Cultura

«Sería una maldición tener ese éxito que te impide salir a la calle»

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10
junio
2024

La literatura no entiende de números, pero a veces la calidad y la cantidad se dan la mano y emergen obras que producen admiración por ambas cosas. Es el caso de ‘Salón de pasos perdidos. Una novela en marcha’, los diarios de Andrés Trapiello: 24 tomos que van, por ahora, de 1987 al año 2010, muchos miles de páginas, centenares de viajes, relatos, paseos, crónicas, retratos, encuentros y desencuentros. Las dimensiones de semejante catedral no deberían tener nunca carácter disuasorio, pero si así fuera, Fractal’ (Alianza Editorial), una antología de los veinte primeros años, nos abre una puerta a una empresa literaria como no hay dos en España.


Como buen aficionado al tenis, estará siendo testigo del posible final del fenómeno Nadal, que ya se ha ganado un descanso. A diferencia de un deportista de élite, escribir puede uno escribir hasta el último día en la Tierra. ¿Ha pensado en algún momento no seguir llenando cuadernos de su día a día y tener así más tiempo para la poesía, el ensayo o la novela de ficción pura?

Ironizo en alguna parte sobre ello: la vida del escritor es como la de los reyes. Si tu vida como monarca es natural, no abdicas. Abdicas por otras causas. Si eres un emperador grande como Carlos V te vas a Yuste. Si te pasa lo que a Juan Carlos I, que te pillan haciendo trampas, también te vas. Pero si llevas una vida normal, el escritor no se jubila. Si el dinero no fuera una necesidad, seguramente me dedicaría a mis diarios y a mi poesía. Soy una persona bastante retirada. No solo necesito muchas horas, sino también mucha rutina. Lo que más me gusta es la realidad y para eso necesito pasear o ir al Rastro porque allí la dosis de realidad es extrema. La vida va muy deprisa y yo siempre he tenido la misma. Tengo más lectores ahora, pero esos lectores de más no han cambiado mi día a día. Doy gracias a esto. Me preguntan si no me gustaría tener mucho éxito con el Salón. Bueno, sería una maldición porque no podría salir a la calle y, por tanto, no podría escribir de lo que estoy escribiendo.

Lo ha contado más de una vez: el primer volumen, El gato encerrado, lo rechazaron varios editores. ¿Podía imaginar entonces que casi cuarenta años después seguiría con el diario?

Si cuento lo de los cinco rechazos es solo para presumir. Me divierte, aunque en el fondo entiendo perfectamente que lo rechazaran. No lo digo con resentimiento. Tenía claro que el proyecto solo se entendería si había una sucesión de libros, porque el propósito era hacer un gran fresco. Desde el tercer o cuarto tomo, tomé verdadera conciencia de que quería hacer una novela, que con eso iba a intentar dar sentido a mi vida. Y al contrario de lo que ocurre con los diarios, la novela necesita un montaje especial que refleje con la mayor exactitud posible a la persona que había detrás. No concebía, por ejemplo, que algo tan importante para mí como la familia no pudiera formar parte del libro. Podías hablar de una amante, pero no de tu propia mujer, hablar de los amigotes con los que te vas de juerga, pero no de tus hijos. Mi vida era bastante rutinaria y tenía la obligación de hacer de ella algo noble que valiera la pena. No creo en el escritor que solo coge la pluma para contar experiencias íntimas aterradoras. Siempre me han gustado artistas que trabajan con lo que tienen alrededor, como el fotógrafo Josef Sudek o pintores como Giorgio Morandi o Ramón Gaya.

«Mi vida era bastante rutinaria y tenía la obligación de hacer de ella algo noble que valiera la pena»

¿Contar la vida cercana, pero sin ponerse ningún límite?

Intenté que tuvieran un reflejo todas aquellas pequeñas cosas que formaban parte de mi vida y de esas las únicas que he excluido, por carecer de interés para los demás, son las sexuales o puramente domésticas. Por lo demás, he intentado hablar con intimidad de casi todo. La gente entiende por intimidad las cosas más escabrosas, revelaciones escatológicas, políticas o asuntos secretos que no deberían estar circulando. Se puede hablar con intimidad de las confidencias de un desconocido en un tren o la preocupación de un amigo enfermo. He buscado salvar situaciones, personas, hechos que por pequeños se perderían.

En aquel primer tomo, habla de Léxico familiar, la novela de Natalia Ginzburg, y expresa su necesidad de darle las gracias personalmente a la autora si le pillara más cerca. ¿Le ha pasado algo parecido con sus lectores?

Es verdad que tengo muchos testimonios de gente a la que estos libros han acompañado en momentos difíciles, que les han dado una cierta paz… Bromeo en algún tomo diciendo que las compadezco más que a nadie. Se parecen demasiado a mí. Entiendo perfectamente sus tribulaciones.

Los diarios se articulan sobre repeticiones –el mismo inicio, el mismo final, el mismo barrio, la misma rutina de los domingos…– y sobre variaciones en el modo de contarlas.

Necesitamos la rutina. Todos llevamos una vida más o menos pautada. Lo maravilloso es que no hay un atardecer igual ni una sola ola de la playa se rompe de la misma manera. Salimos a la calle y no podríamos dar unos pocos pasos sin observar cinco hechos extraordinarios que en momentos más desgraciados daríamos toda la vida por repetirlos. He hablado muchas veces del recurso de Sherezade, obligada a mantener la atención por encima de todo. El Salón tiene mucho que ver con la novela. Persigue ese mismo encantamiento del lector: te cuento cosas que parecen normales y al mismo tiempo te descubro algo en lo que quizás no habías reparado.

«Te cuento cosas que parecen normales y al mismo tiempo te descubro algo en lo que quizás no habías reparado»

¿Y eso cómo se consigue?

La mirada hace mucho. El tono, también. Por supuesto, las palabras. Tenemos la obligación de ser exactos. Seguramente los tomos no serían sostenibles con un estilo cargado, barroco, apelmazado… Se haría indigesto. Retomo los cuadernos de un año concreto y lo hago cinco años después; de esas páginas de las libretas me sirve un porcentaje pequeño que reescribo y que acaba siendo lo que finalmente se publica. Con esa idea, como decía, de que sea lo más claro, transparente y limpio posible.

Precisamente la transparencia es patente y habitual cuando habla del arte moderno. Cuando escribe, por ejemplo, «eso que llaman surrealismo, desde Man Ray a Cornell, de Duchamp a Ernst, no es más que una sesión de trabajos manuales».

Vine a Madrid huyendo de Valladolid donde fui enormemente desdichado. Llegué con 22 años para trabajar de redactor en una revista de arte recién fundada. Siempre me ha gustado mucho el arte. Poco años después, a finales de los setenta, conocí a Ramón Gaya y aquello fue una caída del caballo. Gaya había sido enormemente crítico con el arte moderno, pero 50 años antes. Supuso una liberación. Hoy en día el arte moderno es una más de las muestras de la alta decoración. Eso no significa que haya dejado de creer en él pero primero tiene que ser arte y luego da igual si es moderno, antiguo, romántico, clásico… Y con la música me pasa lo mismo. Si hay mucho ruido, a los cinco minutos me levanto y me voy. ¿Me estoy perdiendo a Schönberg? Sí, pero prefiero escuchar una sonata de Schubert.

«¿Me estoy perdiendo a Schönberg? Sí, pero prefiero escuchar una sonata de Schubert»

 Quienes aterricen por primera vez en los diarios comprobarán que hay no poco humor y que además a veces es humor de carcajada, con situaciones descacharrantes, algunas presentes en Fractal. ¿Es premeditado?

Si alguien me dice que ha soltado una carcajada leyendo el diario, eso me hace muy feliz. En la literatura actual, hay dos maestros de la risa: Félix de Azúa y Fernando Savater. Me ha pasado también con Felipe Benítez Reyes. Me hacen especial gracia las hipérboles. El Quijote es el libro con el que yo más me he reído y su humor está montado muchas veces en base a la hipérbole, como la caricatura.

Para el mundillo literario se reserva el humor más ácido.

Cuando cuento cosas de determinados escritores contemporáneos no me mueve la indiscreción. Solo procedo así cuando se trata de grandes o pequeños farsantes. Todos tenemos defectos, pero en algunos esos defectos afectan a la estructura general de la persona. El diario también le ha servido a mucha gente como guía para descubrir obras y escritores que merecen la pena, como por ejemplo Manuel Chaves Nogales. Me satisface igualmente si otros, al leerme, han dejado de considerar lo de Antoni Tàpies obras maestras comparables a las de Velázquez.

¿Como la escultura El calcetín?

Eso es ridículo. Seguramente hay mucha gente a la que le parecía también ridículo y no se atrevía a decirlo. Cada vez que veo la obra de Tàpies que decora una de las salas de la Generalitat, solo puedo pensar que se lo tienen merecido.

Hablando de política, los diarios publicados llegan hasta 2010. En 2015 entró en las listas de UPyD al Senado. ¿Habrá cada vez más protagonismo de la política?

Sí. Lógicamente, si en 2014 voy con la plataforma Libres e Iguales a la plaza de Cáceres a dar un discurso, debidamente anunciado y en contra del primer referéndum de Artur Mas, y resulta que allí, por todo aforo, estamos el del micrófono, un cámara de televisión, mi mujer Miriam, un fontanero amigo de Trujillo y yo, eso lo tengo que contar. El PP de Rajoy, que era el que permitió aquella consulta después de haber dicho veintiuna veces que no se autorizaría, estaba ese día a doscientos metros en un congreso nacional. Nadie se acercó a decir estamos con vosotros. ¿Entrará en los diarios que Savater, Fernando Iwasaki y yo fuimos candidatos al Senado por UPyD sabiéndonos perdedores porque ya se presumía que este partido iba a desaparecer y que sacamos menos votos que el partido animalista? Debo contarlo. La preocupación política saldrá, pero no abrumará porque no es la pasión de mi vida.

«La preocupación política saldrá [en ‘Salón…’], pero no abrumará porque no es la pasión de mi vida»

Los diarios no pasan por alto su mirada sobre los acontecimientos históricos… ¿Una suerte de nuevos Episodios Nacionales?

Lo de Episodios Nacionales le viene grande al Salón. Tengo la mayor admiración por Galdós, que tiene el propósito de contar la historia de España que incumbe a todos y que hace de una manera expresa una antología de hitos que quiere fijar. No hay nada comparable a lo que hizo Galdós después de Galdós. La serie de los Episodios es inalcanzable y muchos de ellos, una veintena, son verdaderas obras maestras. El Salón no tiene más finalidad que contar la vida de un hombre que ni siquiera soy yo.

Y luego está lo que podríamos llamar la vida de los otros. Cuando alguien le cuenta su historia porque sabe que lleva un diario.

Me pasa a veces que alguien me comparte una situación vivida porque cree que merecería ser descrita en el diario y al contártela descubres que es una escena tremenda, con algo de astracanada… Piensan en mí cuando detectan en la vida algo distorsionado. Me llama la atención ese aspecto de la realidad, pero quiero que tenga más peso lo cervantino que lo quevedesco. Realmente la parte más satírica ocupa menos de un diez por ciento.

De sus diarios salió una selección de páginas sobre el paisaje extremeño y ahora tenemos la antología Fractal. ¿Baraja otras posibles selecciones?

El problema es que según quien haga la selección el resultado puede ser enormemente negativo. Negativo en el sentido de que negara el espíritu y el tono del diario. Imaginemos un editor que se fijase solo en las polémicas, yo quedaría como un monstruo. En Fractal he tenido la suerte de que primero tres amigas, Nieves García, Ana Pérez Cid y Manuela Romero, y luego mi mujer Miriam y la editora Pilar Álvarez, hayan seleccionado fragmentos que respetan el conjunto y reproducen la cadencia habitual de cada uno de los tomos.

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