Cultura
Las buenas chicas
Rosa Chacel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Josefina Aldecoa son algunas de las escritoras españolas presentes en ‘Las buenas chicas’ (Editorial Berenice, 2024), un libro donde Aranzazu Sumalla analiza los principales temas de sus novelas de formación.
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El tema del espacio me obsesiona y me fascina. En él me pasaría la vida entera. No está mal aspirar a pasar la vida entera en una temática que se denomina espacio. Tiene una cierta coherencia. Pero así es. Desde que en aquella universidad inglesa descubrí a María de Zayas y a la mujer emparedada falsamente acusada de adúltera, ese contraste brutal entre la libertad del exterior y ese encierro al que han estado condenadas una y otra vez las mujeres de toda condición en tantos y tantos relatos, me tiene presa. Valga la redundancia simbólica. Las mujeres que yo he leído no corren con lobos, no. Están encerradas tras los visillos sin poder, a veces, ni siquiera asomarse al exterior. Puede tener su encanto, no lo voy a negar.
En una de las novelas que he mencionado, La intimidad, de Nuria Amat, o en otra de las novelas que analicé en esa tesis que voy citando Jardín y laberinto, de Clara Janés, la casa se convierte en refugio y las torres de Pedralbes en representación de paraísos perdidos. Pero aun así, en su condición de la archifamosa habitación propia en la que llegar a ser y crear y escribir o pintar o esculpir, el espacio cerrado es un tema tan recurrente en el universo que aquí trato de reconstruir, que es de obligado cumplimiento dedicarle un buen, eso es, espacio. Hablar del espacio implica forzosamente, para mí, citar otros momentos lectores en los que ha saltado, como un resorte, ese reconocimiento del espacio o encierro en la novela femenina como una constante.
El encierro es, muchas veces, también refugio o prisión voluntaria ante el viento abrasador o gélido que azota el exterior, nunca complaciente con las mujeres
Hablaré de algunos de ellos, antes de adentrarme en las novelas que analizo con más detenimiento. Insisto, el encierro es, muchas veces, también refugio o prisión voluntaria ante el viento abrasador o gélido que azota el exterior, nunca complaciente con las mujeres. Eso también lo veremos. Empezaré por una de mis historias de lectora preferidas. Hace muchos años, mi madre me regaló un libro de una autora italiana no demasiado conocida todavía que respondía al nombre de Elena Ferrante. Ella no se llamaba así. Era un seudónimo. Pero de eso muchos de los que leéis este libro ya habréis oído hablar. En ese momento, para mí era una desconocida. El libro, Crónicas del desamor, era un conjunto de tres novelas cortas y me fascinó. Especialmente una de ellas, Los días del abandono, que transcurría, principalmente, en un encierro. Siempre pensé en esa protagonista a la que su marido ha abandonado por una chica mucho más joven (cuidadora durante un tiempo de los hijos de la pareja), que vive un verano infernal en Turín, como una especie de clon de la protagonista de María de Zayas emparedada despiadadamente por los guardianes de la moral.
Curiosamente, en la novela de Ferrante, Olga, la protagonista, es la abandonada, no la supuesta adúltera. Pero por un absurdo equívoco, queda encerrada en su casa con sus dos hijos y un perro moribundo. Aunque el relato de Ferrante está plagado de sutiles referencias irónicas que, a ratos, te dejan un rictus curioso en el rostro y en el corazón, cosa que, desde luego, no estaba en Zayas ni en muchísimas otras historias de mujeres presas, siempre he pensado que esa puerta que no se abre desde dentro en Ferrante es símbolo de tantas otras que no se abren jamás. O que, pudiéndose abrir, no quieren abrirse. El exterior, en Los días del abandono, queda lejos del alcance de Olga. Como queda lejos de las hijas de Bernarda Alba, cita con la que abro este capítulo, emparedadas también en vida. Como queda lejos de la mayoría de mujeres que pululan por las novelas góticas a las que hace mención ese otro gran hito en mi vida de lectora que también quiero señalar: el descubrimiento de La loca del desván de Sandra M. Gilbert y Susan Gubar, un ensayo indispensable para entender qué supone el espacio físico como metáfora del espacio mental en la literatura escrita por mujeres.
Las investigadoras americanas se centraron en la novela gótica. De ahí que aproveche para hablar de algunas de ellas. Por ejemplo, ¿sabíais que hasta Louisa May Alcott, sí, la gran autora de Mujercitas, tiene una novela de prisión y encierro? Se trata de Un susurro en la oscuridad y en ella, Sybil, la protagonista, acaba prisionera de su perverso tío y a punto está de seguir la misma suerte que su madre, presa también por el mismo malvado protagonista masculino. Una novela gótica en toda regla en la que la consecuencia de no obedecer la voluntad masculina es la prisión en vida. Un susurro aterrador de quien no deja de albergar nunca la esperanza de escapar con vida del cautiverio.
Este texto es un fragmento de ‘Las buenas chicas’ (Editorial Berenice, 2024), de Aranzazu Sumalla.
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