¿Se cumplirán las metas de emisiones?
El cachondeo de los objetivos de acción climática
La Comisión Europea ha recomendado el objetivo de reducir un 90% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2040. Pero sin herramientas que aseguren el cumplimiento de este tipo de metas, es fácil que queden simplemente en buenas intenciones.
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A principios de este año, la Comisión Europea recomendó, como objetivo de acción climática para 2040, la reducción en un 90% de las emisiones netas de gases de efecto invernadero respecto a los niveles de 1990. Ese objetivo suponía un ambicioso salto respecto al anterior, aprobado en 2021, de reducir en un 55% dichas emisiones para 2030. De esta forma, se pretendía pasar, en tan solo 10 años, del 55% al 90%, lo que implicaba una aceleración masiva de la descarbonización.
Aunque dicho objetivo aún no ha sido ratificado legislativamente, en julio de este año se propusieron una serie de medidas que facilitasen y flexibilizasen el cumplimiento del mismo. Se mantenía así la meta de la reducción del 90% de las emisiones netas de gases de efecto invernadero y, para lograrlo, se abría la posibilidad de adquirir derechos de emisiones fuera de la UE y se fomentaban las iniciativas de captura de carbono, tanto naturales como artificiales. Las empresas que llevasen a cabo estos proyectos podrían generar derechos de emisiones y comerciar con ellos.
Este tipo de compensaciones generan a menudo polémica, ya que se consideran una especie de trampa: primero se plantean objetivos ambiciosos concretos y después se proporcionan herramientas que, indirectamente, ayudan a enmascarar las cifras reales para que coincidan con las deseadas.
De hecho, un estudio dirigido por Matthew Gidden, investigador sobre cambio climático del Programa Energía, Clima y Medio Ambiente del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados, concluyó que las reglas que rigen cómo los países pueden declarar que han alcanzado emisiones netas cero están fijadas para que los gobiernos puedan afirmar su cumplimiento años antes de la realidad científica.
Y aún con todas esas facilidades, en la mayoría de los casos, cuando llega el momento de la verdad, los objetivos previstos para ese año no han sido alcanzados por completo.
Es evidente que, por muy buenas que sean las intenciones, hay numerosos factores políticos y económicos que dificultan el cumplimiento de las distintas metas de acción climática. A priori, y aunque llegue tarde, que varios países se planteen objetivos climáticos y acuerden compromisos es muchísimo mejor que que no lo hagan. Muestra que existe cierta conciencia sobre los problemas existentes o, como mínimo, una presión social y científica que exige una respuesta a dichos problemas. Pero por supuesto, de poco sirve ponerse propósitos si no se va a utilizar ningún tipo de herramienta para asegurar su cumplimiento. Y es muy fácil caer en la autocomplacencia, cuando la forma de enfrentarse a un objetivo que no se va a alcanzar es simplemente posponerlo o modificarlo para que su cumplimiento sea más sencillo.
Los grandes acuerdos necesitan un compromiso a nivel global que, a día de hoy, no existe
Los grandes acuerdos necesitan un compromiso a nivel global que, hoy en día, no existe. Nadie discute que se han logrado ya, gracias a este tipo de pactos, innumerables mejoras. Por ejemplo, tras el tratado de Montreal (único acuerdo global que han firmado y ratificado todos los países de las Naciones Unidas) se logró reducir drásticamente el uso de clorofluorocarbonos, lo que permitió una recuperación de la capa de ozono. Y en la Unión Europea se lograron alcanzar varios objetivos del paquete 20-20-20 (reducción en un 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a 1990, conseguir un 20% de cuota de energías renovables en el consumo final bruto…). Pero estas mejoras son insuficientes para el nivel de emergencia climática en el que nos encontramos.
Uno de los acuerdos internacionales más significativos fue el Protocolo de Kioto, que en 1997 estableció objetivos vinculantes de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para los países desarrollados para 2012. Aunque la Unión Europea sí logró sus metas, Estados Unidos nunca lo ratificó. Además, no se logró una participación global considerable por parte de los grandes emisores, y las reducciones totales no fueron suficientes para alterar significativamente la trayectoria de las emisiones globales, lo que llevó a la necesidad de un nuevo acuerdo.
Los análisis de la ONU muestran que es previsible un calentamiento de 2,5°C
Fue el Acuerdo de París, que planteó como meta principal mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento a 1,5 °C para finales del siglo XXI. Pero los análisis de la ONU muestran consistentemente que los compromisos actuales son insuficientes para alcanzar dichas metas y que, de hecho, es previsible un calentamiento de 2,5°C, que tendría efectos dramáticos en forma de sequías, olas de calor o precipitaciones violentas cada vez frecuentes y de mayor gravedad.
Los objetivos de acción climática siempre van muy por detrás de las amenazas medioambientales y los compromisos políticos siempre quedan por debajo de las metas dictadas por los científicos. Y a pesar de que los objetivos son, en muchos casos, insuficientes, tampoco se toman las medidas necesarias para alcanzarlos. Más allá de los intereses económicos y las resistencias de las industrias más contaminantes, o de la falta de compromiso de muchos de los países implicados, la implementación de las políticas que sí se adoptan suele ser muy lenta y con financiación insuficiente. En esta tesitura, las medidas que se han de tomar para poder alcanzar los objetivos son cada vez más urgentes y drásticas, y ante la imposibilidad (o la falta de voluntad) para actuar, se opta por posponerlos continuamente y/o debilitarlos.
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