Parejas al borde de un ataque de celos
Los celos son una emoción universal que ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia, desde los dramas de la literatura clásica hasta las relaciones modernas.
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Aunque en pequeñas dosis pueden ser considerados una expresión de afecto, en su forma extrema son capaces de destruir relaciones y generar un profundo malestar emocional. ¿Por qué sentimos celos, qué consecuencias tienen y cómo podemos manejarlos?
Los celos son una emoción universal que, aunque incómoda, desempeña un papel importante en las relaciones humanas. Según estudios de psicología evolutiva, los celos pueden haber evolucionado como un mecanismo para proteger relaciones valiosas y evitar pérdidas sociales o reproductivas. El problema se da cuando su intensidad se desborda y se vuelve incontrolable para la persona que los sufre, causando conflictos y dolor en nuestras relaciones personales y en nosotros mismos. Como dijo el novelista Laurence Durrell, «no es el amor el ciego, son los celos».
Estos surgen a menudo de una percepción de amenaza hacia algo que valoramos, como nuestra pareja o nuestras relaciones más cercanas. Según la teoría del apego, quienes tienen una personalidad más insegura tienden a ser más propensos a los celos, ya que temen el abandono y buscan constantes garantías de amor y compromiso. Por otro lado, factores culturales y sociales también influyen: en culturas que valoran la monogamia estricta, los celos románticos pueden ser más intensos.
Pero los celos no son exclusivos de las relaciones románticas. En la amistad, los celos pueden surgir cuando un amigo percibe que otro recibe más atención o tiene más éxito. También están presentes en dinámicas familiares, como en las rivalidades entre hermanos, y en el entorno laboral, donde pueden minar la colaboración y la productividad.
Aunque, como resume la frase del escritor François de la Rochefoucauld, «en los celos hay más amor propio que amor». Psicológicamente, está demostrado que los celos están vinculados a la baja autoestima, lo que refuerza un ciclo dañino de inseguridad y conflicto que, si no se aborda, puede ser profundamente destructivo, no solo para la relación, sino también para el bienestar personal.
En culturas que valoran la monogamia estricta, los celos románticos pueden ser más intensos
En las relaciones románticas, los celos intensos pueden provocar rupturas e incluso comportamientos abusivos. Sin embargo, no todos los celos son destructivos. Cuando se expresan de manera saludable, pueden fomentar una comunicación abierta sobre inseguridades y expectativas, fortaleciendo la conexión dentro de la pareja.
El manejo de los celos comienza con el autoconocimiento. Identificar los desencadenantes emocionales y trabajar en la autoestima son pasos fundamentales. Técnicas de reestructuración cognitiva, como reemplazar pensamientos irracionales con otros más equilibrados, son herramientas eficaces. Por ejemplo, si surge la idea de que «mi pareja pasa mucho tiempo con otra persona», replantearla como «es natural que mi pareja se relacione con otras personas, pero eso no disminuye nuestro vínculo» puede ayudar a mitigar la emoción.
Además, la comunicación honesta con la pareja es esencial. Expresar temores de manera constructiva puede fortalecer la relación y evitar malentendidos. En casos más severos, la terapia, como la cognitivo-conductual, puede proporcionar herramientas valiosas para gestionar los celos de forma saludable.
Los celos llevados al extremo
En el cine y la literatura, los celos han sido recurrentes como motores de las tramas románticas. Seguramente la más famosa de estas historias sea Otelo, de William Shakespeare, que recoge la icónica advertencia de Yago: «¡Oh, cuidado, mi señor, con los celos! Es el monstruo de ojos verdes que se burla de la carne de la que se alimenta».
La obra de Shakespeare ha inspirado el nombre del síndrome de Otelo, también conocido como celotipia o delirio celotípico, un trastorno psicológico que lleva los celos románticos a niveles patológicos. En la ficción, Otelo sucumbe a la paranoia y la sospecha de infidelidad, con consecuencias trágicas. Este síndrome se caracteriza por una obsesión incontrolable por la posible infidelidad de la pareja, a menudo basada en suposiciones infundadas. Las personas que lo padecen presentan un patrón de pensamiento delirante, donde interpretan cualquier situación cotidiana como una amenaza a su relación.
En La Celestina, de Fernando de Rojas, los celos están presentes como un motor fundamental de la trama y como una fuerza destructiva que afecta a los personajes principales. En la relación entre Calisto y Melibea, el deseo y las inseguridades del primero desencadenan un amor obsesivo más que romántico. Este comportamiento revela un tipo de celos que lleva a decisiones impulsivas y fatales, especialmente al final de la obra, cuando el protagonista muere intentando proteger su relación, y Melibea se suicida tras la tragedia.
En el cine los ejemplos son igualmente numerosos. Uno de los más conocidos es Gilda (1946), película que gira en torno a las dinámicas de poder, control y deseo que surgen tras el matrimonio de Johnny Farrell y Gilda (Glenn Ford y Rita Hayworth), quienes intentan reconciliar un pasado tormentoso. Los celos de Johnny lo llevan a comportamientos posesivos y controladores, en una sociedad marcada por normas heteronormativas estrictas. Él proyecta sus inseguridades y miedos en Gilda, viéndola como un símbolo de libertad que no puede controlar: «Si yo fuera un rancho, me llamarían Tierra de Nadie», dice ella.
En la película Te doy mis ojos (2003), de Icíar Bollaín, los celos se presentan como parte de un ciclo destructivo dentro de la violencia de género. Antonio (Luis Tosar), el esposo de Pilar (Laia Marull), demuestra un comportamiento posesivo, justificando sus celos como una necesidad de asegurarse su amor y atención exclusiva. Sin embargo, estas emociones son expresadas a través de agresiones psicológicas y físicas, en un intento de dominar cada aspecto de la vida de Pilar. La película refleja cómo los celos, cuando se transforman en control obsesivo, pueden llevar a un ambiente de opresión y miedo que incluso puede desembocar en violencia.
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