Salud

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La senda de la salud, en pasado, presente y futuro

El higienismo o los descubrimientos científicos cambiaron en el siglo XIX la relación de las personas con la salud. En el siglo XXI, el gran reto es abordarla de una manera holística.

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En 1899, la revista Los nuevos remedios daba cuenta de una innovación que lograba evitar «todos los inconvenientes» del ácido salicílico. Así, «no irrita el estómago» ni los centros nerviosos, explicaban, pero era muy efectiva para el dolor. Aquel producto tan novedoso es uno que todavía hoy conocemos, tanto que su nombre comercial forma parte ya del diccionario de la Real Academia Española. Hablamos de la aspirina.

Veinte años después de esta aparición explicativa, un anuncio de Bayer en El Sol muestra un elegante frasco repleto de pastillas que nos explica cómo diferenciar a las auténticas Aspirinas de las que no lo son. En 1969, Aspirina se fue al espacio: iba en el Apolo XI en su viaje a la Luna.

La historia de Aspirina –desde esa invención pasando por esa presencia en la publicidad de hace 100 años hasta nuestra completa familiaridad actual con el producto (cuya materia prima empezó a producirse en Asturias en los años 40), que se sigue actualizando y comercializando– es igualmente una guía para comprender los avances en términos de salud que se han vivido en el último siglo y medio. De mediados a finales del siglo XIX hasta ahora se ha dado un salto importante en términos de salud y bienestar, que marca la senda por la que se irá en el futuro inmediato.

A finales del siglo XIX la comprensión sobre cómo funciona el cuerpo humano y el efecto del entorno en la salud había avanzado a pasos agigantados. John Snow había descubierto que el cólera se transmitía por consumir aguas contaminadas –y arrancado la epidemiología–, Louis Pasteur había demostrado la existencia de microbios y todo lo que se conecta con ellos y Robert Koch había identificado el bacilo de la tuberculosis, entre otros grandes avances. Como cuenta Lindsey Fitzharris en De matasanos a cirujanos, este fue también el momento en el que arrancó la cirugía moderna –aunque no fue sencillo– prestando atención a la higiene para evitar la infección.

El siglo XIX fue el momento de la higiene, dando prioridad a estándares saludables

Al fin y al cabo, el siglo XIX es el momento de la higiene. Todos estos descubrimientos y avances fueron evidenciando la importancia de mantener ciertos estándares y de ajustar la vida cotidiana a ciertos parámetros para garantizar la salud pública. Esto llevó a replantearse cómo debería ser la moda o el diseño de las ciudades –los grandes parques públicos y las avenidas nacieron como espacios para potenciar hábitos saludables, como la ventilación–, pero también introdujo nuevos hábitos de consumo –como la popularización de los productos de higiene y belleza, ahora que se sabía la importancia de lavarse– y un salto en toda la gama de servicios y productos farmacéuticos. 

Aunque en los países occidentales la vacunación había arrancado a finales del siglo XVIII con los trabajos de Edward Jenner y las experiencias de Lady Mary Wortley Montagu, el gran salto en la vacunación fue en el siglo XX. Entre 1900 y 1973 aparecieron y se popularizaron vacunas contra muchas de las enfermedades que hasta entonces habían tenido tasas de mortalidad altísimas o dejado a una parte importante de sus supervivientes con secuelas graves, como el sarampión o la polio.

La tuberculosis pasó de ser una de las enfermedades más extendidas y con efectos más devastadores a bajar a cifras mínimas en el norte global –sigue siendo un problema importante en muchos países del sur global– gracias a la vacunación y los antibióticos. De hecho, los antibióticos son otro de los grandes avances del siglo XX, que convirtieron en algo fácilmente tratable muchos de los males que hasta entonces podían ser mortales.

Además de los avances en técnicas, herramientas y medicinas, se produjo en paralelo un cambio en la relación con la salud física. Hacer ejercicio y movimiento o adoptar hábitos de vida saludables nos pueden parecer preocupaciones muy modernas, pero estaban ya en el epicentro de todos estos movimientos higienistas que se cuestionaban cómo debían mejorar las cosas ya hace 100 años. La incorporación de la educación física en los planes de estudios escolares fue una de sus consecuencias.

El gran reto del siglo XXI será entender que la salud es transversal a otras cuestiones, como la sostenibilidad

Todo ello ha cambiado cómo vivimos. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) apuntan que la esperanza de vida en España lleva décadas en progresivo aumento. Es, de hecho, el país líder en Europa en longevidad con una media de 83,2 años. El reto ahora, sin embargo, no es tanto ver cómo siguen creciendo esas cifras, sino garantizar que ese vivir más tiempo vaya de la mano de vivir mejor. 

Es una de las crecientes preocupaciones de las últimas décadas, a la que se suman focos en otras áreas clave. Cada vez somos más conscientes de la importancia tanto de la salud mental como de la emocional y de la necesidad de contar con herramientas que nos permitan mantenerla de un modo óptimo (por así decirlo, se buscan los parques y avenidas que hace 100 años se abrieron para la salud física).

La industria sanitaria y farmacológica trabaja en estos terrenos, al tiempo que sigue buscando soluciones para hacer la vida mejor de las personas afectadas por toda clase de enfermedades. Los avances en las últimas décadas para tratar o prevenir enfermedades potencialmente graves –ha ocurrido con el sida o con el cáncer– han sido múltiples, como lo han sido también los que mejoran la calidad de vida de quienes tienen enfermedades crónicas. 

Serán áreas en las que se necesitará seguir trabajando, aunque las líneas maestras de los grandes avances que traerán las décadas futuras parecen claras. Por un lado, la innovación permitirá encontrar soluciones en áreas que hasta no hace mucho parecían futuristas, como la genética o las terapias personalizadas. Los avances de la tecnología –como el big data o la inteligencia artificial– sirven como palancas para encontrar soluciones de forma más eficiente. 

Por otro lado, se entiende cada vez más que los retos de la salud son más transversales de lo que hace algún tiempo podría parecer. La dieta saludable es una de las grandes preocupaciones actuales, como lo es también la sostenibilidad. Cuidar el planeta es indispensable para cuidar la salud de las personas y eso lleva a asumir compromisos en áreas que afectan de forma directa e indirecta. Así, por ejemplo, en 2020 Bayer se comprometió a usar solo energías renovables en sus centros de España. La compañía –que lleva 120 años en España– tiene también compromisos en materias como la despoblación o la agricultura sostenible.

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