Manuel Rivas
«Reclamemos a la IA transparencia, consentimiento y remuneración»
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COLABORA2025

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Prefiere Manuel Rivas que sepamos lo que piensa de las cosas a través de la literatura porque así evita los discursos y cree expresarse mejor. Pero a veces la vida te obliga a dar discursos y uno de los últimos que ha dado el novelista, poeta y ensayista gallego (A Coruña, 1957) ha sido con motivo del Premio CEDRO 2025 por su defensa de los derechos de autor. Ahora que con la llegada de las plataformas de ‘streaming’ ha ido cuajando el modo legal de consumir canciones o películas, Rivas nos recuerda que eso parece costar más con los libros o los contenidos de prensa. El autor de cuentos como ‘La lengua de las mariposas’ y novelas como ‘El lápiz del carpintero’ echa en falta transparencia en el uso de la Inteligencia Artificial y está tan convencido de que vivimos una época excepcional como de la necesidad de preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo y qué papel debe tener el ser humano en esa sociedad.
El Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO) ha querido distinguirle por su condición de creador que no teme alzar la voz para, según el premio, «reivindicar públicamente la necesidad de preservar la autoría y la justa retribución de los escritores en la era digital». ¿Por qué cuesta tanto reclamar lo que uno legítimamente merece?
Hay una especie de pudor porque con la escritura hablamos de una vocación y además es apasionante, pero también es un trabajo. En este asunto hay una falta de visión. De alguna forma se asume una posición un poco quejumbrosa y es necesario un giro copernicano. Debemos comprender que la defensa de los derechos de autor hay que inscribirla en la defensa de todos los demás derechos, en la lucha de una sociedad decente y democrática.
¿Por qué el respeto a la propiedad tiende a relajarse más en el caso de la cultura?
Tiene que ver con un cierto medioambiente que a su vez es heredero de una especie de tradición negativa en términos de valoración de la cultura. Como si la cultura perteneciera al campo de lo ornamental, de lo inútil, de lo subalterno. Aquí también hace falta una cierta revolución. Por suerte la situación ha mejorado, pero es indudable que siempre ha habido una cierta resistencia a la consideración de la cultura en general y del libro en particular como un bien público. En su obra La Biblia en España, George Borrow cuenta que a mediados del siglo XIX viajaba intentando difundir la Biblia por nuestro país, y que cuando ponía un ejemplar en manos de los españoles les castañeteaban los dientes de puro miedo a tenerlo. Luego, por la noche, en el pueblo él está bañándose en el río y oye voces, son de la gente del lugar que le dicen «inglés, inglés, danos libros». Ha habido una historia dramática de la cultura en España.
«Siempre ha habido una cierta resistencia a la consideración de la cultura en general como un bien público»
Parece que saltarse la legalidad cuesta menos con un artículo o un libro que con una canción o una película.
Sí, es curioso porque se acepta más ahora la remuneración por un servicio en el caso de lo audiovisual o la música. En esto el libro sigue siendo una especie de criatura huérfana. Es fundamental que los primeros en hacer esa defensa seamos los propios autores. El libro forma parte de ese tesoro que es la cultura para cualquier sociedad que desea avanzar. Necesitamos una especie de revolución mental sobre esta cuestión que pasa por apelar a la responsabilidad de lo que podríamos llamar las élites, incluidas las propias élites culturales o periodísticas. No es la primera vez que escucho a gente del ámbito del libro decir que es negativo esto del canon de las bibliotecas (el pago de derechos de autor por los préstamos de libros). Esa biblioteca se ha hecho pagando para levantar las paredes, para dotarla de estanterías, servicios… Y en cambio, la razón de ser de dicha biblioteca, que son los libros, resulta que, para algunos, es un tema menor.
¿No habría que explicar todo esto en los colegios y desde muy pronto?
Es fundamental. Cuando acudo a los colegios compruebo que sigue habiendo esa necesidad de historias literarias. Está eso que se dice en el Talmud de que Dios inventó al ser humano para oírle contar cuentos. Son tan necesarios como el pan. Pero hay que crear las condiciones. La época actual está dominada por la maquinaria del poder del algoritmo, que todo lo ocupa; por eso mismo, esta situación convierte al libro y a las escuelas en espacios de resistencia, muy presionados, muy acosados por toda esta avalancha, este dominio de redes de información que a veces son de desinformación y que están en manos de un puñado de millonarios. La anomalía es tal que los libros son una especie de mayday, de llamada de socorro y al mismo tiempo de refugio de las conciencias. Por este motivo, hablar de derechos de autor es también hablar de la educación y de la importancia de mantener estos lugares emancipados.
«El libro y las escuelas son espacios de resistencia, muy presionados por la avalancha del algoritmo»
Hoy en día no cabe no preguntar por el impacto, positivo o negativo, de la Inteligencia Artificial sobre casi cualquier ámbito. En relación con los derechos de autor, es una pregunta obligatoria.
Estamos en una época excepcional que va a cambiar todo lo relativo al mundo de la cultura como lo hará en la política o la economía. Detrás de esto está la maquinaria pesada de la Inteligencia Artificial (IA). Lo llamativo es que en esta mutación global los últimos en ser considerados sean precisamente aquellos que aportan los recursos para el adiestramiento de todas estas herramientas. Hay que reclamar transparencia, consentimiento y remuneración. Que se diga de dónde salen todos esos recursos, esa minería. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¿Qué papel tiene el ser humano en esa sociedad? Lo que no puede ser es que el negocio de esta suerte de tecnocapitalismo impaciente se salga con la suya y al final no gocen de la consideración que merecen quienes han creado los contenidos que son el combustible de que se valen estas tecnologías. Sabemos que The New York Times ha demandado a OpenAI porque considera que están explotando, expoliando sus recursos, su hemeroteca… Parece que hablar de autorregulación, autocorrección, te convierte en un aguafiestas que quiere ponerle puertas al campo. Y claro que hay normas, pero las ponen quienes están al frente de este tecnopoder. Te dejan jugar al fútbol, pero son los dueños del balón.
Le veo muy pesimista.
Bueno, la creatividad siempre va hacia la frontera, hacia lo desconocido. Esa es la parte que resulta esperanzadora.
«Hay que proteger el trabajo cultural no como oficio de artesanía, sino como nuestro principal recurso, que son el talento y la capacidad intelectual»
Los traductores sí que no son nada optimistas y ya han alzado la voz contra el uso de su trabajo para el entrenamiento de la IA generativa.
La traducción literaria me parece un trabajo creativo. No es algo que pueda automatizarse. La dimensión del matiz, de la ironía, son por ejemplo cualidades insustituibles. El trabajo que haga una máquina en este sentido debe estar supervisado por un traductor o traductora, porque estamos hablando de una segunda vida de un texto donde, insisto, son fundamentales los matices. El trabajo cultural hay que protegerlo, pero no como un oficio de artesanía medieval del pasado, sino como nuestro principal recurso, que son el talento y la capacidad intelectual.
Desde hace unos meses ha renunciado a exponer sus argumentos como estos en la red social X. ¿Pesa más el nuevo dueño del canal que la posibilidad de llegar a gente que a lo mejor no consume medios?
Son decisiones que uno toma con una cierta certeza. Lo dejé porque no quería participar en algo con lo que no estaba a gusto. Estamos muy indefensos. Actúas en ellos como usuario, pero también como trabajador y además trabajador explotado de forma gratuita. Las redes no son periódicos. El periodismo existe. A George Steiner le preguntaron si tenía futuro la verdad y contestó que la verdad, sí, que lo que no tenía claro es que tuviéramos futuro nosotros. Hay que dar la batalla por esa verdad. No es fácil, no soy ingenuo, pero hay que escribir sin miedo, con coraje. Hay que defender otra forma de entender lo que son las redes sociales. En su momento, hubo esa perspectiva, quizá utópica, pero hoy tenemos los elementos para saber que puede haber otro tipo de canales, redes libres del algoritmo del poder, donde se respeten unos protocolos y con una infraestructura digital pública.
«Las redes [sociales] no son periódicos»
Hablando de la prensa, se cumplirán pronto cinco décadas desde que debutó como periodista de El Ideal Gallego. ¿Cómo ve el futuro de los medios de comunicación?
Pues tengo días. Me impresionó mucho escuchar hace poco a un miembro de la embajada palestina afirmar que Gaza es el lugar del mundo donde más jóvenes quieren ser periodistas. Hubo un tiempo en que la preferencia primera era ser médicos. Ese es un motivo de esperanza. Siempre habrá gente que quiera contar lo que está pasando. En España nos hemos dado no uno sino varios disparos en el pie. Ha habido muchos oráculos dentro de la profesión que han vaticinado el fin del periodismo poniéndole incluso fecha. Y el periodismo está malherido, pero no está muerto. Puede cambiar el soporte, pueden cambiar los medios, pero está claro que no es sustituible el periodismo por el gatillo fácil de una opinión en una red social. El periodismo puede establecer el lugar de los porqués, las causalidades, lo esencial.
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