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«La felicidad nunca es gratis»

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20
mayo
2024

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Huyendo de fórmulas de prontos frutos y consejos conductistas, Gabriel Rolón (Buenos Aires, 1961), uno de los psicoanalistas de mayor proyección en América Latina, ha presentado en España su último ensayo, ‘La felicidad’ (Paidós), en el que pone en entredicho los distintos discursos contemporáneos que la abordan. Así, propone no idealizarla, saber que es siempre incompleta, que puede surgir en mitad del dolor más lacerante y que hay que trabajarla.


¿Está sobrevalorada la felicidad?

Sí, pero más que sobrevalorada, demasiada idealizada; le pedimos demasiado o, por el contrario, creemos que es imposible de alcanzar. Pensamos que la felicidad se trata de que no nos falte nada, de que no nos duela nada, de que el amor sea poco menos que perfecto, de que estar solo sea un estado casi de nirvana… Identificamos la felicidad con un estado de beatitud dantesco. Pero lo cierto es que la felicidad está justamente en los tres territorios de la Divina Comedia, en el Purgatorio, donde uno intenta redimirse de errores, de sus «pecados», donde se piden disculpas; en el Infierno, porque a pesar del dolor uno puede encontrar momentos de felicidad; y en el Cielo, con sus descansos celestiales.

¿De qué modo ha incidido el sistema capitalista, especialmente la publicidad, en nuestra idea de aquello que nos hace felices? ¿Se ha mercantilizado la felicidad?

Es casi perverso esto, el sistema tiene una actitud perversa para con nosotros, con estos «sujetos humanos que habitamos este cascote oscuro que gira alrededor del sol», que decía Hegel, tira la responsabilidad sobre nuestros hombros, con el mandato de que si no eres feliz es porque no quieres, y eso es mentira: en un mundo lleno de injusticias sociales, donde hay gente que tiene hambre, que no consigue trabajo, gente que no puede hacer un regalo a sus hijos, que no alcanza sus sueños… ¿cómo ser feliz del todo, todo el tiempo? Y, a pesar de tener deseos, necesidades, nadie las tiene todas consigo, no todo depende de uno. No comprender que, en un mundo como el nuestro, el estado más cercano al hombre es la desdicha es una causa de infelicidad casi asegurada. Hay que ser conscientes de que la felicidad también implica un enorme esfuerzo e incomodidad, como todas las cosas importantes de la vida, que son incómodas y difíciles, como el amor, la verdad, tomar decisiones. Las decisiones nos acercan o nos alejan de la posibilidad de encontrar esos espacios esporádicos en los que podemos ser felices.

«Identificamos la felicidad con un estado de beatitud dantesco»

La felicidad, ¿queda más cerca de la falta o de un deseo cumplido?

Qué interesante cuestión… Creo que la alegría o la euforia se acercan al deseo cumplido, pero no hay que confundir ni la alegría ni la euforia con la felicidad. En este libro acudí a un neologismo faltasidad. Me parece que hay que desidealizar la felicidad, porque se da incluso al tiempo que otras faltas; a ciertas alturas de la vida, uno lleva a cuestas muchas faltas, desengaños amorosos, pérdidas de seres queridos, sueños no cumplidos… Somos también el producto de todas esas faltas, porque estamos más hechos de lo que pudimos hacer con lo perdido que de momentos de logros. Si la felicidad no puede alojar los sueños no cumplidos, las heridas que tuve, si no puede alojar la felicidad la ausencia de mis seres queridos y mis desilusiones, la felicidad no existe. Es necesaria la búsqueda permanente de ese estado de cierta faltasidad. Solo podré ser feliz con mis faltas encima. Te pondré un ejemplo. Mis padres siempre soñaron con vivir en un lugar en Argentina, Mar de Plata, lo único que consiguieron, puesto que mi familia es muy humilde, fue tomarse una semana de vacaciones allí. Quieren que sus cenizas descansen allí. En una ocasión, me invitaron a dar una charla en Mar de Plata y me reconocieron como personalidad ilustre de la cultura. Fue una gran sorpresa para mí y, en ese momento, recordé esa ilusión no cumplida de mis padres en medio de mi propia felicidad y lloré de alegría y de tristeza al mismo tiempo. Es casi imposible sentirse completo.

¿Se puede ser feliz sin un «tú» con quien compartir?

Me parece que uno puede aspirar a esas diferentes maneras de la felicidad. Hay una felicidad muy personal, la que procura la emoción de leer un libro, de escuchar música, de tocar el piano… y una felicidad que tiene que ver con ese tú, con despertarte y ver a la mujer que amas a tu lado cada mañana, con ir a buscar a mi nieta al jardín de infantes, con disfrutar de su inocencia, de escuchar el sonido casi cristalino de su risa… No todo puede ser con un tú ni con un nosotros, pero hay que recordar que uno nunca está menos solo que cuando está solo, porque le acompañan sus fantasmas, su historia, sus anhelos… Llevarse bien con uno mismo para encontrar la felicidad es todo un desafío.

Hay una anécdota de Carmen Martín Gaite según la cual, estando junto a su hermana, en mitad de un silencio durante la conversación que mantenía, dijo: «Siento que en este momento soy feliz». ¿La felicidad es más auténtica si es de balde que si tiene una causa concreta?

La felicidad nunca es gratis, cuesta mucho trabajo generar ese estado adentro que permita experimentarla del modo que comenta esa mujer que nombras. Ella fue feliz en ese instante, sin que pasara nada extraño, anómalo, insólito, lo que estaba pasando ocurría dentro de ella, porque se tomó la molestia y la incomodidad de trabajar mucho sus pensamientos y emociones como para alojar un momento en el que, aunque no pase nada, uno pueda ser feliz. La lucha, como casi siempre, es hacia dentro, con uno mismo; no es que con eso baste, pero supongamos que vos y yo compartimos la vista de un atardecer bellísimo: vos estás embelesada por el sol que parece cambiar de color, que se va escondiendo, que procura ciertas sombras, vos escuchás sonidos de pájaros, el silencio… y yo estoy preocupado por si me llegó o no un email. El hecho ha sido el mismo para ambos, pero vos te preparaste para alojar un momento de felicidad y yo no fui capaz, me lo perdí. A veces no tiene que ver con grandes cosas, a veces sí. Pero tanto las pequeñas como las grandes requieren algo de nosotros, que estemos lo suficientemente receptivos y en calma como para percibir lo que está ocurriendo.

«La felicidad también implica un enorme esfuerzo e incomodidad»

Malversando la frase de John Lennon, ¿la felicidad es eso que nos pasa mientras miramos a otro lado?

Si estás mirando al otro lado te lo perdiste. Esto lo he escuchado constantemente de mis pacientes, «me perdí la infancia de mis hijos por trabajar tanto», «no sabía lo mucho que quería a esta persona que desatendí y se marchó». Pepe Mujica, expresidente de Uruguay, comentó que uno trabaja tanto para que a sus hijos no les falte de nada, que al final lo que les falta a los hijos es su padre. Si miramos con atención vamos a encontrar cosas que están pasando, una sonrisa, un gesto, las palabras. A veces tenemos la soberbia de creer que tenemos todo el tiempo en nuestras manos, que ya recuperaremos esos momentos que nos vamos perdiendo. La pandemia nos demostró a todos que eso era mentira, que no teníamos tiempo para decir «te quiero», «lo siento», etc. No, no tenemos todo el tiempo para hacer las cosas cuando nos dé la gana. La felicidad requiere un poco de humildad, para transitar entendiendo los valores de la vida, acomodándonos, respondiendo y dejando lo mejor de nosotros en estos distintos desafíos que se nos imponen.

Usted es psicoanalista, el libro está sembrado de anécdotas de pacientes. ¿Qué tanto de la felicidad tiene que ver con la recreación de la misma en palabras, es decir, con el lenguaje?

Somos sujetos de la palabra y el deseo, si no fuera por las palabras no seríamos humanos; todo nuestro mundo, lo más carnal y biológico, está atravesado por las palabras, hemos roto con la sexualidad para abrir la entrada al erotismo, y eso requiere de la palabra. Uno dice una palabra, el otro responde y los dos empiezan a sentir algo. ¿Por qué, si no nos hemos besado, no nos hemos tocado? Porque ha pasado todo: la palabra. La palabra lastima, erotiza, daña, cuida… tiene que ver con la felicidad. Me pasa en el consultorio, los pacientes me refieren momentos de tristeza, dolor o felicidad y casi siempre están unidos a palabras, a frases que les han dicho sus padres, sus parejas; para bien, para mal, habitamos un mundo de palabras, necesitamos contar y necesitamos ser escuchados. Por eso, cuantas más palabras tiene uno, más posibilidad de pensar en cosas más complejas, más disfrutables y erotizables.

«Hay batallas que no merecen ser libradas», ¿cómo reconocerlas?

Es una comprobación fáctica. ¿Cuánto tiempo de vida perdemos en batallas sin sentido? Porque, en definitiva, nos recorre la necesidad de sobrevivir, y eso nos vuelve seres recorridos por la agresión. Hay que elegir qué batallas damos y cuáles no, y saber por qué se hace. Muchas veces no queremos estar bien, sino ganar la batalla, queremos tener razón. Es mejor quedarse en paz que ganar una discusión. Ese tema es trascendente, porque nos cambia la vida. Si tu pareja quiere tener hijos y vos no, habrá que conversar, mucho, escuchando atentamente, y tomar una decisión, porque cambiará la vida de ambos. Pero el 90% de las batallas que libramos son puro ego, no merecen la pena, las mueve el morboso placer de tener razón. Cuán inseguros debemos ser para necesitar tener razón todo el tiempo. La vida se nos va en batallas que no merecen la pena. Hay que pensar si es o no importante una batalla antes de meterse en ella. Pienso en la leyenda salomónica, y creo que a veces cede el que más ama, por eso hay discusiones en las que, aun teniendo razón, no merece la pena librarlas.

«El azar es un límite que el ser humano a veces no quiere admitir»

Hablemos del azar, ¿cómo se conjuga con la voluntad?

Ambos son necesarios, con la voluntad no alcanza. Se tiene voluntad para hacer una dieta, hacer deporte, pero la idea de que podemos manejarnos solo con nuestra voluntad es una falacia, básicamente porque, para poder ejercer una voluntad, deberíamos ser una unidad que desea una sola cosa, y nosotros contenemos multitudes, como decía el filósofo, multitudes que, además, se llevan mal, se pelean, una parte quiere lo que la otra no, una quiere casarse y otra no, lo sabemos, tenemos tantos «sí» como «no», somos un mundo de contradicciones. Esto de creer que podemos cualquier cosa con la voluntad es tener la pretensión de ser un individuo sin divisiones, pero somos sujetos, atados al deseo, a las palabras y a las contradicciones. Creo en el esfuerzo que se apoya en un deseo, y que puede contrarrestar las otras partes que tiran hacia atrás. El azar tiene mucho que ver en todo esto. Lo canta Serrat, nos encontramos a veces chupando un palo sentado sobre una calabaza, ¿por qué? Porque pasó algo que, por mucho que hayas trabajado para caminar en una dirección, te coloca en la distinta. Un día te llaman y te dicen que esta persona que tanto amas se murió, o ya no te ama, ¿y qué vas a hacer? La vida juega su azar más allá de los azares naturales, como la pandemia, los tsunamis, etc.

Traigo una frase de Sartre que usted cita en su ensayo: «Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros». ¿Qué margen de libertad tenemos para actuar?

Ahí también entra el juego del azar. Yo no elegí nacer en Argentina, aunque amo mi patria…

¿Se puede ser feliz hoy en Argentina?

Es muy difícil, porque hay mucha gente que lo está pasando muy mal, y hay que ser mala persona para ser muy feliz cuando todo el mundo sufre, aunque también es cierto que hay derecho a momentos de felicidad a pesar de todo, esto es la vida. Por suerte, en la Argentina somos pura escucha, nos abrazamos, nos cuidamos, somos cercanos, confidentes. Tenemos muchas virtudes y muchísimos problemas. Somos productos del azar, baste pensar que somos la carga de información de un espermatozoide que quedó primero entre un millón. Ya casi milagroso que estamos vos y yo conversando aquí sentados. El azar es un límite que el ser humano a veces no quiere admitir. A veces te dice que sí, a veces que no. «Yo hice todo bien para…», ya, pero no. Hay que soportar esa angustia y afrontarla y resolver lo que pase con el azar de la vida, porque en él se juegan muchas de las opciones que uno tiene para ser feliz.

«La idea de que podemos manejarnos solo con nuestra voluntad es una falacia»

Pienso en la historia de Protesilao, que murió en la Guerra de Troya. Los dioses le permitieron salir del Hades y regresar al mundo de los vivos para despedirse de su amada Laodamía, pero solo durante tres horas. Cuando tuvo que regresar al inframundo, ella se suicidó. ¿Es el amor la fuente primordial de nuestra felicidad, al tiempo que la causa fundamental de nuestra desdicha? 

Sí, claro, el amor es la emoción más potente. Pero pienso en el amor en sentido amplio, no solo en el de pareja, sino en el amor a tus amigos, a vos mismo, a tu profesión… aunque el de pareja se coloca en primer lugar. ¿Por qué otra cosa va a sufrir alguien si no es por amor? Las cuestiones por las que sufrimos tienen que ver siempre con el amor o con la muerte, porque, en definitiva, son los dos grandes enigmas de la humanidad. Cada cosa que nos hace felices, que inquieta o angustia tiene que ver con eso, no hay otros temas en la vida de los seres humanos.

Le devuelvo una pregunta: ¿morir con dignidad es respetar el valor de la vida o entregarse resignado a la pulsión de muerte? ¿Se trata de vivir a cualquier precio?

Es un tema bien difícil. En El mito de Sísifo, Camus afirma que solo hay un problema importante para la filosofía: el suicidio. La pregunta es: ¿por qué no nos matamos? Si esta vida está llena de dolores, de sinsentidos, si hay tantos momentos en la vida en los que ya no vale la pena seguir viviendo… No soy partidario del suicidio, soy psicoanalista, y quiero que la gente encuentre ese deseo que justifique su vida. Hay vidas que parecen no valer la pena, entonces toca plantearse el desafío no de matarse sino de reencontrar un deseo que le dé sentido a la vida que uno está teniendo, que comprometa esa vida con uno mismo. A veces uno transita la vida, no la vive. Conviene hacerse siempre dos preguntas: ¿quién soy?, ¿qué deseo? Es muy difícil si no sé quién soy saber qué deseo, pero si no sé responder, es más difícil saber qué me va a ser feliz, más allá de felicidades azarosas y ajenas, como festejar un campeonato del mundo, ese tipo de felicidad prestada. Un paciente me dijo en consulta: «Yo no quiero seguir más con esta vida». «Estoy de acuerdo», le respondí. «¿Me pide que me suicide?», me contestó. «No, le pido que no continúe más con esta vida, que busque otra».

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