Opinión

El propagandista Chaves Nogales

Aunque halagado por su imparcialidad periodística, una nueva obra arroja luz sobre su trabajo al servicio del Gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, un elemento de su figura mitológica permanece intacto: su dignidad.

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27
julio
2023

Nunca se le agradecerá lo suficiente a Andrés Trapiello que recuperase a Manuel Chaves Nogales en Las armas y las letras, pero deberían dedicarle un tributo muy especial todos los que llevan años abusando del chavesnogalismo y reivindicando una tercera España en la que nunca se les ha visto ni se les espera. Sospecho que no se le ha leído tanto como se presume, y que la mayoría de quienes se reconocen en su visión desencantada y trágica no han pasado del prólogo de A sangre y fuego, donde confesaba «haber contraído méritos suficientes para ser fusilado por unos y por otros». Me malicio que ni siquiera lo citan de primera mano, y que se ha quedado como un tropo para aliñar columnas y conferencias, como la banalidad del mal y otras cosas que se dicen al tuntún. 

Es el precio del éxito y un efecto no del todo perverso, aunque sí indeseado, de una de las alegrías intelectuales y morales más intensas de las últimas décadas en España, que ha colocado en el canon a una figura literaria a la altura de un George Orwell y ha permitido salir del maniqueísmo guerracivilista, abriendo miradas no partisanas y lúcidas. Como poco, prueba que no todos los españoles enloquecieron en 1936. A Trapiello le corresponde el mérito de esta restitución, aunque no la culpa del abuso ajeno (pese a que siempre habrá eruditos oscuros que le cuestionarán el descubrimiento, porque ellos ya lo dijeron en no sé qué artículo que no leyó nadie en el último anaquel de una universidad comarcal). Sin su apostolado, Chaves Nogales seguiría siendo, en el mejor de los casos, una nota al pie en los tratados de historia del periodismo. Desde luego, no le diría nada al lector de hoy, ni tendría una bibliografía tan amplia, ni se editarían tan bien sus obras incompletas. 

El chavesnogalismo (en el que yo he caído como el que más, no se engañen, aunque he caído leyéndolo y gozándolo) ha cambiado el pasado en dos sentidos. Por un lado, reveló que hubo más demócratas liberales de los que se presumía en la peor hora para las democracias liberales y que el reproche de Julien Benda cuando escribió La traición de los clérigos era injusto por generalizador: en el instante más oscuro, no todos fueron militantes ni entregaron su voz al servicio de una causa totalitaria. Por otra parte, alteró la idea que teníamos del periodismo español del primer tercio de siglo. No toda la prensa era de partido ni de opiniones de literatos, también hubo periodistas en el sentido más profesional del término, cronistas comprometidos con la narración, tipos curiosos que respondían las cinco preguntas clásicas y trataban de entender el mundo mediante historias, en lugar de encajarlo en su lecho de Procusto. Tanto en Ahora, como en Heraldo de Madrid y en el resto de empleos que tuvo, Chaves encarnaba una voluntad de narrar la realidad con audacia y riqueza de recursos. 

«El chavesnogalismo ha cambiado el pasado: reveló que no todos fueron militantes ni entregaron su voz al servicio de una causa totalitaria»

Renacimiento, la editorial sevillana de Abelardo Linares, que comparte méritos con Trapiello, acaba de publicar un ensayo biográfico de Yolanda Morató: Manuel Chaves Nogales: los años perdidos (1940-1944), que indaga en el último capítulo de su vida, el segundo exilio. El primero fue en París entre 1937 y 1940. Con la ocupación nazi, huyó a Londres, donde pasó casi toda la Segunda Guerra Mundial, cuyo final no llegó a ver, aunque sí tuvo noticia del inminente desembarco de Normandía. De hecho, según ha averiguado Morató en este iluminador y rigurosísimo estudio, fue uno de los pocos europeos que estaban en el ajo del Día D, pues asistió a su ensayo general en una playa inglesa. Murió un mes antes, el 8 de mayo de 1944, de una enfermedad del estómago que le torturaba desde hacía mucho. 

Son muchas las informaciones que aporta Morató en el libro, y asombra saber lo mucho que se desconoce aún de una figura que se ha analizado tantísimo en los últimos veinte años. Excuso enumerarlas y me remito al libro, que será una lectura apasionante para cualquiera interesado en la época, en el periodismo y en la figura de Chaves en sí. Tan sólo diré que el libro cuestiona uno de los mitos más arraigados del chavesnogalismo, el de la imparcialidad. Contra lo declarado en el prólogo de A sangre y fuego, sí tomó partido, y de qué forma.

Chaves Nogales fue un exiliado de lujo, esto conviene aclararlo también para quienes lo dibujan como un paria. Fue paria de la historia, pero no pasó las penurias de la mayoría de los refugiados políticos porque se empleó enseguida como periodista: había sido corresponsal en París, su fama le precedía (era tan famoso, que cuesta más entender su olvido rotundo tras su muerte) y no le costó nada ponerse a trabajar en la agencia Havas, precursora de la actual France Press. Entonces no era aún una agencia estatal, sino privada, pero era uno de los medios de comunicación más importantes del mundo, y aunque ganaba más dinero como director del Ahora o como reporter de los diarios señeros de Madrid, la nómina le permitía mantener a su familia en una casita de París.

Uno de los descubrimientos más notables de Morató es la relación profesional y personal (y providencial) que mantuvo en Francia con Emery Reves, un buscavidas húngaro (hoy le llamaríamos emprendedor) que fundó una agencia literaria para publicar y traducir libros de políticos. Entre sus clientes se contaba Winston Churchill, y a su protección se encomendaron él mismo y un grupo de periodistas estrella de París, entre los que se contaba Chaves. Fueron evacuados de Francia junto con el cuerpo diplomático y el staff de la agencia Havas, que se instaló en Londres bajo la tutela del gobierno de su majestad, en las dependencias de la agencia Reuters. Allí siguió en nómina Chaves, produciendo artículos a su ritmo estajanovista (por eso sus obras serán siempre incompletas, no hay forma de localizar todos sus textos, tantísimos y tan dispersos por tantos países).

«Su misión fue clara y explícita en Londres: contrarrestar la propaganda nazi, tarea a la que se entregó con denuedo y convicción»

Aquí viene lo bueno: en Londres, el periodista Chaves Nogales se convirtió en propagandista. Su trabajo consistía en difundir informaciones, crónicas y artículos de fondo para la prensa latinoamericana abonada al servicio internacional de Havas (gestionado por Reuters, no sé si me siguen, pues la Havas francesa había caído en manos de los nazis, pero sus trabajadores seguían en el exilio británico y mantenían sus redes y sus abonados). El propósito de su trabajo no era contar ninguna verdad ni transmitir un punto de vista personal sobre la vida, sino convencer a los lectores de los países neutrales de habla española y portuguesa de que los aliados eran los buenos e iban a ganar. Su misión clara y explícita era contrarrestar la propaganda nazi, y a esa tarea se entregó con denuedo y convicción. No lo hizo por ganar un sueldo ni por conveniencia con el Estado que le protegía y patrocinaba, sino porque creía en el esfuerzo de guerra y que el mundo se la jugaba en esa guerra. Su antinazismo era profundo y fiero. 

Así que no es cierto que Chaves Nogales fue fiel a la pulcritud del cronista. No siempre fue un periodista de andar y contar, comprometido tan sólo con su voz y su mirada. Cuando lo creyó oportuno, se sometió a censura y siguió las instrucciones del ministerio que diseñaba la propaganda, escribiendo de lo que había que escribir en el tono adecuado, exagerando cuando se lo pedían y omitiendo la verdad cuando la causa lo aconsejaba. En realidad, esto ya lo había confesado él mismo en La agonía de Francia, cuando declaró que se puso al servicio del gobierno francés y acató sus consignas. Lo que no sabíamos es lo persistente que fue y cómo siguió haciéndolo en Londres.

Y, aun así, sus crónicas londinenses, muchas de las cuales ha rescatado Morató de la prensa brasileña, están llenas de chavesnogalismos. El 17 de octubre de 1940 narra los bombardeos del Blitz y se asombra de la flema de los londinenses, que actúan «como si no pasara nada». Pero también añade: «Supongo que toda esa gente tiene tanto miedo como yo. Pero disimula maravillosamente». Esa inclusión del narrador en la crónica, con ese desamparo del hombre común, ese paseante que intenta mantenerse erguido cuando todo se derrumba, es uno de los rasgos que lo hacen grande e inmortal.

Sus años de propagandista no malogran su enormidad periodística e intelectual. Simplemente, eligió la causa y el momento adecuados. Acertó al salir de una España donde no cabía y acertó al ponerse al servicio de los aliados. Ojalá los demás supiéramos responder a los dilemas con la misma dignidad y contundencia. Conocer este aspecto de su figura refuerza aún más mi admiración.

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