Sociedad

«No podemos seguir formando a la gente en memorística absurda»

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Noemí del Val
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29
enero
2020

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Noemí del Val

De un experto en innovación como Enrique Dans (A Coruña, 1965) siempre se puede esperar que tenga la mirada fija en el mañana. Por eso no sorprende el título de su nuevo libro, ‘Viviendo en el futuro’ (Deusto), en el que va más allá de analizar el modo en el que la tecnología están cambiando el mundo y hacen nuestra vida más fácil y confortable. Dans introduce una inquietante reflexión sobre la situación del planeta y hace una urgente llamada a la acción. De lo contrario, podría no haber ni planeta ni futuro.


¿Tan mal están las cosas?

Es la primera vez en la historia en la que tenemos que enfrentarnos a la pregunta existencial de si es viable o no la civilización humana en el planeta Tierra. Esa es una pregunta muy grande, pero no queda más remedio que planteársela. La COP25 no ha servido más que para aparcar la cuestión hasta la siguiente cumbre y para escuchar cosas como que tal vez sea conveniente dejar de fabricar vehículos con motor de explosión en 2040. ¿En 2040? ¡Eso puede ser demasiado tarde! Nos queda muy poco tiempo para actuar.

Entonces, ¿seguimos sin tomarnos en serio la emergencia climática?

Somos la generación más escéptica que ha existido. Nos han cambiado tantas creencias en nombre de la ciencia, desde la alimentación hasta los hábitos de vida, que nos hemos vuelto unos descreídos. Otro problema es que la gente no tiene ni idea de lo que es la ciencia. Muchos leen un artículo en un medio de comunicación o un libro escrito por alguien con muchos títulos y lo toman por verdad absoluta, pero no se paran a pensar en si ese autor es un investigador contrastado, o si esas conclusiones a las que llega son fruto de un verdadero y riguroso proceso científico o, simplemente, su opinión personal.

«Si unas cuentas máquinas pueden hacer el trabajo de muchas personas, eso no se puede detener»

¿La tecnología es la solución o el problema?

Puede hacer que nuestra vida sea mejor en muchos aspectos. Gracias a la tecnología, las ciudades serán lugares mejores de lo que son ahora, se podrá pasear por ellas, se respirará mejor y serán más habitables. También hará posible que tengamos una sanidad realmente preventiva, que no se limite únicamente a intentar solucionar los problemas una vez que ya se han presentado. Estoy convencido de que la tecnología nos puede ayudar a incrementar nuestro bienestar y a hacer que valga la pena vivir el futuro.

Sin embargo, también tiene su lado oscuro.

Uno de los grandes problemas que tenemos es que la tecnología que nos ha generado gran parte de la riqueza de la que disfrutamos hoy, los combustibles fósiles y el motor de explosión, se ha quedado obsoleta. Su uso y abuso es, en buena medida, lo que nos ha traído hasta aquí, pero cambiar lo que ha funcionado en el pasado es muy complicado. Si pones la televisión lo que te encuentras son anuncios de coches, cuando un vehículo con motor de explosión es algo que tendría que estar prohibido: es un producto nocivo y venenoso que lanza emisiones que respiramos todos y que provocan tres millones de muertos al año.

¿Cómo podemos escapar de esa petroleodependencia?

No es un problema tecnológico. Las alternativas para descarbonizarnos y tener un mundo muchísimo más limpio y sano ya existen. Los tecnólogos han estado a la altura. Los que fallan son los mercados, la velocidad de adopción, las personas…

¿Está agotado el modelo capitalista basado en crecimiento económico ilimitado?

El capitalismo ha funcionado muy bien y, desde luego, muchísimo mejor que sus alternativas. Pero cayó en la trampa de pensar que el mercado lo terminaba equilibrando todo y que, por tanto, la única obligación de las empresas era la de generar beneficios para sus accionistas. El mercado no equilibra nada y en la actualidad sufrimos las mayores desigualdades de la historia. Solo en 2019 las principales empresas norteamericanas se han replanteado el modelo y se han dado cuenta de que los shareholders no pueden ser los únicos a los que hay que tener en cuenta en la actividad empresarial.

«¿No sería mejor reorganizar el sistema económico y la política monetaria hacia un modelo que tuviera más sentido?»

¿Qué enseñanzas se llevan las empresas de aquellos excesos?

Que si no cuidas a tus empleados, no podrás ni atraer talento ni retenerlo. Que si no tratas bien a tus proveedores, preferirán irse con otros. Que si no pagas por aquello que estropeas en el medio ambiente, tendrás consecuencias.

Ya que mencionas el talento, hay mucha gente preocupada por la robotización del trabajo.

Tengo muy claro que muchas personas van a ser redundantes y no vamos a tener trabajo para todos. Si unas cuentas máquinas pueden hacer el trabajo de muchas personas y, además, con menos errores, es decir, más productivamente, eso no se puede detener.

Pues suena fatal…

Nuestra relación con el trabajo tiene que cambiar. Lo que no puedes hacer es darle a la gente empleos que podrían hacer máquinas solo para tenerla ocupada y que no proteste. La teoría de los bullshit jobs de la que nos advierte David Graeber es demencial y deshumanizante, y una de las razones por las cuales tenemos las desigualdades que tenemos. Estamos intentando ocupar a la gente de una manera absurda para que no se queje en lugar de empezar a crear los mimbres para una sociedad en la que trabajar no sea obligatorio.

¿Cómo se consigue eso?

Con una renta básica universal. Creemos una sociedad en la que una persona, por el hecho de nacer en esa sociedad, tenga derecho a no caer por debajo del nivel de la pobreza si las cosas le van mal.

¿No suena un tanto utópico teniendo en cuenta que lo que se debate ahora mismo es si habrá o no dinero para las pensiones?

¿Qué sentido tiene usar el dinero tal como lo estamos utilizando actualmente? Para que se enriquezcan una serie de personas en unas mesas de cambio y en unos mercados de divisas que son lo más ineficiente del mundo, ¿no sería mejor reorganizar el sistema económico y la política monetaria hacia un modelo que tuviera más sentido? Emitamos moneda digital y destinemos ese dinero a lo que hay que destinarlo. No estamos hablando de subsidios, sino de un derecho. La renta básica universal surgiría en buena medida de reciclar un dinero que ahora estamos empleando para pagar subsidios condicionales que, además, requieren de mucha supervisión por parte del Estado. Pues eliminemos supervisión, hagamos esa renta incondicional y démosla a todo el mundo.

Para llegar a ese punto hará falta mucha educación…

La educación es la solución para casi todo. Su problema es que es lenta y lleva generaciones conseguir cambios. Además, nuestro modelo educativo es demencialmente malo y se parece demasiado a lo que hacían nuestros bisabuelos. No podemos seguir formando a la gente en memorística absurda, en oposiciones, en exámenes… ni insistir en formatos que no sirven para evaluar la capacidad de las personas. Un juez no es mejor juez por haberse pasado cuatro años estudiando. Es necesario empezar a desarrollar en las personas cuestiones clave como el pensamiento crítico, o adiestrarlas para que sean capaces de discriminar entre una gran variedad de fuentes de información, lo que tiene valor de lo que está sesgado o de lo que es directamente basura.

Educación también en nuevas tecnologías. ¿Los que no son nativos digitales tienen un problema?

La tecnología no es magia, está ahí, disponible para todo el mundo. Pero muchas veces nos obsesionamos con aprender cuando lo que de verdad nos haría falta es la habilidad de desaprender, de borrarnos de la cabeza determinados esquemas que nos impiden empezar a hacer las cosas de otra manera. Cuando le das a un niño un smartphone y te quedas maravillado viendo lo bien que se maneja, no es porque el crío vaya para ingeniero aeroespacial –que a lo mejor sí–, sino que el que realmente tiene valor es el diseñador de ese teléfono, que ha conseguido que sea tan fácil de usar. Si para ti no resulta tan sencillo, seguramente es porque tienes el impedimento del recuerdo de otras tecnologías anteriores. Por esa razón, la capacidad de contextualizar nuestra experiencia a un escenario nuevo para, así, desprendernos de lo anterior e intentar aprender como lo haría un niño, partiendo de cero, es una capacidad muy interesante hoy en día.

«Necesitamos convertir nuestros hogares en algo con valor más allá de ser un simple refugio»

Teletrabajo, autoabastecimiento energético, drones que llevan tus compras hasta cualquier lugar del planeta… ¿Qué papel jugará el hogar en ese futuro que se aproxima?  

Nuestra casa tiene que ser la pieza sobre la que se edifica un modelo de vida. Un modelo que podría comenzar por un sistema de generación de electricidad distribuida similar al que en su día se aplicó con la computación para crear internet. Y, a partir de ahí, convertir nuestros hogares en algo que tenga valor más allá del de simple refugio. Hogares dotados de todo tipo de sensores que nos permitan obtener información acerca de las personas que están dentro e incrementar su confort.

En tu último libro también le dedicas dos capítulos al activismo. ¿Hacen falta más Gretas en el mundo?

Los jóvenes se manifiestan, porque saben que son la última generación que puede hacer algo. Y sí, claro que se pueden cambiar cosas, porque somos muchos y, gracias a internet, estamos razonablemente coordinados. Tenemos que empezar a exigirles a los políticos que actúen, porque cualquier cosa que no sea incluir políticas medioambientales en la agenda política es cortoplacista. Y hay que empezar a votar con el bolsillo. Consumir productos de compañías que fabrican de una determinada manera no tiene sentido, por mucho que sea más barato o más cómodo. Muchas veces, si te lo puedes permitir, comprar un producto más caro, pero que hace que te sientas mejor como persona es toda una declaración de intenciones.

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