Pensamiento

«Hay un dogmatismo presente que no es útil para vivir»

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27
agosto
2024

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Sarah Bakewell fascinó hace unos años con una novela ensayística, ‘El café de los existencialistas’, en la que evocaba el París de los primeros años treinta, cuando Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Raymond Aron tomaban cócteles de albaricoque y conversaban aquilatando (aún sin saberlo) uno de los movimientos más interesantes del pasado siglo, el existencialismo. Ahora acaba de publicar ‘Provocadores y paganos. El asombroso viaje del humanismo’ (Ariel), en el que realiza un periplo por el pensamiento humanista y sus principales emisarios para reivindicar la necesidad de un pensamiento lúcido, indócil, que ponga en entredicho cualquier dogmatismo, directriz o mandato.


La cultura, la sabiduría, en definitiva, el humanismo, ¿nos hace más felices?

Si nos hace más felices… qué interesante cuestión. No lo sé, aporta, desde luego, gran parte de significado a la vida, un sentido de lo que depende de nosotros, posiciona la responsabilidad y el significado de nuestra vida en nosotros, como seres humanos, a diferencia de quienes lo depositan en lo que vendrá después de la muerte, concentrados en el futuro, y no el presente. El humanismo se centra en este mundo, en la responsabilidad de los unos con los otros, en los placeres de esta vida, en el sentido moral, es una fuente de felicidad, pero no sé si nos hace más felices, la felicidad es elusiva a la hora de definirla. Puedo decirte que nos ayuda a encontrar un sentido a la vida.

¿Qué características definirían a una persona humanista?

Responder no es tan fácil como podría esperarse, hay distintas maneras de ser humanista, distintos significados para esa palabra a través de la historia, los que voy investigando en el libro, pero todos están preocupados en el ámbito de la experiencia humana, en la dimensión moral, en la herencia cultural del ser humano, en la manera en que nos comunicamos los unos con los otros, en el lenguaje, la literatura, estudian la tradición, se preocupan por la moral, pero no vinculada a las religiones, sino en tanto que hacen mejor al ser humano. También están preocupados por la relación entre nosotros y el mundo natural del que somos parte.

«Deberíamos celebrar la belleza en este mundo allá donde la encontramos y no destruirla»

Pienso en el dominico Savonarola, uno de los muchos personajes en los que se detiene este ensayo. ¿Qué deberíamos arrojar a esa «hoguera de las vanidades» que él practicó?

No soy una gran fan de Savonarola ni de su hoguera; cómo puedo decir qué hay que destruir, cómo puede decir nadie que tiene el derecho de destruir lo que causa placer a otras personas, joyas, cartas, juegos, pinturas, libros y otras cosas que él consideraba innecesarias y ordenó quemarlas para tener una vida devota, pensando en Dios y lo que, a su juicio, era moralmente bueno. Deberíamos celebrar la belleza en este mundo allá donde la encontramos y no destruirla.

¿Qué es la belleza?

Bueno, supongo que en cierto modo soy relativista, todos tenemos un sentido de lo que es la belleza, y no deberíamos decir a nadie qué es lo bello; a mí, me encanta pasear por la naturaleza, observar la biodiversidad, los pájaros, el arte humano, la producción tan variopinta de nuestro pasado en todas las culturas, incluyendo por supuesto el arte que se ha producido en el ámbito religioso, me encanta la pintura religiosa, o las catedrales o los templos, repletos de belleza, aunque no comparta la creencia que los motivan. Celebro esa belleza y la disfruto.

En la modernidad, se produce la ruptura de esa totalidad entre el hombre y la naturaleza, que usted apuntaba. ¿Qué se ganó y perdió con esa escisión?

Sabemos que esa ruptura es algo ridículo, no podemos sobrevivir sin la naturaleza, lo que ocurre es que, en un momento determinado, el hombre cree que puede utilizarla a su antojo y domeñarla, sin pensar en las consecuencias de ese proceder, que estamos sufriendo ahora mismo. Estamos atados a la gran red de la vida, y eso lo volvemos a reconocer ahora, aunque siempre lo hemos sabido.

Vuelvo a ese personaje siniestro, Savonarola, muy cercano a determinadas prácticas que regresan. La cancelación que impera hoy en día, ¿podríamos emparentarla con esa severidad del dominico?

Sí, ese paralelismo también lo pensé cuando escribía esa sección, pero compararlo es un poco forzado, porque el sistema de creencias es distinto. No obstante, ambos (la cancelación y el dominico) creen tener la razón y no dudan en el derecho de hacer juicios de valor, sin dar una oportunidad al diálogo. Savonarola no escuchó por qué los dueños de aquellos objetos que decidió quemar pensaban que eran necesarios y maravillosos. Hay un dogmatismo presente que no es útil para vivir.

¿Cuánto de mundano se requiere para ser humanista?

El humanista vive en este mundo, le gustan los placeres, el disfrute, pero cuando hablamos de placer y de disfrute me refiero al modo de la tradición epicúrea, que enfatiza que el camino hacia el auténtico placer no pasa por entregarse a placeres como comida o bebida o fiestas, sino que tiene más que ver con obtener una paz mental, una tranquilidad mental; se trata de la felicidad a través de la integridad, de ser una persona completa, de vivir bien, según la tradición filosófica griega. Una buena vida trae placer, una vida ética. La palabra «placer» hay que utilizarla con cautela, porque se malinterpreta con facilidad. Sin embargo, para mí, la felicidad está en cualquier caso en esta vida, creo que poner todas nuestras esperanzas en la vida después de la muerte puede ser un consuelo, pero también un camino para no ser felices. Los miedos a los dioses, o a ser juzgados por los dioses nos puede aterrorizar hasta la parálisis mental. Nacemos aquí, y eso nos impone la responsabilidad de tratarnos bien, de cuidarnos, también al planeta. Eso es vivir bien.

«Una buena vida trae placer, una vida ética»

¿Qué supuso la publicación de La ciudad de las damas, de Pizan, para la mujer en el humanismo y la propia concepción del término?

La publicación en sentido moderno no existía entonces, hablamos de principios de 1400, pero la obra se tuvo que propagar ampliamente porque existen muchas copias que se conservan, lo que significa que la gente la copiaba, vendía, distribuía, prestaba… una señal de que fue muy leída; por desgracia, en ese siglo, la situación de las mujeres en Europa era bastante terrible para quienes querían tener una vida cultural o una carrera literaria. Pizan es una excepción extraordinaria, ganó mucho dinero, mantuvo a su familia, reivindicó los derechos de las mujeres… pero fue una excepción. La mayoría de las mujeres que deseaban una vida intelectual tuvieron que meterse a monjas, o casarse, pero dejar de escribir. Es impresionante lo que hizo Pizan, escribió mucho, en numerosos estilos y géneros, desde poesía a trabajos sobre política. Fue un personaje fascinante pero, ¿cuántas mujeres tuvieron la oportunidad de leerla e inspirarse en ella? En todo caso, mujeres de la corte.

Petrarco, Leonardo, Boccaccio, Dante, Tomás Moro, Hume, Montaigne, Humboldt, Benedetto Croce… de todos los citados en el ensayo, ¿por cuál siente querencia?

Podría decirte varios, claro… siento querencia especial por Petrarca, a pesar de que no era perfecto; aprendí a admirarlo leyendo sus cartas, maravillosas. Se conserva una amplia colección, porque escribía copias de las que enviaba, por eso sabemos bastante sobre él y sobre su personalidad. Encontramos un Petrarca vanidoso, pomposo, al que le encantaba dar consejos, no necesariamente recibirlos, también un inmenso poeta, inteligente, brillante, era muy humano. Le encuentro un personaje atractivo, a pesar de ciertos errores de carácter.

Apenas hay presencia española en el libro, a pesar de que hemos aportado algún gran humanista, como Luis Vives…

Sí… por supuesto, ha habido más. Quise escribir sobre él, pero Luis Vives es contemporáneo de Erasmo, y quería que la historia avanzase; si hubiera reparado en dos figuras cuya contribución era bastante similar al desarrollo del humanismo, la narración hubiera sido redundante, así que tuve que elegir, no podía incluir a los dos, y me decanté por Erasmo porque es muy bien conocido en otros contextos, pero Luis Vives está a su altura.

«Hay muchos países en los que no puedes decir que eres humanista»

Parece que hoy en día estamos muy alejados de «la edad de la razón, con su mensaje de empatía, igualdad, felicidad y celebración». Uno puede hasta jugarse la vida por ser humanista. ¿Merece la pena el riesgo?

Sí, ha significado eso, jugarse la vida, y en muchos lugares del mundo sigue significando eso mismo, hay muchos países en los que no puedes decir que eres humanista, te meterías en muchos problemas, problemas serios. Sobre todo, en países fundamentalistas, que no permiten poner en entredicho la religión. De hecho, hay muchos nombres que recojo en el ensayo que tuvieron que escribir sin ser demasiado claros. Diderot, por ejemplo, tiene muchos escritos ateos que no publicó, los mantuvo ocultos. Voltaire, que no era ateo en absoluto, pero que ejercía un pensamiento poco ortodoxo, a veces escribía bajo seudónimo, o fuera de Francia. Los humanistas, sin ser revolucionarios exactamente, son insumisos a una autoridad por el mero hecho de serlo. Cuestionan todo, también a sí mismos. ¿Merece la pena? Por supuesto, pero cada cual habrá de decidir este punto. Yo misma, si viviera en un país en el que me jugase la vida, no sé si tendría el valor de encararlo, pero admiro y respeto a quien lo hacen.

Casi todos los humanistas tienen grave limitación: aplican sus ideas a un canon (hombre de Vitruvio), blanco, hombre, occidental. Eso comenzó a cambiar con personas como Voltaire, Olympe De Gouges y Jeremy Bentham. Hoy, en cambio, parece que hay un retroceso en la igualdad, por encima de sexos, religiones, sexualidades.

Creo que nunca hemos tenido una historia de progreso sin más. Estos humanistas que mencionas pensaban en la Europa occidental, muchos de ellos no eran demasiado ilustrados al hablar de otras razas u otros sexos. Es humano el hecho de que fracasaran al pensar correctamente desde todas las perspectivas, la historia es mucho más compleja. Estamos en tiempos complejos, tenemos que reconocer que se ha hecho un progreso y hemos conseguido logros enormes; ahora toca mantenerlos y obtener otros nuevos. Cuando hablamos de la igualdad y el respeto para los derechos humanos individuales, basta pensar en la mejora del colectivo LGTBI, por ejemplo. Es cierto que también ocurren cosas impensables, como libros que se prohíben en países de mucho prosperidad, la creciente desigualdad económica, social… el progreso no es lineal, ni estable, pero hay que reconocer lo que ha ido bien y no dar nunca los derechos como algo inalterable, y tampoco olvidar lo que ha costado conseguirlos.

¿Tenía razón el escritor Vasili Grossman cuando afirmó que la bondad es lo más humano?

Creo que la traducción más certera sería «amabilidad», más que «bondad», y sí, lo creo, es una buena reflexión, estoy de acuerdo con él. Siempre hay una batalla entre ese principio de conexión entre los unos con los otros, de cordialidad y empatía, esa necesidad de tratarnos bien como seres humanos, y las grandes ideologías, que nos enfrentan. La amabilidad básica humana es más importante y fiable que la ideología, sea cual sea; los gestos de amabilidad no son cosas menores, sino que son el centro de lo que implica ser un ser humano.

«Los humanistas, sin ser revolucionarios exactamente, son insumisos a una autoridad por el mero hecho de serlo»

¿Qué supuso para el humanismo la irrupción de lo científico (Huxley, Darwin, Comte)?

Es una cuestión fascinante, supuso un cambio inmenso, nacieron muchas preguntas con la revolución científica, nos dimos cuenta de muchas cosas acerca de nuestra propia naturaleza animal; empezamos a ver humanistas antes preocupados por la historia cultural interesarse por el pensamiento científico, por saber qué tipo de criatura somos, cómo vincular la ciencia con la cultura y la imaginación. Es una época muy fructífera. No se trata de que la ciencia destronase a la religión, no fue así de sencillo, había muchos prelados y ministros de la Iglesia fascinados por estos descubrimientos, muy involucrados en ellos. Es un momento muy emocionante e intenso.

Hay bastantes coleccionistas en su ensayo (Poggio, Prospero Colonna, la marquesa de Mantua). ¿Qué nos dice de alguien el que sea coleccionista?

Es una gran pregunta, supongo que nos habla de ese apetito de conocer, de saber cosas, de explorar, nos habla de esa curiosidad que tiene que ver con el mundo natural. Se coleccionaban desde conchas y rocas a cualquier objeto del mundo antiguo, cualquier reliquia del pasado, con el afán de entender de dónde venía, cómo se hacía, quién. Es un tipo de pensamiento histórico que surge en el Renacimiento, donde los objetos no son meras cosas sino portadores de una historia que contar sobre nosotros mismos.

 

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