Pensamiento
¿La queja trae descrédito?
El aforismo 129 del ‘Oráculo manual y arte de prudencia’ (1647) de Baltasar Gracián afirma que «la queja siempre trae descrédito… Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos».
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Baltasar Gracián fue un sacerdote y escritor español que vivió en la primera mitad del siglo XVII, cuya obra ha contado con gran repercusión internacional, al menos desde el romanticismo. Gracián, como Quevedo, Calderón de la Barca y otros, pertenece a los llamados pesimistas lúcidos, autores y pensadores del barroco con una visión ciertamente oscura de la vida, de lo que entendían como «el teatro de lo humano» (un mundo artificioso, hipócrita y cruel).
No es de extrañar, pues, que un autor también pesimista como Schopenhauer hiciese referencia a Gracián como «padre de filósofos», aunque el escritor aragonés fue admirado también por autores como La Rochefoucauld, Voltaire y Nietzsche. Este último dijo de él en una de sus cartas que «Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral». Gracián quizá no sea tan conocido como Cervantes, pero su obra no deja de ejercer una influencia que llega hasta nuestros días. Tanto El criticón, su más célebre y voluminosa obra, como su Oráculo manual y arte de prudencia, han sido, a menudo, leídos por altos ejecutivos norteamericanos e ingleses (al igual que otros clásicos como El arte de la guerra de Sun Tzu) por su visión cínica de la realidad.
El ya mencionado Oráculo manual y arte de prudencia es un texto compuesto de trescientos aforismos que sirven (o han de servir) de guía a nuestras acciones mundanas para tener éxito en la vida (de ahí que haya sido empleado como manual de autoayuda para ejecutivos). Se trata de una obra perfectamente contemporánea en cuanto al valor de los consejos que proporciona. Más concretamente, el aforismo 129 lee: «La queja siempre trae descrédito… Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos».
Por un lado, Gracián estima que la queja es negativa puesto que nos muestra ante otros como perdedores, situándonos en una posición desventajosa en la estimación de los demás. Por otro, sirve de estímulo para que los demás puedan hacernos daño también, por haber revelado a otros nuestros puntos débiles y vulnerabilidades. Al quejarnos mostramos cuáles son las heridas que hemos sufrido y a las que, muy probablemente, somos propensos, señalando el camino a nuestros enemigos para que puedan dañarnos. A su vez, esta actitud quejumbrosa no genera compasión, sino que despierta el sadismo ajeno: el oyente siente satisfacción por nuestro dolor, al tiempo que desprecia nuestra torpeza. Todo ello son desventajas, no sacando nada positivo de la queja, excepto, quizás, un desahogo transitorio que apenas nos purifica de nuestro sufrimiento interior. Los beneficios que procura la queja son básicamente nulos.
Diremos, también, que las quejas son propias de aquel que no sabe confrontar la vida. Quien ejerce una acción bien dirigida en el mundo, la persona proactiva, etcétera, tiende a no quejarse. Aquel que está bien consigo mismo se siente satisfecho y alegre, es cariñoso y atento con otros (al menos, en la mayoría de los casos). Es esa una de las razones por las cuales la queja es propia de personas jóvenes, incapaces (al menos por el momento) de satisfacer sus necesidades. La persona inmadura es propensa a quejarse puesto que no ha realizado sus objetivos y se siente inclinada a creer que estos han de materializarse por arte de magia. Esto se debe al hecho de que todavía ha de llevar a cabo todos los pasos que han de conducirle hasta ellos, una tarea incómoda, pesada y dilatada en el tiempo. El joven, al menos el de las últimas décadas, se siente «con derecho a» (o como suele decirse en inglés entitled), estima que le son debidos todos los honores y, al no serle concedidos inmediatamente (puesto que no ha realizado ni materializado nada en absoluto), surge la queja, el responsabilizar a otros de sus males. Lógicamente, no todo lo que acontece en la vida es responsabilidad de uno, pero, sin duda, la responsabilidad engendra beneficios, o, por lo menos, muchísimos más de los que procura la queja.
En el caso de las redes sociales, es preferible no quejarse, ni insultar a otros, ya sean estos conocidos nuestros, desconocidos o incluso gente famosa. Estas conductas realmente no benefician a nadie; de hecho, a quien más perjudican es a uno mismo. Como dice el propio Gracián: «Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos». No es mala norma la que propone el autor del Oráculo, también aplicable a plataformas como Facebook o X (Twitter), pues, cuanto antes la pongamos en práctica, antes nos desharemos de un hábito nocivo que solo incrementa la negatividad, que hace daño y genera rechazo entre los demás. Dicho esto, la mejor manera de abandonar las quejas es (y siempre será) llevar a cabo aquellas acciones significativas que nos procuren bienestar y sirvan para lograr nuestros objetivos, de lo cual habrá de seguirse, necesariamente, un clima emocional positivo desligado del rencor y la rabia.
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