Siglo XXI

«Tenemos que ver cómo flexibilizamos al máximo el horario laboral»

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11
noviembre
2024

Ariadna Güell es la codirectora de la Time Use Initiative, asociación que promueve el derecho al tiempo como asunto fundamental en la agenda política. Licenciada en Sociología y máster en Políticas Públicas, Güell impulsa las políticas de uso del tiempo a nivel internacional de la mano de organizaciones como Naciones Unidas y distintos gobiernos.


¿Qué es el buen uso del tiempo? ¿Cómo se ve?

Hablamos del equilibrio de todas las cosas que queremos hacer en esas 24 horas que son las que son. Simplificando, hablamos de cuatro grandes usos del tiempo: el trabajo remunerado, el descanso, el ocio y el cuidado –de uno mismo y de los demás–. En medio de esto está el transporte de un sitio a otro para hacer todas esas actividades. ¿Qué pasa conceptualmente? Pues que en nuestra sociedad estamos en el famoso triángulo 8-8-8, en el que no se contempla que nos movemos y en el que no cuidamos a nadie. Obviamente, ahí viene el malestar con las horas, esa sensación de que no tenemos tiempo. Entendemos por buen uso del tiempo aquel en que cada uno tenga el grado de libertad y autonomía suficiente para buscar el equilibrio que más le convenga entre todas estas facetas. Va a ser diferente para cada uno. Por lo tanto, sería encontrar ese equilibrio de forma individual, pero también de forma colectiva.

«Entendemos por buen uso del tiempo aquel en que cada uno tenga el grado de libertad y autonomía suficiente para buscar el equilibrio que más le convenga»

¿Cómo podría hacerse de manera colectiva?

Tenemos que buscar por lo menos cuatro grandes beneficios. El primero es la salud. Existen estudios que demuestran que tenemos unos ritmos internos biológicos que, cuando no los respetamos, se asocian a un montón de problemas de salud pública. El segundo es la igualdad. Tenemos que asegurar que cuando estamos construyendo esto de forma colectiva no estamos impidiendo el derecho a usar el tiempo de manera autónoma a colectivos que sabemos que tienen más pobreza de tiempo, que no tienen facultades para decidir sobre su tiempo; a las mujeres, que cargamos con la parte de los cuidados en muchos casos de manera no decidida sino que nos la asignan. Pero también hay temas socioeconómicos, cuando las personas no se pueden permitir comprar tiempo, para que alguien limpie, cuide a los niños, traiga comida… Por lo tanto, no agravar desigualdades existentes. Luego hablamos de sostenibilidad, asegurar que estos tiempos colectivos no implican grandes desplazamientos, que son respetuosos con el ecosistema en el que vivimos… Y el último tema es de eficiencia y productividad, asegurar que hacemos las cosas de la mejor manera u optimizando al máximo nuestro tiempo.

Hablemos del triángulo 8-8-8: ocho horas de sueño, ocho horas de trabajo y ocho horas de tiempo libre. En el fondo es un gran mito, porque no tiene en cuenta el tiempo de transporte, de las comidas, etcétera. ¿Si la jornada laboral se contara desde que se sale de casa, el teletrabajo se volvería una práctica masiva?

Totalmente. Aunque hay que pensar que en España se considera que solo un porcentaje de los trabajos pueden ser teletrabajables. Mucha gente tiene que llegar físicamente a su lugar de trabajo: si trabajas en una fábrica, si atiendes a personas directamente… Por lo tanto, el teletrabajo es solo parte de la solución. Yo creo que las políticas que hay que hacer aquí son de transporte y de gestión de la hora punta, reducir al máximo el tiempo de desplazamiento. Hay experiencias muy interesantes en Francia, por ejemplo, de desincronización de la hora punta, jugando con los horarios de la propia ciudad para que la gente entre y salga de manera escalonada. Se necesita una inversión en transporte público, porque sabemos que el coche es lo que colapsa. Y, obviamente, una reducción de la jornada laboral, algo de lo que somos grandes defensoras. También porque, realmente, como decías tú, no son 8 horas lo que estamos en el trabajo ahora mismo, son 10, 12, y no hemos cuidado a nadie.

Ni hecho la compra, ni limpiado la casa…

Eso es. Cuando se pensó sobre lo del 8-8-8 era una reivindicación porque la jornada laboral era hasta de lunes a sábado, 12 horas cada día. Entonces era una gran reducción pasar a 8 horas diarias. Si miras las estadísticas, la tendencia ha sido a reducir la jornada. Lo que estamos proponiendo es seguir la tendencia histórica.

¿Por qué hay tanta resistencia, sobre todo desde ciertos sectores privados, ante la reducción de la jornada? Algunos dicen que si se reduce la jornada habría que reducir también los salarios, una cuestión claramente complicada en un contexto en el que a mucha gente le está costando llegar a fin de mes… ¿Cómo crear un balance?

Nosotras hablamos con patronales, tanto españolas como europeas, y creo que, aunque no les encanta, se van haciendo un poco a la idea de que esto va a pasar en algún momento. Va por sectores. Hay algunos, especialmente aquellos en los que cuesta retener talento, en los que es una posibilidad, junto con otras medidas de mejora de la gestión del tiempo: flexibilidad horaria, teletrabajo, permisos ampliados… Luego, en Cataluña y en España tenemos una estructura de empresas muy pequeñas, micropymes de una, dos o tres personas, en las que una medida de estas es complicada. No es lo mismo si tienes 1.500 empleados y reduces. Pero la panadería del barrio, que tiene tres personas con unos turnos justísimos… ahí hay que ver cómo ayudamos a estas empresas a hacer el cambio. Y eso pasa, por un lado, por política pública, que es una de las propuestas que tenía el Gobierno sobre la mesa: un plan de acompañamiento a las pymes para hacer esa transición hacia la reducción de la jornada. Por otro lado, especialmente en los servicios de hostelería, también pasa por empezar a hablar de consumo responsable con los horarios. Tenemos que empezar a educar al consumidor sobre que no es normal tener todo abierto todo el rato, esa disponibilidad 24/7 que al final no es sostenible para empresas pequeñas, que son la mayor parte de nuestro tejido empresarial. Hay que hacer mucha pedagogía, tanto por un lado como por otro. Pero también vamos viendo que esa idea, a lo mejor forzadamente a veces, va entrando en el sector empresarial y ya se está más debatiendo si es media hora o una hora, si lo podemos hacer en cuatro días o reduciendo cada semana, haciendo más vacaciones… Ya están más en lo práctico, en cómo implementarlo. Entonces, creo que es un proceso que va a ir a más.

«En la pobreza de tiempo hay una dimensión de género importantísima»

Quisiera retomar lo que decías sobre la pobreza de tiempo: no a todos los grupos socioeconómicos les afecta igual, impacta más sobre las personas de bajos ingresos, que no pueden permitirse comprar el tiempo de otros.

Exacto. Desde hace años se ha cuestionado el concepto de pobreza como solo pobreza económica. Resulta que había políticas de paliación de la pobreza económica que no estaban terminando de funcionar, y cuando empezaron a pensar por qué, se encontraron con que había un problema de tiempo. Un ejemplo ilustrativo es un servicio de orientación laboral que se puso en un barrio en el que no vivía la gente a la que iba dirigido. Entonces, la persona tenía que coger un bus durante hora y media, aparte de pagarlo, para llegar allí. ¿Qué pasó? Que nadie iba. Aunque el servicio estaba bien pensado, era un problema de que no se había pensado en que esas personas tenían que trasladarse, se había puesto ahí porque ya tenían el edificio. En la pobreza de tiempo hay una dimensión de género importantísima, especialmente cuando se tienen hijos como factor determinante en la vida de las mujeres, tanto en pobreza económica como en pobreza de tiempo. Y hay un factor de clase social muy fuerte. Por eso aquí el tema es cómo proveer esos servicios que las personas con altos ingresos se proveen a sí mismas de manera pública, para que quienes no los puedan pagar disfruten de ellos también. Aunque, obviamente, siempre serán medidas a corto plazo hasta que encontremos un mejor equilibrio. Porque lo ideal no es dejar a tu hijo 25 horas con otra persona, sino tener tiempo para también estar con tu hijo, y tener trabajo remunerado…

¿Cómo es la relación entre tiempo y bienestar?

Sobre esto sabemos varias cosas. Primero, que tener relaciones sociales, salir con tus amigos, con tu familia, participar de la asociación del barrio o del partido político, son factores clave de salud y bienestar y están directamente relacionados la salud mental y física. Por ejemplo, se sabe que si durante el día te has relacionado con otros duermes mejor. Pero ¿qué es lo que casi siempre se sacrifica cuando uno tiene pobreza de tiempo? Justamente esta parte que se considera ocio. Si no tienes tiempo, dejas de ver a las amigas, ya no digamos los hobbies. Para mí es un vínculo directo: tener tiempo para estar con otros, para hacer aquello que te relaja, que te gusta. Otra cosa importante es el sueño, que es de las cosas que más sacrificamos cuando no tenemos tiempo. Muchas quejas alrededor del «no estoy bien» son «no tengo tiempo, no me da la vida, estoy estresada, no doy para más».

«Creo que debemos ir más allá de la reducción de la jornada laboral y pensar en temas de autonomía y flexibilidad»

Es que muchas veces se reduce a «yo no tengo tiempo, yo tengo que gestionarlo mejor», o demás palabras de jerga económica (gestionar, invertir, gastar). Pero precisamente porque es un asunto político y no solamente individual, ¿cuáles serían las buenas prácticas de países o ciudades, y que sean fácilmente replicables? Porque no es lo mismo el uso del tiempo en un pueblo que en una gran ciudad…

Las grandes ciudades a nivel de tiempo tienen muchas ventajas, en el sentido de que concentran todos los servicios. Tenemos que ir hacia el concepto de la ciudad de proximidad. ¿Qué pasa con lo rural? Es verdad que para ir a comprar el pan puedes ir a pie, pero para hacer muchas cosas de tu día a día tienes que coger el coche: para llegar al médico, para llegar a la universidad. Eso es un problema de tiempo también. No todos los pueblos pueden tener todo, eso también es obvio, pero cómo se organizan las universidades, escuelas, institutos, centros médicos, todos esos servicios básicos, sí que hay que pensarlo desde la perspectiva rural. En esa idea de proximidad se habla de la ciudad de los 15 minutos y de la región de los 45 minutos. Esa sería una política para mí clarísima. A nivel laboral está la reducción de la jornada laboral como tema clave, pero también, y cada vez más, yo creo que debemos ir un poco más allá, y pensar en temas de autonomía y flexibilidad. Por ejemplo, si miramos las encuestas, España es de los sitios donde los trabajadores sienten que tienen menos autonomía con su tiempo de trabajo. Lo que quiere decir que no pueden flexibilizar y buscar su propio equilibrio individual. Por lo tanto, colectivamente tenemos que intentar ver cómo flexibilizamos al máximo el horario laboral. Porque a lo mejor a mí, ahora que tengo un niño pequeño, me va bien empezar un poco más tarde, pero cuando mi niño sea mayor y quiera hacer algo por la tarde prefiero empezar antes. Entonces, en esa autonomía del propio tiempo hay muchas maneras que van a variar según el sector, el grado de presencialidad, etcétera. Y también el tema de la desconexión digital y del 24/7, que para mí es clave para conseguir el equilibrio.

«Que sea tu jefe quien te diga que te vayas a casa, que no le llames, es el mayor cambio cultural que podemos hacer»

Desde tu perspectiva como socióloga, ¿crees que hay algo cultural en esto?

Sí, no es casualidad que en España seamos de los que tienen las jornadas laborales más largas. Creo que eso es un factor cultural. Pero también hay una nueva generación que se está incorporando al mercado laboral –ligado a ciertas condiciones de precariedad económica, de vivienda…– que dice «tampoco me voy a matar». A lo mejor sus padres decían «bueno, estaré aquí toda la vida, me da una seguridad, tengo mi vivienda» o una serie de cosas que a lo mejor les compensaban esas actitudes en el trabajo. Pero ahora eso no está pasando, y creo que va a haber cambios. Pero, obviamente, como cualquier cambio cultural, es una evolución lenta. También estamos más globalizados, con lo cual nuestra cultura se ve influenciada por lo que hacen los demás, es más fácil esa permeabilidad entre culturas de trabajo distintas. Hay una parte cultural y una de pedagogía: yo defiendo mucho, tanto en empresas como en la administración pública, liderar con el ejemplo. Que sea tu jefe quien te diga que te vayas a casa, que no le llames, creo que es el mayor cambio cultural que podemos hacer.

Time Use Initiative fue consultora para la ley de usos del tiempo. ¿Cómo ves las políticas sobre este tema en España?

Es la primera vez que esto está realmente en una agenda política. Ahora mismo todas las fuerzas que están en el Gobierno lo llevan en su programa y, si se aprueba finalmente, España sería el primer país en tenerlo. Una de las propuestas es que los municipios de más de 50.000 habitantes tengan la obligación de hacer un plan de usos del tiempo, donde se pueda tratar el tema de cómo se organizan allí los servicios. Obviamente, desde la propuesta a lo que llega al final de la ley siempre habrá cambios, pero hay una posibilidad real de que se apruebe. Creemos que ahora va a haber un primer paso, que es aprobar la reducción de la jornada laboral como política clave y estrella, pero eso debería ir seguido de la aprobación de una ley de usos del tiempo más amplia.

Hay quienes sostienen que pedir cambios en la organización social del tiempo es algo utópico. Pero es que Win Wenders dice que lo que se le muestra a la gente, día tras día, es político; por eso «lo más adoctrinante políticamente que se le puede hacer a alguien es mostrarle todos los días que no puede haber cambio».

Totalmente. Nuestra gran pedagogía ha sido cuestionarnos la organización social del tiempo. Igual que en su momento el feminismo se cuestionó la organización por roles de género, aquí nos estamos cuestionando que esto no está dado, no es una tradición que haya que seguir sí o sí, sino que la podemos cambiar. Y somos optimistas de que vamos a cambiar para mejor.

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