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Ana Velasco

«La moda supuso un espacio de sociabilidad para muchas mujeres»

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19
diciembre
2025

Si en los años 20 a alguien se le ocurría pedir Orgía en unos grandes almacenes, nadie a su alrededor levantaría ni una ceja. Al fin y al cabo, era simplemente uno de los perfumes de moda del momento. Los años de la Edad de Plata no solo fueron un destacado momento cultural, también fueron un dinámico período social, uno que encapsulan las mujeres modernas que se cortaban el pelo, bailaban charlestón y se perfumaban con fragancias de nombres sorprendentes. La investigadora Ana Velasco Molpeceres se ha adentrado en la historia de la moda española de ese período en ‘La moda española 1898-1936. Ballenas, apaches y cocaína en flor’ (Catarata), ensayo en el que, como en sus obras anteriores, traza la fina línea que conecta las tendencias en el vestir con el sentido de cada época.


Suele sorprendernos todavía esa imagen de los años 20 y 30 de las mujeres modernas, el charlestón y su sociedad de consumo. ¿Por qué seguimos pensando sobre esa época de una forma un tanto distorsionada?

En el caso de España, la Guerra Civil hace que nosotros veamos esos años muy mediatizados. El devenir de la dictadura franquista también condiciona mucho la visión que tenemos de los años 20. No quiero decir que todo el mundo fuese una chica moderna, porque no es verdad, pero [nos sorprende] que esa modernidad fuese increíblemente radical y que estuviese de forma mainstream en los medios de comunicación. En la vida individual, luego, por supuesto las mujeres estaban pensadas socialmente para casarse y tener hijos, pero también los hombres. Creo que nos resulta muy difícil de entender, porque, además, estamos acostumbrados a ver las fotos de la Guerra Civil, del franquismo, de los años 40, de destrucción y de un montón de viudas. Eso afecta mucho a la visión que tenemos del pasado.

Por otra parte, creo que hay una visión de la memoria de género que es esa idea de que las mujeres siempre han sido víctimas y estado oprimidas, que siempre han sido secundarias de la historia. No es que no sea cierto, pero no es la única verdad. Eso hace que cuando pensamos en la Edad de Plata no lleguemos a comprenderla.

Además, se suele pensar que esto pasaba en Madrid o Barcelona, pero no más allá. Pero cuando lees, pongamos, La Voz de Zamora allí también aparecen mujeres que se cortan el pelo o bailan charlestón. ¿Deberíamos también eliminar nuestras barreras geográficas cuando miramos al pasado?

Sí. La modernidad como concepto es un fenómeno urbano y de las grandes capitales, pero no es cierto que solo sea de ellas. Obviamente, la vanguardia o los grupos de poder están en Madrid o Barcelona en el caso de España o París, Nueva York o Londres en el internacional. Pero lo que tenemos que pensar es que en los años 20 hay un fenómeno de medios de comunicación de masas. Da igual que vivas en A Coruña, en Madrid o en Nueva York, que vas a ver las mismas películas y, en los medios de comunicación, las mismas fotos de las mismas estrellas de cine o de los mismos cantantes. Se convierten en tus referentes. Si compras esas fotos antiguas que se venden en TodoColección o en los mercadillos, todas las mujeres van modernas con el pelo corto y los hombres con el pelo engominado y el traje como estrellas de cine. Las películas y las canciones de moda son las mismas.

«En las páginas de moda se hablaba de la situación social de la mujer»

Uno de esos grandes escaparates de la visión moderna son las publicaciones de moda que protagonizan tu libro. Había muchas revistas y muchas periodistas de moda, de las que también hemos perdido su memoria. ¿Impacta aquí también el que todavía consideremos algunos temas más valiosos que otros a la hora de pasar a la historia? 

Sí, hay muchas periodistas. A mí siempre me llama la atención cuando dicen que la primera periodista es Carmen de Burgos. ¿Cómo que Carmen de Burgos? A mí me encanta Carmen de Burgos y no es por hacerla de menos, pero no es verdad que el periodismo de mujeres empiece con el siglo XX bien entrado. Creo que esto tiene mucho que ver con ese prejuicio que hay en torno a la moda, a la idea de que es una cosa frívola y de que las páginas para la mujer no tienen mucha importancia. Tomando la figura de Carmen de Burgos, vemos que en las páginas de moda va a hablar de divorcio, de la situación social de la mujer y de las últimas tendencias en el sentido de lo que se respira en el ambiente a nivel social.

Son mujeres completamente olvidadas con la idea esta de que «escribían de trapos» y demás, que no deja de ser un tema como otro cualquiera. La moda está muy infravalorada y fue un fenómeno que supuso la industrialización del país y un espacio de sociabilidad y de trabajo para muchísimas mujeres y también muchos hombres.

En el libro evidencias una paradoja de estas revistas: la de como la mayoría tenía una base muy conservadora, pero vendían el ángel del hogar con imágenes de mujeres ultramodernas. ¿Cómo se come eso?

Es un discurso totalmente ambiguo y uno que recoge muy bien todas las paradojas de su época. En los años de la II República hay algunas revistas de moda que son socialistas y revolucionarias, pero antes no. En general, son publicaciones que están siempre a favor de la monarquía, del matrimonio y de los hijos, de esa visión de la mujer como para el placer social, el ama de casa. No son amas de casa trabajadoras, sino burguesas, que nos cuentan en muchos casos lo que estudian. Es un poco [del estilo] como luego con las señoritas de Falange, que eran muy modernas, ricas y estudiantes universitarias, y bebían de Acción Católica, que eran superconservadoras todas.

Empezaba a haber una especie de feminismo de clase, que empieza por las clases altas, pero pretende llegar a las diferentes capas sociales. Los debates sobre el sufragio son muy habituales en la prensa femenina, desde 1909 hasta la I Guerra Mundial, igual que en el resto de los países de Europa. España no es una excepción.

«Vemos España como país excepcional, pero tiene las mismas dinámicas que el resto de los países de su entorno»

Tenemos a veces la idea de España como lugar diferente, ¿pero no lo eran en absoluto?

Hay una noción de España como país excepcional, pero tiene las mismas dinámicas con sus peculiaridades que el resto de los países de su entorno. Tampoco [es excepcional] en el proceso de los movimientos feministas. En España, incluso en la Segunda República, se decía: «Es que las mujeres españolas no piden el voto». ¿Cómo qué no? ¡Si llevan diciéndolo mucho tiempo! No hay una preocupación social como la de las famosas sufragistas que se tiran a los caballos y hacen huelgas de hambre como en Reino Unido, pero es que el país tampoco era exactamente así. Si pensamos en episodios como el de 1909, la Semana Trágica de Barcelona, las que protestan son mujeres, porque sus maridos reservistas se van a ir a morir a Marruecos.

Es mucho más hollywoodiense estar rompiendo escaparates y ese es el patrón que nos hemos puesto de lo que debe ser interesante. Pero esto al final ¿no es también una trampa?

Claro, y son relatos que hemos procesado a posteriori. Encajamos los hechos del pasado en nuestra visión imaginada y mediatizada de las películas, episodios más conocidos porque son más populares en el retrato historiográfico británico o estadounidense. Tomamos ese referente, porque desconocemos nuestra historia y no porque realmente no exista. En la prensa femenina de los años 20, incluso los 10, se ve todo el sentir de la modernidad, de la liberación de la mujer, que no tiene ser tan revolucionaria (eso lo veremos más luego en los años de la República), pero es que de los hombres también se esperaba que se casaran y tuvieran familia.

Y volvemos de nuevo a la ropa porque es, justo, uno de los emblemas de todos esos cambios sociales.

Sí, la ropa va a ser fundamental. Y es muy curioso, porque el proceso evidencia un cambio social brutal pero que no genera tanta contestación. Es verdad que hay un debate sobre el voto o la igualdad de la mujer. Pero las mujeres nunca habían enseñado las piernas, se habían cortado el pelo o no habían dejado de llevar el cuerpo como sujeto con corsé. Todo eso desaparece de forma radical en torno a la I Guerra Mundial y no hay un debate público sobre ello. A nadie le preocupa el pelo corto o la falda corta. Que se quiten el corsé, de hecho, piensan que es más sano. Te da que pensar que está teniendo lugar una revolución social que la moda acelera.

También has estudiado la moda anterior y posterior a ese período en tus otros libros. ¿Podemos entender más allá de este momento el contexto social por la ropa que se viste?

Sí, realmente la moda es el espejo de los tiempos. No solamente en el sentido de que refleja lo que hay, sino también en el de que va por delante de lo que luego socialmente está aceptado. Tiene este concepto de vanguardia, de empezar a romper las «buenas maneras» y lo que gustaba. Pienso que la moda es siempre un termómetro social muy bueno. Chanel decía que la moda no es lo que se ve en la tienda o en las pasarelas, sino lo que lleva la gente. Y es verdad, es un termómetro de la moral, de la visión que tenemos del cuerpo y de lo que pasa económicamente.

«La moda es un termómetro de la moral y de lo que pasa económicamente»

¿Y qué dice la moda sobre nuestro contexto actual?

Creo que nos dice que vivimos en una sociedad democrática. Si piensas en como la ropa que llevamos es muy unisex, nos habla de la igualdad entre hombres y mujeres. También, la ropa de la gente rica y de la gente corriente es muy parecida. Al final todo el mundo lleva vaqueros, zapatillas de deporte y camiseta. Da igual lo rico que seas o lo pobre que seas. Luego, por otra parte, creo que en nuestra época hay una obsesión por la belleza y por el consumo muy grande, que se ve en Instagram, y cada vez estamos más alejados de la realidad. Se nota mucho con la cultura digital, de los filtros, esos cuerpos casi culturistas, machacados en gimnasio y en la cirugía estética. Llegamos a un culto al cuerpo absolutamente brutal.

Estamos habituados a vivir en una cultura del bienestar. Y el bienestar ya no es como lo entendía la gente de los años 20, como tener Seguridad Social, pensiones o que el colegio sea gratuito. Lo llevamos al culto al individuo y ahí el cuerpo tiene mucho que ver. Quizá, las redes sociales en exceso nos están haciendo tener unos criterios que son poco saludables y artificiales, muy fuera de lo que es el bienestar.

Me parece curioso que hables justo de ese culto a la individualidad, porque muchas de las grandes revoluciones que se esperan de la moda (o gustaría que pasasen), como el boom de la moda sostenible, no acaban de cuajar. ¿Crees que tiene que ver con esto? Si al final lo que te concierne es tu individualidad, ¿qué te importa que tus vaqueros se estén cargando el planeta?

Como vivimos en una sociedad democrática entendemos, creo que yo la primera, democrático como social, pero democrático es que cada individuo puede hacer su pensamiento, porque al final las democracias son hijas del liberalismo del siglo XIX y XVIII. Estamos hablando del individuo. Realmente la idea es que la suma del bienestar de muchos individuos da una sociedad del bienestar, pero a ti lo que te preocupa eres tú. El selfie es el termómetro de nuestro siglo XXI. Soy yo haciéndome la foto y controlando toda mi imagen. Que le pasan cosas al planeta, al final es una cosa secundaria. Y date cuenta también que lo que le va a pasar al planeta le va a pasar cuando yo me muera…

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