Sociedad

«Si seguimos en este contexto de polarización política tendremos una democracia peor»

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12
febrero
2024

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«Polarización» fue la palabra del año 2023. Emparentada con radicalización, falta de diálogo y el continuo intento de deslegitimar al otro cuando piensa distinto a nosotros, esa palabra da buena cuenta de la crispación que atraviesa España. El periodista y analista político Ramón González Férriz (Granollers, 1977) indaga en ‘Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical’ (Debate) las causas de esta situación que amenaza la democracia, la convivencia y la salud mental de los ciudadanos. Todo se ha politizado: cómo viste uno, qué come, qué deporte practica o sigue, con el desenlace fatal de que los distintos son enemigos.


¿Está la gran amenaza de la que habla Los años peligrosos en confundir a la persona con sus ideas?

Hay dos peligros principales, uno político y otro social. El político lo estamos viendo: si nos vamos a estos grados de radicalismo, de polarización política, de confianza en líderes duros con rasgos autoritarios, derivaremos en una democracia de peor calidad, y las medidas políticas que se tomen, de carácter económico, social, etc., provocarán una merma del estado de bienestar, porque dejarán a capas de la población al margen de las decisiones políticas. Si seguimos en este contexto de polarización política tendremos una democracia peor, con políticas hechas solo para partes de la sociedad, pensadas para seguir polarizando. Respecto del peligro social es que la sociedad se fragmente por completo en grupos que viven relativamente juntos, pero en su propia burbuja, grupos que se detestan mutuamente y no tienen la suficiente confianza para discutir, debatir y enfrentarse democráticamente, con un mínimo de garantías de que el diálogo sea robusto. Esos son los dos grandes problemas que, a su vez, se ramifican en otros muchos.

La crispación, que parece superar la que vivió España en los 90, ¿se ha trasladado de la clase política a la sociedad o viceversa?

Estos años hemos hablado de un enfrentamiento entre el pueblo y la casta o entre el pueblo y la élite política, pero creo que a esta situación nos ha llevado un enfrentamiento entre distintas élites, que se ha ido transfiriendo a la sociedad. Elementos como el Brexit, el procés, el trumpismo o la ideología woke han nacido —aunque de modo distinto— en entorno elitistas (económicos, académicos, etc.). De ahí se han transferido a la sociedad en procesos que son mucho más jerárquicos y verticales a como se han presentado. Podemos o el Movimiento del 15-M se ha presentado como un movimiento popular frente a las élites tradicionales y, en realidad, era un movimiento que procedía de esas mismas élites, académicas, sociales y familiares. El origen de esta polarización hay que buscarlo en una pugna entre élites por conseguir el poder, la legitimidad y el estatus. Eso sí, la sociedad ha abrazado esa polarización sin mucha resistencia.

«El origen de esta polarización hay que buscarlo en una pugna entre élites por conseguir el poder»

¿Cuánto de la polarización política se debe a la situación económica y a la emergencia climática, territorios encapotados, de enorme amenaza?

Hubo una crisis financiera de consecuencias enormes. De ella surgieron distintos movimientos ideológicos, fundamentalmente el Tea Party y el 11-M, porque las élites habían fallado, las élites tradicionales (económicas, políticas y financieras) habían fracasado, y era normal y sano que se articularan movimientos políticos para dar respuesta a ese fallo y proponer nuevas formas de gobernanza en la sociedad. Así surgió una nueva derecha y una nueva izquierda que se fueron transformando adquiriendo rasgos más identitarios, más radicales. No le quito legitimidad al hecho de que, después de 2010-2012, se exigiese un sistema distinto. El cambio climático reproduce ese esquema. Algo que uno podría pensar que debería ser relativamente trasversal, como la necesidad de combatir el cambio climático, se ha polarizado. Una parte de la izquierda piensa que puede ser una oportunidad para el decrecimiento, la reducción del consumo y el cambio radical de nuestro modo de vida, y la parte más sensata de la derecha no niega el cambio climático, pero cree que si vamos demasiado deprisa en la transición energética podemos trastocar seriamente a una parte de la sociedad que no merece ese socavamiento de su manera de vida. Hay diferencias legítimas frente al cambio climático, pero lo hemos convertido en una lucha casi civilizatoria entre quienes creen que vamos hacia Max Mad y quienes creen que la emergencia climática es una farsa orquestada por la ONU. Somos incapaces de discutir nuestras diferencias, las convertimos en un enfrentamiento apocalíptico que dificulta extremadamente encontrar soluciones. El cambio climático ya lo hemos convertido en un patrón ideológico, frente al que te tienes que posicionar a izquierda o derecha. Gritar un poco en democracia no es lo más elegante pero no pasa nada por hacerlo. Lo que es insostenible es hacer de cualquier circunstancia (desde lo importante, como el cambio climático, a lo secundario, como la canción que representará a España en Eurovisión) algo decisivo y polarizado.

«Es insostenible hacer de cualquier circunstancia algo decisivo y polarizado»

¿Dónde colocar la frontera entre una discusión vehemente, ese «gritar un poco», y una violencia radical, polarizada?

Te daré una línea gráfica, aunque poco científica. Una discusión vehemente puede terminar con un «me caes mal porque estás equivocado en tu manera de pensar». Es poco elegante, pero válido democráticamente. Pasar la línea supondría decir: «Tú y tu grupo sois los culpables de todos mis males y políticamente tengo que acabar (metafóricamente, claro) contigo y los tuyos». No es muy precisa mi respuesta, pero va por ahí. No solo hay que aceptar que haya quienes estén en desacuerdo con lo que pensamos, sino que eso implica conflictos duros y desagradables. Sin embargo, estamos en el deseo real de negar la legitimidad política del adversario, pensar que no tendría que tener representación alguna. Eso es peligrosísimo.

Politizar todo, además de un desgaste de energía innecesario, ¿qué implicaciones tiene en la salud individual y colectiva?

Si nos pusiéramos muy estrictos, podemos defender que todo es político, de acuerdo, lo que hacemos en el sexo, el deporte que practicamos o vemos, la comida que preparamos… todo tiene portes políticos, en cualquier cosa de la vida se juegan relaciones de poder, pero, en general, los humanos somos capaces de contenernos, de no politizarlo absolutamente todo para no complicarnos la vida ni la convivencia. Eso es lo que sucede la mayor parte de tiempo en democracia, hacemos muchas cosas que tienen una raíz política, pero las despolitizamos. En este periodo que estamos viviendo, hemos decidido politizarlo todo y convertir todo en un enfrentamiento. Si somos de izquierda nuestra dieta será de un tipo concreto, seguramente vegana o vegetariana; si soy de derechas, me gustará el golf… incluso algo tan transversal como la religión se está politizando. Ese proceso, en el plano individual, le resta diversión a la vida—perdona lo informal de la expresión—; si pensamos que todo es una decisión trascendental, de vida o muerte, de salvar o destruir el planeta, es insoportable, de una gravedad falsa, además. Como sociedad, esta politización excesiva y polarizada nos fragmenta más, nos hurta los espacios comunes, nos afecta la capacidad de decidir cada uno por sí mismo cuáles son sus ideas, con independencia de su alineamiento a la izquierda o la derecha. ¿No puede haber alguien de izquierda a quien le gusten los toros? ¿No puede haber alguien de derechas que sea un convencido vegano?

¿De qué modo la digitalización de la comunicación ha radicalizado a la sociedad?

No soy un apocalíptico de lo tecnológico, ni mucho menos. Hay que tener en cuenta que, poco después de la crisis financiera se extendieron de manera masiva las redes sociales, los teléfonos inteligentes… En ese periodo de tiempo estábamos aprendiendo qué era las redes sociales, el periodismo digital… aprendimos a vivir en un entorno nuevo, y cometimos errores. No es cuestión de pensar que los periódicos fueran malvados, contribuyendo a la polarización social. Buscaban un modelo de negocio que les permitiera continuar, y para ello tuvieron que utilizar titulares llamativos, artículos provocadores, etc. Con las redes sociales sucedió lo mismo. Durante la Primavera árabe o el 11-M creíamos que las redes podían ayudarnos políticamente, que eran una herramienta eficaz de protesta, que nos movilizaban, que nos permitían esquivar la censura de ciertos gobiernos. No sabíamos entonces que las redes tenían elementos nocivos importantes, al igual que el mundo digital, que premia e incentiva la radicalización: si quieres que un tuit tenga muchos retuits seguramente lo consigues antes escribiendo algo provocativo, con retórica demagógica, que si escribes uno aburrido, pero cierto. Eso sucede con el periodismo, e incide en la polarización y la radicalización. No porque lo digital sea malo, no es que vayamos a un mundo como el de Blade Runner, sino porque, sin pretenderlo, ha contribuido a la situación de crispación actual.

«Los radicales no son cuatro señores locos que no saben lo que dicen»

Supongo que el único modo de combatir el «nacionalismo reaccionario», uno de los grandes males que cita en su ensayo, es a base de cultura pero, si la cultura está infectada por esa tiranía de lo correcto, de lo woke… ¿qué solución hay a este embrollo?

La gente de centro o de izquierda tiende a pensar que la derecha nacionalista es muy inculta, pero resulta sorprendente la densidad de ideas que maneja, de referentes culturales que tiene ese mundo; la gente de libros, los aficionados al arte, pensamos que la cultura tiene un efecto de redención frente al radicalismo, pero no es cierto. La izquierda siempre saca ese argumento de que el arma contra la extrema derecha es la cultura, pero más que un argumento, es un deseo. Como si leyendo a Nietzsche uno no pudiera convertirse en radical. Además, las ideas que conforman los radicalismos son profundas, serias. A poco que indagues, te das cuenta de que hay interpretaciones históricas, explicaciones del mundo, teorías económicas que rozan la paranoia y la conspiración, pero que contienen elementos que no podemos desdeñar del todo, que hay que tomar en serio porque existen, y a mucha gente le resultan convincentes. Quiero decir que los radicales no son cuatro señores locos que no saben lo que dicen. No, hay que entenderlos; en parte, para eso mismo escribí el libro. ¿Cómo salir de ese embrollo? Un buen camino sería reivindicar la importancia de las políticas pequeñas, que son en las que, en general, estamos de acuerdo todos, no tanto plantear monarquía sí o monarquía no, sino que hace falta asfaltar tal o cual calle. Estamos en una época de excesiva grandilocuencia política, queremos reformar el sistema en general, abordar grandes cosas, pero creo que se reduciría la polarización si encauzáramos la política como solución de problemas cotidianos y relativamente pequeños.

¿Sirven los cordones sanitarios?

Es una duda que no he solventado, no estoy seguro de que los cordones sanitarios funcionen, no sé hasta qué punto los centristas y liberales tenemos derecho a no hablar con partidos a los que les vota un 20% de la población, a evitar que entren en los gobiernos. Además, haciendo eso tienen un menor desgaste partidos como Vox. Pero no tengo resuelta esa duda.

«La polarización se reduciría si encauzáramos la política como solución de problemas cotidianos»

¿Descolonizar los museos es la solución?

Creo que lo que hemos llamado woke tiene líneas de pensamiento que podemos rescatar. Por ejemplo, preguntarnos por el papel que ha tenido Occidente en la colonización no creo que sea una pregunta estéril intelectualmente, pensar en qué medida nuestra tradición artística y cultural refleja relaciones de poder profundamente desiguales a lo largo de la historia nos ayuda a no repetir ciertos errores. Pero que eso no se traduzca en extremos disparatados y autoritarios, sobre todo provenientes de la izquierda, que tacha de fascista a quien no comparte su visión. Para gente como yo, para la que el concepto de «patria» nunca ha significado demasiado, es saludable repensarlo, reflexionar por qué parte de la sociedad se siente angustiada ante la idea de que ese concepto, como el de «nación» o «raíces culturales» se están disolviendo. Hay que tomarse en serio las ideas de los radicalismos.

Dígame que esta tendencia pasará…

Ah… empecé el libro pensando que sí, que ya estaba pasando. Cuando comencé este libro pensaba que Trump era un cadáver político, que el fracaso del Brexit haría recapacitar a los ingleses, que el procés estaba diluyéndose, que la extrema derecha europea estaba contenida o, al menos, cuando llegaba al poder, como en Italia, se parecía mucho a la derecha tradicional… Pero hoy pienso que seguiremos buscando la manera de reorganizar nuestro sistema político y económico desde la polarización, seguiremos buscando respuestas en las expresiones radicales y encontrándole sentido al radicalismo. Creo que esta situación va a durar todavía un tiempo y, en algunos aspectos, incluso, empeorará.

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