¿Nos vuelve estúpidos la política?

Ideología de izquierdas y de derechas, de conservadores y progresistas… Ambas posturas implican la elección de un complejo sistema implícito que puede mantenerse oculto. Hay expertos que sostienen que la elección política puede venir de lo más profundo de nuestros genes.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
23
noviembre
2021

Estados Unidos nos permite estudiar la polarización política y aprender. He copiado el título de un artículo de Ezra Klein –How Politics Makes Us Stupid– basado en las investigaciones de Dan Kahan (Universidad de Yale). Demuestra que todo partidismo político ciega para ciertas evidencias. Paul Krugman, premio Nobel de Economía, comentando el artículo, sostiene que los prejuicios ciegan más a los conservadores que a los progresistas. Los conservadores, claro, dicen lo contrario. Haidt, subtitula su gran libro La mente de los justos por qué la política y la religión dividen a la gente sensata y opina que la política se ha convertido en un juego maniqueo, dado que cada partido se encierra en su «mentalidad tribal», demoniza al otro y utiliza el «razonamiento motivado» que no busca la verdad, sino justificar la propia opinión. Las preferencias políticas no se eligen libremente. Todos debemos ser conscientes de que muchas veces estamos seguros de cosas que desconocemos. Fuera engreimientos ideológicos.

Los pintores de batallas tenían que elegir su punto de observación para representar un asunto tan complejo. Unos, como Paolo Uccello se introducían en el fragor de la pelea, y pintan una confusión furiosa. Otros, se alejaban para pintar el campo de batalla entero y la evolución de los regimientos. El Panóptico sigue este método. Los combates, físicos o dialécticos, sólo se perciben contemplando desde fuera el juego de los adversarios. La polarización política en Estados Unidos ocupa las portadas de los diarios. Dos grandes fuerzas se están enfrentando. Me interesa comprender lo que las diferencia, con la ayuda de la psicología política, disciplina que tiene gran tradición en Estados Unidos.

¿Por qué unas personas son republicanas y otras demócratas o, para adoptar una terminología más universal, conservadoras o progresistas, de derechas o de izquierdas? Ambas posturas implican la elección de un complejo sistema implícito que puede mantenerse oculto si no nos empeñamos en revelarlo. Tanto la mentalidad conservadora como la progresista defienden ideas cuya relación resulta difícil de percibir. George Lakoff se preguntó qué podían tener en común distintas tesis republicanas: la oposición al aborto, la defensa de la pena de muerte, la oposición al ecologismo, al cambio climático, al control de armas, o al salario mínimo. Los demócratas los han acusado de defender la vida del no nacido, pero negarse a aprobar programas de asistencia sanitaria al ya nacido. Los conservadores piensan que las ayudas sociales son inmorales porque minan la disciplina y la responsabilidad del individuo. Hablan de disciplina y resistencia, mientras que los progresistas hablan de preocupación por los débiles, de justicia social, de necesidades y ayudas.

«Los demócratas acusan a los republicanos de no tener compasión, y los republicanos acusan a los demócratas de que les falta amor a la libertad»

Los demócratas americanos acusan a los republicanos de no tener compasión, y los republicanos acusan a los demócratas de que solo tienen compasión y les falta amor a la libertad, valoración del esfuerzo personal, lealtad y patriotismo. Las diferencias se manifiestan también al tratar el tema de la desigualdad. Hace ya muchos años que Norberto Bobbio consideró que el modo de concebirla era la principal diferencia entre derechas e izquierdas. Las derechas creen que es un hecho natural e irremediable; la izquierda, que es una creación social y una injusticia. En Estados Unidos, una parte importante del electorado republicano piensa que el pobre es responsable de su pobreza. Las diferencias continúan presentándose en la idea del Estado (mínimo para los conservadores y máximo para los progresistas), de la libertad (puramente negativa para unos y positiva para otros), del bien común o de la justicia social (para los republicanos, una trampa para justificar la injerencia del Estado), del patriotismo (nacionalismo republicano frente a multilateralismo demócrata).

El enfrentamiento se manifiesta en dominios muy diferentes. En educación, por ejemplo, con el choque entre escuela antigua y escuela nueva. Como detallé en El bosque pedagógico, se han consolidado dos modelos de educación que mutuamente se han descalificado y caricaturizado. Por un lado, el modelo conservador, individualista, privatizador, que antepone la calidad a la equidad, desconfía del Estado y pone la libertad de enseñanza por encima del derecho a la educación. Además, insiste en que la educación moral debe ser decidida en exclusiva por los padres, confía en evaluaciones y reválidas, hace depender toda mejora del esfuerzo personal, y piensa que la única forma de mejorar la educación es fomentando la competencia y sometiendo la escuela a la dinámica de la oferta y demanda propia del mercado. Defiende el aprendizaje de contenidos, la disciplina en la escuela, la autoridad del maestro,  el aprendizaje individual y el concepto de deber.

El modelo progresista, por otro lado, es comunitario, aboga por la defensa excluyente de la escuela pública, antepone la equidad a la calidad y el derecho a la educación a la libertad de enseñanza. Confía en el Estado no solo como garante de la educación sino como su administrador principal, creyendo que una educación cívica universal debe estar garantizada por él y desconfiando de las evaluaciones y reválidas. Piensa que la cultura del esfuerzo olvida la influencia socioeconómica en los resultados, y considera que el mercado es un enemigo de la equidad educativa. Defiende el aprendizaje de habilidades, la creatividad, la democracia escolar, las pedagogías cooperativas y el concepto de derecho.

«Hay expertos que sostienen que la elección política puede estar genéticamente influida»

Como síntesis de sus respectivos modelos, derechas e izquierdas han elaborado su propio relato. En el caso americano, la narrativa demócrata según Christian Smith (Moral, Believing Animals) puede resumirse así: «Hubo un tiempo en que la gran mayoría de los seres humanos sufría en sociedades e instituciones sociales injustas, insalubres, represivas y opresivas. Estas sociedades tradicionales eran censurables debido a su profunda desigualdad, a la explotación y al tradicionalismo. Pero la noble aspiración humana de autonomía, igualdad y prosperidad batalló incansablemente contra las fuerzas de la miseria y de la opresión, y con el paso del tiempo logró establecer sociedades modernas, liberales, democráticas, capitalistas y bienestaristas. Si bien las condiciones sociales de nuestros días tienen el potencial de maximizar la libertad individual y el placer de todos, hay mucho trabajo por hacer para desmantelar los poderosos vestigios de desigualdad, explotación y represión. Esta lucha por conseguir una buena sociedad, en la que las personas son iguales y libres para perseguir su felicidad autodeterminada, es la única misión por la que vale la pena dar la vida».

En cambio, la narrativa republicana, tomada de los discursos de Reagan, dice así: «Hubo un tiempo en el que Estados Unidos fue un faro brillante. Después llegaron los progresistas y erigieron una enorme burocracia federal que esposó la mano invisible del mercado. Subvirtieron nuestros valores estadounidenses tradicionales y se opusieron con insistencias a Dios y a la fe. En lugar de exigir que la gente trabajase para ganarse la vida, extrajeron el dinero de los laboriosos estadounidenses y se lo dieron a drogadictos con Cadillac y a reinas del bienestar. En lugar de castigar a los criminales, intentaron entenderlos. En lugar de preocuparse por las víctimas de los delitos, les preocupaban los derechos de los delincuentes. En lugar de adherirse a los valores estadounidenses tradicionales de familia, fidelidad y responsabilidad personal predicaron la promiscuidad, el sexo prematrimonial y el estilo de vida gay, y alentaron una agenda feminista que socavó los roles familiares tradicionales. En lugar de mandar fuerzas contra quienes hagan el mal en todo el mundo, recortaron el presupuesto militar, faltaron el respeto a nuestros soldados, quemaron nuestra bandera y apostaron por la negociación y el multilateralismo. Entonces, los estadounidenses decidieron recuperar su país de manos de aquellos que intentaban socavarlo».

Vuelvo a la pregunta del principio. He indicado –inevitablemente con trazo grueso– los dos modelos. ¿Por qué elegimos uno u otro? Sería tranquilizador decir que porque nos convencen los argumentos a favor, pero no parece que suceda así. Primero elegimos y después intentamos justificar la elección. Con las personas nos ocurre algo parecido. Nos caen simpáticas o antipáticas y, solo después, intentamos buscar las razones de esos sentimientos. Hay expertos que sostienen que la elección política puede estar genéticamente influida. Hatemi y sus colegas, a partir del análisis del ADN de 12.000 personas, han creído descubrir un componente genético en esa elección. No es que haya un ‘gen demócrata’ o un ‘gen republicano: el asunto es más sutil. La distribución de neurotransmisores en un individuo le hacen más sensible a las amenazas y al miedo, o más propenso a disfrutar con la novedad. Diferentes pruebas en Estados Unidos muestran que los republicanos valoran más la seguridad y el orden, mientras que los demócratas disfrutan más con la novedad, el cambio y la búsqueda de emociones.

«Conviene reconocer los potentes sistemas de autodefensa con que protegemos nuestra propia imagen»

Los estudios realizados a partir de los modelos de personalidad corroboran esta visión. Moscovici, A.Chirumbolo, Sensales y otros han visto la correlación con lo que se denomina ‘apertura a la experiencia’, ‘responsabilidad’ y, en especial con el ‘locus de control’. Este último punto me parece muy interesante: ante un hecho, hay personas que insisten en la responsabilidad individual (locus de control interno) y otros que insisten en la responsabilidad social (locus de control externo). Los primeros tienden a ser de derechas y los segundos de izquierdas. Al explicar algunos temas sociales como la pobreza, el paro o la enfermedad, las personas conservadoras hacen referencia a la responsabilidad individual, mientras las personas de izquierdas tienden a usar explicaciones de tipo social.

En otras palabras, las personas de derechas tienden a sentirse más responsables de lo que les ocurre, a creer que pueden controlar los acontecimientos y que son menos vulnerables y, además, suelen considerar adecuadas las ayudas que la sociedad ofrece a los grupos más desfavorecidos. Por el contrario, las personas de izquierdas, cuyo estilo de atribución es externo, se sienten más expuestas a eventuales riesgos que no pueden controlar (como el paro), tienden a juzgar insuficientes las ayudas que la sociedad ofrece a quienes tienen dificultades y consideran que la injusticia social es el origen del malestar de estas personas. Lakoff cree que por debajo de cada uno de los sistemas implícitos hay un modelo de familia. El conservadurismo se basa en el modelo del padre estricto, mientras que el progresismo gira en torno al modelo del progenitor atento.

Tomo en serio esas investigaciones. Acepto que las preferencias están en muchas ocasiones inconscientemente determinadas. Por eso, he propuesto que respecto a ellas debemos adoptar la misma actitud que con las ilusiones ópticas: no podemos evitarlas, pero tampoco debemos creer en ellas. Por ejemplo, vemos que el Sol se mueve en el cielo, pero ahora sabemos que no es cierto. Debemos desmitificar muchas de las ideas con que definimos nuestra visión política. Conviene reconocer los potentes sistemas de autodefensa con que protegemos nuestra propia imagen. La filosofía occidental salió fortalecida por la acción de tres grandes críticos: Sócrates, Descartes y Kant.

Mi objetivo no es ‘enseñar’ a nadie, sino aprender de la experiencia. Steven Pinker –que me parece el investigador que sabe más psicología en la actualidad– tras analizar los fallos cognitivos que provoca el partidismo, sugiere una solución: «Una aproximación más racional a la política consiste en tratar a las sociedades como experimentos en curso y aprender las mejores prácticas con amplitud de miras, con independencia de la parte del espectro de la que procedan». Estoy tan de acuerdo que cuando me he atrevido a soñar en un partido político ‘ideal e improbable’ le fijé como primera prioridad no enrocarse en ideologías y estar aprendiendo siempre.


Este contenido forma parte de un acuerdo de colaboración del blog ‘El Panóptico’, de José Antonio Marina, con la revista ‘Ethic’. Lea aquí el original.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Populismo, año cero

David Lorenzo Cardiel

Repasamos brevemente el origen de este fenómeno político que pone en peligro la democracia.

La muerte de la verdad

Michiko Kakutani

El populismo y fundamentalismo se extienden por todo el mundo sustituyendo el conocimiento por la sabiduría de la turba.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME