Sociedad

El inabarcable origen del flamenco

El flamenco es actualmente una de las corrientes musicales más populares en lengua hispana. Pero, ¿de dónde surgió esa cascada de emoción que escuchamos hoy en día?

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27
septiembre
2023

Federico García Lorca calificó a los negros estadounidenses como «lo más espiritual y delicado de aquel mundo», a la vez que aseguraba que los gitanos andaluces eran «lo más elevado, profundo y aristocrático de mi país». Y alguien de tamaña sensibilidad no podía equivocarse en cuestiones culturales y artísticas. El paralelismo no tiene desperdicio, ya que, igual que el blues nació en los campos de algodón, de las gargantas de los esclavos negros que intentaban, así, cantando, paliar sus desdichas, el flamenco brotó de las gargantas de los gitanos andaluces que se habían visto en numerosas ocasiones obligados a un nomadismo que no era más que huir de las convenciones sociales que no podían acatar.

Es evidente, el blues nace en Estados Unidos, pero los negros que por vez primera lo acuñaron traían en sus vértebras quebradas siglos de vidas africanas en las que bullían maneras melódicas ancestrales. Por su parte, el flamenco, nacido en Andalucía, ¿dónde y cuándo comenzó su forja de metal exacerbado?

Si atendemos a sus creadores, el pueblo gitano, tendríamos que trasladarnos a las lejanos territorios de la India, de donde surge esta etnia. Desde los inicios del tiempo, los gitanos fueron errantes. Pronto, comenzaron a extender sus pasos por Europa. Muchos de ellos decidieron establecerse en zonas balcánicas. Muchos otros, en busca de climatologías más amables, llegaron a España a principios del siglo XV. La recepción por parte de la población hispana no fue muy calurosa. Sus costumbres no encajaban en una sociedad anclada a férreas costumbres.

Obviamente, si atendemos a esas fechas, comprenderemos que los gitanos llegados a Andalucía, entonces, tomaran contacto con las comunidades musulmanas y sefardíes. Y lo es por el hecho de la marginación que comenzaron a sufrir, por aquel entonces, dichas comunidades. Igual que en lo más hondo del blues laten el dolor y lo sombrío, en el corazón del cante flamenco anidan el desgarro y la pena. Y la marginación es caldo de cultivo perfecto para los sentimientos sombríos.

Otro rasgo del flamenco que puede acercarnos a su origen es su carácter eminentemente popular. No era música nacida para ser ejecutada en teatros y otros foros públicos, sino para ser compartida en la intimidad de los hogares, entre iguales. Así nació y así permaneció durante muchos años, hasta que alcanzó la popularidad actual que ha convertido el flamenco en una especie de arte universalmente admirado, por más que muchos de los autonombrados admiradores sean incapaces de entenderlo. El mercado dicta sus normas, una vez más.

Igual que en lo más hondo del blues laten el dolor y lo sombrío, en el corazón del flamenco anidan el desgarro y la pena

Y al igual que los negros norteamericanos tomaron influencias de diferentes etnias africanas para edificar el blues, los gitanos andaluces bebieron de tradiciones musicales sefardíes y musulmanas que ya estaban arraigadas en España cuando hasta aquí llegaron. Las evidencias de dicha influencia se encuentran en el símil del flamenco con los salmódicos himnos sinagogales de los sefardíes. En cuanto a la sonoridad musulmana, los extensos melismas (esa manera de variar la altura musical de una misma sílaba cantada) que se dan en algunos palos flamencos son similares a los de las prédicas árabes. A estas influencias, habría que añadir todo el bagaje musical que traían los gitanos tras siglos de peregrinación desde oriente. El flamenco, por tanto, es un crisol de melodías y modos de ejecutarlas, además de la expresión de un sentir íntimo compartido con los más allegados para afianzar el sentimiento de comunidad.

Y en el principio fue el cante. Alrededor de 1860, aseguran quienes han dedicado parte de su vida a estudiar las raíces de esta música que enhebra maneras en todo un sortilegio de mezclas y mixturas, salió de alguna garganta gitana el primer cante. El acompañamiento instrumental llegaría después, y aún después el baile. Doloridos cantares a capella que se limitaban al ámbito familiar, antes de comenzar su andadura por las tabernas y fiestas particulares. Curiosamente, las primeras noticias que tenemos de la eclosión del flamenco, vienen de lo que dejaron escrito aquellos viajeros que visitaron Andalucía y engrandecieron el mito de cantaores como Luis Montoya Garcés, conocido como el Tito de la Juliana, o aquel otro que perdió el nombre y solo quedo con el apodo de El Fillo. De este último hay fotografías, aunque no registro de sus desgarros vocales.

La cuestión es que el poder telúrico del flamenco ha brotado durante años hasta erigir una digna arboleda de la que muchos, hoy, pretenden extraer el fruto. Pero el flamenco es rama viva, agitar de latidos dolientes como versos de poeta. Y crece y se expande y toma formas que nunca imaginadas. Pero, ¿quién de entre aquellos errantes gitanos podía haber imaginado que su voz de bronce y escarnio fuese algún día la dicha del barrio, el tronío de la raza sin bandera, el amanecer del extrarradio? Todo eso, y más, es a día de hoy, el flamenco. Todo eso, y más, llegará a ser si no le desordenamos los cauces. Porque el alarido de la tierra que no se tiene alumbra la poesía con un ¡ay! acuchillado en dolor, que es su matiz primigenio.

Ya lo dejó escrito Lorca, con un grito poco Munch y muy blues, en su «Poema del cante jondo»: «La elipse de un grito/va de monte/a monte./Desde los olivos/será un arco iris negro/sobre la noche azul./¡Ay!/Como un arco de viola/el grito ha hecho vibrar/largas cuerdas del viento./¡Ay!/(Las gentes de las cuevas/asoman sus velones)./¡Ay!».

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