Cultura

«Intento concebir el retrato como una conversación»

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06
noviembre
2024
‘Autorretrato’, Jeosm

Para Jeosm (Talavera de la Reina, 1982), el retrato es la forma más sincera de la fotografía. Su libro ‘No soy uno de los vuestros’ (Círculo de Tiza, 2024) recoge los retratos de más de 140 figuras del mundo cultural, acompañados de textos inéditos de otros periodistas y autores que, en un juego intertextual, escriben sobre los fotografiados. Hablamos con él sobre su obra, el mundo grafiti y la fotografía como disciplina.


Con fotografías de más de un centenar de escritores, periodistas y músicos, el libro es en sí mismo una memoria del ámbito cultural hispano. Ya que no eres uno de ellos, ¿qué te ha mostrado estos años ser el fotógrafo de grandes autoras y autores en español?

Pues mira, cuando yo digo «no soy uno de los vuestros» lo concibo como una declaración de intenciones, no como algo negativo hacia ellos. Simplemente es una cuestión práctica. Mi trabajo consiste en otra cosa. Mis herramientas son una óptica, una luz, un encuadre, un gesto, que ahí ya hay una gran diferencia, aunque formemos parte del mundo cultural. Porque al final yo creo que en un medio la fotografía debe ser algo potente porque es lo que se utiliza para esa llamada de atención. Entonces, cada uno tenemos nuestra función. Es decir: oye, no soy uno de los vuestros, pero el no ser uno de ellos es lo que me ha permitido poder hacer este libro también.

«Para generar esa complicidad en el acto fotográfico hace falta algo más que tener una cámara»

Hablemos sobre el retrato en general. Susan Sontag decía que muchas personas se inquietan cuando las van a fotografiar porque temen «la reprobación de la cámara», quieren una imagen idealizada de sí mismas, lucir mejor que nunca. Tú has dicho que lo que más buscas en tus fotos es la sinceridad. ¿Cómo manejar la tensión entre la impostura y la vulnerabilidad? ¿Cómo balancear lo auténtico y lo posado?

Susan Sontag es una gran autora de referencia para muchos géneros. Ella ya se adelantó a lo que está pasando ahora. En aquel momento no existía la cultura de la selfie. No había tantas redes y tanto uso de fotografías como ahora. Yo me enfrento con eso a diario, en el sentido de que la gente tiene una imagen de ellos mismos, todos la tenemos. Pero desde que nos miramos a un espejo estamos viendo un reflejo, no nos estamos viendo realmente como somos. Entonces, yo tengo que partir de esa base, de restarle importancia a la imagen que cada uno tiene de sí mismo. Porque no juegan en igualdad de condiciones. Y porque hoy en día cualquier hijo de vecino se sube una foto a su perfil y se pone un filtro. Para mí es mucho más importante el fondo que la estética. La estética, la luz, la composición… son una herramienta que me lleva a poder contar algo de alguien. Yo lo que intento es que sea lo más sincero y lo menos impostado posible. Siempre y cuando tenga la posibilidad, porque ya sabrás tú que hay gente a la que le gustan más las fotos, que tiene una imagen muy marcada que quiere tender la capa y espada. Entonces, intentar culebrear y jugar con eso, realmente, es mi trabajo. Porque al final el iluminar o el encuadrar o trabajar con una óptica u otra, eso al final con un poquito de formación lo puede aprender a hacer cualquiera. Pero generar ese clima de confianza con la persona para que se relaje delante tuyo, para que se genere esa complicidad, esa conversación en el acto fotográfico, pues, oye, hace falta algo más que tener una cámara.

Almudena Grandes, 9-9-2016

Almudena Grandes, 9-9-2016, Jeosm

Ahora todo el mundo se hace autorretratos, pero la esencia del retrato, a secas, es que hay una mirada detrás. ¿Cómo se juega y cuánto revela, digamos, la otredad en el retrato –saber que, en la era de la selfie, detrás del lente hay una mirada ajena?

Por suerte, ahora la gente está muy acostumbrada a las cámaras, cosa que hace años no tanto. Ese ya es un paso que facilita mi trabajo. Ahora hay una cultura de la imagen muy esperada de la sociedad y todos hacen uso de ello. Por lo menos esa es la parte positiva. La parte negativa de mi trabajo es que yo voy con un cacharro grande, una lente grande, y en el 90% de los casos me tapa la cara para hacer la foto. Entonces, tú estás mirando a alguien a quien no le ves la cara. Y para mí eso es casi violento. Porque, claro, yo intento concebir el retrato como una conversación, un diálogo entre las dos personas. Entonces, de repente, que haya un cacharro delante que me tapa la cara, que estoy hablando pero no me ven los ojos, hace más frío ese contacto. Entonces, siempre intento trabajar con un visor más de cintura, para poder mantener esa conversación. Y no suelo hacer muchas fotografías en las sesiones. Sigo teniendo un poco esa visión del analógico de antes, que tenía un carrete de veinticuatro, o de doce en medio formato. Y así asegurarme de que los momentos de captura sean honestos.

«El blanco y negro le da cierto romanticismo; siempre ha sido más atemporal»

¿Por qué el blanco y negro?

El blanco y negro insinúa más que enseña. El color te muestra todo en un primer golpe. El blanco y negro para mí le da cierto romanticismo. Siempre ha sido más atemporal. Todos tenemos en la retina fotos familiares, de nuestros abuelos o padres de jóvenes, que son en blanco y negro. Entonces, me parecía una manera de darle valor y atemporalidad a mi trabajo. Es un lenguaje en el que me siento más cómodo porque no hay tantos elementos que distraigan, a mí a la hora de encuadrar o al espectador a la hora de ver la foto. Todo esto, por un lado, en la parte más técnica o filosófica. Y luego, una parte personal: yo vengo del mundo del grafiti, entonces, llevo un montón de años trabajando con colores mogollón, contrastes de colores, difuminados… Diferenciar una disciplina de otra me ayuda también a oxigenar el coco.

Javier Marías, 25-4-2017

Javier Marías, 25-4-2017, Jeosm

¿Cuán cerca están la fotografía y el grafiti?

Eso te lo podría contestar cualquier escritor de grafiti de mi generación: realmente están muchísimo más unidos de lo que pensamos. Para nosotros la fotografía ha sido fundamental a la hora de documentar lo que hacemos. Cada vez que haces una pintada, haces la foto. A nosotros nos llegó el grafiti gracias a la fotografía. Con el documental de Henry Chalfant, [vimos] que estaban los tíos pintando los metros en los años 70 en Nueva York; gracias a publicaciones independientes de libros con fotografías de pintadas automáticamente, comprendimos que era necesario el documentar nuestras pintadas al igual que lo habían hecho estos fotógrafos. Ellos con un interés claramente documental o sociológico, y nosotros por un interés de archivo personal, de esa parte tan importante que tiene el ego dentro del mundo del grafiti, «este soy yo, esto es lo que he hecho». Entonces, para nosotros siempre fue muy importante la fotografía como herramienta de documentación. Ese ejercicio de documentar las pintadas fue lo que me llevó a convertirme en fotógrafo. Sin el grafiti no hubiese llegado a la fotografía.

Ahí además hay una especie de paradoja: entre la fotografía, que es lo que perdura –se «captura» una imagen, queda «atrapada» en la foto para la posteridad– y lo efímero del grafiti…

Sí, sí. Era la única manera de hacer que perdurase. Tú imagínate cuando era un chaval de 17, 18 años, que nos íbamos por ahí a pintar a pueblos o ciudades fuera de Madrid y nos gastábamos 4.000 pesetas en sprays y a lo mejor no podías volver allí, no lo tenías debajo de tu casa. Entonces dices «esto hay que tenerlo documentado», porque éramos conscientes de que igual mañana lo borraban…

«Sin el grafiti no hubiese llegado a la fotografía»

Volviendo a Sobre la fotografía, Sontag dice que antes el fotógrafo era un observador agudo, pero imparcial. «Un escriba, no un poeta». Pero, ahora que cualquiera puede tomar una foto, ¿cuánto hay de poesía en los retratos?

Ahí discrepo un poco con Sontag en el sentido de que hay algo fundamental: la intención. A nosotros nos llegaban fotografías de Cartier-Bresson o de Robert Capa, de conflictos; de Elliot Erwitt, de la calle… Y ahí hay una intención. O sea, depende del fotógrafo, de la óptica que lleve, si da un paso adelante o un paso atrás, si gira la cámara un poquito, ya está contando otra cosa. Entonces, más que arte, en mi visión, lo que hay es un discurso. Una intención de contar, una mirada, algo que tú quieres contar ahí. Con estos retratos, en general, más que una poesía o algo así, yo intento que haya una conversación que se acerque a abrirte un poco cómo es esa persona, por un lado. Y, por otro, desde el mundo del grafiti, una de las cosas más importantes es el estilo: saber que eso es tuyo, porque está muy mal visto copiar. Entonces, yo intenté trasladar todo eso a mi trabajo fotográfico. Al igual que en el mundo de grafiti: con el paso de los años he conseguido tener un estilo personal, decir «¿qué puedo ofrecer yo?», un toquecito más personal. Y, por otro lado, poner en valor a las personas que retrato. Para mí lo peor que puedo hacer es hacerle a alguien la misma foto que llevan haciendo diez años. Me parece que no la estoy valorando como persona.

Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, 25-9-2020

Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, 25-9-2020, Jeosm

Cerremos con una anécdota. Has fotografiado a Mario Vargas Llosa, a Almudena Grandes, a Arturo Pérez-Reverte, a Rosa Montero… ¿Cuál es el retrato que más guardas en tu memoria? ¿O con cuál te has divertido especialmente?

Con el que más me he divertido fue con unas fotos de Juan José Millas y Juan Luis Arsuaga, que estaban en la promo de su libro. Yo me lo leí y me pareció muy divertido porque eran como un matrimonio hablando, uno más racional, el otro más filosófico. Y cuando fuimos a hacerles las fotos para la entrevista, llegamos a última hora, estaban ya los pobres cansados, y comentando las impresiones del libro, les dije: «Tío, me parece un matrimonio». Juanjo me miró y se empezó a reír. Y les dije: «Tenemos aquí una cama». Y mira que yo en aquel momento a Arsuaga lo veía como más serio que a Juanjo, pero fue él quien dijo: «Sí, sí, cojonudo, me apetece». Entonces me parece un momento muy divertido poder meter a estos dos personajes a la cama, hacer ese tipo de fotos, con una intención totalmente de disfrute, que también iba un poco relacionado con su obra. Y luego, retratos que he dicho: «¡Ostias!»… en particular de la gente que ya no está. Porque sé que hay algunos autores con los que, con los años, nos podemos volver a encontrar. Pero haber hecho una foto a Javier Marías en su casa con su torre de libros de ediciones extranjeras… poder tener ese tipo de foto con él. O con Mario Vargas Llosa, que es un premio Nobel, que el hombre te trate con muchísimo respeto y educación y poder hacer ese primer plano tan sincero de un tío ya mayor… Que se ve incluso esa parte de vulnerabilidad que me decías antes… De una persona casi siempre muy firme, muy recta, y de repente ese gesto, pues me hace sentir orgulloso.

 

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