Vivir en el límite para navegar un mundo de contradicciones
En una actualidad llena de disyuntivas, vivir en los límites y en las zonas grises puede ser la clave para navegar el mundo.
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¿Es posible navegar en un mundo de contradicciones? ¿Hay manera de conciliar dos posibilidades opuestas? ¿Se puede alcanzar algo y lo contrario a la vez?
Tendemos a analizar y desentrañar fenómenos complejos en forma de disyunción, separación, diferencia y contraste. Pero este hábito intelectual tiene repercusiones sísmicas. Si explicamos la realidad social y sus problemas confrontando dos ideas o posibilidades de forma incompatible e inconciliable, entonces las soluciones que podemos imaginar son también parciales.
Algunas de las disyuntivas más extendidas y enraizadas en el debate público de la actualidad se resumen de la siguiente manera: crecimiento económico versus distribución de la riqueza; izquierda versus derecha (bloques ideológicos opuestos); libertad individual versus responsabilidad social; estrategia política o empresarial versus ética; defensa de los intereses geopolíticos (nacionales) versus colaboración multilateral; promoción del derecho internacional y la paz versus política de defensa y seguridad; innovación versus regulación; acción climática (mitigación y adaptación) versus desarrollo económico; mercado versus estado; individuo versus comunidad; identidad nacional versus ciudadanía global; meritocracia versus solidaridad; libertad de expresión versus integración cultural versus libertad religiosa.
Pero ¿qué ocurre si en cada debate público donde aparentemente vemos dos caminos opuestos nos hacemos la pregunta original del método científico?: «¿Y si no fuera así?».
El innovador filósofo barcelonés Eugenio Trías se hizo esa pregunta, en su versión filosófica. Él realizó un viaje hacia los límites como metáfora topológica (de la inteligencia humana o del mundo). Entendemos que un límite es una restricción, algo más allá de lo cual no se puede acceder. Pero ¿y si el observador se sitúa exactamente en el límite, en la frontera de algo? Entonces se da cuenta de que el límite es un espacio. Una franja, una ranura, que limita y a la vez enlaza, que une y a la vez escinde.
Así, construyó un sistema que consistía en pensarlo todo desde su «limes», desde su frontera: «El límite es, siempre, un concepto resbaladizo y de doble filo, de una ambigüedad a veces irritante (aunque siempre estimulante). Todo límite es, siempre, una invitación a ser traspasado, transgredido o revocado. Pero el límite es, también, una incitación a la superación, al exceso. Los romanos llamaban “limes” a una franja estrecha de territorio, aunque habitable, donde confluían romanos y bárbaros, o ciudadanos y extranjeros. En las fronteras se producen siempre importantes fenómenos de colisión y mestizaje; todo pierde su identidad pura y dura de carácter originario, agreste o natural (…). En forma afirmativa y positiva, como “limes” que puede ser habitado, y hasta cultivado como lugar y espacio (amplio y vasto en su propia fragilidad)».
Eugenio Trías afirmó que en las fronteras «todo pierde su identidad pura y dura de carácter originario, agreste o natural»
Sobre el ser humano como un ser fronterizo dice: «Somos los límites del mundo (…). El hombre es limítrofe con relación al cerco físico, el cual excede y desborda a través de su inteligencia y pasión. Pero lo es también con relación al mundo en el cual, en virtud de su intervención como agente, la naturaleza adquiere significación y sentido. Constituimos un límite entre ese mundo de vida en el que habitamos y su propio más allá: el cerco de misterio que nos trasciende y que determina nuestra condición mortal».
Trías desarrolló profusamente los barrios filosóficos y éticos de la ciudad del límite, pero invitó a que el barrio cívico-político fuera construido posteriormente: «Estas prolongaciones cívicas y políticas serán objeto de consideración y reflexión (si el Dios del límite así lo dispone) en el futuro».
Así pues, podemos emprender la aventura de explorar algunas dislocaciones sociopolíticas de nuestro tiempo desde el límite infinito que las separa. Situémonos en la frontera entre dos posibilidades antagónicas, contrarias, distintas. Ese espacio infinito que existe entre ellas puede ser habitado y cultivado.
El economista Dani Rodrik planteó hace dos décadas un famoso trilema que explicaba la paradoja de que, en el mundo del siglo XXI, no es posible conjugar a la vez los siguientes tres elementos: política democrática, estado-nación soberano y economía globalizada. China o Estados Unidos, enfrentados a este trilema, acaban por sacrificar una de las tres.
Pero ¿y si no fuera así? Hay un solo proyecto sociopolítico en el mundo que ha conseguido situarse en el pantanoso centro del triángulo, donde limitan las tres aristas. Me refiero a la Unión Europea. No es un estado, pero se le parece. Integra, pero no fusiona. Tiene soberanía en algunas áreas (mercado interior, comercio, política monetaria) y en otras la comparte con los estados que la forman. No es una federación, pero es mucho más que una cumbre de jefes de gobierno (el Consejo y el Parlamento colegislan). Tiene personalidad, prioridades e iniciativa legislativa propias (la Comisión), y aun así convive con el poder de estados soberanos que la constituyen. Tiene una economía que trasciende fronteras en el interior y es la más abierta respecto al exterior. Y además se basa en valores e instituciones democráticas. De hecho, las instancias comunitarias refuerzan y vigilan, a menudo, qué derechos y libertades comunes deben ser respetados por cada uno de los miembros. Ahí radica la clave de su éxito y supervivencia. No renuncia a ninguno de los tres vértices del triángulo. Más bien, existe y germina en el frágil espacio de mediación entre ellos. Aunque, como diría Trías, esta entidad política híbrida, limítrofe, tiene también sus sombras, sus retos, en lenguaje propio.
Hace unos meses, Rodrik apuntaba a otro curioso trilema global económico: «Puede que sea imposible luchar simultáneamente contra el cambio climático, impulsar la clase media en las economías avanzadas y reducir la pobreza mundial. En las actuales trayectorias políticas, cualquier combinación de dos objetivos parece ir en detrimento del tercero».
El célebre y provocador economista internacional Thomas Piketty redibuja este dilema entre el crecimiento económico y la reducción de la desigualdad. ¿No es posible promover las dos a la vez? Piketty trata de demostrar que esa dicotomía es fruto de una falsa percepción extendida en los discursos ideológicos (izquierda-derecha). Si se analiza científicamente, es precisamente la redistribución eficiente de la riqueza lo que supone el factor principal del crecimiento económico sostenido. No solo no resultan incompatibles, sino que uno no puede subsistir sin la otra. En Europa, en Estados Unidos y en otros países desarrollados, las décadas de los 50, 60, 70 y 80, en las que el crecimiento económico era de máximos históricos, coincidieron con los niveles menos dispares de distribución de rentas. Actualmente, los estados del bienestar que son más eficientes (Suecia, Dinamarca o Singapur) demuestran cómo es posible consolidar en el tiempo los mayores niveles de prosperidad socioeconómica: mediante la acción constante y proactiva de un estado –funcional, técnico y sin corrupción– por asegurar la igualdad de oportunidades. También mediante el ajuste quirúrgico, pero extensivo, de las ineficiencias del mercado (externalidades negativas o información asimétrica, por ejemplo).
Dicho en términos filosóficos, la disyuntiva entre libertad e igualdad es una falacia. Es posible explorar un espacio (habitable) en el límite que las separa. En el dilema económico ese espacio ha sido cultivado por el invento moderno del estado del bienestar. Este instrumento limítrofe será exitoso en la medida en que pueda evolucionar hacia formas más precisas de combinar los ideales de igualdad y libertad, y de innovar en un status quo imperfecto, hacia soluciones más justas para el interés general, tanto nacional como global (norte-sur). En esa medida podrá existir conciliación en el limes de los principios (reñidos ideológicamente) de libertad individual, mérito, prosperidad, crecimiento, justicia y equidad.
La perspectiva dualista de los problemas cívico-políticos se encuentra desbordada por las realidades cada vez más complejas
Un tercer ejemplo de explorar el límite como espacio afirmativo y habitable es en la tensión moderna entre individuo y sociedad o entre lo local y lo global. El pensador lo explicó de la siguiente manera: «En nuestra época esa reflexión es necesaria, ya que nos hallamos zarandeados por falsos universalismos (como los que ciertas formas economicistas o tecnológicas de globalización proponen) y por irredentos e irritantes particularismos (como los que ciertos modos de integrismo religioso o nacionalista disponen). Entre el casino global de una economía y de una técnica universalizada y el santuario local de los nacionalismos y de los integrismos, es importante repensar la articulación de las instancias universales y locales, o cosmopolitas y personalistas, a través de nuevas categorías (que dejen o aparquen por obsoletas las eternas querellas entre el individuo y lo colectivo). En esos contextos, la filosofía del límite tiene, creo, campo abierto a la generación de nuevos modos de pensar lo comunitario y lo personal, introduciendo inflexiones conceptuales que pueden tener verdadera relevancia en el ámbito de las ideas cívicas y políticas».
La perspectiva dualista de los problemas cívico-políticos se encuentra desbordada por las realidades cada vez más complejas que exigen una mirada innovadora. Por ejemplo, una que conciba los límites en términos afirmativos (no solo restrictivos), cuyo espacio pueda ser explorado y construido. Esto es, sin embargo, una aspiración, «algo que exige esfuerzo y que no se da de un modo natural», como diría Trías.
Darío Arjomandi es investigador del Global Governance Forum
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