Pedro J. Ramírez
«La verdad no es absoluta, pero siempre debe guiar al periodismo»
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Pedro J. Ramírez (Logroño, 1952) nos recibe en una de las salas de reuniones de ‘El Español’, con acceso directo a su despacho. Cumple una década desde que fundó la cabecera y más de 40 años como director de periódicos. Nos atiende con motivo de la publicación de ‘Por decir la verdad’, una segunda parte de sus memorias referentes al oficio, a la relación con el poder o a los grandes asuntos que ha tratado en los últimos tiempos: la corrupción política, la matanza del 11-M, la situación de Cataluña, el fin de ETA… El volumen, editado por Planeta, abarca desde 2006 hasta 2015. Es decir, desde el atentado de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas hasta su expulsión de ‘El Mundo’. Ramírez reflexiona sobre las turbulencias en el oficio, desde la inteligencia artificial hasta la precariedad, y reivindica al periodismo como «una manera de vivir».
En su primer libro, Palabra de director, hablaba más del periodismo, diciendo que es el mejor oficio del mundo. ¿Sigue siendo así?
Yo digo que no es un oficio, que no es una profesión, y que por eso es imposible pretender ponerle puertas al campo. El periodismo es una manera de vivir. No hay mejor sitio donde estar que la redacción. Yo soy muy feliz aquí.
Partiendo de esa base, ¿qué cree que amenaza al gremio ahora mismo?
Al periodismo siempre le amenaza, en sentido categórico, el poder. Porque es, en cierto modo, un contrapoder, en la medida en que es un elemento de influencia para que los ciudadanos tengan conocimiento de causa. Y hay muchas cosas que el poder, los poderosos, no quieren que se conozcan. Ahora, en los últimos años, parecía que habíamos conseguido una cierta estabilidad después de haber superado los efectos de la crisis financiera y de la disrupción que supuso la generalización de internet. Sin embargo, casi sin darnos tiempo a descansar, viene una nueva amenaza, un nuevo desafío, que es la inteligencia artificial, cuya aplicación en las redacciones va a suponer una disrupción y una quiebra tan grande como la de la transición de lo analógico a lo digital.
«Al periodismo siempre le amenaza, en sentido categórico, el poder»
Precisamente, se quiere implementar IA en El Español.
No hay más que dos opciones: o te alías y empleas la tecnología para bien, al servicio de tu causa o, si te quedas petrificado, te pasarán por encima y la ola te engullirá. Más vale dominar la ola a que te domine.
¿Cree que el título del libro es provocador en los tiempos que corren?
Está escrito «verdad» con minúscula. Bueno, en la portada todo son mayúsculas, pero yo escribo verdad con minúscula, porque siempre es un concepto parcial y subjetivo, por decir lo que yo creo que es la verdad. El título refleja que los problemas de los periodistas no vienen por equivocarnos o diseminar fake news involuntariamente. Eso tiene un recorrido muy corto. Los problemas vienen cuando lo que dices es verdad. O sea, cuando lo que revelas es verdadero, es relevante y resulta incómodo al poder. A mí me echaron de Diario 16 por decir la verdad sobre los GAL, y 25 años después me echaron de El Mundo por decir la verdad sobre la Gürtel. Esta experiencia probablemente la suman otros directores que han sido expulsados.
En un entorno de posverdad y «verdades alternativas», ¿cómo se mantiene esa ética de la objetividad?
La ética de la objetividad es la determinación de contar lo que tú crees que es cierto, aunque esa verdad pueda ir metamorfoseándose, evolucionando en función de los nuevos elementos de juicio. A un periodista no le debe causar ningún rubor, todo lo contrario, decir «yo ayer creía que esto era así y hoy he conocido nuevos datos que me hacen verlo de otra manera». La verdad puede ser un concepto en evolución, pero cuando publicamos una noticia hacemos una foto de ese momento. Yo siempre he dicho la verdad, es decir, lo que he publicado siempre ha sido lo que yo he creído en ese momento que era cierto. En el libro se recoge cómo, en algunos asuntos, el paso del tiempo me ha quitado la razón, como en los debates con Zapatero sobre el final de ETA y sobre si era posible que ETA dejara las armas, que él tenía razón y yo estaba equivocado. En cambio, en relación a Cataluña, creo que ha ocurrido lo contrario. Pero ni que él me invitara a la Moncloa me llevaba a dejar de criticarle, ni que yo le criticara –y eso habla en su favor– le privaba de seguir invitándome a la Moncloa.
«La verdad puede ser un concepto en evolución»
El libro está lleno de conversaciones con gente del poder, como Zapatero o Aznar. ¿Es bueno o malo que se sepan esas relaciones?
Creo que sobre todo es bueno para los lectores. Que yo tuviera acceso a los que tomaban las decisiones y pudiera entender sus razonamientos y los resortes de su personalidad me ayudaba a decir la verdad, a percibir cuánto había de certeza y cuánto de impostura cuando ellos representaban el papel del teatro del poder.
En el mundo digital ha surgido la figura del periodista-editor-accionista, como es su caso. ¿Genera esquizofrenia?
Debo decir que eso genera una cierta esquizofrenia, porque a veces lo que le conviene al presidente ejecutivo de El Español no es lo que le apetece hacer al director. Por ahora, creo que estamos consiguiendo un equilibrio razonable sobre la base de que, en la duda, siempre gana el director.
Si la verdad es cambiante, ¿se arrepiente de algo que no ha publicado?
De lo que me arrepiento –no es que me arrepienta, es que lo llevo como un déficit, como algo que me duele– es en algún asunto muy importante, como fue el 11-M, no haber podido averiguar la verdad de lo que ocurrió. Nosotros hicimos lo que pudimos y creo que sin nuestra investigación hay cosas relevantes que no se hubieran descubierto nunca, pero no conseguimos averiguar otras cuestiones importantísimas. Por eso, aunque desde el punto de vista judicial sea un asunto cerrado, para mí, desde el punto de vista intelectual, el 11-M sigue siendo un asunto lacerantemente abierto.
¿Y sobre haber guardado una información en el cajón a cambio de favores?
Nunca hemos dejado de publicar algo que fuera verdadero e importante. Soy consciente de que muchos directores no pueden decir lo mismo. Ha habido colegas que han guardado información para conseguir favores políticos, publicidad… Yo no lo he hecho jamás. Cuando un periodista tiene una noticia importante y puede corroborarla, es prisionero del deber de publicar, por mal que te venga.
«Cuando un periodista tiene una noticia importante y puede corroborarla, es prisionero del deber de publicar»
Hablemos de los columnistas. ¿Cree haberse equivocado con alguno, dándole demasiado poder?
Los columnistas hablan por sí solos. En todos los periódicos que he dirigido he procurado una línea editorial clara con una pluralidad de opiniones lo más amplia posible dentro de la defensa de la democracia constitucional. Lo que es verdad es que en el periodismo digital el columnismo tiene menos importancia que en la era analógica. Ahora hay otros formatos, como los vídeos cortos, que tienen mucho impacto.
Si un columnista miente en una columna, ¿qué debe hacer un director?
La palabra mentira es muy grave. Si yo pensara que un columnista publica cosas falsas a sabiendas, dejaría de ser columnista. Si hay un error fáctico, los editores tienen que advertirle. En el columnismo, los hechos son tan sagrados como en las noticias, pero las interpretaciones tienen que ser absolutamente libres. Si hubiera una columna muy radical, yo trataría que se publicara otra de signo contrario.
Hay dos personajes clave en el libro: Corinna Larsen y Luis Bárcenas. ¿Qué le llamó la atención de cada uno?
Los dos estaban contando una verdad que a ellos les convenía contar y que resultaba muy incómoda para, en un caso, el jefe del Estado y, en otro, el jefe del Gobierno. Que nos lo contaran a nosotros nos convertía en rehenes de esa verdad incómoda. Si Corinna te cuenta que ha hecho gestiones en favor del Gobierno acompañando al rey y eso encaja con otras revelaciones, tú lo tienes que publicar. Y si se enfada el rey, pues que se enfade. Y si te echan de un periódico y te indemnizan, utilizas el dinero para fundar otro, que es lo que yo hice.
Precisamente, El Español nació con los 5,3 millones de su indemnización y un crowdfunding. ¿Cómo se mantiene 10 años después?
El Español lleva cuatro años en beneficios y tres dando dividendos a sus accionistas. Ha creado 250 o más puestos de trabajo. Somos la empresa que más puestos de trabajo ha creado en esta década en el periodismo. Estoy muy orgulloso de eso. Hemos conseguido ser durante 25 meses consecutivos el periódico más leído de España. Nuestro objetivo para la próxima década es convertirnos en el mejor periódico en español del planeta. Eso implica un esfuerzo por mejorar la calidad de todos los contenidos, y la tecnología nos puede ayudar mucho.
Uno de los mayores problemas del sector es la precariedad. ¿Cree que en El Español existe?
En estos últimos años ha vuelto a surgir un mercado de puestos de trabajo en los medios nativos. Veo mucha menos precariedad que hace 10 años. Ahora el riesgo está en que la irrupción de la inteligencia artificial y el cambio de estrategia de los buscadores desestabilice el modelo de negocio. Hay que seguir a los lectores allí donde estén y si se van a las redes sociales, pues hay que ir. Se puede hacer periodismo de calidad con los formatos que funcionan en las redes, aunque tengan sus limitaciones.
Pero en las redes, cada uno es su propio jefe y los sueldos son muy variables…
Es verdad que hay autoempleo y que hay quienes prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. Creo que en la cola del león de El Español se empieza a estar bastante bien. Nosotros tenemos ya más interacciones en redes sociales que lectores en la web en abierto, y hay una parte creciente de la plantilla que trabaja para las redes. Eso significa que hay un futuro en el que la actividad de los medios se va a diversificar. Si al soporte impreso ha sucedido el digital, creo que nos quedan por descubrir unos cuantos caminos más. La principal consecuencia de la digitalización fue un incremento del pluralismo. Ni yo ni ninguno de los otros colegas que han fundado medios nativos rentables hubiéramos podido hacerlo en la era analógica, porque entonces el periodismo era una actividad industrial que requería unas inversiones descomunales. Ahora hay menos poder en muchas manos. Y creo que en el pluralismo siempre gana la sociedad.
Pero eso también ha afectado a los salarios. ¿Se puede hacer buen periodismo con sueldos más bajos?
Bueno, en El Español los salarios han subido. Y en otros medios nativos también.
«En algunos aspectos, la profesión está recuperándose»
¿Cuánto?
Todo depende, pero han subido los convenios. Lo que yo ganaba cuando empecé era muchísimo menos, incluso deflactando los salarios, adaptándolos. Creo que todavía no hemos conseguido el despliegue para tener corresponsales o enviados especiales por el mundo, pero estamos haciendo nuestros pinitos. Y en algunos aspectos, la profesión está recuperándose.
¿Se nota más estabilidad?
Estamos volviendo a asomarnos al precipicio. Y desde luego habrá muchos periodistas que perderán sus puestos de trabajo si no son capaces de aumentar el valor diferencial de lo que aportan. El periodismo de carril está muerto. La IA es la puntilla. Y quien no sea capaz de aportar algo más que una rueda de prensa, un crónica de un partido de fútbol o una sesión parlamentaria tendrá problemas. Porque esas actividades básicas las podrán realizar las máquinas.
Y, para terminar, me gustaría preguntar por el interés que suscitan estas memorias. ¿Se acercarán lectores por cotilleo, por conocer el ámbito periodístico, por curiosidad histórica?
Llevamos una segunda edición en un mes. Lo he escrito, entre otras cosas, porque tenía un contrato. Pero creo que es un testimonio que, al que quiera saber la historia de estos años, le sirve como fuente primaria, ya que la reproducción de conversaciones con presidentes de Gobierno es algo inédito. Y que a los jóvenes periodistas les puede ayudar para ver en qué situaciones y con qué criterio hemos tenido que reaccionar ante las distintas situaciones o amenazas que se cernían sobre la libertad de prensa.
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