Pensamiento
María Zambrano y la destrucción del extremismo
La filósofa María Zambrano advertía que «todo extremismo destruye lo que afirma», mostrando lo contradictorio que supone defender de forma extrema cualquier tipo de ideología.
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Cuando hablamos de extremismo, pensamos de inmediato en determinadas corrientes radicales. De hecho, la propia RAE, define el extremismo como la «tendencia a adoptar ideas extremas, especialmente en política o religión». Pero al hablar de extremismo también pensamos en la radicalización y, especialmente en las últimas décadas, el terrorismo. Esto no supone que ser extremista deba necesariamente conducir a la violencia, pero sí es cierto que, lamentablemente, lo hace en gran número de ocasiones.
El extremismo está más presente en nuestra sociedad de lo que podemos llegar a pensar, ya que no necesariamente tiene que mostrarse en ideologías políticas o creencias religiosas, sino que lo hace entre grupos de personas que, ante la moderación y el pensamiento razonado, presenten intolerancia y carencia de lógica.
En nuestro día a día, sin apenas darnos cuenta, somos víctimas del extremismo psicológico cuando una necesidad determinada obtiene un puesto preponderante en nuestra manera de actuar y anulamos otras preocupaciones o necesidades básicas. En ese momento, se produce en nosotros un desequilibrio motivacional y comenzamos a emplear todos nuestros recursos en satisfacer esa necesidad que nos hemos marcado como prioritaria. Abandonamos la moderación y perdemos perspectiva. Ya la mitología griega advertía de los peligros de caer en este tipo de extremismo psicológico. Dédalo, encerrado en el Laberinto de Creta junto a su hijo Ícaro, tuvo la magnífica idea de crear unas inmensas alas con una mezcla de cera y plumas. Aprendieron a volar y pudieron escapar. Pero algo ocurrió durante aquella huida. Dédalo advirtió a su hijo que no volase demasiado alto, para que el sol no quemase la cera de sus alas, ni demasiado bajo, para que la espuma del mar no las mojase. El joven Ícaro, sin embargo, obsesionado únicamente con satisfacer el placer de su vuelo, desoyó la recomendación paterna y comenzó a ascender sin descanso. El fin de la historia ya lo conocemos: la cera se ablandó con el calor del sol e Ícaro cayó al mar, donde murió ahogado.
Zambrano proponía reconciliar el pensamiento y la emoción como antídoto contra el extremismo
La filósofa María Zambrano dejó escrito que «todo extremismo destruye lo que afirma». Atendiendo al mito de Ícaro, la sentencia adquiere su demoledora certeza. Afirmar la maravilla de poder volar puede ser entendido por cualquiera, pero si solo volar es lo importante, si el vuelo ha de ser extremo, la razón del mismo queda destruida y ya no es posible defenderlo.
Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cambridge en 2021, la mente de alguien psicológicamente extremo está más predispuesta a la radicalización ideológica, bien sea esta política, religiosa o social. Y la configuración mental de dicha radicalización extrema que puede llevar a la violencia, aseguran, es una mezcla de psicologías inmovilistas y dogmáticas cuya resistencia al cambio es férrea, incluso ante las evidencias.
Volviendo al corpus filosófico de María Zambrano, en cuyo epicentro refulgía su propuesta de reconciliación entre la razón y el corazón, entre el pensamiento y la emoción, ella misma también afirmaba que «la acción de preguntar supone la aparición de la conciencia». Una persona cuya psicología tiende al extremismo no se cuestiona, no escucha ni pregunta, admite como verdad exclusiva la que ella misma defiende. Y en ese momento se aleja de la razón y el pensamiento, dejándose llevar por impulsos puramente emocionales.
En una sociedad altamente competitiva y obsesionada con el reconocimiento popular y la necesidad de pertenencia a algún grupo, cobra mayor relevancia la teoría de la identidad social, desarrollada por el psicólogo Henri Tajfel y su discípulo John Turner en 1979. Según esta teoría, las personas se categorizan a sí mismas y a otras como pertenecientes a grupos sociales o ideológicos competidores. Si llevamos esta necesidad de pertenencia competitiva al terreno de la política o la religión, podemos comprender que el extremismo desemboque en una radicalización violenta en que nada importa la ideología defendida ya que, como afirmaba Zambrano, una vez establecida psicológicamente como verdad inapelable que no admite reflexión, pierde todo el sentido que pudiese tener de origen y deja de tener validez. Lo que se defiende queda destruido.
En la actualidad, diversas corrientes ideológicas tienden a la más burda manipulación de este tipo de psicologías extremistas en beneficio propio. El mundo polarizado en que vivimos atiende, sin duda, a dicha manipulación y la cada vez mayor dificultad que encuentran las personas para tener acceso a un debate moderado y razonado de los distintos puntos de vista que puedan tenerse sobre cualquier cuestión de importancia para el necesario avance social.
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