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Cultura

Lole y Manuel

Los precursores del nuevo flamenco

La fuerza telúrica del flamenco ha logrado que sea la música española más conocida a nivel mundial. Pero hubo un momento de ruptura, en los años 80, que renovaría un género hasta entonces arraigado a lo ancestral. Lole y Manuel le añadieron al flamenco los ingredientes necesarios para que dicha evolución tomase forma.

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01
octubre
2025

A inicios de los años 80 eclosionó, en España, una revolución musical que dio en llamarse nuevo flamenco. El flamenco, sin duda el estilo de música patrio más reconocido a nivel mundial, había sido hasta entonces un género estanco debido a la defensa a ultranza, por parte de los puristas, de su clasicismo. Pero algo estaba cambiando en España, y las diversas músicas llegadas de EE.UU. dejaron su impronta en numerosos artistas.

La unión entre Camarón de la Isla y Paco de Lucía daría el pistoletazo de salida a la ruptura con el pasado del flamenco, que llegaría a introducirse en géneros tan, a priori, alejados como el rock, el blues y el jazz. El quejío comenzó a probarse nuevas vestiduras y puso al alcance del gran público la sabiduría de un arte ancestral. Pero años antes, el grupo sevillano de rock psicodélico Smash ya había guarecido la magia flamenca en algunos de sus temas. Y todo ocurrió gracias a la entrada en el grupo del guitarrista Manuel Molina (1948-2015).

Hijo de un popular guitarrista gitano conocido como «El encajero», Manuel comenzó a destacarse a las seis cuerdas desde joven. En 1971, cuando se unió a Smash, ya era un virtuoso del instrumento. No obstante el éxito y reconocimiento que tenía en aquel entonces, la formación quedaría disuelta un año después, y Manuel emprendería una nueva andadura musical junto a la cantaora Dolores Montoya.

La pareja, conocedora de los diversos palos del flamenco, añadía a su música sonoridades acordes con los tiempos que vivían

Popularmente conocida como Lole, Dolores Montoya había nacido en 1954 en el seno de una familia gitana, como la de Manuel, fuertemente vinculada al flamenco. Su padre, bailaor, y su madre, cantaora, inculcaron a Lole el amor a una música ancestral cuyos límites ella estaba destinada a expandir. Su voz, ajena a los dejes habituales del cante, poseía una calidez y colorido que embriagaron a Manuel desde que la escuchase. En 1972, ambos contrajeron matrimonio y comenzaron su carrera musical conjunta como Lole y Manuel.

A pesar de dominar a la perfección los diversos palos del flamenco, en su versión más clásica, la pareja añadía a su música sonoridades más acordes con los tiempos que vivían. El mismo Manuel confesaba que ni él podía tocar la guitarra como lo hacía su padre, ni Lole podía cantar como lo hacía su madre porque sus respectivos progenitores no habían escuchado a Janis Joplin, Jimi Hendrix, ni The Beatles.

Lole y Manuel, sin abandonar el flamenco ni renovarlo de manera radical, tendieron puentes entre el pasado y el futuro convirtiéndose en los precursores de ese nuevo flamenco que ya plantaba semillas en el sustrato musical de un buen puñado de músicos. En 1975 editaron Nuevo día, su debut discográfico. Pronto, la prensa especializada comenzó a hacerse eco de lo novedoso de las canciones que componían aquel trabajo. Por su parte, numerosos oyentes dejaron de lado sus prejuicios hacia la música flamenca, gracias a la experimentación musical que contenían aquellos temas, a la clara y poderosa dicción de Lole, y a la comprensión de unas letras que hablaban de paz y amor, contrariando la habitual amargura de las composiciones clásicas.

Las influencias ‘hippies’ se dejaban ver en sus letras, que cambiaban el dolor del flamenco clásico por las ansias de paz y el amor.

Quien llevó a la pareja al estudio de grabación fue Ricardo Pachón, que también produciría sus dos siguientes discos y se convertiría, con el paso de los años, en el productor por excelencia del nuevo flamenco. Pata Negra, Veneno y Camarón de la Isla grabarían sus discos más destacados bajo su supervisión.

El éxito, lejos de abrumar a Lole y Manuel, se convirtió en acicate para que, al año siguiente, publicasen su segundo trabajo, Pasaje del agua. En este nuevo disco se dejaron llevar por influencias arábigas que quedaron plasmadas en los ritmos, la incorporación de instrumentos propios de dicha cultura y Lole cantando varias estrofas en árabe. Tras grabar, un año después, el disco homónimo Lole y Manuel, ambos decidieron detener la maquinaria perfectamente engrasada de una música que ya había alcanzado gran popularidad en nuestro país.

Tres años después regresaron al estudio para grabar Al Alba con alegría, un homenaje a su hija Alba, recién nacida. En 1984, sus ánimos de exploración musical los llevó a grabar Casta, un disco orquestal que supuso el broche de oro a una carrera hasta entonces intachable. Tras la publicación de aquel trabajo Lole y Manuel ponen fin a su relación sentimental y también a la artística, tomando cada uno caminos separados.

A pesar de dicha separación, el amor de ambos por esa música que habían heredado y que tan bien supieron adaptar a su tiempo les llevaría a grabar tres nuevos discos conjuntos en la década de los 90. En el primero de ellos, junto a la orquesta sinfónica de Londres, versionaban a Manuel de Falla. Aquel supuesto regreso a los focos de la pareja, y la expectación que levantó, les valió el primer contrato que una multinacional ofrecía a unos artistas flamencos. Ya en el sello Virgin, grabaron en 1994 Alba Molina, que sería su último disco con material inédito. La despedida definitiva llegó un año después con un directo grabado en el teatro Monumental de Madrid.

Ambos continuaron sus carreras en solitario mientras su trabajo conjunto era reivindicado como el inicio de la actualización de un arte, el flamenco, que desde entonces no ha dejado de renovarse y ganarse nuevos fieles.

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