Cultura

«Embarcarse en una relación es como lanzarse en paracaídas»

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25
abril
2024

David Foster Wallace decía que todas las historias de amor son historias de fantasmas. En esa senda transita el guionista Daniel Remón (Madrid, 1983) con su segunda novela,  ‘Ciencia ficción’ (Seix Barral), en la que presenta la crónica sentimental de una pareja que se conoce en una escuela de cine y termina rompiendo años más tarde. Remón, que recibió en 2019 el Goya a mejor guión original por su trabajo en ‘Intemperie’, vuelve a la literatura para ahondar en el valor de la memoria, el proceso del duelo y el poder del arte para mantenernos vivos. El dramaturgo dibuja así una especie de autopsia emocional donde se mezclan los mitos, las decepciones, el drama y la fantasía, y que se alza como un espejo donde se pueden ver reflejadas muchas de las relaciones contemporáneas actuales. 


El narrador de tu novela sostiene que solo vale la pena escribir sobre lo que nos da vergüenza o miedo. ¿Esa fue la génesis de la historia?  

No soy tan categórico, pero a veces nos da vergüenza hablar de ciertos temas que tenemos enquistados y usamos la escritura para liberarnos. Hurgar en zonas que nos resultan incómodas puede hacer que ordenemos cierto malestar. Estoy de acuerdo con Vila-Matas cuando dice que escribimos sobre lo que nos obsesiona. En esta novela no planeé nada, la literatura para mí es una exploración, así que el tema salió de un proceso personal, había roto con mi pareja de entonces y empecé a escribir fragmentos sueltos. Me nutrí también de otros casos cercanos, me parecía interesante tratar la pérdida desde una perspectiva nueva. Una ruptura no tiene que ser un fracaso, a veces es algo inevitable y es sano poner en valor el tiempo que compartiste con otro.

El duelo vertebra esta novela. ¿Concibes la escritura como herramienta para superar el dolor de una pérdida? 

La escritura no tiene que ser necesariamente terapéutica, lo que realmente me importa es que a los lectores les pueda servir. En este caso quise hablar de los recuerdos y la memoria, de cómo a veces no sabemos si estamos recordando o inventando. Me da un poco de pereza la imagen del escritor atormentado, me resulta una forma de concebir la escritura un poco egocéntrica. Pero sí reconozco que a mí escribir me sirve para tratar de ponerles nombre a las cosas. Hay autores que tienen clarísimo todo, pero yo necesito escribir para saber lo que pienso sobre ciertas cosas. A menudo, cuando te despides de alguien, piensas constantemente dónde estará, cómo estará, qué queda de los recuerdos que compartís juntos… En ese sentido, escribir ayuda a colocar algunos vacíos. Para mí, el acto de pensar y escribir es casi simultáneo.

«Una ruptura no tiene que ser un fracaso»

Los protagonistas oscilan entre la decepción y la ilusión. ¿Nos enamoramos más de las ficciones que de lo real?

Precisamente es algo que el personaje de Jimena le reprocha al narrador, dice que está enamorado de un concepto. Yo creo que casi todos nos enamoramos de las ideas, y cuando pasa el tiempo y vemos que esas ideas no casan con la realidad, suele llegar la frustración. Me parece conflictivo, porque cuando nos enamoramos de una idea, colocamos mucha presión sobre el otro, sobre nosotros mismos y sobre la idea misma de la pareja.

La pareja retratada evidencia rasgos de las relaciones contemporáneas, como la divergencia de deseos. ¿Tenías intención de dibujar un retrato de la actualidad en el plano sentimental?  

No lo había pensado así, el amor es el gran tema universal. Pero es cierto que ahora convivimos todos con mucha ansiedad, y eso se ve en los personajes. Nos aburrimos fácilmente, recibimos muchos estímulos diarios y constantes, y tenemos un ansia por desear lo que sea, por buscar algo que ni siquiera sabemos bien qué es. Además, vivimos en una época bastante individualista, tenemos miedo a los vínculos y pensamos que estar solo es más fácil. Relacionarte con otra persona es difícil y te vuelve más vulnerable.

En el libro planteas concebir las rupturas como algo natural, y no como fracasos estrepitosos.

Con el paso del tiempo los sentimientos evolucionan y es algo natural que las relaciones terminen. Quería desdramatizar todo lo relacionado con las rupturas sentimentales, porque a menudo las vemos como algo terrible, cuando no deberían serlo. Hay muchos motivos para que una pareja se rompa, y los deseos futuros influyen, como el de querer o no tener hijos. A veces no funcionan cosas en nuestra vida y le otorgamos a la pareja una responsabilidad desmedida que no le corresponde, como si fuera la luz que nos ilumine en mitad del drama o la salvación a todos nuestros problemas.

«Cuando nos enamoramos de una idea, colocamos mucha presión sobre el otro»

En el libro retratas al narrador instalándose y desinstalándose una aplicación de citas en bucle. ¿Dirías que el desencanto tiene que ver con el ritmo vital?

En un estudio de mercado leí que la segunda sensación más común en los españoles es el agotamiento, y no me extrañó. Si no llegas a fin de mes, si trabajas mil horas al día, si te cuesta pagar el alquiler, es normal estar cansado y tener esa necesidad de evadirte. En la novela no me centro demasiado en el uso de Tinder del narrador, pero sí quise colocar esa escena para ilustrar su manera de relacionarse con el deseo y esa ansiedad por saber qué puede existir en un lugar que ni conoce. Ahora hay mucha gente conociéndose en aplicaciones de citas, es como si el algoritmo dominara una parte importante de nuestras vidas. Nos cuesta estar en el momento presente, puedes estar en pareja y preguntarte si no estarías mejor con otra persona que ni conoces todavía. Creo que le pasa a mucha gente, se instalan este tipo de aplicaciones solo por probar, por ver qué se encuentran, y ni siquiera terminan quedando con nadie. Vamos todos a mil por hora y eso tampoco ayuda a tejer vínculos sólidos y duraderos.

En el libro destaca la dificultad por expresarse y hacerse entender por el otro. ¿Quisiste plasmar las barreras inevitables que puede tener el lenguaje entre dos personas?

Me interesan mucho las dinámicas que se crean en una pareja, lo que podríamos llamar las inercias. Muchas veces te ves a ti mismo discutiendo sobre temas que no entiendes bien, ni siquiera sabes cómo has llegado a hablar de ellos y tampoco tienes clara su importancia en la raíz de la discusión. Se habla mucho de la importancia de comunicarse, pero también es clave entenderse. A veces simplemente una pareja ha sido arrastrada a un lugar en el que ninguno desea estar, o no podría explicar qué hace ahí hablando de ese asunto en concreto. A veces pasan cosas y no es el deseo de nadie, simplemente ocurren. Creo que todos hemos hecho daño a alguien y a todos nos han hecho daño, y eso también tiene mucho que ver con esos intentos fallidos al hablar. Cuando se tiene una relación, llegas a encontrar un idioma en común, un diccionario propio. A mí me parece milagroso que dos personas se entiendan de verdad.

También aparecen nuevas formas de relacionarse que están en auge actualmente. En un determinado momento, el narrador dice que todas las parejas son abiertas, solo que algunas no lo saben.

No es lo más importante en la novela, pero sí quería plantear que la mayor parte de las relaciones están vertebradas por un discurso del amor romántico muy conservador. Conozco a muchas parejas abiertas, pero casi siempre suele haber una voluntad por tratar de fiscalizar el deseo y ordenar algo que es caótico de por sí. También quise hablar de personas que están muy confundidas con este tema, que creo que mi generación está un poco así. Hay mucha confusión porque sigue resultándonos extraño y seguimos sin saber qué es exactamente lo que funciona y lo que no. En la novela, la pareja no es celosa, pero sí arrastra inseguridades y se generan bucles que tienen que ver con la incomunicación. Muchas cosas se solucionarían si pudiéramos hablarlas, pero muchas veces ni siquiera sabemos cómo abordarlas.

«Las pérdidas de fe pueden suplirse con el arte»

El silencio destaca en tu obra como un lastre, también a través de la familia como lugar donde no se expresan los sentimientos.  

En este libro hay algo de eso, sí. Cuando en una familia no se habla de las cosas y se opta por callar, los miembros pueden volverse personas complicadas a consecuencia del silencio que impera. Creo que esos huecos a la hora de expresar los sentimientos tienen que ver con el desarrollo de la escritura, porque el hecho de no hablar te lleva a escribir, a querer contar algunas cosas. En todas nuestras vivencias, y especialmente en el duelo, necesitamos compartir lo que nos ocurre, sentirnos acompañados en ese proceso. Quizás el silencio impuesto en algunos entornos provoca que las personas sean más creativas, o tengan más necesidad de hablar de lo que les duele de otras formas.

La muerte es un tema clave en esta historia. ¿Sigue siendo un tema tabú socialmente?

Es algo que siempre está presente, pero veo normal evitar hablar de ella para seguir viviendo. Cuando pierdes a alguien, y especialmente si no eres aún adulto, cambia totalmente tu forma de estar en el mundo y de mirar las cosas que te rodean. Lo normal en la infancia es no saber que las cosas terminan, creer que vivirás para siempre, y tener la certeza de que la muerte existe puede hacerte perder fe en muchas cosas.

Y, sin embargo, aunque el narrador pierde la fe por algunas cuestiones vitales, la encuentra en el cine y la literatura.  

El narrador pierde la fe por cosas que le pasan en la vida real, le ocurre como a todos nosotros. Vamos acumulando pérdidas de fe, comienzan siendo pequeñitas cuando vemos que los adultos mienten y se equivocan, que no son dioses, y van añadiéndose a otras muchas decepciones con el paso de los años. Lo bueno es que esas pérdidas de fe pueden suplirse con el arte. Siempre he creído que la escritura y la literatura tienen mucho que ver con una cuestión de fe, por lo menos al principio. Cuando empiezas una novela y te enfrentas a ese primer momento de la página en blanco, estás apostando mucho por una cosa que no puedes ver ni tocar. Si te paras a pensar un poco, es un acto que no responde a ninguna lógica, pero es realmente hermoso. Lo que pasa es que la fe está muy vinculada a la religión, y la religión tiene muy mala prensa.

«Hay que tener mucha fe para construir un proyecto vital con alguien»

Tus personajes podrían definirse como románticos y muy determinados. ¿El amor también tiene que ver con la fe? 

Sin duda, hay que tener mucha fe para construir un proyecto vital con alguien. Embarcarse en una relación es como lanzarse en paracaídas. Tienes que confiar en que salga bien algo incierto y tener fe en que no te va a destrozar. Me interesan los personajes que apuestan por algo, que tienen una determinación y una voluntad férrea. Ellos no saben lo que les va a pasar, y nosotros tampoco, pero ahí está la gracia. Si todos supiéramos lo que nos va a suceder, la vida sería un aburrimiento.

Contrastan los temas que tratas, como el dolor y las pérdidas, con la ligereza a la hora de escribir.

Es cierto, huyo de la solemnidad. Me gustan mucho los escritores como Alejandro Zambra, porque tratan los temas con ternura, humor y ligereza. No me interesa nada la cursilería, me aleja como lector. Seguramente el amor se trata con tanto dramatismo porque muchas veces se escribe desde el rencor, y también hay toda una industria alrededor de eso que lo fomenta. Si estoy hablando de una pareja que se ha querido, no tengo necesidad de exagerar el drama. Me resulta un poco absurdo tratar las rupturas amorosas como lo peor que te puede pasar. Creo que hay una industria alrededor del amor romántico que construye la idea de que el amor romántico es lo que vertebra nuestras vidas. Le damos demasiada importancia a la pareja y a lo que la rodea, y le quitamos así valor a otras muchas cosas.

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