Educación

Educación para un mundo incierto: la hora de la (trans)formación

En un contexto cambiante como el actual, la formación continua nos ayuda a adaptarnos a una nueva sociedad, una nueva economía, un nuevo mundo y, sobre todo, un futuro distinto.

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02
septiembre
2020

Hace ya tres años, cuando la humanidad no imaginaba que más de la mitad de la población se vería obligada a quedarse confinada en sus hogares, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) hablaba en su libro blanco, La educación importa, de la necesidad de adaptar los sistemas educativos y formativos «a un futuro cada vez más incierto y complejo». Tal pronóstico se ha quedado corto ante la aceleración de tendencias y exigencias provocada por la pandemia de la COVID-19. Es una evidencia que la crisis provocada por el coronavirus tendrá un fuerte impacto en la actividad económica y, de rebote, en el mercado de trabajo. Coyunturalmente, ya está golpeando con dramática intensidad al nivel de empleo, pero sus efectos estructurales serán aún más profundos. Y si el mercado laboral se transforma, las instituciones académicas, especialmente las que nos dedicamos a la educación superior, debemos estar preparadas para movernos en la misma dirección.

Ese camino debe circular en paralelo al de las empresas, que demandan un talento cada vez mejor formado no tanto en materia de conocimientos como de aptitudes y actitudes. La capacidad de aprender –o aprendibilidad– se ha convertido en la principal habilidad para desenvolverse con éxito en escenarios económicos, sociales y laborales que se caracterizan por la velocidad del cambio y la gestión de la incertidumbre. Nuestros cerebros tienen que ser más plásticos que nunca para gestionar los conocimientos y las experiencias con flexibilidad y estar siempre dispuestos a innovar.

«Formarse en estos momentos presenta un plus para todos nosotros»

A través de la CEOE, las empresas reclaman «establecer un nuevo currículo, promover la innovación, el emprendimiento y el empleo de las tecnologías, hacer de la docencia una profesión robusta, facilitar la transición de la educación al empleo e intensificar los vínculos entre educación y empresa», entre otras medidas. Ello requiere, según los empresarios, un consenso político y social en torno a un proyecto de Estado que otorgue estabilidad al sistema educativo. La necesidad de adaptarlo y transformarlo se ha acentuado a raíz de las tendencias que la pandemia ha estimulado: la digitalización, la automatización y la humanización.

En el nuevo contexto en el que vivimos, todos nos hemos visto obligados a transformar y adaptar nuestra formación presencial a un formato online o a una presencialidad en remoto, que no son sinónimos. Antes de que el coronavirus alterara nuestro estilo de vida, el alumnado demandaba y valoraba la presencialidad en la formación, al considerarla como una experiencia relevante en su proceso de aprendizaje. La enseñanza a distancia era vista como un apoyo, no como el procedimiento central de la formación. Pero las instituciones educativas hemos tenido que trabajar duro y rápido para poner en valor que realmente –y a pesar de todo: de un profesor mejor o peor, de una materia más intensa o menos, de una metodología más o menos apetecible…– lo importante es el camino que el alumnado recorre. Un viaje en el que cada estudiante se enfrenta a su proceso de transformación personal de una manera holística. En el actual escenario hemos desarrollado fórmulas mixtas que nos permitan combinar lo mejor de los dos mundos, cuyo nexo es precisamente el profesor.

La segunda tendencia tiene que ver con la aceleración de la automatización y la implementación de robots, inteligencia artificial y machine learning en trabajos que hasta ahora eran hechos por humanos. No olvidemos que las personas somos contagiables, pero las máquinas no. Si un trabajo puede ser hecho por un robot, en este momento es mucho más conveniente e incluso beneficioso para las compañías. Queda pendiente el debate si esa mano de obra robotizada debe cotizar a los sistemas de prevención social, como plantean algunos sindicatos. En el ámbito educativo, sí es posible sustituir algunas de las tareas que realiza un profesor por un robot. Pero no sucede así con la más importante de todas: la capacidad para guiar emocionalmente al alumnado durante su proceso de aprendizaje. La automatización del acceso a los conocimientos libera tiempo del profesor para actuar como coach, un acompañante en el viaje del alumnado en su preparación para la vida laboral y, sobre todo, en su maduración como persona y ciudadano.

«(Trans)formarse implica generar resiliencia a partir del aprendizaje que proporciona la experiencia»

Todas las personas que configuran una institución académica en general, y el profesor en particular, son el factor humanizador en el proceso de aprendizaje. La pandemia ha mostrado el lado humano de las empresas –su alma– al priorizar la salud de las personas por encima de cualquier otro criterio, incluida la última línea de la cuenta de resultados. Curiosamente, en un entorno cada vez más digital y automatizado, esa humanización adquiere aún más relevancia, entre otras razones, porque recuerda a cada persona la conexión con su esencia vital, es decir, su fe, sus convicciones, sus creencias… su forma de interpretar y habitar el mundo.

En su ensayo La humanidad aumentada, Éric Sadin plantea el surgimiento de una nueva forma de hombre fruto de una nueva relación entre lo humano y lo tecnológico. Desde este enfoque, el poshumanismo no se expresa como la determinación de nuestras relaciones, sino como el garante de su singularidad. El filósofo francés recuerda que no todo es reducible a datos y nos invita a poner límites a la hegemonía digital para así devolver la técnica a su papel como instrumento para la emancipación. Es un territorio propicio para convertir a la ética en la guía de nuestras conductas, impulsados por la idea de que la tecnología tiene que ayudarnos a ser más humanos y, en consecuencia, más libres.

La educación tiene la misión de formar a las personas en su integridad. Es un proceso de (trans)formación que no se detiene el día en que se recibe el título, sino que continúa a lo largo de toda la vida. (Trans)formarse implica tener una actitud positiva ante los cambios, generar resiliencia a partir del aprendizaje que proporciona la experiencia, especialmente la que procede del error, y aprovechar la digitalización y la automatización para mejorar nuestra humanidad.

«La tecnología tiene que ayudarnos a ser más humanos y, en consecuencia, más libres»

Formarse en estos momentos presenta un plus para todos nosotros. Aquellos que con buena actitud, resiliencia, esfuerzo y paciencia sepan superar todas las adversidades para no despistarse de su objetivo, que es formarse y por lo tanto transformarse, marcarán un antes y un después. Si somos capaces de aprender, adaptarnos con flexibilidad, no sin esfuerzo y sin dolor, a esta situación, habremos desarrollado cierta inmunidad en un contexto cambiante, incluso aunque lo percibamos como demasiado disruptivo y volátil. Solo así sabremos construir nuevos relatos para todo lo nuevo que está surgiendo: una nueva sociedad, una nueva economía, un nuevo mundo y, sobre todo, un futuro distinto.

El reto es elegir entre creernos con la solución y la receta perfecta o seguir buscando. Las instituciones educativas, por vocación y casi por definición, debemos seguir buscando, y, por ende, transformándonos, porque no hay duda: si queremos transformar la educación, debemos comenzar por transformar nuestra escuela. Veamos la pandemia como un vector de impulso en este terreno hacia un mundo más sano en todos los sentidos.


Eduardo Gómez Martín es director general de ESIC Business & Marketing School.

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