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Cultura

Cynthia Rimsky

«No entiendo por qué pedirle a la literatura que tenga un mensaje»

Artículo

Fotografía original

María Aramburú
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04
marzo
2025

Artículo

Fotografía original

María Aramburú

A Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) le gustan los bordes: sus obras habitan el umbral entre lo pequeño y lo universal, entre la realidad y la ficción, entre lo nebuloso y lo concreto. Autora de crónicas de viajes y novelas como ‘Poste restante‘, ‘La revolución a dedo’, ‘El futuro es un lugar extraño’ y ‘Yomurí’, entre otros, la escritora chilena ha ganado recientemente el Premio Herralde de Novela con su libro ‘Clara y confusa’. Hablamos con ella sobre el lugar del arte, la tradición y la aparente necesidad de explicarlo –y entenderlo– todo en la literatura.


«Para alguien que aprecia el arte, la confusión no es alarmante». Hablemos de esa pulsión explicativa que hay muchas veces en las artes, no solo plásticas, sino también en la literatura, ese imperativo de que siempre hay que entender. Pero el protagonista dice que Clara, desde el primer día, le prohibió comprender sus obras…

Ha sido curioso porque todo lo que está en la novela es lo que ha pasado después con su recepción. Me ha impresionado mucho que a la gente le gusta la novela, pero la termina y se preguntan de qué se trata. El problema de los reseñistas es entender de qué se trata. Han empezado a decir que va del arte, del amor. Y la novela va ni del arte ni del amor. Yo trabajo con las formas, que creo que es el trabajo del arte: no qué contar, sino cómo contar. Y justamente lo que me interesaba era meterme en el tema que tú dices, en la tensión que hay de que hoy en día todo necesita tener explicación. Es impresionante: si no le buscas una explicación, no existe la novela. Y eso es lo que ha ido pasando con Clara y confusa, que, como no tiene explicación, se crea una gran confusión… Uno escribe como lee: yo leo totalmente metida en el libro, y cuando termino no me pregunto qué significado tiene el libro, simplemente lo siento, me pongo a pensar, me remueve. Los libros buenos me dejan pensando en la vida, no en el libro, no tratando de buscar cuál es el sentido. En este libro, mi idea formal era aprovechar la estructura clásica de las novelas, una cosa lineal, una historia que contar, pero explotarla por dentro, que nada de eso sirviera para encontrarle un sentido o una interpretación. Lo ideal sería que, en vez de seguir buscando explicaciones, la gente se rindiera a lo que sintió con la novela.

«El trabajo del arte no es qué contar, sino cómo contar»

La filósofa Claire Marin dice que le gustaría que su libro tuviera una especie de acordeón con los apuntes sueltos que se le habían ocurrido anárquicamente y a los que luego se les dio un sentido lineal para que hicieran parte del libro. Porque ella afirma que el pensamiento se lleva mal con la linealidad. Y yo pensaba con Clara y confusa, y también con Poste restante, en esa desarticulación de la racionalidad, de que no necesariamente primero va esto y luego esto otro, y no por eso uno se está perdiendo algo…

Claro, claro. Es curioso cómo en la novela se ha anquilosado una forma de comprender lineal y lógica. Sin embargo, en el cine, gracias al montaje, tú aceptas que primero aparezca el ojo y después aparezca un cuchillo y lo demás te lo imaginas. Ahora tengo la sensación de que se quiere domesticar a la literatura. «Tráigala acá a un lugar seguro, la controlamos porque sabemos lo que dice, le decimos a usted lo que usted piensa». Pero, si uno piensa, el lenguaje todavía es un misterio; en el fondo, la literatura es algo indescifrable. Los cabalistas medievales dicen que la interpretación es un trabajo muy largo que va de arriba de lo más superficial a lo más hondo. El problema parte de la escuela, que te enseñan a leer con «identifique protagonista, antagonista, conflicto principal, conflicto secundario, líneas de motivación, personajes, características psicológicas»… Yo aprendí a leer así, es tremendo, y sufrí mucho. Pero el pensamiento no funciona así. Cuando uno está pensando, salta de una cosa a otra, no tiene algo lógico. Entonces, uno podría decir que es una novela hiperrealista [risas], porque en el fondo reproduce los mecanismos de cómo realmente pensamos y no cómo tratamos de domesticar lo que pensamos.

El narrador en un punto dice: «Estoy tan lejos de la fiesta del pastelito como de entender el comportamiento humano». Y sí, al final jamás se va a entender qué es exactamente el amor, ni vamos a tener nunca claro qué siente el otro por nosotros, porque es otro y no te le puedes meter en la cabeza. Y a lo mejor si pudieras tampoco estaría del todo claro…

Y además que tú tampoco estás clara cuando empiezas a entender al otro. Eso también te desfigura a ti. No hay ninguna posibilidad de ese rostro a rostro, solo de contacto. Desde El futuro es un lugar extraño, lo que me interesa es la idea del contacto, de llegar al momento de estar ahí, que tú sientas que él está en la fiesta, crear un mundo en el cual tú puedas vivir, crear un tiempo especial, que era como leía en la infancia… Yo leía básicamente para escaparme de mis padres, de sus ideas, de todo eso que tenían programado para que yo fuera. Pescaba un libro y era la forma de escapar. Vivía lo que vivía la heroína y a partir de ahí me contaba mi propia historia. Volvía a tomar el libro cuando necesitaba insumo para seguir imaginando. Los libros son como ventanas para mí, más que historias cerradas. Son como huecos por donde tú te puedes escapar.

Porque cuando todo es borroso, cuando algo no es nítido, da lugar para la imaginación. Cuando no queda todo a, b, c, d, sino que tienes que meterte y que tu propio pensamiento se vaya de forma anárquica a otros lugares…

Ah, ¿te pasó? Bueno, eso es. [Risas] No entiendo por qué pedirle a la literatura que tenga un mensaje. Creo que esto viene de una manera de leer de la academia norteamericana que es como encasillar. Raúl Ruiz habla de que el problema del cine es que estamos en una manera yanqui de ver los conflictos: siempre hay un personaje que quiere decidir entre el bien y el mal. Y en la literatura también estamos siendo bombardeados con un formateo que no quiere que nada ni nadie se les escape.

«Los libros son como ventanas por donde puedes escapar»

Es una forma de control también.

Sí, absolutamente. Y de hacer desconfiar a los lectores y las lectoras de que tienen el poder de que su lectura sea acertada. Y de que pueden dialogar con otras lecturas, y quizá ahí está el papel del crítico, que abre otras ventanas.

Eso también tiene mucho que ver con la tradición… En la novela dices: «Como si fuera lógico de toda lógica estar con la tradición y gritar por la libertad». ¿La libertad es entonces ese desplazamiento de la tradición? ¿Permitirse ser distinto, salirse del molde, moverse?

Bueno, ahí hay dos cosas. Por una parte, lo de la libertad está muy datado porque esta novela la escribí así más grueso cuando subió [Javier] Milei al poder, y él tiene un partido que se llama «La libertad avanza» y todo lo hace en nombre de «la libertad». Se apropiaron de la palabra. Entonces, la palabra libertad está puesta ahí haciendo una cierta referencia a esta situación. Por otra parte, Argentina es un país que está estructurado en base a una tradición, a diferencia de Chile, donde todo se destruye para construir de nuevo, una lógica más de libre mercado. En cambio, acá, este es un país donde por el peronismo hay una revalorización muy grande de la tradición literaria, del campo, del gaucho, y los libros la van retomando y releyendo. Pero viviendo en el campo me doy cuenta de que esa tradición también es mentirosa, porque está llena de pastiche. Existe más en el lenguaje que en la realidad. Entonces quería trabajar los agujeros de esa tradición, que existe pero que oprime, pero al mismo tiempo conserva una utopía. La utopía del gremio como algo benefactor, de la fiesta. Y por otro lado, efectivamente eso se tensa con una libertad que es la de la derecha liberal económica. La que están gritando. Quería enfrentar esas dos cosas y ver qué pasaba, sin ningún otro fin más que ver qué pasa.

Ahora que hablamos del gremio, en una entrevista decías que te interesaban otras cosas de la literatura y no su parte gremial. Y me puse a pensar en el gremio de los plomeros en el libro. Los personajes hablan mucho de la corrupción, pero no saben exactamente qué es, ni si realmente les importa o solo quieren quejarse, o sostener los símbolos y la necesidad de pertenecer. Entonces, a pesar de que es un gremio a priori muy alejado del poder principal, cae en sus mismas lógicas…

La idea era crear esos pueblos, Parera y Vallesta, como pequeños círculos dentro de los cuales está lo universal. Me interesaba meter eso en una coctelera y revolverlo y sacarle la lógica. Porque creo que la corrupción es una cosa mundial que, cuando se trata con la lógica, como que no va a ninguna parte. Porque siempre está fuera del ser humano, en estructuras de poder oculto. Entonces, me interesaba ponerla en un lugar muy pequeño y ver cómo se mueven las personas alrededor de eso, pero no de forma realista. Cuando el protagonista dice «yo tengo las pruebas de que hay corrupción en el gremio», lógicamente lo que me tocaba escribir era «oh, sí, danos las pruebas». Y yo dije: «no, eso es realista, pero no funciona así». ¿Qué otra cosa podría pasar? Y toda la novela está así: cuando el lector o la lectora espera que haya una respuesta lógica al amor, a la corrupción, yo me desvío. No me interesa dar respuestas, porque no tengo respuestas, soy una escritora que juega con la forma, no soy el papa [risas]. Solamente tengo preguntas que abren o que permiten mirar desde otro lugar problemas o tensiones universales. Para dar la libertad a los lectores y las lectoras de que también muden su punto de vista. No al mío, pero a otro. Porque creo que la libertad en gran parte está ahí, en salirte de los puntos de vista a los que nos tienen acostumbrados.

«En gran parte, la libertad está en salirte de los puntos de vista a los que nos tienen acostumbrados»

Como que lo importante es la búsqueda, ¿no? Tú, que has escrito mucho de viajes, esa búsqueda de sentido, sin llegar necesariamente a ningún lugar, porque lo que importa es circular, moverse

Encontrar otras miradas, otros puntos para mirar. Cuando viajaba, esa era mi mayor inquietud. ¿Cómo miro la Hagia Sofía? Que cuatrocientos millones de personas la han mirado siempre de frente. Para ver otra cosa, porque si no, no viajo, veo una foto.

Y el uso del humor y la ironía es justamente entrar desde otra mirada. Permiten la distancia, dan otra perspectiva…

Sí, y desarmar también. Con ironía las personas bajan sus barreras y se posibilitan leer otras cosas que, si fueran serias, quizás al tiro tendrían sus barreras ideológicas y se leerían con ese tamiz. En cambio, la ironía como que horada un poco, va por otro lado, se salta la barrera ideológica. A mí de chica me decían que era aguja, y mi papá era una persona muy irónica. Y de repente dije: «¿Y por qué no lo soy en la escritura también?». En Poste restante hay, pero menos. Con los años me he ido aligerando en ese sentido, de hacer las preguntas desde el humor y no desde una cierta superioridad moral o desde la ética. De hecho, a diferencia de otros libros, en este el narrador se pone muy por debajo, no se pone como dios ni como alguien que sabe o que va a pontificar, sino como alguien muy desarmado, que tiene muchas dudas y que avanza como puede. Esa es la idea.

Que todos avanzamos como podemos.

¡Claro! Hacemos un milagro para poder levantarnos en la mañana y enfrentar esto.

«Lo más interesante de la literatura siempre está pasando en los bordes»

Ahora que hablas de Poste restante, quería cerrar con el tema de la hibridez. Como una de las pioneras del género híbrido en español, ¿cómo ves los libros inclasificables, marginales, que precisamente escapan de la tradición? ¿Es esa ambigüedad, esa confusión inherente, lo que se seguirá traduciendo en literatura?

No creo que haya sido la pionera, sino que quizá retomé una experiencia que había sido un poco olvidada por las modas. En Chile, por ejemplo, estaba Juan Emar y muchos escritores más antiguos que tenían estas formas quebradas, híbridas. Simplemente retomé eso, me hice un huequito. Lo más interesante de la literatura siempre está pasando en los bordes. Y de repente alguien como yo, por un premio, sale del borde momentáneamente y arrastra, que es lo que me interesa, a otras autoras que ojalá con este premio también se puedan hacer más conocidas. El otro día me pedían que recomendara libros de verano en un diario, esas preguntas que hacen todos los años. Entonces decía que no puedo recomendar un libro, pero me acordé de los vendedores de alfombras en Turquía, que me decían: «Mira, entra alguien en mi tienda y yo no le quiero vender una alfombra. Trato de averiguar quién es, su hobby, me hago un panorama de este personaje, cuánto dinero tiene, de qué tamaño es la maleta, y cuando tengo todo claro, lo dirijo hacia una alfombra y efectivamente la termina comprando y los dos somos felices». El acto de rebelión con la lectura es hacer justamente lo contrario. No ir a los libros para tu edad, ni para tu raza, ni para tu clase, ni para tus hobbies, porque justamente está en nosotros atrevernos a comprar libros que también entren en el borde, para que esos bordes sigan existiendo en este cruento mercado. Aportar el granito de arena, en vez del diezmo, a la literatura [risas].

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