Innovación

Experimento Biosfera: ¿son las tecnologías ‘low-tech’ el futuro?

El ingeniero francés Corentin de Châtelperron y la interiorista belga Caroline Pultz han diseñado un hábitat autosuficiente basado en la baja tecnología y lo han puesto a prueba en el desierto mexicano.

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24
junio
2024
Caroline Pultz, experta en ecodiseño, y Corentin de Châtelperron, ingeniero fundador de Low-Tech Lab, artífices del ‘Experimento biosfera: 120 días en el desierto’.

En 1991 ocho investigadores se encerraron en una gigantesca estructura de acero y cristal ubicada en el desierto de Arizona, con el objetivo de comprobar la posibilidad de vivir en un ecosistema cerrado y autosuficiente, que pudiera servir de modelo para un refugio ante eventuales catástrofes o para una colonia en Marte. Allí dentro se habían reproducido, a pequeña escala, algunos biomas de nuestro planeta como una selva, una sabana, un desierto, un manglar o un océano, además de tierras cultivables y un espacio de alojamiento y oficinas para seres humanos.

Fue el proyecto Biosfera 2 (la biosfera 1 sería, claro está, la Tierra), famosamente fracasado. En esta misión, no se logró cultivar comida suficiente para los ocho habitantes del lugar, los niveles de oxígeno bajaron a niveles peligrosos para el ser humano y la práctica totalidad de los animales presentes murieron. El experimento logró durar los dos años estipulados, pero gracias a la ayuda exterior (introduciendo alimentos y bombas de oxígeno). Tres años después, se inició una segunda misión, que se tuvo que cancelar antes de concluir. Aunque las investigaciones en este lugar sí arrojaron (y siguen haciéndolo, ya que ahora es un centro de investigación de la Universidad de Arizona) información relevante para investigar los ecosistemas de la Tierra.

Desde entonces, no se ha vuelto a «fabricar» una réplica de la biosfera de esa magnitud, pero sí ha habido numerosos ensayos de cómo sería vivir, de forma sostenible, en un ecosistema autónomo. Varios de ellos han sido llevados a cabo por el ingeniero francés –y «ciudadano verde» de la UNESCO– Corentin de Châtelperron, fundador de Low-Tech Lab, una plataforma colaborativa para compartir soluciones low-tech (es decir tecnologías sencillas, prácticas y de bajo coste que son respetuosas con el entorno social y natural, y que resultan además muy productivas).

Châtelperron lanzó en 2018 el programa Biosphere experimentando con una combinación de innovaciones de baja tecnología en una plataforma flotante en Tailandia. En 2023 realizó una segunda misión, junto con la diseñadora belga Caroline Pultz: «Experimento biosfera: 120 días en el desierto», una aventura que se puede seguir al completo a través del documental homónimo, disponible gratuitamente en ARTE.

El objetivo de este experimento, como explican sus creadores, es vivir en un ecosistema autónomo low-tech que pueda dar solución a la crisis climática, proponiendo un modelo de vida más sostenible, respetuoso con el planeta y las otras especies. De hecho, eligieron situarse en el desierto por sus condiciones extremas y porque, además, las zonas áridas se están expandiendo y serán cada vez más quienes tengan que vivir en ese tipo de paisaje bioclimático.

Durante cuatro meses, lograron crear un ecosistema equilibrado entre plantas, algas y animales, integrado en el desierto y que, además, resultara agradable y bello para las personas. Siguiendo un protocolo científico, pusieron a prueba diversas innovaciones low-tech que habían ido recopilando a través del mundo en los años anteriores, y que permiten producir agua, energía y comida, así como controlar los residuos, de forma accesible y sostenible.

Los dos aventureros diseñaron una especie de crisálida gigante de 60 metros cuadrados hecha de madera y tejido de origen biológico, que transportaron en barco de Francia a México, y cuyas piezas ensamblaron directamente en medio del desierto. Una vez allí, usaron un horno solar para cocinar, recogieron el agua gracias a potabilizadoras desalinizadoras, cultivaron un huerto hidropónico y crearon una granja de grillos y espirulina para alimentarse con proteínas, pero, sobre todo, se plantearon, con este experimento, otra forma de habitar la tierra en interdependencia con el entorno natural. Como dice Châtelperron, apologeta desde hace más de 10 años de la baja tecnología, su gran ventaja es «que nos acerca a la vida cotidiana y cambia nuestra visión de las cosas».

Châtelperron: «La baja tecnología nos acerca a la vida cotidiana y cambia nuestra visión de las cosas»

Y es que el futuro con el que ellos sueñan no es una visión a lo Star Wars con coches voladores o pedidos por internet diarios, sino que lo que entienden como deseable es una propuesta más sencilla y en armonía con el planeta. Por eso llevan años dando visibilidad a una herramienta que consideran indispensable para alcanzar ese futuro: la baja tecnología, que, lejos de la imagen arcaica que puede transmitir, encierra un enorme potencial al resultar útil, accesible y resistente.

Otros proyectos emblemáticos del Low-tech Lab fueron la expedición Nomade des Mers, en la que Corentin de Châtelperron y Nina Fasciaux recorrieron el mundo en un catamarán-laboratorio recopilando las mejores ideas de baja tecnología alrededor del mundo o el Habitat Low-tech en el que, tras viajar por Francia para documentar una docena de modelos de baja tecnología, se experimentó con ellos en una diminuta casa autoconstruida.

Dentro del proyecto Biosphere, la biosfera del desierto desarrollada en 2023 no será el último desafío. Este año se han planteado aplicar el enfoque de la baja tecnología a un apartamento en un entorno urbano denso como es la región de París, con el objetivo de diseñar una forma de vida que no produzca residuos, divida el consumo de agua entre diez, cumpla los objetivos de la ONU para 2050 en materia de emisiones de gases de efecto invernadero y que sea deseable y accesible para todos.

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