Cultura

Algo que sirva como luz

Tras varios años de encuentros y entrevistas, el periodista Fernando Navarro recoge por primera vez la historia del grupo Supersubmarina tras el grave accidente de tráfico que truncó su trayectoria musical.

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
08
agosto
2024
Imagen de la portada de ‘Algo que sirva como luz’

Artículo

El 14 de agosto de 2016, una mañana de domingo con un sol rabioso en el cielo de Baeza, los niños corretean detrás de una pelota por el paseo de la Constitución, como tanto tiempo atrás habían hecho José, Juanca, Pope y Jaime, y nada hacía presagiar la noticia de la tragedia que estaba por venir. Muchas personas van de un lado para otro en el que es el penúltimo día de las fiestas patronales. Los adolescentes todavía están de resaca en la cama después de haber quemado la noche en el recinto ferial. Sus padres se encargan de las tareas de casa y a algunos también se les han pegado las sábanas más de lo normal por culpa de tanta celebración. El sábado siempre es el día más propicio para dejarse llevar por algún exceso y, como todo el mundo sabe, la feria en honor a la Virgen del Alcázar, la patrona de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, suele invitar al entusiasmo colectivo. El ambiente es como el de tantos pueblos andaluces en verano: un jolgorio ancestral se adueña de las callejuelas irregulares, embellecidas por el esplendor de las flores en las terrazas. La brisa, cuando despierta, corre como nueva mientras los ancianos pueblan los bancos y los soportales del centro con sus conversaciones encendidas. Este penúltimo día de fiestas lo tiene todo para ser uno más de tantos que justifican la existencia.

Los baezanos siempre han sido gente muy de su tierra. Por eso, José, Juanca, Pope y Jaime querían llegar a Baeza. A los cuatro se les amontonaban los recuerdos de tantos años disfrutando de las fiestas. Uno de entre todos sobresalía por encima de los demás y lo conservaban casi intacto: los partidos de fútbol de dos contra dos en el quiosco de música. Al igual que aquellos niños que brincaban de un lado para otro con la pelota, José, Juanca, Pope y Jaime todavía podían verse con cierta nostalgia como los mocosos que fueron y que montaban campeonatos improvisados. Eran torneos intensos, que se jugaban cuando salían de clase y muchos niños del colegio Antonio Machado o de los Filipenses se arremolinaban en la zona central del paseo. En verano, con la feria, las casetas invadían el paseo, aunque no el quiosco, y la jarana general impregnaba de un brío extraordinario esas pachangas a vida o muerte, pareja contra pareja, de llegar a tres goles y en las que los cordones desatados no eran impedimento para correr y golpear al balón con todas las fuerzas. Aquel quiosco antiguo era el mundo entero, el lugar donde se conocieron José, Juanca, Pope y Jaime, donde se pusieron cara y nombre y donde compartieron pasiones, aunque ninguno pudiese acordarse del día exacto que sucedió el primer encuentro. Era como recordar cuándo uno vio el cielo por primera vez.

Los cuatro habían subido al monovolumen durante la madrugada, camino de su tierra, camino de las fiestas… y camino del maldito brevísimo día que cambiaría sus vidas para siempre

Para ellos, las fiestas de Baeza en agosto son lo más parecido a un cielo despejado y azul, incandescente en la memoria. La pequeña ciudad desprende tanta bulla popular durante las jornadas feriales que perdérselas es un fastidio. Asistir a ellas es participar de sus folclóricas tradiciones, como por ejemplo la cabalgata de gigantes y cabezudos, que parte desde el auditorio San Francisco y recorre el casco viejo. A ritmo de batucada, las orquestas van descargando canciones mientras acompañan a las carrozas coloridas, que cruzan por Plaza de España, Portales Mercaderes, Alhóndiga y Carbonería. Bailarinas de samba se agitan por las aceras y hacen mover el esqueleto a los más pequeños. También hay mujeres vestidas de sevillanas que bailan con gracia rociera. Los dragones de cartón se mezclan con los animales fantásticos de plástico y los gigantes medievales, que recuerdan con humor los tiempos en los que esta comarca era pasto de las luchas entre las tropas cristianas y las musulmanas, hasta el punto de que no muy lejos cayó el Imperio almohade en la batalla de las Navas de Tolosa. Mientras los sonidos charangueros inundan las calles, decenas de personas danzan disfrazadas de toda guisa: tribus lejanas, árboles milenarios, extraterrestres, los Picapiedra, un Playmobil… Algunos disfraces van más allá de los límites de la imaginación e, incluso, hay algunas hortalizas gigantes. Todo vale y el goce se recoge en cada rostro.

Hay otra tradición en estos días de agosto que casi nadie se quiere perder: la Novena por la Virgen del Alcázar, el motivo fundamental por el que se celebran los nueve días de fiestas. La religión atraviesa Baeza, como a tantos pueblos y ciudades andaluzas. Aquí, de hecho, campo de olivares, cofradías y monumentos clericales, la religión católica es un manto que lo cubre todo. Las calles llevan nombres de vírgenes y santos, los edificios más singulares se levantaron para guardar oraciones y rezos, y nadie duda de que en las plazas públicas hay más gente con fe que sin ella. Tanto es así que en las dependencias municipales existe una vocalía del Culto y Espiritualidad y, al igual que la llegada del verano trae las romerías y los espectáculos taurinos, el folleto de la feria dedica cada año una carta a saludar el nacimiento de María. En la tarde de la procesión, los fieles se apilan a un lado y otro de las aceras estrechas del casco antiguo. El murmullo de sus conversaciones solo cesa cuando, con aplomo cofrade, se acerca el paso de la Virgen. Entonces, algunos sacan sus móviles para grabar, otros observan o rezan en silencio. A alguno se le rompe el alma cuando las cornetas lloran con tanta fuerza que se oyen hasta en el cielo.

Son días de fiesta y toda Baeza está entregada al fervor callejero, a la celebración sin miramientos. Una anciana, que, un año más, se ha emocionado con la procesión y ha rezado a la Virgen pidiendo por sus hijos, esquiva a los chavales que van eufóricos a jugar al quiosco. Chavales como lo fueron José, Juanca, Pope y Jaime. Al pararse en la floristería, le dicen que el día anterior, en la caseta municipal, el concierto de tributo a Manolo Escobar estuvo regular. Juan Manuel Punzano hizo lo que pudo al micrófono, pero, claro, Manolo solo hay uno. La anciana se había quedado sin ir porque su hija no la podía acompañar y le dio un poco de pereza salir de casa sola. Según la previsión del tiempo, el día será caluroso y ella ya lo siente un poco en sus carnes. Las agencias meteorológicas habían informado que ese día amanecería en Baeza a las 7.30 de la mañana y estaba previsto que anocheciera a las 21.09, un minuto antes de lo que anocheció la jornada anterior. Los días son más cortos para la anciana y para todos, pero nunca serán más cortos, tan tan cortos, como si fueran cortados de un solo tajo con un cuchillo afilado, como este día va a serlo para José, Juanca, Pope y Jaime. En Cullera, de donde ellos habían partido hacía unas horas, amanecía a las 7.14 horas. Con una luna redonda sobre sus cabezas, los cuatro habían subido al monovolumen durante la madrugada, camino de su tierra, camino de las fiestas… y camino del maldito brevísimo día que cambiaría sus vidas para siempre.


Este texto es un fragmento de ‘Algo que sirva como luz’ (Aguilar, 2024), de Fernando Navarro

ARTÍCULOS RELACIONADOS

El arte puede salvarnos la vida

Aser García Rada

El arte puede tener un gran impacto en la salud mental y física de las personas: así lo demuestran numerosos estudios.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME