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El edificio más sostenible es el que ya existe

El acceso a una vivienda asequible, la emergencia climática y la pérdida del patrimonio construido no son problemas aislados. En Europa, estas tres crisis se solapan y exponen fallos estructurales profundos.

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24
diciembre
2025

El acceso a una vivienda asequible, la emergencia climática y la pérdida del patrimonio construido no son problemas aislados. En Europa, estas tres crisis se solapan y exponen fallos estructurales profundos. Lo que está en juego no es solo cómo construimos nuestras ciudades, sino qué tipo de vida estamos haciendo posible. Estas crisis interconectadas ponen a prueba los cimientos de la sociedad europea y, además, transforman de manera fundamental la práctica de la arquitectura y el urbanismo.

Millones de personas —especialmente de clase trabajadora y media— ya no pueden permitirse vivir en las ciudades donde nacieron o donde trabajan. La vivienda se ha convertido en un activo financiero, más que en un derecho humano fundamental. En la última década, los costes de la vivienda en la Unión Europea han crecido significativamente más rápido que los ingresos, erosionando la asequibilidad y empujando a las personas económicamente vulnerables hacia los márgenes.

Al mismo tiempo, en lugar de destinar recursos de forma lógica a reparar y adaptar lo que ya existe, seguimos demoliendo y construyendo de nuevo. Los gobiernos de todo el continente aún creen que levantar más viviendas nuevas es la solución a la crisis habitacional.

La vivienda se ha convertido en un activo financiero, más que un derecho humano fundamental

Sin embargo, según la Comisión Europea, el entorno construido —los espacios donde vivimos, trabajamos, estudiamos y nos relacionamos— es responsable del 36% de las emisiones de CO₂, del 40% del consumo total de energía y de más del 35% de los residuos totales de la UE. Pero su impacto destructivo va mucho más allá de lo medioambiental: también determina quién puede acceder a una vivienda digna y a qué precio. Las políticas que priorizan la demolición y la nueva construcción suelen provocar un aumento de los precios de la vivienda, el desplazamiento de comunidades consolidadas y una mayor desigualdad.

Por el contrario, rehabilitar los edificios existentes contribuye a ampliar la oferta de vivienda, reducir las facturas energéticas y preservar la vida comunitaria. Y en lugar de invertir en adaptar, restaurar y cuidar lo que ya tenemos, seguimos demoliendo y reconstruyendo, impulsados por una lógica cortoplacista.

De aquí a 2050, Europa habrá demolido 2.000 millones de metros cuadrados de edificios existentes. A cambio, se levantarán miles de millones de metros cuadrados de nuevas construcciones, perpetuando un ciclo que implica la pérdida de hogares, empleos, energía e historia. Demoler un edificio no solo destruye una estructura física: también borra memorias, comunidades y vínculos sociales y emocionales. Y lo hace en nombre de una lógica económica que ya no tiene sentido.

Hoy sigue siendo más barato construir algo nuevo que preservar lo que ya existe. Esto se debe, en parte, a normativas, subsidios e incentivos de mercado obsoletos que no reflejan los verdaderos costes ambientales y sociales. Este enfoque pudo tener sentido en una época de abundancia de recursos, pero ya no lo tiene frente a la emergencia climática, la escasez energética y la creciente fragmentación social.

Si Europa quiere tomarse en serio sus compromisos climáticos y sociales, debe cambiar sus prioridades. La renovación debe dejar de ser la excepción y convertirse en la norma, no solo porque sea necesaria desde el punto de vista medioambiental, sino porque es más justa económica y socialmente. Cada minuto, un edificio en Europa es demolido únicamente por intereses especulativos. Y mientras unos pocos se benefician, el resto de la sociedad paga el precio: alquileres desorbitados, más emisiones y la pérdida del patrimonio compartido.

El sector de la construcción tiene un papel central en esta transición hacia un modelo más justo y sostenible. Todos los actores —desde los promotores hasta los arquitectos y las administraciones públicas— deben reconocer no solo los riesgos de la demolición, sino también el potencial transformador de la rehabilitación.

La arquitectura, como práctica colectiva, tiene el poder de impulsar este cambio. La cuestión ya no es solo qué construir, sino qué preservar y cómo. ¿Cómo podemos reutilizar lo que ya existe? ¿Qué nuevos enfoques de diseño, producción y legislación pueden priorizar el cuidado frente a la destrucción? ¿Cómo podemos reconfigurar nuestras ciudades dentro de los límites planetarios?

Necesitamos un cambio de paradigma. La renovación no puede seguir tratándose como una opción marginal o una elección estética: debe convertirse en una estrategia central que responda a los desafíos ambientales, aborde la urgencia social y se alinee con el sentido común económico. Elegir conservar lo que ya existe es elegir un futuro más habitable.

En este contexto, HouseEurope!, una Iniciativa Ciudadana Europea, reclama que la transformación y el uso responsable del parque edificatorio existente se conviertan en una política estándar de la UE. Los ciudadanos europeos pueden apoyar esta propuesta hasta enero de 2026 en su web.

La importancia de respaldar este cambio de actitud —y de legislación— no puede subestimarse. Por ello, el jurado del Premio OBEL 2025 decidió conceder su galardón a HouseEurope! Así, HouseEurope! y OBEL unen fuerzas para abogar por una profunda transformación del modelo urbano europeo, basándose en la convicción de que el cambio significativo solo puede surgir a través de la acción colectiva.


Alina Kolar es directora de campaña de HouseEurope!, y Jesper Eis Eriksen es director ejecutivo de OBEL.

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