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Los cuervos en la historia

En ‘Los cuervos en la historia’ (Sexto Piso), Jorge Fondebrider hace un recorrido por el interés que han despertado estas aves a lo largo de los siglos y cómo el ser humano se ha relacionado con ellos y con su simbología.

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11
julio
2025

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Aristóteles hizo notar la capacidad de los cuervos de imitar otros sonidos, incluido el lenguaje humano. Sin embargo, como observó Katarzyna Kleczkowska: «Para este filósofo el logos era una característica exclusivamente humana». A pesar de que muchos animales pueden expresar mediante sonidos de placer o dolor, «solo los humanos tienen discurso (logos) para intercambiar información sobre lo que es ventajoso y lo que resulta perjudicial, y, por lo tanto, también para lo que está bien y lo que está mal. Además, según Aristóteles, solo el lenguaje humano consiste en fonemas (stoicheion) que se pueden combinar en unidades más complejas, mientras que los sonidos indivisibles de los animales no pueden formar ninguna estructura».

Estas observaciones fueron retomadas en varias oportunidades porque «para aquellos pensadores que negaban la racionalidad animal, la comunicación de las aves planteaba un problema filosófico. Por otro lado, para quienes defendían la inteligencia animal, se convirtió en uno de los mejores argumentos para apoyar la opinión de que las bestias son racionales por ser capaces de usar el lenguaje dentro de su especie».

Al primer grupo corresponden los filósofos estoicos, que niegan toda posibilidad de racionalidad a los animales. Por caso, Crisipo de Solos (c. 281-208 a. C.), filósofo de esa escuela, afirmó que los niños como algunas aves –como, por ejemplo, los cuervos– poseen una capacidad de expresión diferente de la expresión de otros animales. Pero señala que ese discurso no es real, sino un cuasidiscurso, porque niños y cuervos no son conscientes de la sintaxis y, por lo tanto, no saben establecer una relación entre el sonido y el sentido. Se trata entonces de un enunciado vocal puro, distinto del lenguaje basado en la razón, que es una habilidad exclusiva de los humanos completamente desarrollados.

Plutarco (c. 46-c. 120 d.  C.), el biógrafo, historiador y filósofo moralista, escribió «Sobre la astucia de los animales», uno de los diálogos incluidos en Moralia, título que, en el siglo XIII de nuestra era, le dio el monje bizantino Máximo Planudes a una serie de diversos trabajos dispersos, muchos de los cuales hoy se consideran espurios. «Para Aristotimus –escribe Katarzyna Kleczkowska–, uno de los personajes del diálogo, la capacidad de las aves para imitar, es una prueba evidente de que los animales poseen logos, ya que son capaces de pronunciar sonidos articulados y aprender. Además, incluso las aves no entrenadas pueden pronunciar voces tan sutiles que a menudo se convierten en una inspiración para los poetas: “Y me parece que los estorninos, cuervos y loros, que aprenden a hablar y ofrecen a sus maestros un flujo vocal tan maleable e imitativo para entrenar y educar, son defensores y abogados de los demás animales en lo relativo a la capacidad de aprendizaje, haciéndonos ver de algún modo que están dotados tanto de la facultad de expresión como de voz articulada; por lo que es una gran ridiculez someterlos a comparación con aquellos otros animales que ni siquiera tiene voz suficiente para aullar o gemir”».

En un diálogo de Plutarco, los personajes reflexionan sobre la capacidad de las aves para imitar como prueba de que los animales poseen logos

Algo después, el filósofo neoplatónico Porfirio de Tiro (c. 234-305 d.  C.), criticando igualmente el punto de vista estoico sobre la inteligencia animal, afirmó que las bestias se comunican de una manera dada por la naturaleza y sus sonidos se comprenden fácilmente dentro de su especie, por lo que tal vez podría asimilarse la voz humana a la percepción que nosotros tenemos de, por ejemplo, los sonidos producidos por los cuervos, ya que el significado de los sonidos que pronunciamos no necesariamente es obvio para ellos.

Está polémica tuvo otros participantes posteriores que, básicamente, con ligeras variaciones, repitieron los puntos de vista hasta ahora expuestos.

Hay también espacio para el humor. Así, Macrobio (370-430 d.  C.), cuenta en sus Saturnales (Libro II) la siguiente anécdota que involucra a los cuervos y al emperador Augusto:

Tras la victoria de Aecio, Augusto regresaba a Roma en la cima de su gloria. Entre los que le felicitaban le salió al encuentro un individuo con un cuervo, al que había enseñado a decir lo siguiente: «Ave, César, vencedor, imperator». Asombrado, Augusto compró aquel pájaro bienhablado por veinte mil sestercios. Un socio del adiestrador, al que no le había llegado nada de aquella generosidad, le aseguró al César que aquel tenía otro cuervo más, y le pidió que le ordenara traerlo. Lo trajo, y el cuervo repitió las palabras que le había enseñado: «Ave, César, vencedor, imperator». Augusto, sin irritarse para nada, se contentó con hacerle compartir la gratificación con su camarada. Le saludó igualmente un loro, y ordenó comprarlo. Idéntico asombro le causó una picaza, y también la compró. El ejemplo animó a un zapatero pobretón a adiestrar a un cuervo para que saludara del mismo modo, pero arruinado por los gastos, solía con frecuencia decirle al pájaro, que no respondía: «He malgastado mi esfuerzo y mi dinero». A veces, no obstante, el cuervo empezaba a repetir el saludo que le había enseñado. Al escucharlo Augusto, un día que pasaba por allí, respondió: «En mi casa tengo bastantes que me saludan así». Pero el cuervo tenía memoria suficiente para añadir también las palabras que oía decir habitualmente a su dueño cada vez que se lamentaba: «He malgastado mi esfuerzo y mi dinero». Ante esto, el César sonrió y mandó comprar aquella ave por un precio mayor al de las compradas hasta entonces.


Este texto es un fragmento del libro ‘Los cuervos en la historia‘ (Sexto Piso), de Jorge Fondebrider.

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