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¿Da el dinero la felicidad?

Se ha dicho siempre que el dinero no compra la felicidad, pero la ciencia está confirmando que sí están relacionados. Aunque no por lo que este permite comprar, sino por las opciones que abre.

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13
agosto
2025

Hay un trend en redes sociales que pone a los protagonistas de sus vídeos (gente corriente en un mundo precario) ante una disyuntiva: ¿prefieren ser pobres y felices o ricos e infelices? Las imágenes que siguen los muestran llorando en escenarios de lujo y dinero, secándose las lágrimas con montones de billetes.

La literatura, el arte, el cine y el teatro han exaltado durante siglos las condiciones de vida precarias y sus consecuencias como lo auténtico y a sus protagonistas como los verdaderamente felices. Las heroínas de óperas y novelas que se morían de tisis lo hacían porque se entregaban a la vida, no porque viviesen en casas miserables que eran focos de infección. Y los escritores de verdad eran los que no llegaban a final de mes, quienes se entregaban a la literatura escribiendo obras maestras revolucionarias en sus buhardillas mohosas. Lo cierto es que la cultura pop no ha dejado de exaltar la pobreza desde entonces y lo hace de maneras muy variadas, desde la moda hasta los viajes de descubrimiento a algún país en vía de desarrollo.

Incluso, en algunas profesiones, la idea de la precariedad y el compromiso que va más allá del dinero ha calado tanto que se ha convertido en una pieza fundamental para entender algunos de sus problemas estructurales. Pasa con la literatura, donde sigue existiendo cierto tabú al hablar de dinero, y con el periodismo, en el que se puede trazar una línea directa entre la bohemia exaltada de los periodistas del 1900 y el sentimiento de pasar horas en la redacción en una suerte de entrega a la noticia, aunque se esté allí con una beca y sin salario.

Pero ¿se puede ser realmente feliz con lo poco que se tiene? La cuestión ha sido una que se ha debatido recurrentemente en la filosofía. Todavía hoy se echa mano de pensadores de la Antigua Grecia o de teóricos de un minimalismo entregado para argumentar que esto se podía conseguir. Ahí están los ermitaños que vivían en el fondo del bosque (aunque, cabe puntualizar, los del siglo XVIII eran profesionales que estaban allí por un sueldo y para convertir los jardines de los ricos en algo pintoresco) o la siempre traída cabaña de Thoreau y su vida de asceta (aunque sí, su madre le hacía la colada). Esta exaltación del virtuosismo de la pobreza no tiene en cuenta un factor clave: vivimos en una sociedad capitalista en la que la pobreza es incompatible con la supervivencia. Todo cuesta dinero y, más que la paz mental de no tener que preocuparse por tener cosas, no tenerlo genera estrés por pensar cómo vas a pagar el recibo de la luz o el alquiler.

El 40,6% de la juventud española reconoce sufrir un problema de salud mental o física derivado de la inseguridad económica

Al fin y al cabo, la precariedad tiene un alto costo para la salud mental y física, como han demostrado varios informes y estudios. Por ejemplo, la investigación La situación de la salud mental en España, elaborada por la Confederación Salud Mental España y la Fundación Mutua Madrileña, señala que el 47,5% de la población española está muy o bastante preocupada por cómo va a pagar sus facturas. Para un 85,5% la estabilidad laboral y para un 85,9% cómo llegar a fin de mes son elementos que importan para su salud mental.

Otro estudio, elaborado por investigadoras de la IGOP/Universitat Autònoma de Barcelona, CSIC-Universitat Politècnica de València, Utrecht University y la Universitat Pompeu Fabra, concluye que el 40,6% de la juventud española reconoce que sufre un problema de salud mental o física derivado de la inseguridad económica. Un 31% de la muestra está en riesgo de depresión o ansiedad. La precariedad les está costando, de forma literal, la salud.

No tener dinero tiene consecuencias. De hecho, la ciencia ya dice que sí, que el dinero da la felicidad. Efectivamente, no es algo que puedas comprar en una tienda, pero el dinero sí genera la sensación de seguridad que se necesita para ser feliz y otorga los recursos necesarios para vivir bien.

Una estadística estadounidense cifra en los 110.000 dólares al año (eran 75.000 dólares en 2010) el salario necesario para ser feliz. Quizás en Europa, con unos costes de vida más bajos, la cifra sea más reducida. Aun así, lo interesante no es tanto el número en sí mismo como la confirmación de esta conexión.

El investigador principal de ese estudio, el economista Matt Killingsworth, explicaba a los medios cuando se presentaron los resultados que la clave no está en lo que el dinero permite comprar, sino en las posibilidades que abre.

«La excepción son las personas económicamente acomodadas, pero infelices. Por ejemplo, si eres rico y miserable, tener más dinero no te ayudará. Para todos los demás, tener más dinero se asoció con una mayor felicidad en grados algo diferentes», apuntaba entonces.

Y el estudio encontró un tope. A partir de cierta cifra (unos 200.000 dólares anuales), ir subiendo el salario no garantizaba ir aumentando la felicidad.

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