Sociedad

Prohibido quejarse (o por qué deberías parar de lamentarte)

Quejarse demasiado crea mal ambiente, genera estrés y nos vuelve pasivos evitando que busquemos soluciones. Los expertos apuntan: no se trata de reprimir nuestro malestar sino de reformular la relación que tenemos con el problema que nos impulsa a lamentarnos.

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28
noviembre
2019

Párate y piensa. ¿Cuántas veces te has quejado en los últimos días? ¿Qué de cosas te han molestado y has reaccionado lamentándote en voz alta? No te sientas mal. «La queja forma parte de la vida», señala José Miguel Gil Coto, psicólogo, coach y formador de habilidades directivas en empresas, además de presidente de la Asociación Española de Coaching y fundador de la escuela Coanco. El experto explica que los humanos no somos los únicos que nos expresamos así, y pone un claro ejemplo que da muestra de ello: si tienes perro, seguro que se ha quejado alguna vez al salir de casa sin él o ha ladrado cuando algo le ha incomodado.

Más que sobre cuánto nos lamentamos, tal vez sea necesario reflexionar sobre si vivimos en una sociedad que nos empuja a hacerlo demasiado a menudo. «La queja se ha convertido en un hábito del que ni siquiera somos muy conscientes», explica Rocío Lacasa, psicóloga experta en ansiedad y directora de Todo sobre la ansiedad. Ella misma matiza que esa forma de canalizar el dolor o pena que se siente «puede ser una manera de desahogarnos y compartir lo que experimentamos, en cuyo caso la queja cumple una función». El problema surge, advierte Lacasa, «cuando se convierte en un mecanismo a través del cual uno afronta los problemas sin tomar acción, pensando que al quejarse está haciendo algo por resolver la situación».

«La queja se ha convertido en un hábito del que ni siquiera somos muy conscientes», explica Rocío Lacasa

Un lamento no es efectivo en sí mismo. Todo depende de cómo se utilice. Existen dos tipos fundamentales de queja: funcionales –aquellas que nos ayudan a recibir atención y apoyo cuando es necesario y a detectar lo que no está bien para poner en marcha soluciones– y disfuncionales –aquellas que nos cargan de energía negativa y producen malestar y estrés entre las personas que nos rodean–. «No se trata de reprimir nuestro malestar, sino de reformular la relación que tenemos con el problema que nos impulsa a quejarnos», continúa Lacasa. Hacerlo, por tanto, «puede ser una pista para observar si estamos siendo excesivamente exigentes y perfeccionistas, o si estamos fijándonos en los aspectos negativos de una situación». Por ejemplo, quejarnos al camarero en un restaurante porque el plato está frío es útil, pero quedarnos callados y protestar con nuestra pareja horas después de salir del establecimiento no lo es.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre una queja vana y una crítica constructiva? «La diferencia radica en que la segunda trata de aportar una visión a la persona criticada que supuestamente le va a ayudar a hacer las cosas mejor», opina Gil Coto. Aunque señala que no nos debemos engañar: «Las críticas son críticas, por mucho que le pongamos la etiqueta de constructiva». La cuestión, entonces, es cómo estar seguros de que un comentario constructivo es acertado y no suena como un juicio, una evaluación o una queja.

«La crítica constructiva trata de aportar una visión a la persona criticada que supuestamente le va a ayudar a mejorar», apunta Gil Coto

«Yo prefiero hablar en términos de feedback y retroalimentación apoyada en datos objetivos y alejarme de todo lo que pueda suponer una evaluación o un juicio», defiende Gil Coto. «Seamos honestos: a nadie le gusta que le evalúen; otra cosa es que me digas cómo mejorar algo, pero sin que yo me sienta agredido a través de la evaluación, sobre todo si no la he pedido», añade. Frente a la queja, aboga por una comunicación asertiva, entendiendo a la otra persona y no estancándonos solo en nuestra posición. «Una parte muy importante de mi trabajo es enseñar a las personas y a los equipos a mejorar su comunicación, a dar feedback y a tener mejores relaciones que faciliten el mensaje para precisamente no caer en una cultura de la queja». Así, sugiere que un antídoto sencillo puede ser dejar de usar la conjunción pero. «¿Recuerdas cuando te dijeron algo bueno y añadieron un pero? Seguro que te quedaste con lo que vino después y no con la parte positiva», apunta el experto.

Quejarse demasiado suele tener consecuencias negativas que todos conocemos: crea mal ambiente, genera estrés, favorece un estado de ánimo negativo y nos vuelve pasivos evitando que busquemos soluciones. Para evitar esa nube de toxicidad, los expertos recomiendan un cambio de enfoque centrado en buscar soluciones, expresar lo que nos molesta sin lamentaciones o hacernos responsables de lo que hacemos y decimos, en vez de culpabilizar a los demás. Gil Coto abre una ventana a la esperanza: «allí donde llevas el foco irá tu atención: si vives en la queja, todo será motivo de queja. Pero si vives buscando soluciones, puede que encuentres más de las que esperas».

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