Opinión

Antifeminismo: ¿por qué arrasa entre los varones jóvenes? (II)

Los hombres jóvenes han encontrado en la manosfera un espacio para legitimar el antifeminismo, liberar la rabia y apoyarse emocionalmente. ¿Cómo desarticular esta imperante misoginia colaborativa entre los más jóvenes? ¿Cómo frenar el victimismo masculinista sin despreciar las necesidades y problemas de los hombres?

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15
julio
2024

Difícilmente se puede entender el antifeminismo de los hombres jóvenes sin considerar la manosfera como un aspecto ineludible en la socialización. Es en el espacio digital donde se expanden creencias como que «la violencia no tiene género», «los hombres tienen más pena de cárcel que las mujeres» o «hay muchas denuncias falsas por violación» (Kimmel, 2018; Love, 2020).

La manosfera cubre un vacío existencial al que no ha dado respuesta el feminismo. Es global y sumamente diversa. Acoge muchas subculturas y variedad de subjetividades. Ahí encontramos al clásico youtuber misógino, al gurú de la seducción, al aficionado al fitness, las criptomonedas y los coches deportivos, a los que son más franquistas que Franco y a los famosos «incels». Dentro de esta oferta, encontramos otros elementos que transcienden la misoginia como la psicología positiva, enfocada al éxito económico y sexual, y el coaching emocional, dirigido a fortalecer la hombría y la virilidad.

Esos espacios online se caracterizan por salvaguardar el anonimato, funcionar desde una dinámica identitaria y facilitar las cámaras de eco, donde la información ni se comprueba ni se contrasta. De modo que la manosfera tiene una gran capacidad comunicativa, siendo muy eficiente para la polarización y la autorradicalización de los más jóvenes. Pero el sentimiento de comunidad no se edifica exclusivamente en la misoginia. El neoliberalismo y el neoconservadurismo también tienen una fuerte influencia en los discursos de estos usuarios.

La manosfera tiene una gran capacidad comunicativa, siendo muy eficiente para la polarización y la autorradicalización de los más jóvenes

El neoliberalismo, entendido como una ideología que enfatiza la superioridad de las fuerzas del mercado, la libertad individual y la aplicación de los principios de ese mercado en todos los ámbitos de la sociedad, no ha dudado en abrazar la independencia económica y el éxito profesional de las mujeres. Pero a la vez que confía en el talento femenino y en su contribución a la economía, minimiza cómo el valor económico de las mujeres sigue ligado a los roles sociales y a la precariedad. El trabajo reproductivo y los cuidados siguen llevando nombre de mujer, tanto cuando son remunerados como cuando corresponden a una responsabilidad en el ámbito familiar. Pese a ello, la gestión del género que hace el neoliberalismo resulta muy atractiva para los jóvenes: la participación activa de las mujeres en el mercado laboral, incluso cuando encadenan contratos precarios y condiciones laborales que ahondan en la vulnerabilidad, contribuye a que estas no sean una carga en la economía doméstica.

Tanto el desempeño laboral de las mujeres como su papel como consumidoras proyecta una imagen de falsa igualdad. A esta ceguera también contribuye encarecidamente el pinkwashing y el activismo más superficial, ese que comercializa camisetas con lemas feministas sin importar en qué condiciones laborales se confeccionan ni a cómo se paga la hora a las trabajadoras.

Por su parte, el neoconservadurismo, que busca reestablecer los valores familiares tradicionales y apoyar una política exterior militar fuerte, se encuentra incómodo ante los avances de las políticas de igualdad. Su cruzada contra el feminismo se establece de varias formas.

En primer lugar, niega la igualdad de derechos para las mujeres y el colectivo LGTBI a través del discurso político. En concreto, el conservadurismo viene a rechazar la discriminación positiva, los derechos sexuales y reproductivos, el matrimonio igualitario o las medidas referentes a la conciliación y la corresponsabilidad. Que la maternidad penalice la carrera profesional de las mujeres se considera una especificidad femenina, un hecho que necesariamente va en su naturaleza y que, además, debe ser aceptado con amor, con amor infinito e inconmensurable altruismo. Porque, al parecer, todas las mujeres quieren ser madres, adoran a sus hijos y desean anteponer la maternidad a su desarrollo profesional. Se enfatiza así que el cuidado es un atributo «exclusivo» y «único» en las mujeres, que su capacidad para gestar y cuidar las hace privilegiadas y, a su vez, complementarias a los varones. Si el deber de los hombres es producir para la nación, el de las mujeres es contribuir a la reproducción y la ética, entregada y no remunerada, del cuidado.

En segundo lugar, el neoconservadurismo aboga por una retórica antifeminista y reaccionaria en cuestiones relacionadas con el género y la sexualidad: demoniza a las activistas y mujeres que defienden el derecho al aborto, margina los derechos sexuales y reproductivos de las personas LGTBI, reduce la homofobia y las agresiones sexuales al fundamentalismo religioso y demoniza la educación sexual, presentándola o bien como un ejercicio de adoctrinamiento o como la puerta a la corrupción y el abuso de menores.

Tanto el neoliberalismo como el neoconservadurismo se muestran indiferentes a las desigualdades estructurales de género

En tercer lugar, el neoconservadurismo revaloriza los tradicionales roles de género. Ellas deben ser las guardianas de los valores familiares y compañeras de los hombres. Eso sí, ese compañerismo con el otro confiere el uso de espacios y tareas diferentes. Aunque el poder político de las mujeres pueda ser valioso para algunos líderes neoconservadores, como pueda ser el caso de Giorgia Meloni o Marine Le Pen, no hay que olvidar que son las tareas domésticas y los cuidados lo que dignifican a las mujeres, actividades socialmente necesarias para la comunidad y el futuro de la nación.

El neoliberalismo y el neoconservadurismo presentan lógicas diferentes, mientras que el primero se centra en las cuestiones económicas, el segundo establece su influencia a través de una serie de imposiciones morales. Ahora bien, ambos resultan atractivos para los varones jóvenes porque buscan reinventar la familia, distribuir la riqueza y otorgar un papel protagonista al varón en el mercado y la moral.

Por otro lado, ambas ideologías se muestran indiferentes a las desigualdades estructurales de género. Las mujeres resultan útiles para embellecer el capitalismo, pero las condiciones en las que ejercen su desempeño laboral, la falta de derechos laborales y la desvalorización del trabajo reproductivo, imprescindible para la acumulación capitalista y la vida social, constituyen aspectos que quedan selectivamente ignorados.

Ahora bien, el hecho de que los varones jóvenes se sientan acogidos en la manosfera no quiere decir que odien a las mujeres o que crean que son inferiores. Al menos, no en términos generales. Los chicos están ansiosos por pertenecer a un grupo, a una comunidad, por encontrar apoyo en un momento de incertidumbre.

Aun cuando los hombres siguen representando las cotas más altas de poder social, institucional y económico, los chicos jóvenes se sienten ninguneados y discriminados

Su identidad tradicional, sujeta a los roles de género patriarcales, ha sido cuestionada y arrollada. Ser hombre es para muchos jóvenes un vacío existencial. El feminismo no habla de sus problemas, por ejemplo, con respecto a la violencia, el militarismo, el suicidio o el fracaso social; sino que ellos, por ser hombres, son el problema de la mitad de la población. O, al menos, así es para el feminismo más radical. Si bien, para un feminismo más igualitarista, parece que los problemas de los hombres se concentran en la «masculinidad tóxica» y se saldan con meros gestos como poder llevar falda o pintarse las uñas sin que te llamen, despectivamente, maricón. Y sí, esto debe ser una posibilidad, una reivindicación, pero hay otras cuestiones que afectan a los chicos y que merecen, con urgencia, atención y soluciones.

Aun cuando los hombres siguen representando las cotas más altas de poder social, institucional y económico, los chicos jóvenes se sienten ninguneados y discriminados. En ese contexto, además de cuestionar los supuestos excesos de los cambios sociales y legislativos, revindican una vuelta al estatus del hombre tradicional. En el pasado encuentran seguridad, reconocimiento y sentido. En el presente, la respuesta a qué es hoy ser un hombre es reduccionista y no expansiva. Y, mientras esto siga así, mientras el feminismo no facilite una alternativa cultural que dignifique la identidad masculina, los chicos seguirán cayendo en el discurso misógino y las mujeres seguirán peleando por ser, plenamente, libres.

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