El gato de Thorndike (y la ciencia de los hábitos)
Los experimentos del psicólogo Edward Thorndike a finales del siglo XIX y comienzos del XX demostraron que las acciones que tienen efectos positivos suelen repetirse hasta volverse habituales y automáticas.
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Cuando hablamos de un gato en una caja, probablemente lo primero que venga a la mente es la célebre paradoja de Erwin Schrödinger, que expresa la idea de que, de acuerdo con las bases de la mecánica cuántica, el animal podría estar vivo o muerto simultáneamente. Sin embargo, hay otro gato que también se ha hecho famoso, especialmente en el campo de la psicología: el llamado «gato de Thorndike».
A finales del siglo XIX, los estudios darwinianos sobre la evolución de las especies y el desarrollo de la fisiología sirvieron como base para el surgimiento de la psicología conductual. El conductismo (behaviouralism, en inglés) buscaba estudiar por qué nos comportamos de la manera en que lo hacemos pero desde un punto de vista experimental. Las preguntas sobre qué leyes rigen la conducta y cómo interactúan los organismos con sus ambientes se alzaron como pilares de los estudios de la época.
Para el conductismo clásico, lo único que importaba era la observación objetiva del comportamiento externo, medible, y no la conciencia, las emociones y las motivaciones internas. Con el paso de los años, la psicología moderna ha desafiado (y superado) algunos de los postulados conductistas, por considerarlos limitados ya que dejan de lado el proceso interno. No obstante, algunos no han quedado obsoletos y, por el contrario, se usan actualmente en la terapia cognitivo-conductual (y en el adiestramiento de animales).
Uno de los ámbitos donde más se encuentra el análisis de la conducta es en la formación de hábitos. La teoría del gato de Thorndike se remonta al año 1898, cuando el psicólogo Edward Thorndike puso gatos dentro de una caja problema (o puzzle box, en inglés), llamada así pues estaba diseñada para que los animales pudieran escapar a través de una puerta una vez hacían un acto simple, por ejemplo, presionar una palanca, halar un lazo o pararse sobre una plataforma. Una vez se abría la caja, el gato podía salir y correr hasta un plato con comida.
Cada gato aprendía a asociar la acción de presionar la palanca con la recompensa de salir de la caja y comer
Al comienzo, los gatos intentaban arañar, meter las patas por los orificios de la caja o golpear las orillas con la nariz. Pero, tras unos minutos de exploración, los animales lograban apretar por casualidad la palanca, lo cual les permitía escapar. Lo que encontró Thorndike fue que, después de unos algunos intentos, en cuanto los gatos habían descubierto el poder de la palanca, comenzaba el proceso de aprendizaje. Paulatinamente, cada gato aprendía a asociar la acción de presionar la palanca con la recompensa de salir de la caja y comer. Tras ir reduciendo cada vez más el tiempo que les tomaba abrir la puerta de la puzzle box, la conducta se volvía veloz y habitual.
De esta manera, el experimento del gato en la caja de problemas muestra cómo, con la repetición, vamos aprendiendo cuál será la recompensa (o el castigo) que sigue a una conducta o estímulo específico. Y así es como comienzan a formarse los hábitos. En palabras del psicólogo, «las conductas seguidas de consecuencias satisfactorias tienden a repetirse, las conductas que producen consecuencias desagradables tienden a no repetirse». Esta es la base de la ley del efecto: un comportamiento que tiene resultados positivos tiende a reforzarse y a volverse automático.
Como explica James Clear, autor del bestseller Hábitos atómicos, «el proceso de formación de hábitos empieza con una secuencia de ensayo y error. Siempre que estás ante una situación nueva, tu cerebro tiene que tomar una decisión: “¿Cómo debo responder a esta nueva situación?”. La primera vez que enfrentas un problema, no estás seguro de cómo resolverlo. Como el gato de Thorndike, estás experimentando con varias opciones para ver cuál es la correcta».
Casi el 45% de las acciones que realizamos día tras día son hábitos
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Duke, casi el 45% de las acciones que realizamos día tras día son hábitos (generalmente repetidos una y otra vez en la misma ubicación). Esto significa que casi la mitad de lo que hacemos diariamente se trata de comportamientos automáticos, es decir, que no necesitan una toma de decisiones consciente. Los hábitos son conductas repetidas tantas veces que se automatizan. Y es precisamente eso lo que hace que sea tan difícil romperlos, para bien y para mal.
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