Cultura

¿Es posible una novela de la Guerra Civil políticamente correcta?

‘Línea de fuego’, de Arturo Pérez-Reverte, ha llegado a las librerías con el propósito de molestar «a las ratas de los dos extremos», pero, en un momento de polarización como este, ¿acaso no lo haría cualquier novela? ¿Ha habido alguna obra de ficción sobre el conflicto español que haya dejado satisfecho a todo el mundo?

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11
noviembre
2020

La introducción de uno de los ensayos de divulgación histórica más conocidos del escritor Juan Eslava Galán explica que, una tarde de 2005, se encontraba tomando algo con su amigo Arturo Pérez-Reverte y este le preguntó qué andaba escribiendo en esos momentos. Él respondió que un libro que aún no tenía título, pero que era «una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie». A lo que el otro, supuestamente, respondió «ahí lo tienes».

Nada menos que 15 años después, el mismo Pérez-Reverte es quien ocupa periódicos, revistas, radios y televisiones hablando de su novela Línea de fuego, vendiéndola precisamente con esa idea. Una historia, en este caso de ficción pero ambientada en el mismo conflicto, diseñada «para que chillen las ratas (sic) de los dos extremos», en palabras del autor de best-sellers cartagenero. Aunque la pregunta es… ¿enfadar a un extremista no debería ser relativamente fácil? Dicho de otra manera, Reverte afirma haber escrito una novela de la Guerra Civil políticamente incorrecta. Pero, ¿acaso es posible escribir una novela de la Guerra Civil políticamente correcta?

La guerra… cultural

Sí que hubo, una vez, hace mucho tiempo, una obra de la Guerra Civil políticamente correcta. Tanto que gustó a todo el mundo… menos a los aficionados del Real Madrid. Esa comunicación posible entre bandos supuestamente irreconciliables está presente, por ejemplo, en los relatos de Francisco Ayala en La cabeza del cordero, la novela Un borrico en la guerra de Miguel Gila e incluso Soldados de Salamina, de Javier Cercas, por citar tres ejemplos.

Esta última novela, que triunfó en España justo antes de la ola de la Memoria Histórica de los gobiernos de Zapatero –y a la que homenajea explícitamente el anuncio del Atlético de Madrid–, gira en torno a un soldado republicano que salva la vida a Rafael Sánchez Mazas, uno de los escritores ideólogos de Falange, mano derecha de José Antonio Primo de Rivera y que llegaría a ser ministro de Franco.

Es la misma época en la que Eslava Galán anda escribiendo su ensayo –2005 en su caso, Cercas publicó en 2001 y fue adaptado al cine por David Trueba en 2003– y en que la Ley de Memoria Histórica permite dar sepultura digna a algunos de los caídos del bando republicano que permanecían sin identificar –que, en principio, era el objetivo de la Ley, más allá de cambios de nombre de calles y otras medidas más cosméticas–. También es el momento en el que el escritor Pío Moa publica sus polémicos ensayos en los que «adelanta» el arranque de la Guerra Civil a 1934, algo que en su momento no hicieron ni los historiadores oficiales del franquismo, entre otras cosas porque en ese momento Franco era un militar leal a la República, que tenía un gobierno de derechas.

Los gobiernos de Zapatero son el momento de la llegada a España de las llamadas «guerras culturales», ya entonces presentes en los países anglosajones y propias de la izquierda europea posterior a la caída de la URSS, con Tony Blair como máximo exponente: abandonar el debate centrado en la economía y pasarlo al terreno de los derechos de las minorías y las batallas identitarias.

Tras su éxito, ‘Soldados de Salamina’ fue parodiada incluso en una campaña del Atlético de Madrid

Curiosamente el periodista Daniel Bernabé, cuyas notificaciones en Twitter pueden asemejarse a una trinchera del Ebro según el día, atribuye en su reciente libro La distancia del presente –recomendado en las últimas semanas por Andrea Levy y Pablo Iglesias– a esa etapa el momento de «contraataque cultural» de la derecha liberal-conservadora española, encabezada aún por Aznar, frente a un «sentido común» español de izquierdas merced a la resaca del Franquismo y los 14 años de gobierno del PSOE, con el objetivo de hacerlo girar para asegurarse el regreso a Moncloa.

Inevitablemente la Guerra Civil y su lectura acaban impregnadas de esas tácticas que se retroalimentan, algo que coincide con el relevo generacional en la sociedad española tras quienes pilotaron la Transición. El choque de Reverte con las lecturas de ambas esquinas de la propaganda política, de hecho, es el de alguien nacido en 1951 y que vivió la muerte del dictador como adulto frente a políticos, escritores y votantes criados en democracia. Así pues, ¿es posible que un autor de ese perfil escribiese una versión de la Guerra Civil que guste a todos, aunque quisiera, en un momento de polarización y frentismo?

Una batalla en el Ebro

La novela sigue el esquema de otras recreaciones históricas de Pérez-Reverte, con varios protagonistas que ofrecen diferentes puntos de vista de una misma batalla, como en Un día de cólera –sobre el 2 de mayo– o El asedio –sobre las Cortes de Cádiz–. Aunque en este caso ha optado por ficcionar un episodio menor dentro de un drama histórico mayor, un pueblo puntual dentro de la batalla del Ebro, como el barco «inventado» que añadió en Cabo Trafalgar o el batallón de españoles del ejército napoleónico de La sombra del águila.

La novela abunda en los tics del autor, así que gustará a sus seguidores, que no se verán fuera de la historia. La concepción de la guerra como un lugar sucio y miserable en el que afloran lo mejor y lo peor del ser humano de la forma más inesperada y en cuestión de minutos, la idea de la lealtad al que sobrevive junto a ti… La crítica de El País –por cierto, perteneciente al mismo grupo que la editorial que la publica, Alfaguara– la ha acusado de exceso de didactismo, de paralizar una acción muy bien descrita para dar largos discursos en los que se insiste en presentarle al lector la moraleja. La retranca de Reverte se nota en detalles que van más allá del argumento y que, quizá, tienen que ver con ese criticado didactismo. Curiosamente, aunque se podría situar la mayoría de críticos del cartagenero en el espectro ideológico más a la izquierda, la novela defiende la democracia republicana, eso sí, sin dejar de condenar a los comisarios políticos del PCE o la URSS y presentar a los combatientes del bando nacional como seres humanos con motivaciones perfectamente válidas y empatizables.

La batalla del Ebro.

Cada personaje es presentado con su ficha ideológica y sus antecedentes, y se trata con el mismo cariño por parte del narrador a la técnico de comunicaciones Pato, –comunista convencida que pelea con la certeza de que si ganan los franquistas los derechos de las mujeres retrocederán un siglo–, y a los reclutas requetés catalanes, católicos sinceros que intentan tratar al enemigo con respeto incluso en mitad de la masacre.

También se nos presenta al soldado nacional Ginés Gorguel, reclutado a la fuerza en Sevilla en el momento del golpe aunque su familia permanece en Albacete, zona republicana, y él mismo había sido votante de izquierdas. Este personaje será el más humanamente cobarde de todos los presentados, hasta el punto de intentar cambiar de bando varias veces, huir, traicionar a sus superiores y mentir de todas las maneras posibles para librarse del combate. El epílogo del libro nos explicará que tras la guerra fundará una empresa maderera gracias al prestigio conseguido por ir en el bando ganador, llegará a convertirse en procurador en las Cortes Franquistas y, durante la Transición, fundador de Alianza Popular.

Traumas heredados

En estos días de pandemia se suceden los artículos que nos hablan de la «tristeza COVID» o del trauma compartido. Algunos estudios, provisionales como solo pueden serlo los que se realizan en medio de una crisis y no tras dejar que el polvo se asiente, ya hablan de síntomas de Trastorno de Estrés Post Traumático (TEPT), parecido al de los veteranos de guerra, en sanitarios de todo el mundo. Otros hablan de trauma colectivo o compartido, producto del desgaste del encierro, la incertidumbre, las malas noticias acumulativas y las pérdidas personales y sociales.

Si hay un trauma colectivo que recorre la sociedad española desde hace cien años es la Guerra Civil, paralelo al trauma mundial que fue la Segunda Guerra Mundial. La contienda fue tan importante que se reinterpreta todo un siglo de Historia de España anterior a ella en función de su resultado, algo que los historiadores actuales han empezado a poner en cuestión –negando, por ejemplo, que el conflicto fuese inevitable, como a veces se ha querido presentar desde ambos bandos–.

Aunque se podría situar la mayoría de críticos en la izquierda, la novela defiende la democracia republicana y condena a los comisarios políticos del PCE

No hay consenso entre los psicólogos sobre si existe el trauma colectivo, lo que investigadoras como Ximena Faúndel (Universidad de Chile) y Marcela Cornejo (Universidad Católica de Lovaina) estudian como Transmisión Transgeneracional del Trauma Psicosocial, aplicado a la recuperación de la democracia en países como Argentina, Brasil o Chile tras las dictaduras militares de los años 70-80 del siglo pasado.

Las psicólogas constataron cómo la supervivencia al trauma de la persecución y la tortura ejercidos, por ejemplo, durante la dictadura de Pinochet, modificaron la reintegración de las personas afectadas en sus familias y vidas, y por extensión a estas y a la propia sociedad «en un entorno afectado por el silencio y la negación de las acciones de violencia política con efectos y consecuencias que permanecen a través del tiempo, marcando el tipo de relaciones que se establecen». Un problema que se aborda desde el trauma se hará de manera emocional y no lo vivirán de la misma manera autores de la generación de Francisco Ayala o Gila, que vivieron directamente la guerra y el exilio, que los hijos de la misma como Cercas, Pérez-Reverte… o los expresidentes Rodríguez Zapatero y Aznar. El análisis que nos queda por hacer es preguntarnos de qué forma hemos procesado ese trauma y qué dice de la actual democracia que sean los nietos de esa generación intermedia los que lo sigan prolongando en el tiempo.

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