Siglo XXI

«Las universidades ya no son la principal fuente de conocimiento: Google sabe más que ellas»

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28
abril
2021

Una luz roja indica que el ‘Zoom’ está grabando. Al otro lado de la pantalla, Pablo Rivas, CEO y fundador de Global Alumni, se acerca el objetivo de la cámara con un mando a distancia. «Las maravillas de la tecnología», sonríe. De eso, precisamente, venimos a hablar. Tras varios años al frente de Global Alumni, una EdTech dedicada a transformar las mejores universidades del mundo, Rivas ha plasmado en ‘Aprender a desaprender’ (LIDeditorial) sus reflexiones sobre el impacto de la Cuarta Revolución Industrial en el sector educativo. Conversamos con él sobre los retos de adaptar nuestro sistema universitario a una revolución tecnológica que, asegura, promete transformar centros, aulas, alumnos y profesores. O, dicho de otro modo: nuestra forma de aprender.

En la era de la disrupción digital en la que nos encontramos, uno de los principales retos a los que se enfrenta el mundo de la educación es al de adaptar los viejos conocimientos, esa enseñanza tradicional, a las nuevas tecnologías. ¿Por dónde empezar?

Por hacer un análisis de la enseñanza tradicional. El sector educativo no ha sufrido ninguna transformación en en la primera Revolución Industrial, ni en la segunda, ni en la tercera. Hemos pasado del ágora clásica griega a la romana. Posteriormente, en la Edad Media, tuvimos aulas donde la transmisión del conocimiento era principalmente oral, y que luego pasó también a ser escrita. Esta ha sido nuestra evolución como seres humanos civilizados. El problema es que, al inicio de la Cuarta Revolución Industrial, nos hemos dado cuenta de que incorporar elementos tecnológicos puede cambiar radicalmente la forma de enseñar. Por primera vez en seiscientos años, la tecnología ha provocado la disrupción en el sector educativo. Así que lo primero que hay que modificar es la mentalidad: lo que no nos ha servido en el pasado, no necesariamente nos sirve en la actualidad.

Como la tan criticada memorización.

Efectivamente, como la memorización, de la que hemos sobre abusado hasta la fecha. Es cierto que es una habilidad útil, pero en muchos puestos de trabajo no es necesaria, como sí lo es la capacidad de resolver problemas. La memorización no la utilizamos en el día a día.

¿Cómo puede la tecnología cambiar ese método?

Primero, puede ayudarnos a hipercustomizar los itinerarios formativos para que se adapten a cada persona en función de las capacidades y las habilidades personales innatas. Hasta hoy, la educación, sobre todo la universitaria, ha sido muy generalista –como el «café para todos»–, con sistemas muy estructurados y fijos. El gran cambio que se puede producir con la tecnología es que nos permite analizar en qué somos más competentes cada uno de nosotros y hacer itinerarios personalizados. Esto supone que, en vez de licenciados o graduados, estamos formando especialistas. ¿Para qué queremos hacer trajes iguales para todos si cada uno es diferente? En segundo lugar, la tecnología nos permite derribar las barreras del idioma. Las universidades, por definición, son universales, por lo que deberían enseñar en prácticamente todas las lenguas mayoritarias.

«Debemos cambiar el sistema; vamos camino a una nueva ilustración digital»

La inmediatez y la hiperconectividad que nos trae la Cuarta Revolución Industrial están cambiando nuestra manera de procesar información y de actuar con nuestro entorno. Algo que, según comentaba en la Cadena Ser el filósofo José Antonio Marina, puede reforzar la pérdida del sentido crítico.

Creo que buscamos causas y efectos para justificar por qué pensamos menos. Decimos: «Como el consumo es más inmediato, reflexionamos menos y tenemos menos pensamiento crítico». Eso no tiene por qué ser válido. Que consumimos más información es un hecho. Que consumimos información más inmediata es también un hecho. Pero no podemos demostrar que sea eso lo que nos lleve a un peor pensamiento crítico. Lo que pasa ahora es que el pensamiento crítico es menos profundo: como la velocidad se ha incrementado, tenemos un menor tiempo de respuesta. Pero la tecnología no nos ha quitado necesariamente el pensamiento crítico. Yo creo que es al revés: al tener más información, podemos hacer un pensamiento mucho más profundo. Si queremos, claro. Todo va a depender de cómo cada uno use la información. Lo peligroso es dejarnos llevar por el frenesí informativo de «repito o retuiteo lo que me dan». El nuevo modelo educativo debe hacernos volver al pensamiento socrático, que era el que mejor nos funcionaba.

En tu libro hablas de cómo el papel de la universidad como centro de acumulación de conocimiento ha quedado obsoleto con la llegada de internet. ¿Qué papel juegan las universidades, ahora motor de desarrollo económico, en ese nuevo modelo digitalizado que propones?

Hoy en día el conocimiento se ha «comoditizado», se han globalizado, por lo que las universidades han dejado de ser la única fuente de riqueza y conocimiento. ¿Qué pasos deben dar ahora? Reestructurarse. Google sabe hoy más que cualquier universidad, por eso deben cambiar y abandonar del todo ese papel de propietarios del conocimiento. No tenemos todas las respuestas sobre qué es lo que debería ser, pero sabemos que el modelo no debe ser como lo es ahora, sino que tiene que enfocarse en el acompañamiento y la empleabilidad, respondiendo ante las necesidades específicas de cada estudiante. A mí lo que me gustaría es que las universidades empezasen a reflexionar sobre cuál es su propósito. Eso significa resetear el sistema. Y no es una tarea fácil, porque la historia te empuja al business as usual, a hacer lo que sabes hacer. ¿Y qué es lo que sabe hacer la Universidad? Tanto la pública como la privada, saben hacer lo que llevan haciendo cincuenta años. Eso ya no sirve.

Comentabas antes que el primer paso para hacerlo es a través de un cambio de mentalidad. ¿Están las facultades españolas preparadas para dar ese salto hacia la digitalización?

No lo están porque queremos que los administradores, que han nacido en un mundo analógico, tengan las competencias para dirigir un mundo digital. Eso es muy difícil, pero esa es también la base fundacional de Global Alumni: ayudar en la transición a quien no sepa hacerla. Las mismas transiciones que han hecho el resto de los sectores económicos las tiene que hacer también el mundo educativo.

Hablamos de un país en el que las universidades destinan solo un 3,48% de su presupuesto en tecnologías de la información, en comparación con el 5% recomendado por la OCDE. ¿Están en igualdad de condiciones las públicas y las privadas?

Las universidades privadas no tienen necesariamente más presupuesto que las públicas en términos netos. Lo que tienen son recursos destinados a otras cosas. Hay que tener mucho cuidado en cómo gastamos los recursos, lo que nos lleva de nuevo a la necesidad de revisar cuáles son las motivaciones de los administradores de las universidades públicas y de las privadas. Las dos modalidades deben entender que ya no compiten entre sí: eso ya ha muerto. Estamos globalizados desde Marco Polo y Cristóbal Colón, por lo que, si la enseñanza deja de ser estrictamente presencial –que es lo que nos ha demostrado el coronavirus– y la enseñanza digital demuestra ser efectiva, las universidades deberían mirarse y competir con el resto del ecosistema universitario mundial. A ver si, al final, vamos a hacer un Erasmus digital y la gente se va a ir a estudiar a la Universidad de Bocconi en Italia en vez de hacerlo en la Complutense. Todas tienen que empezar a mirar estratégicamente de forma distinta porque, si no, el argumento es siempre el de no tener recursos.

«Las universidades españolas ya no compiten entre sí: eso murió con la globalización»

Vosotros trabajáis con universidades –sobre todo– de Estados Unidos. ¿Qué nos diferencia de otras universidades extranjeras pioneras en innovación y transformación digital?

Trabajamos para las mejores universidades del mundo, como el MIT, Harvard o la Universidad de Chicago. Todas ellas lideran los rankings porque tienen muy claro a lo que se dedican: a investigar. Comparado con las universidades españolas, tienen una cantidad notable de patentes de investigadores y de premios nobeles porque tienen grandes capacidades para movilizar recursos, y los destinan a investigar. Además, en sus sistemas de filtrado tienen muy claro que no quieren dinero, sino talento, gente brillantísima, porque saben que de las matrículas per se no van a vivir. Lo tienen todo montado para tener a los mejores cerebros del mundo. Por eso sus sistemas de admisiones son tan brutales. Cuando tú controlas el nivel del ingresado, también controlas tu nivel de egresado. Las universidades norteamericanas buscan los mejores intelectuales y los más potentes perfiles a nivel internacional, independientemente de la edad. De ese cóctel de talentos salen hombres y mujeres que luego están a la vanguardia de todo lo que se hace. Esos son los que te crean un vehículo para ir a Marte. Aquí, en cambio, estamos en otras cosas, como en ver si el Zoom nos sale bien o mal.

Si miramos al extranjero, puede dar la sensación de que aquí no tenemos tantos talentos cuando, según lo que comentas, es más bien una carencia en la gestión.

En España hay muchísimo talento; no tenemos nada que envidiar a los norteamericanos. El problema es que tenemos unos incentivos y unas motivaciones totalmente distintas. Las mejores universidades quieren gente brillantísima y, aquí, tenemos montado un sistema escolar en el que la brillantez y la meritocracia no son un valor. Ahí tienes también sus niveles de empleabilidad y los nuestros: seguimos siendo el país con más paro juvenil de Europa. Luego nos quejamos de que nuestros cerebros tienen que emigrar. Pero lo hacen porque aquí no encuentran un trabajo que se les retribuya a sus niveles y sus capacidades.

Hace apenas un par de años, la Universidad CEU San Pablo presentó de la mano de Amazon un proyecto en el que el famoso asistente virtual Alexa llegaba a sustituir a un profesor en algunos casos. Se trata de una iniciativa ahora disruptiva pero que, en vistas del rápido avance tecnológico en el que nos encontramos, podría convertirse en norma. ¿Cuál será el papel del educador en el nuevo paradigma educativo? ¿Qué habilidades deberá tener?

La función del profesor ya no es transmitir conocimientos solamente, sino que tiene que ir mucho más allá y atacar aquello que la máquina no es capaz de explicar. ¿Y qué es lo que va a tener siempre el ser humano por encima de las máquinas, de los algoritmos y de la inteligencia artificial? Un componente emocional de conexión física con los alumnos, aunque sea virtual. Nos rasgamos las vestiduras cuando decimos que el papel del profesor, tal y como lo conocemos, va a desaparecer, pero es que el del médico también lo hará: será una máquina la que nos saque las muelas. Sin embargo, eso no significa que vaya a sustituir todas y cada de sus funciones. El profesor debe estar potenciado con algoritmos y con inteligencia artificial para desempeñar mejor su papel y la performance del estudiante. Su papel es el de acompañador, de mentor, de impulsor de pensamiento crítico, de habilidades y de otro tipo de tareas que hoy se desarrollan de forma tangencial y que pasarán a ser nucleares. Lo que es verdaderamente importante son las emociones, los sentimientos, poner los campos de juego y las mentalidades abiertas para que podamos absorber conocimientos. La Cuarta Revolución Industrial no va a cambiar el hecho de que el tiempo es un recurso escaso. El periodo de aprendizaje de entre los cero y los veinticinco años es maravilloso porque somos verdaderas esponjas de conocimientos. Así que debemos potenciarlo al máximo: en vez de aprender dos idiomas, aprendamos siete y, en vez de hacer dos carreras, hagamos cuatro. Debemos ser capaces de cambiar el sistema y volver al concepto de ilustrado renacentista: vamos camino hacia una nueva ilustración digital.

«En nuestro sistema escolar la brillantez y la meritocracia no son un valor»

El concepto lifelong learning hace referencia a la educación continua y continuada a lo largo de la trayectoria profesional. ¿Qué responsabilidad o papel tienen las empresas a la hora de promover ese aprendizaje sin fin?

Si quieres trabajadores formados en capacidades y competencias actualizadas que resuelvan el papel para que les has contratado –y por lo que les estás pagando–, les vas a tener que dar las herramientas necesarias. El lifelong learning no deja de ser la necesidad de reciclaje, de capacitación (o de recapacitación), de actualización profesional, para desempeñarnos en un mundo que cambia cada año. Tú tienes que cambiar conforme a la evolución de tejido productivo y de las tecnologías. Si no lo haces, eres una máquina obsoleta. Al final, el aprendizaje de por vida es la solución a los errores del sistema educativo actual.

Hoy ya hay una brecha visible: la de los nativos digitales y la de los mayores que no han nacido en la era digital. En un sistema de aprendizaje continuo de nuevas competencias, ¿cómo podemos incorporarlos al nuevo paradigma económico?

Como sea. Dejarlos fuera del sistema es una injusticia social. No podemos dejar fuera a personas de entre 45 y 70 años, pero tampoco podemos hacerlo con los que tienen treinta y un cierto analfabetismo digital. Las empresas, instituciones, Administración y todos en general tenemos una responsabilidad social con ellos. Hay quien dice: «No tienen el tiempo». Pues que lo encuentren. «No tienen dinero». Pues que se provean los recursos para que lo puedan asumir. En la actualidad, hay gente que aprende con vídeos de Youtube porque el coste marginal del contenido tiende a cero. Es decir, por cero euros tienes cosas muy interesantes que mejoran tu empleabilidad. Si careces de fuerza de voluntad y ganas… contra eso no se puede hacer nada. Es una cuestión de responsabilidad individual. También tenemos que poner los mecanismos y los resortes necesarios para no dejar a millones de personas atrás.

Apelas a la responsabilidad individual pero tampoco podemos olvidar que, en nuestro país, donde cerca de un 20% de la población está en riesgo de pobreza, hay quien realmente no cuenta ni con los recursos, ni con el tiempo, para hacerlo. ¿En manos de quién está proveer esos mecanismos para que la gente se actualice y se recicle?

Siempre en la responsabilidad individual. Los colectivos no dejan de ser nada más que una suma de partes: las administraciones públicas, fundaciones, universidades y la empresa privada forman un grupo que tiene la obligación de proveer recursos, sin ninguna duda. No obstante, al final del día, mejorar nuestra empleabilidad está en cada uno de nosotros: si tú no quieres aprender no hay nada que hacer. Esto es como quien quiere correr una maratón pero no sale a correr ningún día. Hay una responsabilidad individual de ser conscientes de nuestra necesidad de actualizarnos. También creo que existen los suficientes recursos económicos en la administración pública y las empresas privadas para hacer programas de recapacitación y de actualización profesional (si se quiere). Yo siempre digo que, al menos dos veces al año, tienes que cambiar tu nivel de competencias. Es una responsabilidad de la empresa y de las administraciones públicas, pero también es una responsabilidad del individuo.

«El sistema de ‘freelances’ crea grandes bolsas de capital y talento flotante»

«No vas a tener un solo trabajo, ni un solo sueldo». De esta manera haces referencia a lo que conocemos –siguiendo la teoría de Bauman– como empleo líquido, aquel en el que los profesionales dejarán de depender de una sola organización y adoptarán un modelo más versátil. ¿Qué beneficios veremos? ¿Cómo explicárselos a una sociedad en la que inestabilidad laboral se relaciona con precariedad y una alta tasa de paro?

Partimos de una sociedad donde pensamos que lo bueno es un empleo fijo. De hecho, todo el sistema está estructurado en torno a una nómina. Si no tienes un empleo fijo o una estabilidad, no te dan una hipoteca. Hay que cambiar esa mentalidad. Es mejor trabajar para cuatro empresas que para una porque diversificas riesgos: si una compañía se va a pique, tú te vas a pique; pero si trabajas para cuatro y una quiebra, todavía tienes tres diques donde sujetarte. También mejoras capacidades y desarrollas competencias distintas. El problema es que, hasta hace poco, aquella persona que cambiaba de trabajo cada dos años era visto como un auténtico creador de problemas, como el conflictivo. Yo creo que es todo lo contrario: si ha trabajado en muchos países, para muchas empresas o en muchos sectores, mejor. A mí nada me gustaría más que un freelance que trabaja para diecinueve compañías. Lo bueno sería asumir esa teoría líquida como sociedad. Que cojas a tu madre y a tu padre y les digas: «Tengo siete empleos», y que tu madre te diga: «Qué bien». No que vayas y le digas: «Mamá, soy funcionario público» y se alegre. El trabajador líquido es el profesional del futuro inmediato y, afortunadamente, ya se están derribando barreras, aunque no a la velocidad que requeriríamos.

¿Y no debería ese cambio de mentalidad ir en las dos direcciones? En ocasiones a los profesionales freelance se les valora por tener un sistema de retribuciones inferior.

Los freelance son personas que vienen, te arreglan un problema y se van. Lo que estamos haciendo es crear grandísimas bolsas de capital y talento flotante. No por eso son peores; al revés: te cuesta más caro porque no lo tienes en plantilla y tienes que cambiar los costes de la Seguridad Social. Nuestra ley laboral está en que, si tú contratas a un freelance y solo lo contratas tú porque consideras que es el tipo de relación contractual que quieres, la ley te dice que es un falso autónomo y que tienes que contratarlo. Cuando las partes (organización e individuo) han convenido una cosa, viene la ley y te lo niega. Imagínate lo mal que lo tenemos montado que –laboralmente– hasta la ley está mal hecha. Estamos rezagados y es una realidad: somos más pobres, tenemos sistemas menos productivos de los que teníamos, trabajamos más y lo hacemos peor. Objetivamente, en indicadores, tenemos mucho espacio de mejora en diversos aspectos porque estamos poniendo el foco en temas que no son los importantes. La educación es la base sobre la que se construyen muchísimos de elementos de la sociedad. Por eso estoy en este sector: porque pienso que se pueden provocar muchos cambios irrefrenables asociados a la digitalización. Son cambios que se harán, con o sin la Administración, con o sin las universidades, con o sin ayuda, pero se harán, porque nuestro sentido de supervivencia es mayor que nuestro sistema regulatorio.

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