Siglo XXI

Siegmund Ginzberg

«Los instrumentos de comunicación de masas son ahora mucho más poderosos»

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24
febrero
2025

Cuando Hitler llegó al poder, lo hizo por medio de unas elecciones. Pero sucedió en un ambiente de altísima polarización, discursos de odio, tergiversación de la realidad, manipulación del lenguaje, secuestro de la prensa e insólitos acuerdos de coalición. En su libro Síndrome 1933 (Gatopardo), Siegmund Ginzberg (Estambul, 1948) repasa los hechos que no solo allanaron el camino del dictador al poder, sino que hicieron desmoronarse la democracia y en los que, tal vez, se puedan encontrar similitudes con las democracias liberales del siglo XXI. «Hablo de lo que pasó y dejo a los lectores hacer las conexiones con lo que está pasando ahora», afirma.


Cuenta en sus páginas que, en los años 70, los de su generación creían que las elecciones libres garantizaban la libertad y la democracia. Hoy en día vemos numerosos ejemplos que ponen en tela de juicio esa relación directa. ¿Qué garantiza entonces la libertad y la democracia?

Me temo que nada garantiza para siempre la libertad ni la democracia. Nos fueron dadas en los años 70 y pensábamos que para el desarrollo económico eran necesarias, pero después, poco a poco, nos dimos cuenta de que no es así. China, por ejemplo, tiene un gran desarrollo económico sin democracia y con muy pocas libertades. Durante el periodo que cubro en el libro –la Alemania de los 30– los nazis tuvieron un éxito económico importante sin democracia. No me gustaría tener que acostumbrarme al hecho de que la democracia es una opción sin la cual podemos vivir.

«Nada garantiza para siempre la libertad ni la democracia»

Efectivamente, la democracia es algo por lo que tenemos que luchar y no debemos dar por supuesto. ¿Cree que están en riesgo las democracias liberales del siglo XXI?

Sí, por muchos motivos, aunque no sé hasta qué punto. Después de todo, Estados Unidos, hasta con Trump de nuevo como presidente, es todavía una democracia. Y estoy convencido de que así seguirá siendo. Pero si empieza a cambiar la Constitución –o tan solo a desafiarla– para concentrar todos los poderes en su mano, dejará de ser una democracia. Lo mismo sucede con Italia. Ahora no hablan demasiado sobre ello, porque están con otros asuntos, pero una de las ideas de la primera ministra Giorgia Meloni es cambiar la Constitución para que sean los propios votantes quienes elijan directamente al primer ministro, con lo que se eliminarían los contrapesos al poder [ejecutivo], otorgándole más poderes. Manipular las constituciones es algo muy peligroso.

A finales de la década de 1920, «buena parte de los electores había dejado de creer en la República [de Weimar] y la Carta Magna, estaban desengañados de la democracia». En la actualidad, buena parte del electorado de muchos países democráticos no confía en las instituciones políticas y afirma sentirse decepcionado con una clase política que no cumple lo prometido. ¿Cuáles son las principales consecuencias de unos votantes hastiados?

Tomemos el ejemplo de Estados Unidos. La gente que votó a Trump está desilusionada con la democracia y Trump les atrae porque [para ellos] representa el verdadero cambio, la auténtica revolución, el hombre que resolverá los problemas. También Hitler fue presentado como una revolución que cambiaría las cosas. En la década de los 20, tanto la gente corriente como los intelectuales detestaban a los políticos, el parlamento, la democracia. Si leemos las novelas de Balzac, los políticos son todos corruptos, como los de ahora. La democracia no contaba con buena publicidad, y la consecuencia es que fue derrocada.

«En la década de los 20, tanto la gente corriente como los intelectuales detestaban a los políticos»

Esa mala publicidad de la democracia y las ganas de una figura que resuelva todos los problemas me hace recordar una reciente encuesta de Fondapol que decía que un 41% de los europeos de 18 a 24 años se sitúa en la derecha, más incluso que los mayores de 65 años, que tienden a ser más conservadores.

El problema no solo afecta a los jóvenes, sino a todo el mundo. Los trabajadores, por ejemplo, solían votar a partidos de izquierdas y se están moviendo para votar a partidos de derechas; muchos de los inmigrantes, los afroamericanos o los hispanos en Estados Unidos han votado por las políticas de Trump, por no hablar de los magnates de Silicon Valley que, unos antes y otros después, han ido virando [de espectro político] y cuando Trump ganó se subieron al carro vencedor.

¿Vale cualquier cosa con tal de atraer votos?

Es desagradable, pero creo que en democracia tienes que ganar votos. En otros regímenes puedes hacer otras cosas para alcanzar el consenso, porque en las no democracias también hay consenso: Hitler contaba con un alto grado de consenso, Xi Jinping tiene bastante y Putin tiene alguno. El consenso es importante, ya sea en democracias o en otros regímenes.

En sus páginas plantea: «¿La política altera el lenguajes? ¿O es el lenguaje el que cambia la política?», en referencia al Tercer Reich. Hoy en día estamos viendo también alteraciones del lenguaje que dan forma a una nueva realidad. ¿O es acaso esa nueva realidad la que requiere un nuevo lenguaje para explicar las cosas?

Se está usando un nuevo lenguaje y puede que la gente no vea el peligro. Usan palabras –por ejemplo la izquierda– que la gente no entiende y, por tanto, tienen un problema de lenguaje; el lenguaje es muy importante. En los años 30 del periodo que trato en el libro, algunos de los analistas más relevantes eran lingüistas, como el alemán Victor Kemplerer, que tenía un diario donde anotaba el lenguaje del Tercer Reich, o el italiano Antonio Gramsci, que se pasó varios años encarcelado reflexionando sobre la derrota.

«El lenguaje es muy importante; en la Alemania de los años 30 algunos de los analistas más relevantes eran lingüistas»

«Cuanto mayor y más grande era un grupo de comunicación, más vulnerable era al chantaje», afirma en su libro. «Los periódicos se habían beneficiado de algunos ejemplares más, pero pagaron un precio muy elevado: el hundimiento de la República y la democracia». ¿Qué relación deben mantener los poderes con los medios de comunicación para que puedan existir democracias sólidas?

Hablo de lo que pasó y dejo a los lectores hacer las conexiones con lo que está pasando ahora. No tengo soluciones a los problemas. Lo que pasó en la Alemania de esa época es que contaba con los mejores periódicos, los más grandes y libres del mundo y, de repente, desaparecieron. La mitad de los periódicos eran propiedad de familias judías y la otra mitad, de Alfred Hugenberg, que era más conservador y antisemita que el propio Hitler. Pero Hugenberg entró en el gobierno nazi y en unos meses perdió su puesto como ministro de Economía, su partido, sus periódicos, todo. Y la prensa judía, al principio, hacía lo que Hitler y los nazis les decían: primero, que parase de atacar al nuevo gobierno; luego, que despidiera a aquellos periodistas en contra de los nazis; después, a todo aquel que fuera judío, hasta que se quedaron sin sus periódicos. En Estados Unidos pasa un poco lo mismo: los dueños de los medios de comunicación tienen miedo al chantaje. Mucha gente debe recordar a la dueña del Washington Post [Katherine Graham, que publicó los papeles del Pentágono e hizo posible la exclusiva del caso Watergate]. Me temo que algo así ya no existe.

«Los periódicos ya no cuentan, no tienen influencia»

Últimamente vemos en España, por ejemplo, cómo los tentáculos del gobierno llegan a medios de comunicación que deberían ser más imparciales.

Hay algo todavía peor: que los periódicos ya no cuentan, no tienen influencia. En Estados Unidos, todos los grandes periódicos (excepto el Washington Post de Jeff Bezos) estaban en contra de Trump, y salió elegido de todos modos. Hay nuevas formas de comunicación de masas. Por ejemplo, X (antes Twitter) tiene aparentemente más peso que todos los periódicos y televisiones juntas. Ahora, los instrumentos de comunicación de masas son mucho más poderosos.

Rescata el ejemplo de la Conferencia sobre Emigración en Evian (Francia) en 1938, impulsada por el presidente Roosevelt debido a «la necesidad de hacerse cargo de los refugiados y compartir la responsabilidad». Lo cual me lleva a la inmigración, uno de los principales desafíos a los que hoy deben hacer frente Europa o Estados Unidos. ¿Cuál es el principal problema con la inmigración?

La inmigración es percibida como un problema para una parte importante de la población. Las fuerzas políticas la convierten en un problema, pues lo utilizan para atemorizan a la gente. Es un problema, pero se exagera; existen formas mucho más humanas de tratar la inmigración. ¿Sabías que la inmigración de Europa del Este fue mucho más consistente en la década de 1920 que ahora? Eso es lo que Hitler, los nazis y los antisemitas explotaron. La mayor parte de esos inmigrantes que querían escapar de la miseria eran judíos pobres que querían ir a Estados Unidos, pero como el país no les concedía una visa, tuvieron que parar en Alemania; otros fueron a Palestina porque no pudieron ir a América [y no se querían quedar en Alemania]. La derecha en todo el mundo está fomentando un miedo a la inmigración para ganar votos. Alega que la izquierda, o los más progresistas, son demasiado débiles para solucionar el tema y están haciendo mucho ruido.

«Las fuerzas políticas convierten la inmigración en un problema, pues lo utilizan para atemorizan a la gente»

Auge de los partidos extremos y los populismos, discursos de odio, crispación social, polarización. ¿Podemos frenar y revertir estas tendencias o serán la nueva realidad?

Tomemos el caso de Alemania. Sabemos la postura de Alternativa por Alemania [AfD] respecto a la inmigración. Si se convierten en el primer partido, no cuentan con mayoría. ¿Cuál sería la forma de pararlos? La única manera es que el centro (CDU) no les acepte en el gobierno y haga un pacto de coalición con todos los demás. El rol de la política es obligarlos o empujarlos a hacer lo contrario. Si un político tiene éxito llegando a un acuerdo de coalición con su adversario para frenar la extrema derecha, está haciendo su trabajo; si no lo consigue, lo está haciendo mal y perderá.

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