un diccionario, una forma de leer el mundo e interpretarlo. Es una manera de digerir lo que no entendemos y resolver los conflictos, de poder superar los obstáculos y encontrar soluciones nuevas.

¿Y cómo estamos de cultura en España?

Tenemos una cultura muy rica, una cantidad enorme de creadores. Además las nuevas generaciones son cada vez más potentes, más numerosas y más capacitadas, en música, pintura, ilustración, danza, en cualquier disciplina. Lo que a veces no tenemos es un papel en la sociedad: no hay conciencia de la necesidad de la cultura. Y eso hace que se den periodos buenos en los que hay avances y luego vengan otros en los que se pierde lo conquistado. La cultura no ocupa un lugar en el imaginario colectivo.

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¿Y cómo vive la cultura con la industria?

Desde Fidias en Atenas a Miguel Ángel, Velázquez o Goya hasta que se inventan los derechos de autor en el XIX y se empieza a encontrar la manera para que la obra genere un valor, el arte y la creación dependían del mercado o de un mecenas. El Greco tenía un taller y vendía a sus clientes por encargo. Hoy en día, como todos los aspectos están mucho más industrializados, esa convivencia es muy tensa. Porque las película que tú quieres hacer a lo mejor no la quiere producir Antena 3, o la novela que crees que es necesario contar puede no ser el bestseller de consumo de masas. Esa convivencia entre lo minoritario y lo mayoritario requiere de un equilibrio económico. La transformación que estamos atravesando ya desde hace muchos años y que no termina de cerrarse entre lo digital y lo de antes (en cuanto a soportes y a la manera de distribuirse la cultura, eso que llamamos piratería, economía sumergida o distribución ilegal) hace que tengamos menos nichos para lo minoritario. Porque al haber menos recursos solo se apuesta por caballos ganadores. Y eso es una merma, porque una cultura que solo sea de bestsellers, de películas comerciales y de músicos consagrados, no tendría renovación. Y todos los artistas, desde Amenábar, Almodóvar o Miquel Barceló, empezaron por lo pequeño; después llegaron sus obras grandes. Uno no nace siendo Javier Marías desde el primer libro. El desarrollo de la cultura requiere de unas inversiones a largo plazo y de estar cultivando lo pequeño y al mismo tiempo facilitar que se generen recursos desde lo grande. Ese equilibrio ahora se ha alterado completamente y hasta que no se asiente el mercado nuevo y se desechen esas vías de consumo que son obsoletas pero que funcionan estaremos en un momento muy precario.

Pero es que es muy difícil decirle a la gente que pague cuando se ha habituado al «todo gratis».

Sí, pero también nos estamos habituando a pagar por ver las series. Creo que los cambios de hábitos, como todo lo que tiene que ver con lo digital, son muy rápidos. Twitter puede estar de moda ahora, pero quién sabe si lo estará el año que viene. Yo confío en que pueda haber cambios a buenos servicios digitales en que podamos acceder a la cultura con precios asequibles. Pero claro, mientras haya competencia desleal es lógico que la gente no pague. Abren un grifo y salen gratis películas, libros, música. Así es muy difícil explicarle a alguien que no lo haga.

Más allá de la gratuidad, ¿Internet cambia el modo de pensar?

Una de las transformaciones que las pantallas han introducido es la simultaneidad de tareas: se hacen muchas cosas al tiempo y no nos concentramos en nada. Yo ahora también estoy haciendo videos corporativos y ahí te das cuenta de que algo que dure más de cuatro minutos en Internet es muy largo. Manda la cultura de lo inmediato, de la simultaneidad, y eso está llevando a perder algunas habilidades que también son necesarias, como la concentración, la perseverancia… Aparte, creamos una conciencia del tiempo distinta que genera desasosiego; hace falta reposo.

¿Qué es la ética?

La ética es el manual de instrucciones de la buena vida para vivir bien conmigo y con los demás. Es lo más importante para manejarse por la vida. Sin ella estás perdido e iríamos de desastre en desastre. Es una brújula que entra en todo: en las relaciones de pareja, en la escuela, en el trabajo, con tus hijos… Todo el día estamos tomando ‘microdecisiones’ éticas para impedir acabar donde no queremos.

Tu película La suerte dormida iba a llamarse Historia de un avestruz en un campo de arena para reflejar la idea en que alguien de repente saca la cabeza por una causa. ¿Por qué la sacas tú?

Por los temas de mujeres, los de igualdad y género. Sí, son las historias que más pienso y me gustan. También diría que por los asuntos que hablan de migración, de desigualdad.

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