ENTREVISTAS

«La música es una necesidad más espiritual que corporal»

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Noemí del Val
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17
enero
2020

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Noemí del Val

Para lo bueno y para lo malo, le puede suceder lo mismo que a ti. Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) se canta y se recuerda en ‘Debut’ (Literatura Random House), un libro en el que repasa su ya larga historia sobre los escenarios: en lo musical, de ella esperaban un hit adolescente, pero les entregó lo mejor de su discografía –de lo que dan fe ‘Continental 62’ o ‘Tu labio superior’– aunque a veces el camino no fuera fácil. La madrileña nos confiesa en este encuentro que juega, como Góngora con Quevedo, a enviarse mensajes entre líneas. No en vano, tiene una mano que manejaba los obsoletos SMS como Rosalía de Castro.


«Y también creedme si os digo que los que escribimos canciones tenemos mucho cuento», dices en una de las frases de Debut. ¿A quién le importa la verdad?

Para empezar, ¿cuál es la verdad? No hay una verdad absoluta. Más que nunca, al escribir te das cuenta de que eso es así y de que en el momento que cualquier hecho se transforma en relato, se convierte en ficción de alguna manera. Por otro lado, a esto también se le puede dar la vuelta: tu percepción de lo que ocurrió –que para ti es una especie de verdad subjetiva instalada en tu memoria emocional–, cuando la escribes y deja de ser una memoria emocional para ser algo racional que estás escribiendo, hace el viaje de ida y vuelta. Es decir, el recuerdo o el hecho en sí se transforma también en tu cabeza, normalmente para equilibrarse.

¿Cuántas verdades puede haber en tus canciones?

Las canciones no están hechas sobre una base equilibrada ni racional. Son subjetivas, emocionales, y viscerales siempre. La naturaleza misma de la música es esa. Creo que es como tiene que ser. Así es el juego, y todos lo sabemos.

Dices que has escrito canciones en las que en la primera estrofa estabas pensando en un hombre y en la segunda ya pensabas en otro…

Bueno, no tanto como en la segunda, pero sí en la tercera. [Risas].

Entonces, ¿Negro cinturón es toda Ulises?

«Nos hemos perdido una impresionante cantidad de talento de mujeres que no han tenido la oportunidad de desarrollarlo»

Sí. De hecho, Negro cinturón es de los pocos casos en los que he escrito una canción volviendo a casa por la noche, en el paseo. Empecé a jugar con una frase, se me fueron ocurriendo las estrofas y las fui escribiendo en una servilleta. Cuando llegué, estaba prácticamente la canción escrita. Lo que añadí después solamente fueron los estribillos, que los hice dos semanas después. Conté esta historia en el libro porque yo no pensaba meter mucha carnaza personal ni demasiado cotorreo, pero me hacía gracia, porque todo el mundo pensaba que Negro cinturón hablaba de cualquier otra persona. En las entrevistas me preguntaban mucho a quién se la estaba dedicando, y entonces me hacía gracia desvelar que está dedicada a un periodista. Lo que nadie se podía imaginar: un periodista desconocido, que estaba en paro, viviendo el oficio en toda su crudeza.

También tienes canciones a tu hermano (Jorge y yo) o a tu padre (Romance de plata), pero en Debut hablas de «los chicos que poblaban los bosques de Malasaña», como Dani, Alicia o Pedro. Pero es curioso, porque dices que Dani y Alicia en realidad no se llamaban así. Entiendo que este Dani es el de la canción Buena suerte, Dani.

Sí. Digamos que hay una cierta actividad vampírica en el hecho de adueñarte de las historias que te cuentan otros y meterlas dentro de tus canciones. Cuando lo hago, tengo mucho cuidado, así que pido permiso o cambio los nombres. Si es algo que me parece que les va a molestar, no se lo digo, porque significa que la canción está lo suficientemente transformada como para que no se reconozcan.

¿Cómo guardas las distancias entre tú y lo que escribes o lo que cantas?

Normalmente, el material del que nos nutrimos los que escribimos canciones, poemas o narrativa es siempre es el mismo. Sobre todo, es la propia experiencia, pero no por narcisismo, sino por una cuestión de verosimilitud. Igual que un pintor explora el autorretrato antes que nada, tú haces lo mismo: intentas hablar de la naturaleza humana a través de ti. De lo que uno suele hablar es de las cosas que ya están curadas, no de las experiencias mientras las estás viviendo, ya que sería demasiado complicado. Incluso hay veces que cuando son agua pasada y escribes sobre ellas, te vuelven y te afectan mucho. Eso me ha pasado con algunas canciones, pero es una manera –igual que un actor de método– de hablar de todos, de querer retratar algo común a todos.

Cuentas que entre 2006 y 2011 los versos se escribían solos mientras lanzabas «flechas incendiarias a diestro y siniestro». Ese tiempo abarca Continental 62, Verano fatal, Tu labio superior y La joven Dolores. Entiendo que fue un tiempo complicado para ti, pero sin duda ha sido el más fructífero.

Sí. Hubo un impasse, ocurrieron varias cosas. Primero, que volví a escribir en español. Luego, al separarme y tener cuidados compartidos, de repente tenía mucho más tiempo, algo inusual cuando tienes un hijo de dos años. Podía irme un mes entero –por ejemplo, en verano– a grabar, cosa que no me había pasado en los años anteriores. Podía salir de la baja de maternidad un poco antes de tiempo por separarme, algo que por supuesto no recomiendo a nadie… Pero de algo negativo salió algo positivo, y fue recuperar mi tiempo personal.

También hiciste coros en El tiempo de las cerezas, el disco doble de Nacho Vegas y Enrique Bunbury. ¿Conocías de antes a Paco Loco, el productor?

No. Nacho me había escrito –cuando estaba en Nueva York– para hacer una colaboración, pero yo entonces no sabía quién era él. Como todo el mundo, le confundí con el de Nacha Pop (Nacho García-Vega), y pensé: «Qué raro que me escriba, ¿no?». Pero me fijé y vi que no, que era Nacho Vegas. Entonces investigué sobre él. Al volver, nos conocimos en el Primavera Sound. Nos veíamos de vez en cuando y empezamos a hablar de esa colaboración, que no se concretó hasta el 2007.

Christina Rosenvinge

¿Era Verano fatal o El tiempo de las cerezas?

No. Es que al principio no sabíamos qué íbamos a hacer. Entonces él me llamó para El tiempo de las cerezas. Nos habíamos visto un par de veces y, no sé, por conocernos más… Y en el disco, en realidad, mi voz está enterrada en la mezcla. Directamente no se escucha.

¿Seguirás lanzando flechas incendiarias?

«Si piensas más en agradar a los demás que en agradarte a ti mismo, te pierdes»

Supongo que sí, o por lo menos es lo que me gustaría, si pensamos que son armas potentes contra lo que sea. Lo de las flechas incendiarias en realidad hace alusión a la época de los SMS. Para mí fue una época dorada de la comunicación, porque los escribíamos con mucho más cuidado. Había una forma de literatura que luego desapareció por completo con WhatsApp, que es inmediato y torpe por naturaleza. Encima se ha llenado de emoticonos, que ha simplificado y degradado todavía más el lenguaje o, al menos, lo ha transformado –yo los uso muchísimo–. Recuerdo estar con amigas y leernos las unas a las otras los mensajes que nos habían mandado y sentarnos a interpretarlos. Todo se analizaba hasta la saciedad. De ese ejercicio salieron muchos de mis estribillos y frases que fueron a parar a canciones. Y no solo a las mías, porque Nacho, por ejemplo, incluyó algunos mensajes que yo le había mandado en temas suyos. «No te fíes de un animal herido», por ejemplo, es una de esas frases enigmáticas, una flecha encendida destinada a…

Sobre las interpretaciones, creo que La joven Dolores tiene varios significados. Es cierto que se repasan algunos mitos femeninos: Eva enamorada, Desierto, Mi vida bajo el agua… Puede ser un homenaje a la mujer o también a la barcaza que unía Ibiza con Formentera.

La intención de muchas canciones de ese disco era revisar mitos femeninos, no religiosos, sino de la mitología griega o de La Biblia. Se mezclaba con el hecho de que es un disco que empecé a escribir un verano en Formentera, y para mí estaba muy atada una cosa con la otra. La joven Dolores es mitología del siglo XX y, en este caso, de un paraíso perdido al que yo no había llegado a tiempo… Aunque cuando llegué a Formentera en el 92 todavía quedaba algo del paraíso hippie, porque me contaron que había sido prácticamente virgen al turismo hasta hacía nada.

¿Por qué tus amigos te llaman La Profeta el Apocalipsis?

En realidad no me llaman así. Eso era un juego [risas]. En esa época, mi grupo de amigos era un poco como las relaciones que recrea la película Todo es mentira y tenía una conciencia respecto al presente y al futuro muy apocalíptica. Luego, en el fondo, era un poco profética: las cosas que yo estaba diciendo entonces y a todo el mundo le parecían ridículas son las cosas que se han concretado después. Una de las cosas es el feminismo. Cuando yo hablaba de feminismo, todo el mundo se reía en mi cara.

¿Cómo trata la industria discográfica a una mujer? También has hablado de machismo en el indie.

Por supuesto. He luchado contra los prejuicios desde el principio, pero en estos años –en los que, digamos, me integré un poco en el universo indie–, me sorprendió que fuera tan conservador en este sentido. O tan reaccionario. No me lo esperaba. Yo había tenido relación con ese tipo de músicos, pero estadounidenses o europeos, y no tenía la sensación de que fuera un mundo tan masculinizado y tan cerrado a las mujeres, pero en España sí que me lo pareció. Y me sorprendió. Me daba cierta pereza eso de tener que volver a hacerme valer.

¿Crees que valoraron más cuando en 2018 te dieron el Premio Nacional de las Músicas Actuales?

No, no, no. No es que no me haya sentido valorada. Todos mis discos, desde hace bastantes años, han tenido críticas muy positivas. Es verdad que la crítica ha tenido que reajustarse conmigo varias veces porque no entendía mi evolución, que estaba muy marcada también por mi carrera inusual, pero es que mis circunstancias habían sido inusuales. Tu labio superior se colocó en lo mejor del año cuando salió y Continental 62 tuvo buenísima acogida.

A todas luces, Continental 62 es un punto importante de tu discografía.

Sí. Tuve la sensación de estar luchando contra un imposible antes de marcharme a Estados Unidos. Esto fue en el 94, 96… Cuando saqué Mi pequeño animal y Cerrado.

Mi pequeño animal fue un trabajo muy personal además.

Sobre todo con Cerrado sentí que, tal y como estaban las cosas, no podía avanzar en lo que yo quería hacer. A lo mejor por eso el título fue profético en ese sentido. Sentía que estaba luchando a contracorriente. Después, la situación ha sido distinta. Por supuesto, como todas las mujeres, noto de una forma u otra que los prejuicios están ahí –no es una impresión subjetiva, las cifras están ahí–, pero no lo siento como algo personal contra mí.

Christina Rosenvinge Carlos H Vázquez

Como decía Cicerón, ¿tu conciencia tiene para ti más peso que la opinión de todo el mundo?

Desde luego, mi conciencia y mi criterio tienen más peso que lo demás. El tiempo me ha dado la razón en que las opiniones de los demás son muy cambiantes, por eso lo importante es hacer algo con lo que sientas que puedes defenderte durante muchos años. En ese sentido, si das tu brazo a torcer y piensas más en agradar a los demás que en agradarte a ti mismo, te pierdes. Es fundamental mantener la intención y la visión primera que tienes de las cosas.

¿Por qué dices que el pesimismo te puede?

Todas estas frases que dices son una parte concreta de los años 90, cuando caí en un derrotismo y un negativismo. Tuve una especie de presión profesional.

¿El pesimismo se aprende?

No. Yo creo que el pesimismo, en este caso, era por la depresión del parado. No era un problema imaginario, era un problema real.

Dices en la entrevista de Arancha Moreno en Efe Eme que eres autodidacta. ¿Así aprendiste a tocar el piano y también la guitarra?

«Lo que uno aprende solo tiene un valor que no tiene lo que te enseñan los estudios»

He aprendido todo de forma autodidacta y es un método que recomiendo a todo el mundo. No quiero decir que sustituya a los estudios, pero considero fundamental que la parte troncal de tu aprendizaje la dirijas tú mismo por intuición. Creo que lo que uno aprende solo tiene un valor que no tiene lo que te enseñan.

Pero tenías suerte de que en tu casa se escuchara música…

Bueno, se escuchaba música, pero no había instrumentos musicales.

¿Qué habría sido de ti de haber empezado antes piano que ballet?

Probablemente tendría una mejor formación, mejor técnica…

Te queda toda la vida para seguir mejorando…

Sí, pero hay ciertas cosas que es verdad se adquieren al principio. De hecho, todavía tengo una posición de piernas bastante conseguida, a pesar de no bailar desde hace 20 años… pero es que si lo empiezas a hacer desde los ocho años se queda para siempre. Por eso es bueno adquirir la técnica antes de cumplir los veinte aunque el hecho de que no la hayas adquirido no quiere decir que tengas que renunciar.

¿Qué sucede entonces a partir de los veinte?

Puedes aprender, pero de otra manera. Llegas a los sitios por otros atajos. También me ha pasado dar clases con una cantante canónica que me decía que yo no tenía fuerza suficiente como para cantar y que me dedicase a otra cosa. Cuento estas cosas sobre todo porque, cuando tienes una pasión, da igual que tus condiciones físicas no sean las idóneas para ponerla en práctica. Si ves un camino, es que lo hay. Lo vas a conseguir hacer y, probablemente, tus limitaciones jugarán a tu favor a la hora de formar tu personalidad. Cómo llegar a tu forma de expresión es un camino personal, no es un camino canónico ni académico.

Una de tus canciones favoritas es Emerald River, de Judee Sill. Pero solo existe la maqueta de esta canción. ¿Otra limitación?

En la época que salió este disco de Judee Sill, también estaba el de Sibylle Baier. El hijo de una hippie encontró en el desván unas maquetas que había hecho su madre. Era un solo disco, pero lo abrió y le pareció una maravilla. Lo publicó y fue una pequeña revolución en el mundo indie americano. Sibylle Baier era una cantautora alemana, amiga del director Wim Wenders, y colabora en Alicia en las ciudades. Sibylle Baier es como un Nick Drake femenino y su potencial era brutal, pero solo hizo un disco y luego se dedicó tener hijos y a no hacer nada. Judee Sill y Sibylle Baier te sirven como demostración de que nos hemos perdido una impresionante cantidad de talento de mujeres que no han tenido la oportunidad de desarrollarlo. Como Carmen Laforet con Nada, hay montones de mujeres que hicieron cosas maravillosas pero que luego se retiraron a tener familia y después de la crianza no volvieron. Aunque también hay casos como el de Patti Smith, que volvió y se ha convertido en una escritora brutal. Pero hay mucho talento femenino desconocido que no ha llegado a fructificar.

Ya que hablamos de la maternidad, hay una parte de los diarios que recoge Debut, en concreto el texto que está fechado el 9 de octubre de 1996, donde hablas de María, una chica de 18 años que vivía en una casa okupa y te pedía dinero, se supone, para abortar. Cuando lo explicas, dices: «Arrojar niños sin más a este mundo tan cruel es una irresponsabilidad».

«Cuando tienes una pasión, da igual que tus condiciones físicas no sean las idóneas: si ves un camino, es que lo hay»

Tengo dos hijos que son parte fundamental de mi vida, por supuesto. Tomar la decisión de abortar es muy difícil y dura. No se puede frivolizar sobre esto, pero hacer el niño es solamente la milésima parte de lo que supone criar a un hijo. Tener un hijo es un trabajo que no son solo nueve meses, son veinte años en los que además debes de tener la posibilidad de darle todo lo que necesita. Es tremendo cuando se ataca a las mujeres que deciden abortar, porque es algo valiente y responsable. Igual abortas en un momento en el que con la situación que tienes no puedes sacar adelante a ese hijo, pero diez años después sí lo tienes. Ojalá nunca se llegara a la situación de tener que hacerlo y hay mil cosas que se pueden hacer ello, empezando por la demarcación, por la situación económica y por un montón de medidas que se pueden tomar. Pero vamos, las leyes del aborto no se pueden tocar. Me parece mentira que periódicamente volvamos sobre esto porque se vuelve a cuestionar.

Pensaste en dejar la música cuando tuviste a tu primer hijo. Después tuviste otro momento de dejarla cuando viste que no ibas a poder vivir de ella. ¿Hubo otra cuando os mandaron a Álex & Christina a la OTI sin contar con tu opinión? O sea, que si has pensado en dejar la música más veces.

Lo he pensado muchas veces: cuando las circunstancias se han puesto difíciles contra mí, por no tener los suficientes apoyos dentro de la compañía o de los medios, porque económicamente no tenía sentido, porque era algo que me costaba más de lo que me daba… Lo he pensado muchas veces, pero no lo he dejado porque he encontrado siempre vías para hacerlo sostenible. Pero el mío es un caso excepcional. No hay muchas mujeres que hayan conseguido tener una carrera continua a pesar de tener las cosas en contra.

Entre el arte y el negocio, ¿dónde se encuentra el artista?

No puedes ignorar el negocio del todo ni verlo como algo totalmente libre como artista, porque tu música existe cuando alguien la escucha. O sea, tienes que mantener el equilibrio entre tener suficiente público para hacer lo que quieres hacer. Pero si haces algo que nadie comprende y nadie va a escuchar, es insostenible.

Entonces, ¿para qué sirve un artista?

Esa pregunta me la hago yo todos los días [risas]. Diría que para hacer la vida más llevadera. La música es una necesidad más espiritual que corporal.

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