Opinión

Sobre la Crónica Najerense y la pasión actual por la historia

El auge de las recreaciones históricas parece tener una relación con el panorama político actual. En este momento de polarización política cada vez más flagrante, de la misma manera que hay una lucha por el relato político, empieza a haber otra lucha similar por el relato histórico.

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20
septiembre
2023

Espadas con una decena de empuñaduras diferentes, báculos dorados, lanzas, escudos, estandartes, collares, colgantes, birretes, yelmos, coronas, cofias, barboquejos…  todo dispuesto con un orden meticuloso y el nombre de su usuario bien visible en el correspondiente post-it. Los objetos se amontonan en esta bodega del monasterio de Santa María la Real, el panteón de los monarcas del reino de Nájera y Pamplona, actualmente al cuidado de los franciscanos. Aquí es donde se guarda el atrezzo imprescindible para que el espectáculo luzca como merece.

–Es que, si no hay orden, es imposible. En un par de horas, verás: el callejón que da a la plaza de Santa María –que es donde se escenifica la Crónica año tras año, a la sombra del monasterio– se convierte en un hervidero humano. Aquí tienen que venir ya vestidos y coger sus complementos. El resto de objetos los distribuyo por la escena previamente para que los actores se los encuentren allí. Y por supuesto, a la salida me los tienen que traer y dejarlos en su sitio. Piensa que somos ciento y pico los que participamos en el espectáculo, y algunos interpretan dos o tres personajes y tienen que cambiarse y volver a salir –dice Víctor Prego.

Él es un najerense de mediana edad y uno de los organizadores de la Crónica. Hombre barbudo, de mirada intensa y físico imponente, no aparta los ojos de mí según me enseña la multitud de objetos a su cargo.

–­Pero ¿cuántos personajes hay en total? –pregunto.

–Más de trescientos –dice.

–Y piensa que no es lo mismo ensayar en vaqueros que con vestidos medievales –apunta Jesús Perez Garibay, el encargado de comunicación de la Asociación de Amigos de la Crónica, que cuenta con más de un millar de afiliados–. Y eso es casi lo que más me impresiona, al cabo de los años. Aquí, cuando uno se viste de rey se llena del personaje. En la Crónica te puedo asegurar que el hábito sí hace al monje, y lo sentimos de una manera que nadie que no haya participado en una de nuestras representaciones puede entender.

Yo asiento y vuelvo a recordar sus palabras un par de horas después cuando, sentado en la quinta fila del patio de butacas, veo el espectáculo completo. «En Nájera, para disfrazarnos esperamos al carnaval… Esto no es disfrazarse, esto es vestirse de época para revivir el pasado», me ha dicho Jesús.

Y, efectivamente, los trajes son el producto del trabajo de años del equipo de costura de la ciudad –para ello visitan museos vestimentarios y se inspiran en cuadros y otros documentos visuales– y son la piel exterior de los personajes a los que dan cuerpos unos actores locales que, al cabo de los lustros, han llegado a un grado de identificación extraordinario con sus alter-egos: Sancho III el Grande es majestuoso y su hijo don García es ambicioso, peligroso, magnético. Las voces narrativas las han pregrabado profesionales, pero la expresividad está muy trabajada, los cantos son a capella, y la coreografía y luces y el movimiento visten un espectáculo que al cabo de más de décadas de ensayo y error ha llegado a un punto óptimo bajo la batuta de la directora Mabel del Pozo.

Según escribo esto a finales del verano de 2023, de regreso a Madrid, no puedo evitar poner en relación este espectáculo, hoy decano de las recreaciones históricas españolas gracias a sus cincuenta y cinco ediciones, con otros espectáculos parecidos. Quizás el más exitoso sea el Puy du Fou de Toledo, del que ya escribí en este medio no hace tanto, y ello me lleva a reflexionar sobre la razón por la cual estas recreaciones parecen tan en auge hoy en día, al igual que lo está, en el mercado literario, la novela histórica.

En tanto no se resuelvan los conflictos identitarios en el presente, cada uno de los contendientes seguirá buceando en el pasado para justificar su existencia

Y se me ocurre que hay una relación clara entre el panorama político actual y esa pasión por la historia que parece haberse activado especialmente en los últimos años. Se me antoja que, en este momento de polarización política cada vez más flagrante, de la misma manera que hay una lucha por el relato político, empieza a haber otra lucha similar por el relato histórico. Es una lucha en la que participan las siempre potentes identidades regionales, los mal llamados nacionalismos, con el ahínco que corresponde a toda identidad que se siente maltratada y reprimida históricamente, con o sin razón, no entraré en ello.

El caso es que se ha despertado una sed de saber que ha llevado a muchos a descubrir la novela histórica, que es quizá la manera más amena de acceder al saber histórico. Algo que tiene como complemento lúdico ideal las recreaciones históricas en diversos lugares. Pienso en la coronación de Pelayo en Cangas de Onis, en las Guerras Cántabras que se recrean en Los Corrales de Buelna, en el Cronicón de Oña o en los Imperiales y Comuneros de Medina del Campo, por mencionar solo unas pocas.

Hay quien considera que esto es una respuesta instintiva a un intento político de escamotearnos la historia en los programas escolares. Pero pese a que la relectura del pasado, y a veces su reescritura, es un vicio en cualquier régimen del signo que sea, no entiendo yo que haya hoy mayor voluntad de ello que en cualquier época pretérita. La resumidísima y muy simplificada visión escolar de la historia medieval peninsular, por poner un ejemplo, a mi juicio se debe más bien a la necesidad de sintetizar un proceso que resulta complejísimo. No hay tiempo, si se quiere abordar todo lo que se debe abordar en el temario, de dar sino unas pinceladas de lo que fueron esos siete siglos de Reconquista cristiana, para llegar cuanto antes a la caída del último reino musulmán, que es el arranque de la España moderna.

¿Durará mucho esta situación? Pues yo sospecho que en tanto no se resuelvan los conflictos identitarios en el presente, cada uno de los contendientes seguirá buceando en el pasado para justificar su existencia y sus pretensiones con unos relatos parciales en los que hay bastantes puntos en los que son mutuamente excluyentes. Solo cabe esperar que en algún momento los españoles seamos capaces de ponernos de acuerdo en qué es lo que somos o queremos ser ahora mismo –si una nación con regionalismos fuertes o una federación de naciones– y en cuál ha sido la historia de este territorio que habitamos cincuenta millones de personas con sensibilidades identitarias dispares.

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