Israel y Hamás mantienen desde el 10 de octubre pasado, pactado dos días antes, un alto el fuego que constituye la primera fase del plan de paz impulsado por el presidente de Estados Unidos Donald Trump y respaldado por Egipto, Arabia Saudí, Catar y la Unión Europea.
El acuerdo contempla el intercambio de rehenes y prisioneros, la retirada gradual de tropas israelíes y la entrada de ayuda humanitaria en Gaza.
El gabinete israelí aprobó liberar hasta 2.000 prisioneros palestinos –incluyendo 250 condenados a cadena perpetua y 1.700 detenidos desde octubre de 2023– a cambio de los 48 rehenes retenidos por Hamás. De hecho, se han liberado ya los 20 rehenes que quedaban con vida. Simultáneamente, se ha autorizado la entrada diaria de cientos de camiones con suministros hacia Gaza.
Este avance rompe un ciclo de violencia tras casi dos años de conflicto que ha dejado más de 67.000 palestinos muertos, según las autoridades de Gaza. Abre una ventana para retomar la cooperación diplomática en la región.
Los 20 puntos de Trump
El alto el fuego se enmarca dentro del Plan de Paz de 20 puntos dado a conocer el 29 de septiembre de 2025 tras una reunión entre Trump y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.
Este plan combina presión diplomática y apoyo económico y pretende orientar una diplomacia pragmática, con objetivos medibles más allá de discursos simbólicos.
El plan combina presión diplomática y apoyo económico
Estados Unidos ha logrado alinear a Egipto, Arabia Saudí, Catar y la Unión Europea en torno a la iniciativa. Para Israel, la tregua representa una pausa estratégica y la posibilidad de mejorar sus relaciones con países árabes. Para la Autoridad Palestina significa la oportunidad de recuperar peso político tras años de aislamiento.
Dentro del plan se propone un comité tecnocrático palestino para administrar Gaza bajo supervisión internacional. Se ha llamado Board of Peace (Junta de Paz), presidido por Trump e incluyendo figuras como el exprimer ministro británico Tony Blair. Esta estructura gestionaría la financiación y los marcos de reconstrucción hasta que la Autoridad Palestina ejecute reformas internas.
Reconstruir para vivir
La reconstrucción de Gaza ocupa un lugar central en el acuerdo. Después de años de destrucción y bloqueo, las prioridades son restablecer servicios esenciales –agua, electricidad, atención sanitaria–, rehabilitar carreteras, reconstruir viviendas y permitir el retorno de desplazados.
Los aliados externos –Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y países del Golfo– han lanzado un fondo internacional para respaldar esta reconstrucción. El Banco Mundial ha estimado que las reparaciones necesarias podrían ascender a unos 80 000 millones de dólares, cifra altísima comparada con el PIB combinado de Gaza y Cisjordania.
La Autoridad Palestina ha mostrado voluntad de asumir la gestión civil de Gaza en colaboración con actores internacionales. El primer ministro Mohammad Mustafa declaró que la prioridad es devolver la estabilidad y ha nominado 5.500 palestinos para una nueva fuerza policial, con planes de llegar a 10 000 agentes entrenados, algunos por Egipto.
Hamás no participó formalmente en las negociaciones clave en Sharm el-Sheikh, aunque aceptó adherirse a la primera fase del acuerdo. Ya el 3 de octubre, la organización anunció su disposición a liberar rehenes y traspasar la administración de Gaza, pero rechazó el desarme total. Se trata de un gesto pragmático frente a presiones políticas internas.
Este plan no resuelve los grandes asuntos estructurales, como el estatus de Jerusalén, los asentamientos ni el derecho al retorno, pero reactiva la lógica del diálogo. En un contexto marcado por estancamientos, el hecho de que existan fases verificables ofrece una base más sólida que en procesos anteriores.
Analistas internacionales reconocen que, aunque imperfecto, este plan crea un espacio político sin precedentes. Voces previamente críticas han señalado que, por primera vez en años, los palestinos están participando activamente en definir sus propios términos, no solo reaccionando a imposiciones externas.
La comunidad internacional
La Unión Europea ha recibido el alto el fuego con cautela. Kaja Kallas, actual alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Seguridad, ya expresó a primeros de mes que la UE pretende tener un rol activo en la autoridad transitoria de Gaza, afirmando que «Europa tiene un gran papel y debería estar también a bordo con esto». Esta puede ser la oportunidad.
La ONU ha confirmado su implicación en la creación de la autoridad de transición y su disposición a aportar asistencia técnica. Un portavoz del secretario general António Guterres ha instado a las partes a aprovechar esta oportunidad para poner fin al trágico conflicto en Gaza.
Países musulmanes como Arabia Saudí, Egipto, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Turquía y otros han emitido una declaración conjunta de apoyo al plan, elogiando los esfuerzos diplomáticos de Trump y manifestando su confianza en que pueda ser un camino hacia la paz sostenible.
Del alto el fuego a una paz con rostro humano
Los riesgos no han desaparecido: las divisiones internas en Palestina, las tensiones políticas en Israel, posibles sabotajes o rechazos de partes más extremas podrían desbaratar el proceso. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, la esperanza de la paz parece más cercana que la amenaza de una nueva guerra.
El principal desafío será transformar esta tregua frágil en una paz sostenible
El principal desafío será transformar esta tregua frágil en una paz sostenible. Para ello serán esenciales voluntad política, acompañamiento internacional constante y reconocimiento mutuo. Si se cumplen esos tres elementos, el acuerdo podría marcar el inicio de una etapa diferente en Gaza e Israel.
Gaza podría dejar de ser símbolo de destrucción y convertirse en un modelo de reconstrucción compartida y gobernanza incluyente.
Como expresó hace años el exsecretario general de la ONU, Kofi Annan: «No hay paz sin justicia, ni justicia sin dignidad».
Esa dignidad, reconocida por igual a israelíes y palestinos, podría ser la base firme de una paz posible, construida con respeto y equidad.
El alto el fuego entre Israel y Hamás no pone fin al conflicto, pero inaugura un nuevo escenario diplomático con posibilidades reales. La intervención internacional –de Estados Unidos, la UE y los países árabes– suministra los soportes externos necesarios para que esta tregua se transforme en un proceso con rumbo.
La reconstrucción de Gaza y la creación de una autoridad transitoria ofrecen un esqueleto institucional para una paz más duradera. Pero la clave estará en transformar avances tácticos en compromisos firmes. Sin justicia, dignidad y reconocimiento recíproco, este momento de esperanza podría quedar en mera pausa.
Alfredo A. Rodríguez Gómez es profesor de Relaciones Internacionales de la UNIR, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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